Despacio

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T. Lectura: 4 min.

-Despacio, no hay prisa. El placer, la erección, el orgasmo, el coito anal para borrar tu virginidad ¿Por qué habrían de ser a la carrera, como que si no hubiera tiempo para más? -me dijo Fernando, mientras yo descubría las caricias de un hombre sobre mi piel por primera vez.

Él era un león y yo una pequeña gacela que recién se había resignado a ser devorada.

No opuse resistencia, había decidido darme la oportunidad de conocer un placer diferente; ese que, en vez de yo insistir, me insistirían a mí; en vez de rogar, me rogarían; en vez de seducir, me seducirían; en vez de penetrar, me penetrarían; en fin, pasivamente, en vez de que después de mucho insistir pudiera desnudar a una mujer y hacerla mía, era yo quien abriría las piernas, me voltearía, empinaría mi cola y entregaría a voluntad las nalgas para disfrutar con deleite de sentir a alguien entrar en mi recto, convertido en una vagina.

Esta vez no me preocupé por tener y mantener una erección, no era necesario. La estrella de todo mi placer hoy sería mi agujero.

Fernando, en el sillón, me abrazó con ternura y decisión y extendiendo sus labios los pegó a los míos y su beso fue el primero que le di a otro hombre. Succionó húmedamente mi lengua, la masajeó con la suya. Después de varios minutos de apasionado beso se separó. Me miró a los ojos y me preguntó: -¿cumplirás tu promesa?

Minutos antes, él me confesó que era gay activo y que por ende su papel era el de actuar como el hombre en sus relaciones, pero que yo le gustaba y que deseaba conocer mi opinión. Yo le dije que, para mí, únicamente existían las relaciones de hombre a mujer y que si él era el hombre yo tendría que ser una mujer. No me di cuenta, pero en ese momento, inconscientemente, había descubierto el secreto que por años llevaba como una pesada carga.

Traté de dar excusas a mi respuesta, pero era muy tarde. Fernando lo sabía ya.

-Entonces -me dijo- te reto a que te vistas como una mujer, y no cualquier mujer, sino una hermosa ¿o no eres capaz?

-Te prometo que podría ser mejor que cualquier mujer -le dije, hundiéndome más en mi revelación.- ¡No! ¡No quise decir eso! -traté de excusarme.

Fue así como no tuve más excusas y regresé a mi realidad y le respondí:

-Si es nuestro secreto, quiero vestirme de mujer para ti -Me interrumpió poniendo su dedo en mis labios y diciéndome:

-Por supuesto que será nuestro secreto, pero para mantenerlo así debes aceptar ser mi novia y no quiero verte nunca más, cuando estemos solos, vestido de hombre.

Entendí claramente su instrucción e inmediatamente comencé a desnudarme despacio. Fernando me ayudó hasta que no quedó prenda sobre mí. Se rio.

-Tienes apenas un micropene ¡Mejor aún! –concluyó.

Me tomó de las manos y me llevó a su cuarto. Se desnudó. Su polla era monumental: gorda, larga, descapotada y depilada. Acostados en su cama, me besó enamoradamente. Su pecho sobre el mío estaba hirviendo y sentía todo el peso de su cuerpo sobre mí.

La poca hombría que quedaba en mi mente tomó consciencia. -¡No puedo! -le dije- Soy un hombre.

Fue hasta su armario, tomó una caja y sacó unas bellas sandalias blancas planas. Las puso en mis pies. Me amarró las cintas atrás del tobillo. Fue una sensación alucinante. -Por el momento, con esto basta- y sin darme tiempo, comenzó a besarme de nuevo colocándose a un lado de mí. Delicadamente, frotó en círculos pausadamente con el dedo medio de cada mano mis dos tetillas. Luego, uniendo el dedo pulgar las pellizcó fuertemente. Gemí en voz muy alta, casi un grito. Era una explosión de placer. Luego, su lengua bajó de mi boca hacia una de las tetillas y la comenzó a succionar. Su mano bajó a mi micromiembro. Me acarició despacio los testículos y súbitamente los apretó. Gemí de nuevo.

Su mano continuó sobre mis huevos y los aruñó provocando que yo levantara las caderas de gozo; a lo cual el bajó más su mano y con su dedo medio llegó a mi húmedo ano.

Masajeó la entrada de mi agujero. Yo respiraba agitadamente. Habríamos pasado al menos 40 minutos en ese disfrute. Fernando era un verdadero rey de la seducción. -Mira que hermosos se ven tus pies mi princesa- me demostró mientras levantaba mis piernas y colocó sus tobillos en sus hombros. Me besó de nuevo y su lengua juguetona llegaba hasta mis amígdalas. Lo abracé. Sí, con esas sandalias mis pies se veían preciosos y me sentí una verdadera mujer, una nena. Sentía su hermosa verga dura en la puerta de mi agujero.

Se separó de mi boca y supe que el momento de convertirme en una mujer había llegado. Me volteó y me puso boca abajo. Me tomó de las caderas y las empinó. Abrió mis nalgas y en mi ano ahora expuesto, escupió abundante saliva para humedecerlo. Su dedo medio fue el primero en entrar. Grité muy femeninamente al sentir como sus gruesas falanges entraban dentro de mí. Rascó por dentro mi recto buscando mi próstata y, al encontrarla, perdí el control, jadeando y abandonándome al deleite sexual. Sentí la punta hirviente de su miembro en mi agujero, me sujetó de los hombros y, tomando impulso me hizo por fin suya.

El dolor era implacable. Me metió la verga y se quedó dentro. Sentí como palpitaba en mi intestino su grueso miembro caliente. Encogí los dedos de los pies y al sentir la suela y las tiras de las sandalias en ellos y como se ventilaban con el escaso aire del lugar recordé que no tenía por qué preocuparme: ya era una mujer completa.

Fueron más de 20 minutos de regocijo. Me acostumbré agradecidamente a sentir el miembro de Fernando entrar y salir de mi ano. Cada vez que salía, le suplicaba que entrara de nuevo y lo hacía con fuerza y más profundamente. Mis gemidos eran de agonía, de dolor, de complacencia, de lujuria. Sentirme mujer se convirtió en ese momento en mi único vicio.

Sus penetraciones fueron cada vez más rápidas. Nuestro sudor se mezclaba y sentía a gusto como sus gotas caían en mi espalda. Ambos gritamos, jadeamos, gemimos y al él acelerar cada impulso dentro de mi recto pensé en todos esos años que tontamente desperdicié como hombre, sin saber el gusto, sensualidad y encanto de ser una travesti, un tímido hombre ahora vestido y convertido en mujer por un verdadero semental que me estaba dando la mejor follada del mundo, destrozándome el culo con su enorme pene.

-Grita que eres mujer, que eres mi novia -me ordenó a la vez que desenfrenadamente me cogía.

-Soy mujer, soy una travesti de closet, soy tu novia, tu nena, tu princesa. Adoro tu verga, me gusta que me cojas, no quiero nunca volver a ser hombre, dame más, te lo suplico, soy tu esclava. Quiero calzar siempre sandalias hermosas y femeninas, quiero usar vestidos frescos, quiero maquillarme, besarte, suplicarte, arrodillarme, humillarme ante ti, mi amo -Le dije entre gemidos y a alaridos, con la voz más femenina que pude.

En ese momento, Fernando explotó. Sus fuertes y potentes chorros inundaron mi recto, ano e intestino. Me siguió dando varios minutos más, a la vez que yo explotaba sintiendo el mejor y más hermoso y delicioso orgasmo anal. Mi flácido y vergonzoso micropene también convulsionó e inundó las sábanas con mucho semen.

Fernando se desplomó sobre mi espalda, cansado, pero yo lo estaba aún más. Fue delicioso. Sentí como su miembro se fue poniendo flácido y finalmente salió de mí. La sensación de su semen goteando desde mi recto y saliendo al aire fue exquisito.

Nunca más deseé volver a ser hombre. Desde ese momento solo podía imaginarme vistiendo como toda una linda y hermosa nena. No podía volver a imaginar mi vida sin sentir en cada segundo de mi existencia la verga de Fernando dentro de mí.

Hola, soy Genoveva. Esta es solo una fantasía. Soy una nena muy tímida. Me gustaría recibir comentarios y así quizás verdaderamente animarme a salir del closet, entregarme por fin a un hombre y sentir el placer de vestirme verdaderamente de mujer. Besos.

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