Después de la subasta

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El aire estaba cargado de una electricidad densa, un murmullo de deseo y expectación que vibraba en las paredes oscuras del lugar. Mi amiga la dominatrix E, con su porte imponente y su corsé de cuero negro brillando bajo las luces tenues, me guio a través de un pasillo angosto hasta la sala de subastas. Yo, un devoto del fetichismo del cuero llevaba un traje completo que crujía con cada movimiento, usando largos guantes y botas relucientes, todo en negro brillante incluyendo una capucha que cubría todo mi cabeza dejando espacio solo para mis ojos, nariz y boca.

El aroma del cuero se mezclaba con el incienso aromatizaba el lugar. La sala estaba llena de figuras enmascaradas, sus rostros ocultos tras antifaces de encaje o máscaras de látex y cuero. En el centro, un escenario circular iluminado por un foco rojo.

Las “esclavas”, todas voluntarias, desfilaban una a una, algunas con cadenas plateadas que tintineaban, otras con trajes de látex que se adherían como una segunda piel. Dominatrix E me explicó las reglas: todo era un juego consensuado, un teatro de placer donde las sumisas se ofrecían por diversión, necesidad o ambas. Pero antes de pujar, cada participante pasaba por exámenes médicos para garantizar que ningún interviniente tuviera alguna ETS y además se hacían firmar documentos legales que aseguraban el consentimiento de las esclavas a su sometimiento.

La primera subasta fue un torbellino. Una mujer de curvas pronunciadas, con un corsé rojo que apenas contenía sus pechos, se paseó con una cadena dorada colgando de su collar. Sus tacones resonaban en el suelo, y sus ojos brillaban con desafío. Puse mi oferta, pero la puja se disparó, y la perdí ante un hombre enmascarado que vestía un esmoquin quien alzó su mano con arrogancia.

Frustrado, pero excitado por el ambiente, me preparé para obtener una esclava esa noche, después de perder varias pujas esa noche, subió al escenario una mujer de mediana edad con una capucha de látex negro que ocultaba su rostro, dejando solo su boca visible, pintada de un rojo intenso. Su cuerpo desnudo, salvo por la capucha, si bien no era una obra de arte, se dejaba ver, su piel tenía unas bellas estrías, sus curvas definidas, y una postura que gritaba sumisión y desafío al mismo tiempo, si bien no pude ver su rostro, su cuerpo y su postura me parecieron familiares, cuando empezó la subasta mi corazón latió con fuerza.

Puje sin pensarlo, mi voz resonando en la sala mientras el precio subía. Finalmente, con un grito de victoria, la gané por toda una semana. Después de hacer los pagos y comprobaciones pertinentes, la lleve encadenada del cuello a una recámara privada, un espacio con paredes de terciopelo rojo y una cama cubierta de sábanas de satén negro. El aire olía a incienso y a lujuria. Con una voz impostada le ordene con voz firme “Ponte una segunda piel”, mi propia excitación palpitando bajo el cuero de mi traje.

Ella obedeció al instante, deslizándose dentro de un traje de látex marrón que abrazaba cada centímetro de su cuerpo. El traje tenía aberturas estratégicas: una en la entrepierna, otra en los pechos, dejando sus pezones erectos expuestos al aire frío. Una cadena plateada colgaba de un collar en su cuello, entonces la hice desfilar como un animal doméstico, sus movimientos eran gráciles pero cargados de una sumisión deliberada. Me senté en un sillón de cuero, mi mirada fija en ella, y con mi mirada le ordené, señalando mi entrepierna. El cuero de mi traje estaba tenso por mi erección.

Ella se arrodilló entre mis piernas, abrió el cierre de mi traje y sus labios rojos rodearon mi miembro con una destreza que me hizo jadear. Su lengua danzaba, lenta al principio, luego más rápida, llevándome a un éxtasis que me nubló la mente. El cuero de mi traje amplificaba cada sensación, el calor de su boca contrastando con la frialdad del material que me enfundaba. Cuando terminé, ella no se detuvo; con una obediencia impecable, lamió cada gota, sus ojos brillando bajo la capucha.

Entonces ella me ofreció su coño perfectamente expuesto por el traje, entonces mi lengua exploró se deliciosa cavidad. Al rato no pude contenerme más. La tomé por las caderas, posicionándola contra la cama, y la tomé vaginalmente, su cuerpo respondiendo con gemidos ahogados que resonaban en la habitación. Luego, la giré y le di un beso negro, lamiendo a mi esclava, una vez deje lubricado su cavidad con mi lengua, la penetré analmente, cada embestida era acompañada por el sonido del cuero rozando contra el látex. Le di nalgadas firmes, y sus gritos de placer llenaron el aire, un canto que alimentaba mi propia lujuria.

Mas tarde esa noche dominatrix E, toco la puerta, su silueta estaba recortada contra la luz del pasillo, me llamo a hablar en forma reservada, me indico “Ella está aquí por placer, pero también por necesidad”, explicó con una sonrisa enigmática. “Algunas buscan la libertad en la sumisión, otras el escape en el control que entregan.” Pero esta además esta endeudada por razones de la enfermedad de un familiar y busca la sumisión como una manera de liberarse y pagar sus problemas y me pidió no fuera muy dura con dicha sumisa, a lo que asentí.

La sesión continuó varios días, en el que se convirtió en rutina que mi cuerpo y el suyo envueltos en un frenesí de fluidos, cuero y látex, solo interrumpido por unas horas de sueño y las comidas. La penetré una y otra vez, alternando entre sus orificios, cada movimiento más intenso que el anterior. Su traje de látex, ahora pegajoso por el sudor y los fluidos, parecía fundirse con su piel. La tomaba de su cadena y la hacía mía, a veces le daba le daba unos azotes con una fusta, lo que solo hacia se excitara más mi esclava lo que facilitaba su penetración, Solo me detenía cuando sentía que mi cuerpo estaba exhausto y saciado.

Cuando el tiempo que subaste a mi esclava estaba por terminar, mientras la follaba con fuerza, le ordené que se quitara su capucha, ya que después de estos días sentía curiosidad por saber cómo seria su rostro verdadero, yo tenía potestad para pedirle ella, ya que la esclava debía ocultar su rostro a los demás pero no a su amo. Ella obedeció, deslizando el látex de su rostro con manos temblorosas.

Mi corazón dio un vuelco al reconocerla: era una excompañera de universidad. No tenía mucho trato con ella, ya la recordaba como arrogante que miraba a los demás por encima del hombro. Verla allí, vulnerable y entregada, fue un shock que solo intensificó mi deseo. Con mi miembro aún dentro de ella, susurré su nombre real. Su cuerpo se tensó, sus ojos se abrieron de par en par bajo la luz tenue, entonces me quité mi propia máscara, revelando mi rostro. Por un momento, no me reconoció, pero cuando lo hizo, mi nombre escapó de sus labios en un grito entrecortado.

Su cuerpo se estremeció, mientras yo seguía moviéndome dentro de ella, el calor de su reacción me llevo al borde de un orgasmo, cuando sacie mis apetitos, le pregunte “¿Cómo llegaste aquí?”. No respondió, solo me miró con una mezcla de vergüenza y deseo, sus mejillas enrojecidas. La tomé de nuevo, más lento esta vez, saboreando cada reacción de su cuerpo, cada gemido que escapaba de su garganta. El pasado y el presente se fundieron en ese momento, el poder y la sumisión entrelazándose en un baile de cuero, látex y carne.

Cuando la subasta terminó, me despedí de ella con una última caricia en su rostro, le susurré a su oído mi correo electrónico, por si deseaba contactarme. Aunque no estaba permitido, dominatrix E al darse cuenta lo que hice me guiñó un ojo mientras me alejaba con mi traje crujiendo con cada paso, hacia un vestidor donde me sacaría mi segunda piel en firma reservada y volvería a mi vida habitual. Esos días habían sido un torbellino de placer y revelaciones, un viaje al borde de los deseos más oscuros, que quedó grabada en mi mente para siempre.

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