En ese antro tenía que ser

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Recién llegados a Cartagena, una ciudad costera en Colombia a donde nos habían trasladado por motivos de trabajo, tuvimos la oportunidad de hacer algo de turismo mientras nos instalábamos en la residencia que habíamos adquirido en la ciudad.

Habíamos coordinado que alguien nos recibiera a nuestra llegada y nos guiara y orientara hasta que pudiéramos instalarnos formalmente. Mientras tanto, íbamos a pasar dos semanas alojados en un hotel del centro de la ciudad y, por lo tanto, se nos daba la oportunidad de disfrutar de la ciudad para ambientarnos un poco ciudad y conocer su gente.

Cuando llegamos al aeropuerto, nos recibió nuestro guía: Luis Agresot. Un muchacho normal, que nos causó buena impresión. Era un moreno, como de 1,75 m aproximadamente, cuerpo moderadamente musculoso, bien trabajado, una sonrisa encantadora y un rostro armonioso. En general, un hombre guapo, atractivo, de buen trato y bastante servicial. Iba vestido con una camisa blanca, pantalones cortos de color beige, unas sandalias del mismo color y varias manillas y cadenas típicas del caribe adornaban su indumentaria. Se nos presentó, nos ayudó a cargar las maletas en su vehículo y nos llevó al hotel.

Mi esposa, desde que lo vio captó su atención, sintió curiosidad por el muchacho y, por qué no, cierta atracción hacía él como hombre atractivo. Cuando se nos presentó fue muy formal con ella y, por decirlo de alguna manera, también se fijó en ella, quien iba vestida con un vestido blanco muy ligero, propio para el clima cálido, sin mangas y con un escote pronunciado. Los zapatos de tacón alto, también blancos, hacían resaltar sus tobillos y piernas.

De modo que fue inevitable que nuestro anfitrión posara sus ojos en ella. Además de ser muy atento al dirigirse a ella, también pareció mostrarse un tanto un poco coqueto. Nada atrevido, tal vez en mi presencia, pero si lo suficiente para que yo me diera cuenta que se mostraba todo un galán con propósito de conquista.

Nos acomodamos en el vehículo y, camino al hotel, fue inevitable observar que Luis nos miraba repetidamente por el espejo y supuse que su interés no era conmigo sino con ella, a quien parecía no quitarle los ojos de encima. Ella, por supuesto, al sentirse observada, estableció contacto con él a través del espejo. No estoy muy seguro, pero creería que establecieron conexión desde el mismo momento en que se encontraron y no dejaban de mirarse. Había curiosidad.

Al llegar al hotel fue evidente que el muchacho tenía toda su atención enfocada en mi mujer. Nos ayudó a registrarnos e instalarnos en la habitación y acordamos vernos al día siguiente, temprano, para ver cómo nos organizaríamos en los próximos días. Teníamos que recibir nuestra vivienda, dotarla y acomodarnos en ella en solo dos semanas.

Pero, a la par de eso, queríamos conocer la ciudad y sus atracciones Al despedirse, nos tendió su mano y, en el caso de mi esposa, aprovechó el contacto para acercarla a él y estamparle un beso en la mejilla, una costumbre propia de los habitantes de esa región, pero cuando hay confianza. Sin embargo, mi mujer no rechazó el gesto y le retribuyó con una sonrisa. Ella, muy educada, agradeció su amabilidad y atención para con nosotros.

Al otro día, Luis nos recogió temprano, poco después del desayuno. Nos llevó a nuestra nueva residencia, porque teníamos cita previa para su entrega. En el recorrido, compartiendo con él en el vehículo, como no, algunas miradas entre él y mi mujer, una que otra sonrisa y mucho coqueteo disimulado, justificado con el desparpajo y espontaneidad de la gente del Caribe. Nada en su trato le mostraba irrespetuoso, pero si, tal vez, algo atrevido teniendo en cuenta que casi acabábamos de conocernos.

Ella lucía un vestido amarillo de tiras en los hombros que, tratándose de una ciudad de clima cálido, remataba a mitad de camino entre su cintura y sus rodillas. El moreno y ella, bastante blanca, casi de la misma estatura, contrastaban cuando estaban cerca; parecían pareja.

Al día siguiente se repitió la rutina, solo que esta vez Luis nos llevó a recorrer la ciudad y sus atractivos. En la noche, la idea era realizar un recorrido por el centro histórico de la ciudad. La iluminación del sector es muy seductora y, por decirlo de alguna manera, anima al romanticismo y la aventura.

El paseo por el centro y todos sus rincones se prestó para que Luis, atento con mi esposa, aprovechara para estar cerca de ella, ayudarla a cruzar las calles tomándola de su mano, guiarla cuando tuvimos que subir escaleras, momentos que aprovechó para delicadamente tomarla de la cintura, pero también, disimuladamente, pasar sus manos por su cuerpo. Ella no puso reparos y parecía que propiciaba esos acercamientos.

Después, ella me confesaría que, en una de tantas aproximaciones, aprovechó para tocarle “disimuladamente” su paquete y sentir su verga dura y notoriamente grande, muy grande. Y la oscuridad también fue cómplice para que aquel se armara de valentía y se atreviera a algo más, acariciando las nalgas de mi esposa por encima de su ropa y sus muslos. Y yo, pendiente de lo que veía en el recorrido, casas, balcones, miradores, estatuas, monumentos, no me estaba dando cuenta de lo que estaba pasando entre ellos. Acostumbrado a que él estaba muy atento de mi mujer, no pensaba en que las cosas que estaban sucediendo entre ellos tenían una intención diferente a conocer un poco la ciudad.

El recorrido, ya pasado el tiempo, nos llevó a bares y restaurantes. Luis nos recomendó entrar a un bar muy especial, según él, por su ambiente relajado, adecuado para escuchar música y disfrutar de la vista al mar y sentir la brisa de la noche. Aceptamos la propuesta, ya que no teníamos agenda laboral y podíamos darnos la libertad de trasnochar sin riesgo de incumplir algún compromiso al día siguiente.

Nos acomodamos en una mesa del segundo piso, cerca de un balcón, desde donde efectivamente se veía el mar y se escuchaba el sonido de las olas golpeando la playa. Yo me distraje un tiempo, parado en ese balcón, mirando el paisaje, aquí y allá, mientras mi esposa y nuestro anfitrión aparentemente conversaban en la mesa. Al menos eso creía yo.

En medio de la tenue luz de aquel lugar, lejos estaba yo de imaginarme que Luis, ya con más confianza, acariciaba los muslos de mi mujer por debajo de la mesa. Y tampoco que ella, ya entrada en calentura, palpaba aquella verga por encima de sus ropas mientras continuaban conversando, quien sabe de qué cosas. Lo cierto es que se les veía entretenidos. Yo continué dando vueltas por el lugar, explorando las diferentes vistas que el sitio ofrecía.

Me alejé un poco, pero, desde donde me encontraba pude ver que, en medio de la tenue luz de aquel lugar, el deslizaba una mano por el escote de su vestido para acariciar sus tetas y no dudaba que la otra mano hacía otro tanto con sus piernas y vagina. Sus rostros estaban muy próximos, así que supuse que se estaban besando. Y si yo, viendo aquello sentí excitación, no dudo que ella también la estaba sintiendo y estaba a tope. El, encantado, seguía buscando su boca y su cuello.

Rápidamente la imaginé a ella sometida por aquel moreno. Estaba seguro que había cedido a esas caricias porque algo en él había captado su atención y no dudaba que tenía ganas de probar su verga. No era su primera vez, pues era claro su gusto por los hombres morenos y los miembros grandes. La noche se prestaba para que el juego continuara, así que, llegue a pensar, el paso siguiente sería solo cuestión de tiempo. Lo cierte es que, al llegar a la mesa, los juegos terminaron. Luis se mostró muy amistoso conmigo y habló hasta por los codos, aparentemente ignorando los toqueteos previos con mi mujer.

Al cabo de un rato, y no sé por qué, mi esposa puso como tema de conversación el tema de las casas de citas y a dónde iban los hombres, palabras textuales, a desfogar sus pasiones. Él nos contó que había varios sitios para ello, algunos muy conocidos y frecuentados, y otros, algo más reservados, donde la gente iba a ver qué encontraban y, si había suerte, disfrutar la noche. ¿Cómo así que, si había suerte, pregunté? Nos contó que a veces se iba a esos lugares y los encuentros superaban las expectativas, ligando hembras que en otras circunstancias jamás pudieran coincidir. Incluso mencionó que uno de ellos estaba por ahí cerca y nos convidó a visitarlo.

Miré a mi mujer, quien, con un asentimiento de cabeza dio su aprobación. Entonces, pagamos la cuenta y detrás de nuestro guía, emprendimos de nuevo camino en medio de la noche. Andamos pocos metros, la verdad, y entramos a otro lugar, con luz tenue roja y buena música. Había bastante gente en el lugar y, no se había equivocado Luis, pues las mujeres que había allí se veían muy arregladas y atractivas. Llamaban la atención a simple vista. Y el vestido amarillo de mi mujer la hacía un referente en medio de la oscuridad.

Nos acomodamos en una mesa, cerca de un pasillo aún más oscuro que procedía al fondo de aquel lugar. Las parejas bailaban y el ambiente alegre, contagioso, invitaba a mover el esqueleto, así que invité a mi mujer a bailar y estuvimos azotando baldosa durante un largo tiempo. Después volvimos a la mesa, donde nuestro anfitrión nos esperaba. Nos ofreció tomarnos unos tragos de ron y nos preguntó cómo nos parecía el lugar. Y, la verdad, el ambiente estaba ameno y nos distraíamos viendo cómo interactuaban las parejas.

Después de unos tragos y una charla un tanto morbosa, viendo lo que hacían las parejas que estaban allí, Luis me pidió permiso para bailar con mi esposa. ¡Claro! No hay lío, respondí. De modo que, extendiendo la mano a mi mujer, la dirigió al centro de la sala y empezaron a bailar, y no pasó mucho tiempo para que me diera cuenta que el encuentro entre ellos dos ya vislumbraba otra cosa. Y de hecho, yo ya deseaba que el hombre tomará la iniciativa y la hiciera suya.

Yo observaba que él disfrutaba acariciando el cuerpo de mi mujer por todos lados y ella, encantada, permitía que eso pasara. Suponía yo que, a esa altura de la noche, él ya le había hecho sentir su virilidad y que ella, quizá, consciente de eso, no descartaba ir más allá, pues el ambiente del lugar y lo que se veía a nuestro alrededor hacía prever que nos podíamos atrever a avanzar en la aventura. ¿Por qué no?

Nos turnamos con él para bailar con mi esposa durante varias tandas de música, pero, con el paso de las horas, ya era evidente que había cierta tensión y calentura en el ambiente. Claro estaba que aquel estaba excitadísimo con la compañía de mi mujer y no dudaba que, juntando sus cuerpos en el baile, prácticamente ya habían hecho el amor. Ella, por supuesto, imaginaba yo, ya tenía claro que esperar de aquel moreno y creía que sus ganas de probarlo aumentaban a cada instante. Y, ciertamente, no pasó mucho tiempo para que aquellas ganas se revelaran.

¿No les gustaría conocer más allá?, preguntó Luis, señalándonos aquel pasillo donde veíamos que entraba y salían parejas frecuentemente. Era una romería, diría yo. ¿Vale la pena? Respondí yo. Pues, depende de lo que ustedes quieran. ¡qué quieres tú, le pregunte a mi esposa? Mamarle la verga a Luis, contestó. Apenas sonreí con su respuesta y en voz baja, en su oído, le dije: Entonces debe estar muy buena para que contestes eso. Lo está, afirmó ella, mirándome con expresión decidida y lujuriosa. Creo que el muchacho, en medio del ruido del lugar, no escuchó nuestra conversación. Y si lo hizo, lo disimuló muy bien.

Bueno, dije yo, si tantas ganas tienes, dile que ese es tu deseo. Pues, ni corta ni perezosa, lo invitó a bailar. El, colaborador hasta que ya, accedió a su invitación y la siguió a la pista de baile, pero la dirigió empujándola de sus nalgas, seña inequívoca de que los indicios eran claros para ambos y que, como nos había dicho él unas horas antes, la realidad de la experiencia en ese lugar podía superar sus expectativas. Los vi muy acaramelados, estrechamente abrazados mientras bailaban, besándose de cuando en vez, de modo que, imaginando lo que se vendría, los esperé.

Cuando, por fin, volvieron a la mesa, me dio la impresión de que el ímpetu ya se había calmado. Le pregunté a ella ¿qué seguía? No sé, me respondió. Él tiene una verga muy rica. Se la siento grande y dura, calientica, y me la ha arrimado todo el tiempo. Eso me tiene muy caliente y, si no te molesta, se la quiero probar. Bueno, anoté, ¿ya se lo dijiste? Si. Y ¿qué te dijo? Que, si yo quiero, él no tiene inconveniente.

Luis, sin decir nada, nos señaló el pasillo y, obedientes, le seguimos. A lado y lado había unas “habitaciones”. En realidad, eran unos pequeños espacios, donde se ubicaba una cama muy sencilla, resguardada de la vista de extraños por tan solo una cortina muy liviana. Mientras caminábamos hacia donde Luis nos llevaba, era inevitable ver a las parejas teniendo sexo, parejas solas, dos parejas, dos hombres una mujer, varios hombres y una mujer. En fin, avanzando, vimos de todo y tal vez, eso, avivó las ganas de los protagonistas; mi mujer, Luis y yo.

Entramos a uno de esos habitáculos y mi esposa, envalentonada con el escenario, abrazó a Luis y lo besó apasionadamente. Era la repetición de algo que ya venían haciendo durante toda la noche. El olor inconfundible a sexo, a sudor, a brisa marina, a sal y el calor del ambiente les invitaba a desnudarse y no dar espera. Ella, como pudo, se las arregló para desabrocharle el cinturón y bajar sus pantalones, descubriendo el miembro que toda la noche estuvo palpando mientras bailaban. No más exponer su verga, grande, dura y erecta, noté la cara de excitación mi esposa y el apremio para disponer de eso a su voluntad.

El miembro no era muy largo, eso sí, mucho mayor que el mío, pero bastante grande y gorda. La mano de mi mujer alrededor de ella apenas cubría la circunferencia de tan voluminoso miembro. Ella, en medio de la tenue luz, se fue agachando para probar tan ansiado manjar. No sé, pero creo que su boca se le hizo agua y su vagina ya estaba bastante húmeda para ese instante. La cogió como pudo con una mano y desde abajo empezó a lamérsela. Llegó a la punta y se la empezó a chupar y a succionar con mucha intensidad. El muchacho se dejó llevar y parecía disfrutar de las mamadas de mi mujer.

Cuando ella intentó tragarse aquel miembro, la verga casi no cabía en su boca. Vi como ella debía esforzarse un tanto para engullirse ese bocado. Pero ella, excitada como estaba, parecía decidida a hacer disfrutar al macho para después ganarse sus favores, pero también se notaba algo incómoda. Después me confesaría que el sitio no le gustaba, pero que, ya metidos en el cuento, había que adaptarse a la situación como mejor fuera.

Luis la detuvo, la alentó a incorporarse y, frente a frente el uno al otro, haló las tiras del vaporoso vestido de mi mujer para hacerlo caer y dejarla semidesnuda, vestida tan solo por su sostén y bragas. El rápidamente se deshizo de su camisa, pantalones y zapatos, acostándose de espaldas en aquel camastro, invitando a que ella continuara su faena, si sí lo prefería. Ella, siguiendo su ejemplo, también se desnudó. Y continuo con su faena, tal vez, con la idea de hacerlo venir en su boca.

Estaba ella inclinada sobre el pene de aquel, expuestas sus nalgas, cuando, de repente entró inesperadamente otro negro, grande, con su pene erecto y, sin pausa alguna, decidido, aferró las nalgas de mi mujer y la penetró, sin importar que yo estuviera ahí. Me vio, quizá con algo de sorpresa, pero no se detuvo. Esta hembra necesita verga, dijo con una voz gruesa. Ella, sin embargo, aun cuando se sintió invadida ni se inmutó. Y yo tampoco reaccioné. Es más, disfruté que eso pasara y ciertamente me llamó la atención que ella no dijera ni pio. Me llenó toda, diría ella después, y se sintió muy rico.

Todo se dio perfecto para que aquello sucediera. Mi esposa estaba muy excitada y, sin quererlo, disponía de dos machos para ella sola. El intruso siguió bombeando dentro de ella y, poco a poco, empezó a gemir de placer mientras el negro embestía cada vez más fuerte y con mayor rapidez. Me preocupó si, que el tipo ese no tuviera puesto un condón. Su aparición fue tan sorpresiva y rápida que no me fije en ese detalle. Esa verga si se veía larga y dude si ella podía aguantar esa verga tan grande. Pero, para mi sorpresa, ella lo estaba disfrutando realmente y sus gemidos alentaban al nuevo participante para arreciar sus embestidas.

Mientras eso pasaba, ella no dejó de atender el miembro de Luis, que también, un tanto sorprendido, simplemente presenciaba lo que sucedía sin decir palabra. La verga de aquel negro entraba y salía de la cuca de mi mujer, que chorreaba sus fluidos, que empapaban sus piernas, mientras seguía empinando sus nalgas, para que ese que la penetraba siguiera haciendo su trabajo.

El intruso no tuvo problemas para penetrarla, porque encontró su vagina dilatada y bien humedecida. Su barra entró sin dificultad, llenando todos los espacios que ella ofrecía. Lo logró sin tanto trabajo. Su cuerpo se acostumbró a ese tremendo invasor y, rendida a sus sensaciones, simplemente gemía de placer mientras seguía mamando el pene de Luis. Ella movía su culo, ensartándose cada vez en la verga de su invasor, subiendo el ritmo, cada vez más rápido y más profundo. La respiración de ambos se aceleraba rápidamente, en respuesta a las embestidas de ese macho, quien bombeaba más y más fuerte.

El clímax finalmente llegó. Algo debió sentir ella, porque un fuerte alarido salió de su boca y se vino, tal vez como nunca. Sus líquidos caían por sus piernas, que se estremecían de placer y por un momento parecieron doblarse, pero ella se sostuvo en la pose. Y creo que el negro, sosteniéndola por las nalgas, ayudaba para que ella se sostuviera y le permitiera seguir su frenesí.

El tipo le daba duro, como desesperado, mientras ella gemía y se retorcía de placer. Y, al rato, el negro sacó su miembro y descargó toda su carga en la espalda de mi mujer. Y, hecho su trabajo, el tipo simplemente se despidió de mi con una venia y así, tan intempestivamente como llegó, se fue. Ella, realmente, no supo quien placenteramente la invadió.

Pareció experimentar y recuperarse de su orgasmo sin dejar de atender a Luis. Lo chupaba y masturbaba fuertemente hasta que, finalmente, lo hizo venirse y, para incrementar su placer, lamió su descarga y tragó su semen sin problema. Luis, agitado, contemplaba a mi esposa con agradecimiento, casi que con verdadero amor. Después de aquello ella lo besó y creo que compartió con él su semen y su sabor.

Ya era tarde y, rendida ante el esfuerzo como resultado de la faena, ella simplemente le agradeció el momento. Luis, tal vez un poco sorprendido y esperando más, no dijo nada. Se incorporó, se vistió y salimos de regreso al bar. Nos tomamos un último trago para refrescarnos y salir de allí. La gente seguía desfilando a esos habitáculos y yo no dejaba de pensar que el negro aquel seguía haciendo sus andanzas con cuanta pareja le diera cabida.

¿Qué tal estuvo? Pregunté a mi mujer. Uff, respondió ella, estuvo super intenso. El tipo me hizo ver estrellas. Me hubiera gustado conocer al muchacho. Mejor así, le contesté, porque nada guapo era. Confórmate con que sabía manejar su herramienta y te hizo sentir bien. ¿Qué más? Porque, si quieres, lo buscamos para que lo conozcas. Mejor dejemos así, dijo ella. Lo que fue, fue… Estuvo bien. Lástima que en este antro tuvo que ser, no estaba muy a gusto, pero a lo mejor eso también ayudó a que se sintiera así.

Ella, sin embargo, se sintió en deuda con Luis y así se lo hizo saber. No importa, replicó él, estoy seguro que habrá otra oportunidad. No te preocupes, dijo ella, así será. Y dicho esto, nos llevó de nuevo al hotel, nos despedimos y así finalizó nuestro día.

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