Hermana orgasmo

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Hacer de niñero a los 29 no era algo que precisamente me agradara, pero desde que perdí mi trabajo como repartidor de pizzas era mejor contentar a mis padres. Ellos viajaban frecuentemente al interior en busca de contactarse con personal calificado para venderle sus productos, que tenían que ver con suministros médicos y repuestos de equipamiento instrumental. En fin, ellos partieron el último jueves de agosto y según su idea primaria era regresar el domingo. –Nada de mujeres, ni de hierbas. Advirtió mi padre señalándome con el índice.

La joya de la corona debía preparar un examen de alta complejidad y la presión familiar siempre aumentaba cuando eso ocurría. La señorita Dominguez era una chica preciosa, ojos grises grandes y vivaces, de largas pestañas contorneadas, cara linda y cabello lacio. Cuerpo atlético, piernas kilométricas y cintura ceñida, tetas chicas y puntiagudas a juzgar por la prendas ajustadas que vestía. Parecía una gata y cuando lucia de negro una pantera, la única pantera capaz de hacerme apagar la play para servir un té y la mejor amiga de mi hermana.

Ellas estudiaban juntas y estaban a punto de acabar el bachillerato. El jueves murió sin pena ni gloria. El viernes amaneció lloviendo, por entonces no lo sabía pero continuaría por los próximos tres días. A mis planes del play se le sumo una picada con snacks y cerveza, película mediante en el living, pensando más que nada en la gata que vendría a estudiar esa noche y le podía interesar acercarse a los leños encendidos de la estufa y a mi presencia, hasta entonces casi desconocida. A ver… el plan era perfecto, Diana llegaba a estudiar con mi hermana Helena y luego de dos horas de tedio intenso, se despedía para compartir el sofá conmigo. No había fallas en mi lógica.

En la tarde la tormenta empeoró, los álamos qué rodeaban la casa se hamacaban violentamente y la alerta meteorológica se desató, mi viejo llamó un centenar de veces para romperme los huevos y el maldito temporal desmorono la idea de cruzar alguna palabra con DD (didi), como solía referirme a ella cariñosamente cuando hablaba con mi hermana.

–¡Franco! Didi aviso que no viene. Grito Helena desde su cuarto.

–Lo imagine, con este clima.

Sin saberlo ahí esa noche estaba fraguando algo totalmente inesperado, un retorcido conjunto de eventos empezó a salir como de una caja mágica, y no quiero enjuagar mi culpa ni reducir mi condena, solo alegó que una fuerza inusitada fue cómplice de aquella aberración que se estaba gestando. Fue pasada las nueve cuando estuve a punto de apagar el juego en el que perdía 3 a 0, cuando mi hermana bajó a prisa de su habitación.

–Menos mal que estas. Dijo acomodando sus gafas y llevando una mano a su corazón.

–¿Que paso?… Pregunte, soltando el joistick.

–La puta rama de la Acacia, golpea la ventana. Parece que la estuviera rascando. Agregó.

–Bueno, dormí en mi cuarto o en el de papá. Sugerí.

–Si, pero…¿ Puedo quedarme un ratito aca con vos? La estufa esta prendida y…

–Si, claro. Interrumpí.

La tormenta recobro el ímpetu y el ruido estridente del agua se confundía con el crepitar de los leños, el fuego era constante y parecía cocinar algo lento. La película comenzó a rodar y nos cubrimos con un acolchado marrón. Me pidió una cerveza qué no le di y refunfuñando siguió viendo la pantalla, pasó un rato.

–¿Por qué, no me das una cerveza?… Pregunto la estudiosa.

–¡Sos menor!

–Tengo 19. Alegó.

–Menor que yo. Le dije y comencé a reír, mientras le tiraba su lata, avisé que no le daría más. Y se acurrucó en uno de los extremos del sofá.

Helenita era muy distinta a Didi, una colita ataba su cabello rizado y negro, como sus ojos chiquitos y defectuosos como los de mamá, hasta ese entonces no lo notaba pero su metro 55 poseía una extraña belleza oculta en las vestiduras holgadas qué usaba siempre. Casi imperceptible uno de sus pies escaló a mi regazo, yo la miré dos o tres veces pero su cara estaba hundida en la luz qué desprendida la tele, hasta ahí pensé que era natural, pero vaya que no lo era.

En la escena más atrevida del film, sin ser explícito el protagonista estaba recibiendo una mamada monumental a juzgar por su rostro y justo antes de acabar, ¡Zas! Se corto la luz. Mi verga se había endurecido ligeramente y luchaba para que no brincara con su piecito encima, la luz de la hoguera hacia místico ese lugar con la lluvia copiosa cayendo desenfrenada. Unos minutos de silencio pasaron…

–En la mejor parte. Dijo ella. Rozando mi pene suavemente con su pie por encima del jogging. Quedé congelado, una parte de mi quiso levantarse y hacer lo correcto, pero no lo hice. Disfrute aquella dosis de hermandad qué seguía frotando mi entrepierna.

–¿Qué sabes vos de esas cosas?

Echó a reír, y dijo:

–No sé mucho. solo lo hice dos veces.

–¿A quién?…

–Una vez a un compañero de clases y la otra vez un desconocido en una fiesta. Confesó la joya de la corona para dejarme con la más dolorosa excitación de mi vida. No sabía que hacer, quedé absorto mirando la fogata qué lambia las paredes en matices amarillos y naranja.

–Vos podés ser el tercero, que disfrute la sensación de mi boca en tus geniales. Predijo como una adivina certera y sensual.

–Somos hermanos. Musite sin convicción, totalmente nublado por esa chiquita que acomodo su cuerpo como un pez en la pecera y nado por debajo de la manta para descubrir un mástil de carne endurecida qué le costó tragar.

Mis piernas temblaban bajo su cabeza oscilante qué se separaron más para dejar caer el pantalón y yendo contra las leyes de la física acaricié sus nalgas, primero por encima del camisón estampado en corazoncitos invisibles por la penumbra y después por encima de su bragas qué no demoré en quitar sin ninguna resistencia. No hablamos. La lluvia furiosa azotaba con vehemencia afuera, y se mojaba menos que mis dedos dentro de Helenita, quien gemía con la leña helada comparada con ella. Aquel cuerpito deseoso pidió una tonelada de lengua para abrirse perfectamente.

El condón enmascaro el descomunal miembro que atravesó a mi hermana. Los gemidos agudos atravesaron los cristales y regresaron como relámpagos ofreciendo la visión perfecta de la pasión prohibida. Garchamos hasta perder el sentido esa noche y la otra y la otra.

Mis padres llegaron más tarde de lo previsto a raíz del desbordamiento de un arroyo, nunca tuve suerte con la amiga de Helena, ella se recibió y se casó, ahora tiene 2 hijos y cada tanto la visito en especial los días de lluvia.

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