La planeación del viaje en que por fin daríamos el siguiente paso fluyó con naturalidad. El Airbnb fue el mismo en el que Blanca y yo hicimos el amor por primera vez. Al llegar a Vallarta lo primero que hicimos fue pasar a un súper mercado para abastecernos de cerveza, carne e ingredientes, ya que teníamos planeado hacer una carne asada junto a la alberca. Estacionamos el coche y cada pareja fue a su respectiva habitación para alistarse. Acordamos estar en la sala en cinco minutos para comenzar la preparación de la carne.
Le abrí la puerta a Irene y le di una nalgada mientras atravesaba la puerta de nuestro cuarto, no cerré la puerta tras de mí, quería escuchar qué sucedía en el cuarto de Blanca. Irene sacó su bikini de la maleta y comenzó a cambiarse. En cuanto sus enormes tetas fueron liberadas, cayendo deliciosamente mientras se sacaba la blusa, mi verga se puso a mil. Observé cómo se quitó toda la ropa y se colocó un bikini púrpura que apenas contenía esos pechos. Un delgado triángulo de tela cubría su vulva depilada.
Me acerqué a ella por detrás, pasé mi brazo por su cuello y comencé a restregar mi pene entre sus nalgas.
—¿Qué haces, guapo? —reclamó con picardía.
—No pude evitarlo —respondí —estás buenísima, amor.
—Sí, pero nos esperan allá abajo.
No respondí. Sin dejar de besarla, le di la vuelta, la cargué y la acosté bocarriba sobre la cama, abriendo sus piernas. Sin dejar pasar ni un segundo entré en ella, aunque no estuviera mojada. Era una acción que llevábamos semanas intentando a petición suya. El dolor provocado por la fricción de mi glande abriéndose paso entre sus paredes secas potenciaban su placer, lo que a su vez hacía que se mojara en pocos segundos.
Dejó escapar un gemido apagado.
—Eres un cabrón —me susurró al oído.
—Y tú eres una puta que quiere que se la cojan en seco —respondí, siguiendo el juego.
Alcancé a bombear dentro de ella dos veces antes de que sus fluidos lubricaran su apretada vagina.
—Te amo, Irene —le dije lamiendo su oreja y comencé a descargar mi semen dentro de ella. Su respuesta fue rodearme con sus piernas.
Cuando terminé de vaciarme en ella, saqué mi verga. No había dado tiempo de quitarle el bikini, así que al sacarla, sólo volví a cubrir su vagina con la tela púrpura.
—Primo, ¿ya están listos? —la voz de Blanca se hizo oír en el momento preciso. Estoy segundo de que fue a propósito.
—Sí, ¡ya vamos! —respondió Irene.
Me puse el traje de baño en segundos y salimos tomados de la mano.
Las mujeres se sentaron en los camastros junto a la alberca mientras Samuel y yo comenzamos a preparar el carbón para la carne asada. Ofrecí ir por cervezas y todos aceptaron. Al extender la suya a Irene me agradeció con un tierno beso en los labios. Cuando le entregué la botella a Blanca, me dio un beso en la mejilla. Al tenerla tan cerca, noté que tenía rastros de semen seco entre los pechos y aún olía a esperma. La muy puta se había rociado con el semen de Samuel para ponerme celoso.
—Uy primita, estás sucia, te hace falta un baño —dije y la cargué entre sus gritos emocionados.
—Enrique, ¿qué haces? Bájame.
No hubo nada que ella pudiera hacer y ambos caímos a la alberca.
Cuando salimos a la superficie Blanca se abrazó a mí intentando ahogarme.
—¡Eres un estúpido! —reclamó, pero su tono era divertido. Irene también reía y nos veía a través de unos lentes de sol que la hacían lucir como Susan Sarandon en Thelma & Louise. Empezamos a chapotear ante la mirada de Irene y Samuel, quien intentaba no mostrarse incómodo ante la familiaridad con la que Blanca pegaba su cuerpo al mío.
—¡Eh, Blanca, Blanca, tu…! —escuchamos balbucear a Samuel. Los tres lo vimos divertidos mientras señalaba con cierta confusión en dirección de Blanca. Dirigimos nuestras miradas de regreso a mi prima y vimos la razón de la actitud de Samuel: en el forcejeo, uno de los hermosos pechos de Blanca se había salido del bikini.
Lejos de avergonzarse, mi primita se echó a reír y se quitó el top del bikini con toda naturalidad.
—Me parece que el sol está perfecto para hacer topless, amor, ¿te gustan mis tetas al aire? —preguntó dirigiéndose a Samuel. Tuve que morderme la lengua para no ser yo quien contestara.
—Eh, sí, obvio, tienes unos pechos hermosos, pero, amor, no estamos solos… —contestó con algo de vergüenza y celos el ingenuo de Samuel.
—No tiene nada de malo —intervino Irene —es más, creo que yo también haré topless —dijo y también liberó sus enormes pechos del bikini púrpura.
La cara de Samuel estaba para ser plasmada en una pintura.
Irene se puso en pie y saltó a la alberca con clavado que mostraban sus años como nadadora. Tener a mis dos mujeres semidesnudas a mi alrededor puso mi verga al máximo, pero aún había un detalle que atender.
—Amor, deja el asador un rato, el carbón todavía no enciende, métete a la alberca con nosotros —pidió Blanca nadando hacia la orilla más cercana a Samuel y extendiendo su mano.
Samuel lo dudó un instante y luego contestó que sí, dejó la parrilla y de un salto entró a la alberca. Blanca, en calidad de novia de Samuel, pronto se abrazó a él, pegando sus pechitos a su cuerpo. Sentí una punzada de celos que Irene calmó acariciando mi verga debajo del agua. Pasamos un buen rato en la alberca jugando y tomando cerveza. Los hombres fuimos los encargados de ir a la cocina por las cervezas y las mujeres siempre aprovechaban para calentar al que se quedaba con ellas. Ver a Irene acercarse a Samuel y dejar que sus pezones rozaran la piel del novio de mi prima me hizo sentir unos celos que jamás había experimentado.
Bastante tenía compartiendo a Blanca, mi sangre, con aquel tipo, pero mi novia formal, una mujer con unas tetas monumentales y que además en ese preciso momento todavía tenía rastros de mi semilla goteando de su coño y diluyéndose en el agua clorada, era otro tema completamente diferente. Pero todo tenía un propósito. Al final hicimos la carne, comimos y pasamos a la sala cuando el sol se hubo metido detrás del océano Pacífico. Las mujeres seguían en topless. Era el mejor día de mi vida. Ya no había cervezas así que serví vino. Ambas hembras interpretaron la señal correctamente.
Tras brindar, Brenda comenzó a besar a Samuel con pasión y tras unos minutos le quitó el traje de baño para dejarlo en las mismas condiciones que ella, por su parte, la puta de Irene se arrodilló frente a mí y comenzó a comerme la verga. Estuvimos así algunos minutos hasta que no pude más y puse de pie a Irene, la volteé e hice que se sentara en mi verga. Me empezó a cabalgar casi en silencio, sólo dejando escapar leves gemidos de tanto en tanto. La posición era perfecta para dos cosas: primero, además de penetrar a Irene la estaba masturbando para incrementar el placer, en segundo lugar nos permitía a ambos observar la acción que sucedía en el sillón de junto.
Vi cómo Blanca tumbó a Samuel de espaldas en el sillón y se montó en su verga. En ese momento ambas parejas nos dejamos llevar por nuestros instintos y comenzamos a hacer el ruido que estuvimos disimulando hasta el momento. Cogimos varios minutos así, Irene y yo viendo a Blanca y a Samuel, Blanca nos volteaba a ver con lujuria cada cierto tiempo pero Samuel, para quien era la primera vez haciendo algo así, mantenía los ojos cerrados. Fue Blanca quien tomó la iniciativa y se desmontó de la polla de Samuel, lo tomó de la mano para llevarlo a nuestro sillón, se acostó bocarriba con las piernas bien abiertas y atrajo a Samuel para que volviera a penetrarla.
Estaba sucediendo. Samuel comenzó a cogerse a Blanca de pie ante el sillón así que yo tenía a Blanca junto a mí y Samuel estaba más cerca de Irene. No pude más y extendí una mano para acariciar las tetitas de mi prima. Samuel estuvo a punto de protestar cuando Irene volvió a intervenir, tomando la mano de Samuel y poniéndola sobre sus tetas, sellando el acuerdo con un beso. A Samuel debió excitarle aquello porque comenzó a bombear más duro dentro del coño de mi primita. A su vez, Irene, recordando sus épocas de puta, me daba tremendos sentones y estaba mojadísima; mi verga resbalaba con facilidad dentro de mi novia.
Lo siguiente ocurrió con tanta naturalidad que parecía que los cuatro estábamos destinados a aquella tarde de lujuria extrema. En un solo movimiento Irene se puso en pie, desprendiéndose de mi verga y tomando a Samuel por un brazo para separarlo de Blanca y llevarlo al otro sillón. En ese mismo flujo y quedándome sin hembra para gozar, simplemente giré ciento ochenta grados y colocarme dentro de mi amada prima, clavándole la verga a la primera y sin avisar. Irene empujó a Samuel para que quedara sentado en el otro sillón y antes de que él pudiera proferir palabra alguna, se sentó en su verga. Seguimos fornicando como locos hasta que pasó lo inevitable.
—Te amo, Enrique, te amo primito, te amo, te amo —gritó Blanca con cada embestida que le daba.
Aquellas palabras siempre derretían mi corazón ya que como he explicado numerosas veces, yo también amaba a Blanca con una locura que iba más allá de cualquier convención y la consideraba mi mujer, pero aquel contexto en el que Samuel nada sospechaba de nuestra incestuosa relación, levantó sus alarmas de inmediato. Irene debió sentir que se le bajaba la erección o disminuía el ritmo de sus embestidas porque por tercera vez intervino para salvar el día.
—¿Te gustan mis tetas, papi? Cómetelas, cabrón —ordenó al tiempo que comenzó a golpear la cara de Samuel con tremendas tetas. Al final Samuel fue un hombre de verdad y se concentró en complacer a la mujer con la que estaba, que resultaba ser mi novia, Irene, pero yo estaba haciendo lo propio con mi adorada prima.
Pasamos otros minutos disfrutando, Irene gemía ruidosamente y yo aproveché para susurrar al oído de Blanca todo tipo de guarradas.
—Te amo más, primita, eres mi hembra, mi puta y mi diosa, ¿quieres que te llene de leche?
—Sí, papito, sí, lléname de tu semilla, quiero tener hijos contigo, quiero casarme contigo —respondió Blanca en el éxtasis previo al orgasmo.
Estoy seguro de que Irene y Samuel escucharon, pero también estaban disfrutando de lo lindo. Samuel pronto comprendió que el tipo de mujer que se estaba cogiendo, sin condón encima de todo, era algo a lo que raramente podría acceder. Ya he establecido antes que yo adoro a mi prima Blanca y su solo recuerdo hace que la verga se me ponga durísima, pero a pesar de que es una mujer joven, bonita y con buenas curvas, su poder sobre mí obedece a que es la mujer con la que crecí y ha sido objeto de mis más morbosas fantasías desde que era un adolescente, pero siendo objetivos, Irene es una hembra por la que cualquier tipo estaría dispuesto a matar.
Tetas enormes, culo respingado, ojos miel, labios carnosos, piel morena, una vagina apretada y mucha experiencia. Samuel estaba también teniendo el mejor día de toda su vida cogiéndose a mi novia. Más le valía callarse mientras yo disfrutaba de mi prima como indicaba mi derecho de nacimiento.
Comencé a sentir la inminencia de la eyaculación. Se lo hice saber a Blanca y, a través de un sonoro gruñido, también a Irene. Blanca me agarró de las nalgas para impedir que me saliera de ella, le daba igual que su novio estuviera a menos de tres metros de distancia, mi leche le pertenecía a ella. Por su parte, Irene comenzó a obrar su magia en Samuel: apretando sus paredes vaginales alrededor de su verga para facilitar el orgasmo. No sé cuántas veces lo había hecho Irene, les recuerdo que cuando la conocí era la puta de la facultad, pero conocía perfectamente los movimientos y sonidos de los hombres para saber el momento indicado.
Cuando Samuel estuvo a punto de eyacular, mi novia simplemente se sacó su verga y lo masturbó para que echara su semilla sobre su vientre, evitando cualquier riesgo. Por nuestra parte, cuando empecé a vaciarme dentro de Blanca, ella sólo cubrió mi boca con su mano para evitar cualquier evidencia sonora de que le estaba llenando el coño de leche. No dejé de bombear hasta que estuve seguro de que todo mi semen estaba dentro de ella. Me desplomé sobre ella y volví a susurrar un tímido “te amo” en su oído. Ambas parejas nos quedamos disfrutando el postcoito un minuto.
Luego la vergüenza de haber salpicado a Irene se apoderó de Samuel, quien corrió al baño en busca de algo de papel para limpiarla. Blanca y yo aprovechamos para separarnos y mi prima colocó su palma bajo su coño para recibir el exceso de leche y metérsela a la boca antes de que Samuel volviera. Después de haber limpiado el vientre desnudo de mi novia, Samuel se sentó confundido en el sillón. Blanca, la prima de mis sueños, volviendo a su papel de buena novia, fue a su encuentro e Irene volvió a mi lado.
Los cuatro nos colocamos los shorts y bikinis, respectivamente, pero las mujeres dejaron sus pechos al descubierto. Abrí otra botella de vino en silencio y serví cuatro copas. Cada pareja se encontraba muy pegada los unos a los otros. La sala olía a sexo: semen, sudor y secretos que ya nadie guardaba.
Después de la segunda ronda de copas el ambiente se volvió relajado y comenzamos a compartir detalles del encuentro. Fue un momento surreal en el que verbalicé frente a Samuel las particularidades del sabor de los pezones de Blanca y él a su vez describió con detalles casi técnicos la presión ejercida por las paredes vaginales de Irene. Blanca a su vez nos deleitó con una descripción de la textura de mi glande e Irene fue muy precisa a la hora de narrar la eyaculación de Samuel. Ante cada comentario, todos escuchábamos con atención y celebrábamos la conclusión a la que cada quien llegaba, chocando nuestras copas y disfrutando el momento.
Llegó la hora de dormir y nos despedimos antes de que cada pareja entrase a su habitación. Yo me despedí de Blanca con un tierno beso en los labios. Irene y Samuel lo hicieron con un amistoso abrazo y con la mano de mi novia rozando el pene de Samuel en un sutil movimiento.
En el cuarto Irene se apresuró para darse un baño rápido. Cuando salió yo la esperaba desnudo y con una erección monumental. No le di tiempo de reaccionar. Me lancé sobre ella lleno de lujuria y amor, si bien había permitido que otro hombre se la cogiera, agradecí infinitamente que no hubiese permitido que la llenara de leche, y debía marcar mi territorio a tiempo. La tumbé sobre la cama y volví a entrar en ella antes de que pudiera mojarse, rozando sus paredes secas un par de veces con mi glande hinchado.
—Te amo, Irene, eres mía, eres mi mujer, mi puta y mi diosa —repetí la consigna esta vez sin susurros —y no quiero que nadie más esté dentro de ti, sólo yo. Te quiero llenar de leche, preñarte y casarme contigo —recé entendiendo que Blanca había permitido que Samuel terminara dentro de ella varias veces “para guardar las apariencias” mientras que Irene, la puta de la universidad que nadie valoraba, había demostrado, aún en esas circunstancias, una lealtad férrea hacia mí, impidiendo que otro hombre la inseminara. Lo de Blanca habían sido años de locura, felicidad y calentura, pero el verdadero amor de mi vida, ahora que estábamos a punto de graduarnos de la universidad, era aquella morena de enormes pechos.
—Te amo, cabrón, eso es todo lo que quería escuchar, hoy no me tomé la pastilla pensando en ti, no dejaría que nadie más me preñara, ya sabes qué hacer.
Aquella frase me dio una lucidez que jamás había experimentado. Eyaculé tanto dentro de Irene que creo que perdí el sentido durante algunos segundos. Cuando volví a la consciencia, estaba abrazado a las tetas de Irene y mi leche escurría de su coño. Ella me acariciaba la cabeza con ternura casi maternal.
—Estoy ovulando, Enrique, todo depende de ti.
Nos quedamos dormidos abrazados y en la madrugada cuando desperté, volví a metérsela en seco y a eyacular los restos de mi leche dentro de ella, quien seguía medio dormida pero me recibió con amor y lujuria.
Al día siguiente volvimos a la ciudad y el trayecto tuvo un ambiente inmejorable. Cordial y cómplice.
Regresamos a la normalidad durante algunas semanas cuando recibí dos noticias iguales pero a la vez diametralmente opuestas. Tanto Irene como Blanca estaban embarazadas y yo era el responsable.
El bebé de Irene era mío, yo lo daba por hecho. Fui testigo de cómo impidió que Samuel eyaculara dentro de ella. En cuanto a Blanca, me explicó, aquella noche Samuel no pudo más y un par de semanas más tarde cuando se hizo la prueba y salió positiva, lo buscó y forzó que eyaculara dentro de ella, para guardar las apariencias: su bebé también era mío. Mi sueño más alocado se había convertido en verdad: preñando a las dos mujeres de mi vida.
Irene y yo nos casamos al mes, antes de que se le notara y pudiera lucir un vestido en presencia de su familia y amigas. Su padre tardó años en perdonarme, pero al ver mi devoción por aquella mujer, poco a poco me hizo un lugar en su familia y en su mesa.
Blanca se casó con Samuel a pocos meses de dar a luz, en una ceremonia muy elegante patrocinada por la adinerada familia del novio. Irene y yo asistimos como un joven matrimonio y nadie sospechó nada.
Mis bebés nacieron con un par de semanas de diferencia. Con Irene tengo un varón y con Blanca una bella niña.
Mi madre, que es paranoica por naturaleza, sospecha de la paternidad de su sobrina segunda, pero guarda sus ideas para sí, ya que en papel todo esta en orden. Blanca y Samuel son padrinos de mi primogénito e Irene y yo regresamos el gesto apadrinando a la niña que tiene mis ojos.
Cada año volvemos a Vallarta a revivir aquel fin de semana de ensueño. Irene es una mujer leal y no permite que nadie más eyacule en ella. En cuanto a Blanca, mi prima adorada, mi primer amor y madre de mi segunda hija, jamás será capaz de negar que la llene de semen, por eso la amo y la amaré por el resto de mis días.
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Exelente historia
Muchas gracias por leer!
Excelente relato cogiste a las dos y las embarazaste que más wuerias
¡Muchas gracias por leer!