Intercambio en la ciudad (2)

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El aire de la tarde era cálido, pero no tanto como los cuerpos que aún ardían tras la orgía en el interior de la casa. Carlos, con una sonrisa pícara dibujada en los labios, bajo las escaleras y se acercó a la puerta corrediza que daba al jardín, donde la piscina brillaba bajo la luz del sol. El agua, tranquila y oscura, reflejaba destellos que bailaban sobre la superficie como promesas de lo que estaba por venir.

—¿Por qué no llevamos esto afuera? —propuso, con su voz grave y sugerente—. El agua está perfecta, y la tarde… bueno, la tarde es nuestra.

Mirta, que aún respiraba con cierta agitación tras el último orgasmo, sintió cómo el desafío en sus palabras encendía algo nuevo dentro de ella.

-No trajimos ropa para la piscina- dijo Mirta

-No importa- dijo Elena- Vamos a nadar desnudos – Y miró a Pedro, cuyos ojos ya brillaban con anticipación. Su pija ya con una insipiente erección que no hacía más que crecer y crecer. Ya no necesitaban más invitación. Todos procedieron a bajar las escaleras con rumbo a la piscina.

Con movimientos lentos y deliberados, Mirta se acercó a Pedro, sus pies en contacto sobre el mármol del piso. Las uñas rosa pastel, brillantes bajo la luz del Sol, rozaron el pecho de Pedro mientras deslizaba una mano hacia abajo, acariciando el contorno duro de su pija que ya estaba erecta en su máxima expresión.

—¿Te gusta la idea, cariño? —susurró, su aliento caliente contra su oído—. Imagínate… el agua fría, nuestros cuerpos resbaladizos… y el riesgo de que alguien nos vea.

Pedro suspiro, sus manos cerrándose alrededor de su cintura con posesión. Caminaron hasta la piscina juntos de la mano, al llegar ahí….

—Mi amor… —Su voz era suave, casi un gemido—. Me tienes tan duro que duele.

Ella no respondió con palabras. En su lugar, dio un paso atrás, justo se posiciono detrás de él , y con un movimiento fluido de su mano, lo comenzó a masturbaba y con la otra se tocaba ella misma.

Pedro no pudo resistirse más, se giro quedando frente a ella, sus manos hundiéndose en el pelo de Mirta mientras la besaba con ferocidad, sus lenguas enredándose en un baile húmedo y desesperado. Ella gimió contra su boca, sus dedos trabajando rápido en la pija de él, llevándolo al borde del orgasmo. El miembro, grueso y palpitante de Pedro, ya había alcanzado su máxima dureza, listo para ser devorado.

Pero Mirta tenía otros planes.

Con una sonrisa malvada, se dio la vuelta y, sin soltar su mirada de Pedro, se sumergió en la piscina. El agua fría la envolvió de inmediato, erizando su piel y haciendo que sus pezones se endurecieran aún más de lo que ya estaban por la excitación de tocar a su pareja. Emergió unos metros más allá, sacudiendo la cabeza para quitarse el agua del rostro, sus labios pintados de un rojo obsceno.

—Ven por mí —lo desafió, su voz un susurro seductor que se mezclaba con el chapoteo del agua.

Pedro no lo pensó dos veces. Se zambullo con un movimiento apresurado. Su cuerpo, cubierto de un vello oscuro, brilló bajo la luz del Sol antes de zambullirse tras ella. Cuando emergió, el agua le corría por el pecho, mientras nadaba hacia Mirta con determinación.

Ella lo recibió con las piernas abiertas, flotando sobre su espalda mientras él la acercaba, sus manos bajo su culo, levantándola justo lo suficiente para que pudiera sentir la cabeza de su pija rozando su entrada. El contraste del agua fría y el calor de sus cuerpos era intoxicante.

—¿Listo para cogerme aquí, donde cualquiera podría vernos? —preguntó Mirta, sus uñas clavándose en sus hombros mientras lo miraba con ojos llenos de lujuria.

Pedro no respondió. En su lugar, la empujó suavemente hacia el borde de la piscina, donde ella se aferró con las manos, el culo firme y mojado expuesto hacia él, bajo sus manos y fue a acariciar la vagina de Mirta, descubriendo los labios rosados y brillante de excitación de su sexo.

—No necesito palabras —susurro al oído de Mirta, alineando su pija con su entrada—. Necesito esto.

Y entonces la penetró.

Mirta jadeó, el agua salpicando alrededor de ellos mientras él la empalaba de un solo movimiento, llenándola hasta el fondo. El estiramiento era delicioso, casi doloroso, pero ella lo quería todo. Se arqueó hacia atrás, ofreciéndose, mientras Pedro empezaba a moverse con un ritmo frenético, sus caderas chocando contra su culo cada vez que se hundía en ella.

—¡Más fuerte! —suplicó Mirta, su voz ahogada por los gemidos que escapaban de su garganta—. ¡Que me duela mañana, hijo de puta!

Pedro obedeció. Sus embestidas se volvieron más brutales, el agua chapoteando violentamente a su alrededor, salpicando fuera de la piscina con cada golpe. El sonido húmedo de sus cuerpos chocando se mezclaba con los jadeos de ella y los gruñidos de él. Mirta podía sentir cómo su conchita se apretaba alrededor de su pija con cada embestida, sus paredes internas masajeándolo, arrastrándolo hacia un orgasmo que ya sentía cercano.

—¡Me voy a correr! —anunció Pedro, su voz tensa, los músculos de sus brazos temblando por el esfuerzo de contenerse.

—No —ordenó Mirta, aguanta un poco mas – apretando los músculos de su vagina alrededor de él con fuerza—. Dentro. Quiero sentirte adentro, llenándome.

Eso fue todo lo que necesitó. Con un último empujón profundo, Pedro se enterró en ella y soltó su carga, su semen caliente inundando su vagina mientras un gemido gutural escapaba de sus labios. Mirta sintió cada chorro, cada espasmo de su pija dentro de ella, y eso la llevó al borde. Con un grito ahogado, su propio orgasmo la golpeó, sus músculos contrayéndose alrededor de él mientras las olas de placer la dejaban temblando, el agua de la piscina haciendo que cada sensación fuera aún más intensa.

Exhaustos, jadeantes, se dejaron caer contra el borde de la piscina, sus cuerpos aún entrelazados. El agua fresca los envolvía, refrescando sus pieles calientes, mientras intentaban recuperar el aliento. Mirta se giró lentamente, enfrentando a Pedro, sus piernas aún temblorosas. Sus ojos brillaban con una mezcla de satisfacción y algo más… algo vulnerable, casi tierno.

Él no dijo nada al principio. Solo la miró, su mano levantándose para acariciar su mejilla mojada, sus dedos trazando el contorno de sus labios hinchados por los besos y los mordiscos. Luego, inclinándose, sus labios rozaron su oreja, su aliento caliente haciendo que un escalofrío recorriera su espalda.

—Esto no se queda aquí —susurró, su voz un ronroneo peligroso—. Esto apenas comienza.

Mirta cerró los ojos, saboreando las palabras, pero también el peso de lo que implicaban. Cuando los abrió de nuevo, su mirada se encontró con la de él y recordó que no estaban solos.

El agua de la piscina aún se mecía en suaves olas alrededor de los cuerpos entrelazados de Mirta y Pedro, sus respiraciones entrecortadas mezclándose con el crujido de las hojas movidas por la brisa de la tarde. Los labios de ella seguían hinchados por los besos voraces, y el pecho de él subía y bajaba con un ritmo acelerado. Fue entonces cuando Mirta, con los ojos aún nublados por el placer reciente, notó un movimiento cerca de la piscina. Sobre una de las reposeras de mimbre, parcialmente oculta por la sombra de un árbol, los cuerpos de Elena y Carlos se movían en una coreografía obscena.

Elena estaba arrodillada entre las piernas abiertas de Carlos, su boca trabajando con una habilidad que hacía que los gemidos de él resonaran en el aire cálido. Sus labios, brillantes por la saliva y el pre-semen, se deslizaban a lo largo del eje grueso de su pija, deteniéndose para lamer la punta hinchada antes de tragársela de nuevo, esta vez más profundo, hasta que su nariz rozaba el vello rizado de su ingle. Carlos tenía una mano enredada en el cabello castaño de Elena, guiando sus movimientos con suaves tirones, mientras la otra apretaba el brazo de la reposera, los nudillos blancos por la tensión. Un hilo de baba escapó de la comisura de los labios de Elena y resbaló por su boca, brillando bajo la luz de la tarde.

Mirta sintió cómo su propio cuerpo reaccionaba al espectáculo. El calor se acumuló entre sus muslos, ya húmedo por el sexo en el agua. Sus uñas rosas, antes hundidas en la espalda de Pedro, ahora se clavaron en sus propios muslos, como si intentara contener el impulso de tocarse. Pero no pudo resistirse. Con movimientos lentos, casi imperceptibles, deslizó una mano bajo el agua, hacia el centro de su deseo. Sus dedos encontraron los labios de su vagina y los apartaron, exponiendo su clítoris hinchado al roce circular de sus yemas. Un suspiro escapó de sus labios entreabiertos, y Pedro, que seguía con la mirada fija en el espectáculo frente a ellos, notó el cambio en su respiración.

—Hermoso —murmuró él, la voz ronca—, me vuelve loco que estén haciendo esto aquí mismo.

Mirta no respondió con palabras. En lugar de eso, separó un poco más las piernas bajo el agua, permitiendo que sus dedos se hundieran entre los pliegues resbaladizos de su vagina. El sonido húmedo de su propia excitación se mezcló con los chasquidos obscenos de la felación de Elena. Carlos gruñó algo incoherente, sus caderas levantándose del cojín de la reposera en un intento por empujar su pija más adentro de esa boca caliente. Pero Elena no se dejó dominar. Se irguió de repente, liberando su presa y se limpió los labios con el dorso de la mano antes de sonreír, directamente hacia Mirta.

—Te gusta lo que ves, ¿verdad? —preguntó Elena, su voz un ronroneo cargado de promesas. No esperaba respuesta. Con un movimiento fluido, se levantó y, sin demorar mas tiempo, se montó a horcajadas sobre Carlos. Sus muslos, bronceados y tonificados, se apretaron alrededor de sus caderas mientras ella tomaba su pija con una mano y la guiaba hacia su entrada. No hubo prisa, ni pudor. Simplemente se hundió sobre él, tragándose cada centímetro de su verga con un gemido largo y gutural.

—Estás apretadísima Elena—jadeó Carlos, sus manos agarrando las caderas de Elena con fuerza, los dedos hundiéndose en su carne—. Así, así justamente…

Elena comenzó a moverse, balanceándose hacia adelante y hacia atrás con un ritmo que hacía rebotar sus pechos libres, los pezones duros como piedras bajo la luz del atardecer. Pero sus ojos nunca dejaron a Mirta. Era como si cada embestida, cada gemido que escapaba de su garganta, estuviera dirigido a ella, una invitación silenciosa pero ineludible. Mirta no pudo apartar la mirada. Sus dedos trabajaban más rápido ahora, frotando su clítoris con movimientos precisos mientras su otra mano se deslizaba hacia arriba, bajo el agua, para pellizcar un pezón erecto.

—Quiero que se una —dijo Elena de repente, deteniendo sus caderas por un segundo, su voz firme a pesar del jadeo—. Pedro veni, quiero chupársela mientras Carlos me folla el culo.

La petición colgó en el aire, cruda y directa. Carlos trata de dar una respuesta, pero no puedo, sus ojos oscureciéndose con una lujuria renovada.

—Dale, putita —murmuró él, dándole un azote en el trasero que resonó como un disparo—. Trae a ese hombre aquí.

Pedro miro a Mirta esperando su aprobación, ella lo beso apasionadamente y ya no necesitaba más incentivo ni permiso. Salió del agua con un movimiento rápido, el líquido resbalando por su torso mientras se secaba el agua con una toalla y la arrojaba al suelo. Elena no perdió tiempo. Se deslizó de la pija de Carlos con un gemido de protesta y se arrodilló frente a Pedro, sus manos yendo a su pija.

—Déjame a mí —susurró Elena con una lentitud deliberada comenzó a besarle la pija. El sonido de sus besos casi tan erótico como el gemido ahogado que escapó de los labios de Pedro cuando su pija fue comida por completo por Elena, después se la saco por completo de su boca y Elena admirando la longitud y grosor de la pija de Pedro por unos segundos antes de lamerse los labios—. Dios, qué bonita —murmuró, y luego, sin más preámbulos, se la llevó a la boca nuevamente.

El calor húmedo de su boca envolvió la punta de su pija, y Pedro soltó un gemido profundo, sus manos yendo instintivamente hacia la cabeza de Elena. Pero ella no le permitió controlar el ritmo. Sus labios se cerraron alrededor del tronco, y comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo con una técnica que hizo que las rodillas de Pedro temblaran. Cada vez que bajaba, su garganta se abría para acomodar más de él, y cada vez que subía, su lengua se enroscaba alrededor del glande sensible.

Mientras tanto, Carlos no había perdido tiempo. Con Elena en cuatro patas frente a Pedro, su culo redondo y perfecto quedó expuesto, los cachetes separados justo lo suficiente para revelar su ano apretado, aún brillante por los fluidos de su propia concha. Carlos escupió en su mano y se frotó la pija, ya dura de nuevo, antes de posicionarse detrás de ella.

—Agárrate, putita —advirtió, y entonces empujó.

Elena gritó alrededor de la pija de Pedro, el sonido vibrando a lo largo de su longitud mientras Carlos se hundía en su ano con un solo movimiento brutal. Sus caderas chocaron contra la cola de Elena, y ella arqueó la espalda, empujando hacia atrás para tomar más de él. El contraste era obsceno: la boca de Elena llena de la pija de Pedro, mientras su culo era estirado sin piedad por Carlos. Los gemidos de ella se volvieron ininteligibles, ahogados por la carne que le obstruía la garganta, pero sus ojos, llenos de lágrimas de placer, seguían fijos en Mirta.

Mirta no podía apartar la vista. Su propia mano trabajaba frenéticamente entre sus piernas, sus dedos empapados en sus jugos mientras se frotaba el clítoris con movimientos circulares y rápidos. su vagina brillando bajo el atardecer. Se acercó a Pedro por detrás, presionando su cuerpo contra el de él, sus pechos aplastados contra su espalda mientras deslizaba una mano hacia abajo, sobre su abdomen, hasta encontrar la base de su pija, donde los labios de Elena la devoraban.

—Te gusta, ¿verdad? —susurró Mirta al oído de Pedro, su aliento caliente haciendo que él se estremeciera—. Te gusta que esta puta te chupe mientras su marido se la mete por el culo.

Pedro gimió, sus manos apretando con más fuerza el cabello de Elena.

—Sí, amor, sí —jadeó—. Pero me gustaría más si vos también te unieras.

Mirta sonrió, sus uñas rosas arañando ligeramente la piel de su abdomen antes de subir, hacia sus pezones. Pero no fue allí donde se detuvo. En lugar de eso, se inclinó hacia adelante, acercando su boca al oído de Elena.

—Chúpasela bien, putita —ordenó, su voz un susurro venenoso—. Porque cuando termine de acabar, quiero sentir tu lengua en mi conchita.

Elena gimió en respuesta, el sonido vibrando alrededor de la pija de Pedro, y redobló sus esfuerzos, sus mejillas hundiéndose mientras lo profundizaba una y otra vez. Carlos, detrás de ella, no se quedó atrás. Sus embestidas se volvieron más brutales, el sonido húmedo de sus pelotas golpeando contra la vagina de Elena mezclándose con los jadeos y gemidos de todos.

—Voy a acabar putita —anunció Carlos, su voz un gruñido animal—. Voy a llenarte el culo, puta.

—Hazlo —jadeó Elena, liberando por un segundo la pija de Pedro para hablar—. Lléname, hijo de puta, quiero sentirla toda adentro.

Eso fue todo lo que Carlos necesitaba. Con un último empujón, se hundió hasta el fondo, sus caderas temblando mientras su semen caliente inundaba el ano de Elena. Ella gritó, su cuerpo sacudiéndose con el orgasmo que la atravesó, sus músculos internos apretando la pija de Carlos mientras él seguía bombeando, vaciándose dentro de ella.

Pedro no duró mucho más. Con la boca de Elena trabajando sin descanso y las palabras sucias de Mirta resonando en su mente, sintió cómo el orgasmo lo arrasaba. Agarró la cabeza de Elena con ambas manos, empujando su pija hasta el fondo de su garganta justo cuando el primer chorro de semen brotó de él. Elena lo hizo venirse sobre sus pechos, con sus ojos llorosos pero triunfantes.

Mirta no pudo contenerse más. El espectáculo, las palabras, el aire cargado de sexo… todo la llevó al borde. Con un grito ahogado, sus dedos se hundieron en su vagina palpitante, frotando su clítoris con una furia desesperada hasta que el orgasmo la golpeó como una ola. Su cuerpo se arqueó, sus uñas rosas arañando la espalda de Pedro mientras las contracciones de su vagina la dejaban sin aliento. El placer la cegó, sus muslos temblando, sus jugos resbalando por sus dedos y mezclándose con el agua de la piscina que aún goteaba de su piel.

Durante un largo momento, solo hubo jadeos y suspiros, el sonido de cuerpos recuperándose del éxtasis. Luego, Elena se rio, un sonido suave y satisfecho, mientras se limpiaba la comisura de los labios con el dorso de la mano.

—Dios —dijo, mirando a Mirta con una sonrisa pícara—, eso fue… increíble.

Mirta, aún temblorosa, asintió, su pecho subiendo y bajando con respiraciones profundas.

—Increíble no alcanza para describirlo —respondió, su voz aún temblorosa por el orgasmo.

Carlos, recostado en la reposera con una sonrisa perezosa, extendió una mano hacia Pedro.

—Bienvenidos a nuestra casa —dijo, riendo—. Creo que esto se va a convertir en una tradición.

Pedro, aun recuperándose, asintió, pasando un brazo alrededor de la cintura de Mirta y atrayéndola hacia él. Ella fue sin resistencia, su cuerpo aun vibrando con los ecos del placer.

—Yo no me opongo —murmuró Mirta, apoyando su cabeza en el hombro de Pedro—. De hecho, insisto.

Y entre risas cómplices y miradas cargadas de promesas, la noche se extendió ante ellos, llena de posibilidades. El aire olía a sexo, a cloro y a sudor, y ninguno de ellos tenía prisa por que terminara. Porque, después de todo, algunas experiencias no eran solo para una noche. Eran el comienzo de algo mucho más delicioso.

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