La Gemma de la familia: La putita de su tío

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Sin interrumpir el ritmo, Rafael la levantó con una fuerza que la hizo jadear, sus manos fuertes la sujetaron por las caderas mientras mantenía su miembro profundamente dentro de ella. Con un movimiento fluido, se sentó en el sillón de cuero, el frío de la superficie contrastaba con el calor ardiente de sus cuerpos. Gemma quedó sentada sobre él, sus piernas abiertas a ambos lados de las suyas, sus muslos temblaban mientras su vagina seguía envuelta alrededor de su erección.

La nueva posición intensificaba todo: sentía cada centímetro de él, grueso y duro, llenándola de una manera que la hacía gemir sin control. Sus senos se mecían con cada movimiento, rozando el pecho de Rafael, y sus manos se deslizaron por su propia piel, acariciando sus tetas sensibles mientras sus caderas comenzaban a moverse instintivamente, buscando más de ese placer devastador.

Su tío gruñó, sus manos apretaban las nalgas de Gemma con una posesividad que la hacía estremecer. —Mírate… tan entregada —susurró, mientras sus ojos recorrían su cuerpo expuesto. Sus manos guiaban sus movimientos, haciéndola subir y bajar sobre él, cada descenso enviaba oleadas de placer que la hacían gemir más fuerte. Gemma, perdida en el éxtasis, inclinó la cabeza hacia atrás, su cabello rojizo caía como una cascada mientras sus gemidos llenaban la sala, mezclándose con el sonido de sus cuerpos y el crujido del cuero bajo ellos.

—¿Qué sientes? —preguntó, mientras su respiración se volvía pesada.

—Es… delicioso —jadeó Gemma, su voz estaba entrecortada por el placer, su cuerpo temblaba mientras se ajustaba a la sensación abrumadora de tenerlo dentro—. Jamás pensé que el sexo con mi propio tío fuera tan… tan delicioso. —Sus palabras eran un susurro desesperado, su cuerpo se movía instintivamente para buscar más de ese placer indescriptible.

Rafael soltó una risa baja, cargada de deseo, y su mano descendió con fuerza, dando una fuerte nalgada sonora en una de las nalgas firmes de Gemma. El impacto la hizo gemir, un calor ardiente se extendió por su piel. —Cabalga, princesa —gruñó, su voz vibraba con una mezcla de ternura y depravación—. Vuélvete mi putita.

Sin pensarlo dos veces, Gemma se acomodó en cuclillas sobre él, sus muslos temblaban mientras se alzaba y descendía con fuerza, dándose sentones que hacían que su cuerpo se estremeciera. Pensaba que debía aprovechar cada centímetro de esa enorme verga, que llenaba su interior con una intensidad que la hacía gritar. Rafael, perdido en el placer, inclinó su rostro hacia sus tetas, lamiendo sus pezones con avidez, aunque los rebotes de su cuerpo apenas se lo permitían. Su lengua rozaba los picos endurecidos, succionándolos con un hambre que arrancaba gemidos agudos de Gemma.

Sus manos, fuertes y posesivas, se aferraron a las nalgas bien formadas de su sobrina, masajeándolas con una mezcla de rudeza y reverencia, sus dedos se hundían en la carne suave. Cada tanto, una nueva nalgada resonaba en la sala, el sonido se mezclaba con los jadeos de su sobrina, que ponía sus manos en la cabeza de Rafael, enredando sus dedos en su cabello mientras gritaba de placer. —¡Aaah, sí, ¡qué rico, cabrón! ¡Qué rico es coger contigo! —gimió, su voz estaba rota por el éxtasis, sus caderas se movían con más ímpetu, buscando cada vez más profundidad.

Su tío gruñó contra su piel, sus manos apretaban con más fuerza mientras respondía. —Eres una mujer muy caliente… una tremenda puta en apogeo —dijo, sus ojos brillaban con una posesividad salvaje—. Y por siempre serás mi perra.

Rafael, con un gruñido bajo, le pidió a Gemma que parara, su voz estaba cargada de deseo. Sacó su verga, gruesa y palpitante de la vagina de su sobrina, dejándola, temblando de necesidad. Con manos fuertes, la giró y la colocó en cuatro sobre el sillón. Gemma, con el corazón latiendo desbocado, pensó que él penetraría su ano por primera vez. Instintivamente, sus manos se deslizaron hacia sus nalgas, abriéndolas con timidez, pero con una invitación clara, la piel suave de sus glúteos temblaba bajo sus propios dedos.

Pero Rafael tenía otros planes. En lugar de lo que ella esperaba, volvió a hundir su verga en su vagina, deslizándose con una estocada profunda que la hizo jadear. El vaivén de sus movimientos era implacable, cada embestida era un impacto que resonaba en la sala, el choque de las nalgas firmes de Gemma contra el pubis de su tío creaba un ritmo sensual, cachondo, casi hipnótico. La sala olía a sexo, a lujuria desenfrenada, el aire cargado con el aroma almizclado de sus cuerpos y el sonido húmedo de sus uniones.

Él, con un movimiento fluido, tiró de ella hacia arriba, haciendo que su espalda se pegara a su pecho musculoso. Sus labios encontraron la nuca de Gemma, besándola con una intensidad que la hizo estremecer, su lengua trazaba senderos cálidos sobre la piel sensible mientras sus manos, grandes y posesivas, subieron para apretar sus senos. Los masajeó con fuerza, sus dedos pellizcaban los pezones de su sobrina con una presión que oscilaba entre el dolor y el placer, arrancando gemidos agudos de los labios de Gemma. Ella, extasiada, arqueaba la espalda, sus manos se aferraban al sillón mientras su cuerpo se rendía al torbellino de sensaciones.

—¡Aaah, sí! —gimió, cada embestida de su tío enviaba oleadas de éxtasis que la hacían temblar.

—Tu vagina es muy apretadita —jadeó Rafael—. Había soñado con este momento desde hace días. Es la mejor vagina de una joven que he probado en mi vida… otras no son tan deliciosas ni apretadas como la tuya.

Gemma, perdida en el placer, sintió un cosquilleo de curiosidad atravesar su éxtasis. Sus caderas se movían al ritmo de las embestidas, su cuerpo temblaba mientras preguntaba, con voz entrecortada por los gemidos: —¿Cuáles… cuáles otras jóvenes has probado?

Rafael soltó una risa baja, sus manos apretaban más fuerte sus nalgas mientras seguía penetrándola, su respiración era agitada. —Eres muy curiosa —dijo, con voz entrecortada por el esfuerzo y el deseo—. Te lo diré… la de tu amiga Sofía, la de tu amiga Lila… y la de tu prima Vero.

Gemma, sorprendida, dejó escapar un grito ahogado, sus ojos se abrieron de par en par mientras sentía la verga de Rafael entrar y salir, cada embestida amplificaba el placer que la consumía. —¿Qué? ¿También con Vero? ¿Tu propia hija? —preguntó, su voz era temblorosa, mezcla de conmoción y una excitación morbosa que la hizo estremecer. La idea de que ella, su prima, hubiera compartido esa intimidad con su propio padre era un pensamiento deliciosamente prohibido, que hacía la escena aún más intensa. —No sabía que ella fuera… tan zorra —susurró, sus gemidos se intensificaban mientras su cuerpo se arqueaba, buscando más profundidad.

Rafael gruñó, sus manos seguían masajeando las nalgas de Gemma, el choque de sus cuerpos marcaba un ritmo hipnótico. —Así es, mi amor —respondió, con una depravación que la hacía temblar—. En su última fiesta, la desvirgué como regalo. ¿Qué piensas de eso?

Los gemidos de Gemma se convirtieron en gritos, su cuerpo temblaba mientras el placer y la confesión de su tío la llevaban al borde. —¡Oooh, aaaah, es muy rico saberlo! —jadeó, su voz estaba rota por el éxtasis, sus manos se aferraron al sillón mientras gritaba —. ¡Qué rica confesión tío, que rico que te cojas a tu propia hija, mi amor!

Después de minutos de embestidas intensas, se detuvo, su respiración era pesada mientras sacaba su verga de la vagina estrecha de su sobrina. Con un movimiento brusco pero cargado de deseo, jaló la falda escolar, arrancándola por completo y dejándola caer al suelo, dejando a Gemma completamente expuesta salvo por los restos de su blusa. Luego, se acostó en la alfombra, su cuerpo grande y musculoso se extendió como una invitación.

Gemma, temblando de anticipación, se acostó junto a él, de espaldas, su piel cálida se presionó contra el pecho de Rafael. Sintió la dureza de su verga deslizarse entre sus nalgas, caliente y pesada, rozando la piel sensible con una promesa que la hizo jadear. Pero su tío con una mano fuerte levantó la pierna derecha de Gemma, sosteniéndola en el aire para exponer su intimidad húmeda y palpitante. En esa posición, vulnerable y abierta, volvió a embestirla, su verga se metió profundamente en su vagina con una estocada lenta pero implacable. El ángulo era devastador, llenándola por completo, mientras ella gemía sin control.

—¡Más, por favor, dame más verga! —gritó Gemma, sus caderas se movían para encontrar cada embestida. Sus manos se aferraban a la alfombra, sus tetas rebotaban con cada movimiento, mientras el placer la consumía, un fuego que ardía desde su interior y se extendía por todo su cuerpo.

Rafael gruñó, su mano libre apretó una de sus nalgas mientras sostenía su pierna con firmeza. —Eres mi putita personal —le gritó, con lujuria posesiva, sus embestidas se aceleraban, el sonido húmedo de sus cuerpos chocaba inundaba la sala—. Esta verga es la única que entrará en ti, ¿entendiste?

Gemma, perdida en el torbellino de sensaciones, jadeaba y gemía, su cuerpo temblaba mientras asentía con fervor, sus gritos llenaron el espacio. —¡Sí, sí, solo tuya! —respondió, su voz era un lamento desesperado de placer. La sala, impregnada del olor a sexo y el eco de sus gritos, era un santuario de lujuria desenfrenada.

Durante casi media hora, la penetró con un ritmo salvaje, su verga gruesa y venosa entraba y salía de aquella estrecha vagina, cada embestida era un impacto que resonaba en la sala. Sus manos, grandes y posesivas, jalaban sus senos con una intensidad casi feroz, sus dedos pellizcaban y retorcían sus pezones hasta el borde del dolor, arrancando gemidos agudos de los labios de su sobrina. Ella arqueaba la espalda, sus caderas se movían al ritmo de él, cada tirón en sus senos enviando descargas de placer que la hacían temblar.

Un nuevo orgasmo la invadió, un estallido que la hizo gritar, su cuerpo convulsionó mientras su vagina se contraía alrededor de la verga de su tío, empapándola con su humedad. —¡Me encanta cómo mojas mi verga con tus orgasmos! —gruñó Rafael, mientras sus manos seguían amasando los senos de su sobrina, apretándolos con una fuerza que la hacía jadear. No se detuvo, sus embestidas continuaron, el vaivén salvaje llenaba la sala con el sonido húmedo de sus cuerpos chocando, el aire cargado con el aroma almizclado del sexo.

Gemma, con la pierna derecha aún levantada y sostenida por su tío, sentía cada centímetro de él dentro de ella. Pronto, notó un cambio en el ritmo, las embestidas de Rafael se volvieron más lentas, más deliberadas, su cuerpo se apretó más contra el de ella, sus manos se hundieron en su carne. —¡Toma mi leche, putita! —jadeó, su voz vibraba con una intensidad posesiva—. ¡Quiero llenar tu vagina! —Con un gruñido profundo, se liberó dentro de ella, su semen caliente la inundó, cada pulso de su orgasmo la hizo gemir mientras su cuerpo se rendía al placer.

Gemma sentía los chorros calientes y viscosos de la venida de su tío llenando su vagina, cada pulso de su semen blanco inundaba sus entrañas con un calor que la hacía estremecer. La sensación era abrumadora, reminiscentes de los chorros que había sentido en su garganta horas antes, pero ahora más profundos, más íntimos. Para ser su primera vez, estaba extasiada, su cuerpo temblaba de placer tras casi dos horas de un frenesí desenfrenado. Se quedó acostada en la alfombra, su respiración era agitada, mientras sentía cómo la lechita caliente escurría lentamente de su vagina, deslizándose por la curva de sus nalgas y goteando sobre la alfombra, dejando un rastro.

Con una curiosidad sensual, Gemma llevó una mano temblorosa a su intimidad, sus dedos se deslizaron por los labios resbaladizos de su vagina, explorando la mezcla de su propia humedad y el semen de su tío. Los llevó a su boca, sus labios los envolvieron con avidez, saboreando el sabor salado y cálido con un gemido suave. La sensación era embriagadora, un acto de entrega que la hacía sentirse poderosa y deseada. Sus ojos buscaron a Rafael, que yacía a su lado, con su torso musculoso reluciendo con sudor, los músculos de sus brazos y abdomen definidos bajo la luz, y su respiración aún pesada por el clímax.

—Qué rico me cogiste, tío —susurró Gemma, su voz estaba cargada de satisfacción, mientras lamía lentamente sus dedos, sus ojos verdes brillaban con una mezcla de timidez y lujuria. Su cuerpo, todavía temblando, se arqueó ligeramente, sus pechos subían y bajaban con cada respiración, mientras la sensación de su vagina llena seguía pulsando en su interior.

Rafael la miró, una sonrisa torcida curvó sus labios. La sala, silenciosa salvo por el eco de sus respiraciones y el leve goteo de su unión en la alfombra, era un santuario de pasión consumada, donde cada roce, cada sabor, los había llevado a un éxtasis que resonaba en sus cuerpos exhaustos.

Rafael comenzó a vestirse con movimientos lentos pero deliberados, se ponía la camiseta y los jeans, su presencia era pura masculinidad cruda. Se agachó para recoger las braguitas blancas de su sobrina, empapadas y arrugadas, y las sostuvo en la mano, llevándolas a su rostro para inhalar su aroma antes de guardarlas en el bolsillo de su pantalón. —Me las llevaré como recuerdo de esta gran tarde, sobrinita —dijo, con una promesa sensual, sus ojos destallaban lujuria mientras la miraba.

Gemma, aun temblando por el orgasmo reciente, sintió un cosquilleo recorrer su cuerpo ante sus palabras. Rafael se acercó, extendiendo una mano fuerte para ayudarla a levantarse de la alfombra. Sus dedos ásperos rozaron su piel, enviando un escalofrío por su espalda. —Me debo ir, pero esta no será nuestra última vez, mi niña —murmuró, acariciando su rostro con una ternura posesiva, sus dedos trazando la curva de su mejilla mientras sus ojos la devoraban.

Ella, con solo la blusa abierta cubriendo parcialmente su cuerpo desnudo, lo acompañó hasta la puerta de entrada, sus caderas se balanceaban con una sensualidad natural. La tela de la blusa rozaba sus pechos, dejando al descubierto la piel pálida de su vientre y la curva de sus nalgas. Antes de salir, Rafael se detuvo y la atrajo hacia él, sus labios encontraron los de ella en un beso apasionado, profundo y voraz. Sus lenguas se entrelazaron, y un gemido suave escapó de Gemma mientras él deslizaba su boca hacia sus pechos, lamiendo y succionando los pezones con una avidez que la hizo arquear la espalda.

Mientras su lengua jugaba con sus pechos, Rafael deslizó una mano entre sus muslos, sus dedos encontrando la vagina aún húmeda de su sobrina. Los introdujo lentamente, explorando su interior con movimientos expertos, cada roce arrancaba jadeos de sus labios. Luego, con un movimiento rápido, la hizo girar, dejando su espalda contra su pecho. Su mano libre acarició la curva de su ano, sus dedos rozaron la piel sensible antes de dar una fuerte nalgada, sonora, que resonó en la sala. El impacto hizo que Gemma gimiera, un calor ardiente se extendió por su piel.

Con una sonrisa cargada de sátira, ella lo miró por encima del hombro y dijo: —¡Gracias por venir a hablar con mi mamá! —Su voz era un murmullo juguetón, teñido de lujuria.

Rafael rio, sacando las braguitas de su bolsillo y agitándolas frente a ella con un guiño. —Vendré más seguido, sobrinita —respondió, cargado de promesas mientras abría la puerta y salía, dejando a Gemma temblando en el umbral, su cuerpo desnudo vibraba con el eco del placer y la anticipación de lo que vendría.

La sala estaba sumida en una penumbra cálida, los últimos destellos del crepúsculo se desvanecían tras las cortinas, dejando un resplandor tenue que iluminaba el caos que tío y sobrina habían dejado atrás. La alfombra, ahora un testigo silencioso de su pasión estaba salpicada de manchas húmedas, el aire pesaba con un aroma almizclado, un perfume crudo de sexo salvaje que envolvía cada rincón. Gemma, de pie en el centro de la sala, sentía su cuerpo vibrar aún con el eco del placer. Su uniforme escolar estaba reducido a jirones: la blusa abierta colgaba floja, exponiendo sus senos redondos, sus pezones rosados estaban sensibles al roce del aire, y su cabello rojizo caía en mechones desordenados, rozando su piel sudorosa.

Miró hacia abajo, sus ojos verdes recorrieron sus muslos torneados, donde un rastro brillante de semen escurría lentamente, dejando un camino cálido y viscoso que la hacía estremecer. Levantó la falda plisada, arrugada y olvidada en el suelo, y se la puso con movimientos lentos, la tela rozaba su piel sensible. Con dedos temblorosos, recogió el líquido blanco que goteaba por sus piernas, llevándoselo a los labios. Lo saboreó con un gemido suave, el sabor salado y cálido avivó el recuerdo de su tío dentro de ella. Cada lamida era un acto de entrega, un recordatorio de la intensidad de lo que habían compartido.

Arrodillándose, Gemma intentó limpiar la alfombra, sus manos trabajaron torpemente sobre las manchas húmedas. Al agacharse, sus pechos colgaban libres, balanceándose con cada movimiento, y una oleada de orgullo la invadió. Había entregado su cuerpo, sus senos llenos y su virginidad, a alguien en quien confiaba, a alguien de su familia, y la sensación la hacía sentir poderosa, deseada. Su vagina aún ardía, un calor pulsante que recordaba cada embestida de Rafael, cada roce que la había llevado al borde del éxtasis. Los rasguños en su piel, recuerdos de la pelea anterior, eran insignificantes frente a la intensidad de ese fuego interno.

Se levantó y se dirigió al baño, su cuerpo se movía con una sensualidad inconsciente. Al entrar, abrió la regadera, y el agua caliente comenzó a caer, llenando el espacio con vapor. Se despojó de la blusa, quedando completamente desnuda, y entró bajo el chorro, el agua caliente cayó en cascada sobre su piel, acariciando sus senos, su vientre, y se deslizaba por sus muslos.

Cerró los ojos, dejando que el agua aliviara el ardor de su cuerpo, pero su mente estaba atrapada en los recuerdos de su tío: sus manos fuertes, su boca voraz, la sensación de su verga llenándola. Sus manos comenzaron a recorrer su cuerpo, deslizándose por sus pechos, pellizcando suavemente sus pezones, y luego bajando hasta su vagina, aún sensible, donde sus dedos trazaron círculos lentos, reviviendo cada instante de placer.

Gemma gimió suavemente, el sonido se perdió en el ruido del agua, mientras sus dedos exploraban su piel, el calor del agua se mezclaba con el calor de su deseo. El baño se convirtió en un santuario privado, donde los recuerdos de las confesiones de su tío y el eco de su pasión la envolvían, haciéndola estremecer bajo el torrente de agua caliente.

Gemma salió del baño, con su piel aún tibia y ligeramente enrojecida por el agua caliente, gotas resbalaban por su cuerpo desnudo. Su cabello rojizo, húmedo, se adhería a su espalda, y sus senos con los pezones rosados aún sensibles, se mecían ligeramente con cada paso. El eco del placer seguía pulsando en su vagina, el calor del semen de su tío aún estaba presente en su cuerpo.

Caminó hacia su habitación, el suelo frío bajo sus pies descalzos contrastaba con el calor que aún la consumía. Tomó su celular del tocador y vio una notificación de WhatsApp. Al abrirla, su respiración se detuvo: era una foto que su tío le había enviado, una fotografía de sus braguitas blancas, empapadas de su esencia, envolviendo su verga, la tela contrastaba con la piel tensa y palpitante.

La imagen era una provocación cruda, y Gemma sintió un cosquilleo ardiente recorrer su cuerpo, su vagina palpitó de nuevo al recordar cómo la había llenado. Con dedos temblorosos, grabó un audio, su voz era baja, pero cargada de deseo: —Me encantó todo, tío… fue delicioso. A partir de hoy, seré tu puta, como lo es mi prima Vero. —Lo envió, mordiendo su labio inferior, su cuerpo temblaba de excitación al imaginar lo que esas palabras desatarían.

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