La maestra de español (1)

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T. Lectura: 11 min.

Hola a todos.

Mi nombre es Ángel, y vengo a contarles algo que hasta el día de hoy me sigue pareciendo increíble. Esta fue mi primera vez… y también la primera vez que estuve con una mujer mayor. No cualquier mujer: una de mis maestras de preparatoria.

Soy de México, del centro del país, y esta historia ocurrió cuando estaba en mi último año de bachillerato. Recién había cumplido los 18.

Les advierto que esto no va directo al sexo. Es una historia real —o al menos así la viví— y como toda historia verdadera, tiene sus tiempos, sus pausas… y sus momentos intensos.

Todo comenzó en 2020, cuando entré a la prepa. Por la pandemia, como muchos sabrán, las clases eran en línea. Fue ahí donde conocí a una maestra que, incluso por pantalla, me llamaba muchísimo la atención.

Voy a cambiar su nombre por privacidad. Digamos que se llama Yésica.

Era una mujer entre los 40 y 45 años, de piel morena clara, pelo corto, usaba lentes y tenía ese tipo de mirada que impone respeto… pero también te atrapa. A mí, al menos, me tenía bien clavado.

En 2021 regresamos a clases presenciales, aunque en mi caso, no había opción: como era algo flojo, me mandaron siempre a la escuela.

Y ahí fue cuando vi a Yésica en persona. Nada que ver con la pantalla.

Alta, con cuerpo de esos difíciles de describir… ni delgada ni gorda, pero con unas curvas que no pasaban desapercibidas. Tenía un trasero grande, redondo, y un par de senos generosos que sus blusas trataban de esconder sin mucho éxito.

Mis amigos y yo, ya te imaginarás, fantaseábamos con ella. En los descansos salían comentarios como “¿te imaginas si te diera clases privadas en su casa?” o “no sé tú, pero yo sí me la daba”. Puro desmadre… hasta que, en mi caso, la fantasía se volvió un objetivo.

En 2023, ya en sexto semestre, todo cambió.

Yo ya tenía 18, era legal, y aunque sonara loco, me propuse acercarme a la maestra Yésica de verdad.

Ella daba varias materias: Psicología en primero, Cálculo Integral en segundo y Español en tercero. Así que estuve con ella los tres años de prepa.

Ese último año, empecé a llegar más temprano a su clase, solo para poder hablarle un poco antes de que empezara. Al principio fue complicado, porque Yésica era seria, estricta, medio cerrada. Pero con el tiempo, me fui ganando su confianza.

Comenzamos a hablar de su vida personal.

Me contó que era divorciada, que tenía dos hijas, y que su matrimonio se había terminado mal. Su esposo la había engañado, y durante un tiempo sus hijas llegaron a culparla a ella por la separación.

Después tuvo una relación corta con otro tipo, pero también terminó mal. Me confesó —aunque le costó— que ese tipo no la satisfacía sexualmente, y que muchas veces ni siquiera la tocaba o la buscaba.

No me lo contó todo de golpe. Fue poco a poco, en charlas antes o después de clases. Pero con la labia que tenía y la confianza que le fui generando, ella empezó a abrirse más conmigo, al punto de que nuestra relación ya no era de maestra y alumno, sino algo parecido a una amistad… o al menos, una conexión mucho más personal.

Ese último semestre fue un verdadero caos para mí. Como ya mencioné, nunca fui el mejor estudiante, pero siempre lograba salvar los semestres de último momento. Esta vez, sin embargo, la cosa fue distinta.

Me junté con un nuevo grupo de amigos y la verdad es que nos la pasábamos afuera del salón casi todo el tiempo, cotorreando, echando desmadre o jugando fútbol. Lo académico lo dejé completamente de lado, incluyendo la materia de la maestra Yésica.

Lo curioso es que, aunque ella ya me había contado cosas personales muy íntimas, yo nunca le dije a nadie lo que sabía ni el gusto que me traía. Me guardé todo, no por miedo, sino porque no quería que se hiciera chisme. Y aun así… terminé descuidando todo.

En la mayoría de las materias logré salvarme. Siempre me llevé bien con los profes y me daban chance de entregar trabajos extras o ayudar a dar mantenimiento al mobiliario del salón. Eso me ayudó a pasar.

Pero con Yésica fue diferente.

Como falté demasiado a sus clases, un día me llamó y me lo dijo directo:

Yésica:

—Estás reprobado por faltas. Tendrás que presentar examen extraordinario y venir a clases de regularización las dos semanas antes de la graduación.

Me quedé en seco. Eso fue a mitad del semestre, y aunque hice de todo para que me perdonara las faltas, no funcionó. Ella era estricta, muy firme con sus reglas.

De todo mi salón, fui el único que reprobó esa materia.

La verdad, yo pensé que por la confianza que teníamos, me ayudaría…

Pero me equivoqué.

Un día, cuando intenté decírselo en persona, me dejó muy claro cómo veía las cosas.

Ángel:

—Maestra… ¿de verdad no me puede ayudar? Sé que fallé, pero pensé que… bueno, por la confianza…

Yésica (seria, mirando sus papeles sin voltear):

—Una cosa es la amistad, Ángel… y otra lo académico.

—Esto es responsabilidad tuya.

También me dijo que si quería presentarme a sus clases o no, ya era cosa mía. Que por faltas ya estaba reprobado, y que ella no iba a cambiar eso.

Ahora que lo pienso, creo que falté casi dos semanas seguidas a su materia. Y probablemente eso fue lo que más le molestó, porque sabía que yo sí venía a la escuela, solo que prefería estar cotorreando con mis amigos o en otras clases.

Durante ese tiempo, llegué un par de veces a su clase —más por obligación que por interés— cuando los prefectos me encontraban fuera del salón y me mandaban directo.

De todas mis materias, español era la única en la que iba mal, y justo era la clase con la maestra Yésica.

Pasó el tiempo y llegaron las famosas dos semanas de regularización.

Quiero dar un poco de contexto: mi escuela tenía salones en un solo nivel, pero algo separados. El aula de la maestra Yésica estaba hasta el fondo, junto a otros dos salones más.

Eran los únicos tres que había en esa zona. Al lado estaba la cancha de básquetbol, y entre esos salones y el resto del edificio principal había un pequeño jardín y pasillos. Cerca también estaban los pinos altos y una barda que daba hacia la calle. A veces aún puedo recordarlo con claridad.

Ese día, llegué diez minutos antes de que iniciara la clase.

La escuela se sentía rara… como vacía.

Algunos salones tenían un par de alumnos, otros estaban totalmente vacíos. Se escuchaba apenas el ruido lejano de voces y música desde la cafetería, donde las señoras ponían su música algo alta mientras trabajaban.

Me topé con un amigo que ya iba de salida, platicamos un poco, y cuando vi el reloj, faltaba menos de un minuto para entrar. Me despedí rápido y caminé hasta el fondo.

Vi que la mayoría de alumnos y maestros ya se habían ido, y al llegar a la zona de los tres salones, noté que solo uno tenía luz encendida: el de Yésica.

Entré justo a la hora.

La maestra ya estaba ahí, esperándome.

El salón estaba un poco oscuro, las cortinas negras bajadas para que se viera mejor el pizarrón electrónico. En cuanto la vi, me sorprendí. Era de las pocas veces que la veía con vestido.

No recuerdo exactamente cómo era, pero sí que era verde, con flores. Tenía un escote pronunciado que desde la entrada dejaba ver claramente su pecho. Además, el vestido era corto, y al estar ella sentada, podía ver sus piernas completamente. Llevaba unas zapatillas abiertas, de esas que dejan ver parte de los pies…

No pude evitar imaginarla de otra forma.

Ella me miró desde su asiento.

Yésica:

—Pasa, Ángel.

Me senté en la primera fila, cerca de la puerta, pero enseguida me corrigió:

Yésica:

—No, quiero que te sientes justo frente a mí…

—Así puedo vigilar que no estés con el celular o distraído.

Fui y me senté justo donde me dijo.

Comenzó la clase con un ligero regaño, algo serio.

Yésica:

—Estoy decepcionada de tu comportamiento, Ángel.

—No solo por faltar a mis clases, sino porque tú no eras así. Siempre fuiste un alumno regular, pero cambiaste mucho este semestre.

—Y ni hablemos de las otras materias… al menos ahí lograste pasar.

Yo me quedé callado. Me sentía nervioso, avergonzado. Solo podía poner una sonrisa nerviosa como defensa.

Ella estaba sentada en su escritorio, una mesa ancha de metal con una silla incómoda que siempre cubría con un cojín. Mientras me hablaba, tomaba algunos papeles y comenzaba a calificar.

Me dejó unos ejercicios sencillos, pero la verdad, no podía concentrarme.

Desde donde estaba, tenía una vista perfecta de sus piernas, que brillaban, como si usara crema o algo para hacerlas ver así. Y ese escote… cada vez que bajaba la mirada para revisar un trabajo, se le abría más.

Intentaba disimular, pero comencé a tener una erección.

No sé si se dio cuenta, pero de pronto, me habló en seco.

Yésica:

—Ángel, ¿qué pasa? ¿No entiendes? ¿Por qué no te veo trabajando?

Me congelé. Bajé la mirada rápidamente, sintiendo el calor subirme a la cara.

Ángel:

—No, maestra… no pasa nada. Solo estaba pensando en algo.

Ella sonrió, entre burlona y curiosa.

Yésica (bromeando):

—¿En una chica, verdad?

Ángel:

—No… no, para nada.

Y en mi cabeza pensé:

“Sí… pero no cualquier chica. No dejo de pensar en usted.”

Donde estaba sentado no eran los típicos pupitres. Eran esas mesas largas para tres alumnos, con la típica rejilla de metal abajo para poner libros o mochilas.

Saqué mi celular, no para tomarle fotos ni nada por el estilo, sino para buscar en internet unas dudas que tenía sobre los ejercicios.

Y es que, aunque algunas cosas eran fáciles, otras sí me costaban… o bueno, eso pensaba yo.

Me hice el que escribía, con la cabeza agachada y el celular encendido entre las piernas.

Y en eso, alcé los ojos para volver a verla.

Y entonces… la vi.

Tenía las piernas cruzadas, lo que hizo que el vestido se levantara aún más, dejando ver más piel, y formando ese típico hueco oscuro donde ya no se distingue si hay ropa interior o no.

Sentí una descarga por todo el cuerpo.

El corazón a mil.

Y justo en ese momento, una voz profunda me sacó del trance:

Profe Juan:

—Ay, Ángel… tú no cambias.

Era el profe de química, uno de los más estrictos de la escuela. Me había dado clase en primer año y también lo terminé reprobando. Por un segundo pensé que me había cachado viendo o con el celular… pero no.

Solo fue su forma de decirme que ya me conocía.

La maestra Yésica se levantó rápido para hablar con él. Escuché el sonido fuerte de sus tacones al caminar, que retumbaban por todo el salón.

La vi de espaldas.

Ese vestido, ese gran culo del que tanto habíamos hablado mis amigos y yo, se movía con cada paso. Y sus piernas, largas, firmes, bronceadas… me dejaron completamente hipnotizado.

No podía dejar de verla. Imaginaba mis manos ahí, acariciándola.

Volvió a cerrar la puerta, justo cuando se empezaba a escuchar el ruido del equipo de voleibol en la cancha.

Yésica (murmurando):

—Estos chicos ya van a empezar…

Al parecer iban a entrenar para una final, y como no había otra cancha, usaban la de básquetbol. El sonido de los balonazos y gritos se empezó a escuchar más fuerte.

Yo… seguía ardiendo por dentro. Literal.

El salón estaba caluroso, las ventanas cerradas, el ambiente algo sofocante. Y para rematar…

Yésica:

—Ángel, prende el ventilador, por favor.

Era uno de esos ventiladores altos, casi pegado al techo. Me congelé.

Llevaba un pants flojo, pero mi erección seguía firme y me daba miedo que se notara. Me levanté casi corriendo.

Ángel:

—S-sí, sí voy…

Lo prendí y regresé. Ella parecía no haberse dado cuenta… o al menos, no lo demostró.

Quedaba todavía una hora de clase. Revisé mi celular: un mensaje de mi mamá preguntando a qué hora llegaría para esperarme a comer.

Pasaron unos minutos y entonces:

Yésica:

—A ver, Ángel, ¿cómo vas?

Se levantó y se acercó a mi mesa. Me puse nervioso… demasiado.

Se paró a mi lado y sonrió.

Yésica:

—Vas muy, muy bien. Ya casi terminas.

Le hice una pregunta sobre una parte que no entendía y me dijo:

Yésica:

—Claro, te ayudo.

Se sentó a mi lado.

La mesa era para tres, así que cabía sin problema, pero el detalle era otro…

Al agacharse un poco para leer, el vestido se le pegó al cuerpo, el escote se abrió más, y pude ver claramente su brasier: blanco, con encaje fino.

No podía dejar de mirarla. Era como si mi cuerpo ya no respondiera a mi cabeza.

Yésica:

—¿Me estás escuchando?

Mi mente gritaba: “¡Tócalas! ¡Agárralas ya!”

Estaba a centímetros de hacerlo cuando escuché:

Yésica:

—¿Entonces, Ángel? ¿Entendiste?

Ángel:

—¿Qué? Ah… creo que no, no entendí.

Yésica me miró directo a los ojos.

Yo no podía sostenerle la mirada. Mis ojos se perdían entre sus labios pintados de rojo, y cada vez que ella hablaba, imaginaba cómo sería besarla ahí mismo, como ya había hecho con otras chicas… pero esto era diferente. Esto era fuego puro.

Mis pies temblaban. Mi pierna se movía rápido, ese clásico movimiento involuntario de los nervios.

Las manos me sudaban. La erección era tan intensa que comenzaba a dolerme.

Y entonces… no aguanté más.

Me acerqué y le di un beso de pico.

Ella abrió los ojos completamente sorprendida. Se quedó callada unos segundos, sin decir nada.

No noté que se enojara o dijera algo. No hizo esa cara seria y enojada que tanto la caracteriza. Simplemente se quedó callada. No se movía, no decía nada. Parecía que iba a hablar, pero no lo hizo.

Giré mi silla hacia ella. La tomé por la espalda y la empujé suavemente hacia mí. Comencé a besarla.

Al principio, vi cómo sus ojos seguían abiertos. No correspondía mi beso. Pensé que se apartaría… pero, de pronto, cerró los ojos. Esta vez el beso fue mutuo.

Un beso como si fuéramos amantes que llevaban tiempo deseándolo. Era rápido, intenso. Una energía recorrió mi cuerpo. El beso pasó a uno con lengua en cuestión de segundos. Los sonidos de nuestra boca chocando se escuchaban fuerte en el salón, como si retumbaran por las paredes.

Quiero aclarar que ese beso se sentía diferente. No era como los que di cuando tuve novia. Esto era inexplicable… y sumado a la adrenalina de que alguien pudiera entrar y vernos, todo se volvió más intenso.

Ya caliente, bajé una de sus piernas con mi mano y comencé a acariciarle los muslos. Escuché un ligero gemido. Mi mano llegó hasta su ropa interior, y pude sentir lo mojada que estaba. Se volvió a escuchar otro gemido, esta vez un poco más fuerte.

Seguíamos besándonos mientras mis dedos la acariciaban por encima de su ropa interior. Luego saqué la mano y comencé a subirle el vestido. Ella lo entendió. Se levantó ligeramente para que pudiera alzarlo bien. Dejamos de besarnos y pude ver su ropa interior… de encaje. Un conjunto hermoso. Se veía muy bien con él.

El vestido quedó recogido en su cintura, dejándola expuesta de abajo. Con mis manos le quité la parte de arriba. Quedó solo en ropa interior. Una imagen que jamás voy a olvidar.

La miré unos segundos. Ella me veía con una sonrisa que se me quedó grabada. Sin decir nada, se quitó el brasier. Al fin pude ver sus tetas. No eran enormes, pero tenían el tamaño perfecto, con unos pezones color café que estaban bien duros.

Yésica (agitada, tartamudeando):

—Quítame el calzón…

Me agaché ligeramente, aún sentado, y con ambas manos se lo bajé. Me sorprendí. Tenía una vagina depilada, cerradita, muy diferente a lo que había visto en los videos porno. Real. Única.

Yésica (en voz baja):

—Acércate… ¿quieres tocar mis tetas?

Asentí en silencio. Empecé a acariciarlas despacio. Pellizqué sus pezones, duros como piedra. Después, comencé a chuparlas con hambre. Ella tomó mi mano y, agitada, me dijo:

Yésica:

—Tócame…

Llevó mi mano entre sus piernas. Quiero aclarar que era la primera vez que tocaba una vagina. Nunca había llegado a eso con ninguna chica. Así que la toqué como pude, algo torpe, pero ella me guiaba.

Yésica (susurrando):

—Ahí… hazlo así…

Sus gemidos subieron de tono. Su respiración se aceleraba. Metí dos dedos en su vagina mientras con la otra mano acariciaba su clítoris. Comencé a masturbarla como había visto en algunos videos, algo inseguro, pero le gustaba.

Yésica (jadeando):

—Sí… sigue, no pares… por favor…

Hasta que se escuchó ese sonido típico cuando está muy mojada. Sonidos que me encantaron. Seguí hasta que ella reprimió un grito. Cerró los ojos, apretó los dientes, y sus piernas temblaron. Se vino. Tuvo un orgasmo.

Después de eso, jadeaba. Su respiración era pesada. Me volteó a ver y le sonreí. Ella me devolvió una sonrisa sensual. Nos quedamos así, sin movernos, como un minuto. Mientras se recuperaba, yo me limpiaba los dedos con una hoja que arranqué de mi libreta… no sin antes olerlos. Tenían un aroma nuevo, que me gustó.

Escuché cómo se reía de mí.

Ya recuperada, me habló con un tono de voz que nunca le había escuchado:

Yésica:

—Ángel… voltéate con tu silla hacia mí. Ahora me toca devolverte el favor…

Se arrodilló. Me bajó los pantalones mientras decía:

Yésica:

—Levántate tantito…

No estaba rasurado porque lo veía innecesario al no tener vida sexual activa, pero parecía no importarle. Me empezó a masturbar. Sentí algo que jamás había sentido. Nadie me había tocado así.

Y entonces, me lo empezó a chupar.

La forma en que lo hacía… era como de alguien con experiencia. Se lo metía hasta el fondo. Sonaban esos ruidos de cuando se ahoga un poco. Yo solo me dejaba llevar. Disfrutaba cada segundo.

Sentí que me iba a venir y le avisé:

Ángel:

—Ya… ya me voy a venir…

Pero no se detuvo. Me vine en su boca. Tuve un orgasmo como nunca antes. Recuerdo esa imagen: Yésica, con semen escurriendo por su boca, cayendo sobre sus tetas… y cómo se lo tragaba.

Una escena que jamás imaginé.

Se levantó. Se sentó sobre mí, de frente, y volvimos a besarnos con pasión por unos minutos. Después terminamos abrazados.

Ella, casi desnuda, se paró y dijo:

Yésica:

—Es hora de irnos. Alguien puede llegar…

Ángel:

—Sí…

Aún algo nervioso, sin procesar todo lo que había pasado. Se puso el brasier, se acomodó el vestido y luego, antes de subirse el calzón, lo miró en el piso. Lo recogió con calma, lo miró un momento y luego se volteó hacia mí.

Yésica (sonriendo):

—Esto es para ti…

Puso la prenda en mi mano y, sin decir nada más, cerró mis dedos sobre ella con los suyos.

Ya vestida, me pidió que abriera la puerta, las ventanas y las cortinas, para que no quedara ningún olor que pudiera delatar lo que había pasado. Aún nervioso, le dije que sí. Las manos me temblaban, y noté que a ella también: seguía con pena, como si no terminara de creer lo que habíamos hecho.

Me dirigía a abrir la puerta cuando me detuvo de repente.

Yésica:

Ángel… espera. Tu boca.

Lo dijo con tono preocupado. Me detuve, la miré, y ella señaló mis labios.

Ángel:

¿Eh? ¿Qué pasó?

Yésica:

La tienes toda manchada de lápiz labial.

Me reí, y ella también, aunque con algo de nervios. Me pasó unas toallitas húmedas de su bolso.

Yésica:

Toma… también para tus dedos. Para que no quede aroma y no tengas problemas.

Ángel:

Sí, claro —contesté, aun sonriendo mientras me limpiaba.

Ya limpio, recogí mis cosas y le hice caso: abrí todo. Aún faltaban 20 minutos para que terminara la clase, pero ella ya quería irse. Me dijo que esperaba que nadie hubiera escuchado nada. Y, al parecer, así fue. Afuera, el equipo de voleibol entrenaba con música a todo volumen… música que en ningún momento noté.

Salimos y fuimos a la cafetería. Compró unas mentas y una botella de agua. No lo dijo, pero entendí que quería asegurarse de que nadie sospechara nada por el olor.

La acompañé hasta el centro de la escuela. Ella se dirigía al estacionamiento, donde tenía su coche. Antes de irse, miró a todos lados para asegurarse de que nadie estuviera cerca. Luego, con voz baja y entrecortada, me dijo:

Yésica:

Tenemos que hablar de lo que pasó… en la noche yo te busco.

Es que… me estoy arrepintiendo.

Viéndolo con más claridad… esto jamás debió pasar.

Y ahí terminó ese día. O al menos, esa parte.

Porque lo que ocurrió después —esa noche, y los días siguientes— desencadenó muchas otras situaciones… tan intensas o incluso más que lo que pasó aquí.

Si veo apoyo, les traigo la segunda parte. Les cuento qué pasó esa misma noche, y lo que ocurrió al día siguiente. La historia apenas comienza, y creo que puede dar para muchas partes más.

Si no veo apoyo, igual las iré subiendo poco a poco.

Así que estén al pendiente en mi perfil.

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6 COMENTARIOS

  1. Buen detalle de la narrarción, y si, estuvo muy buena que dieras historia a la vida y no directo al acto, eso hace más interesante la lectura.

  2. Excelente narrativa, dejo clara las palabras y los hechos, super parcero, espero leer la segunda parte porque está ufff muy interesante

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