La señora de la limpieza se lo merece

0
27875
44
T. Lectura: 4 min.

Juan, de 22 años, besó en los labios a su chica mientras ambos yacían desnudos sobre la cama, él encima de ella. Las piernas de Raquel flexionadas, los pies apoyados a la altura de la cintura del chico y el pene de este dentro de su vagina.

Juan se incorporó levemente apoyando los codos a ambos lado de la cabeza de su pareja para tomar impulso, apretó el culo y empujó con determinación. Raquel cerró los ojos y apretó los labios mientras el placer se agarraba a su cuerpo.

El viejo despertador sonó con su habitual timbre irritante.

-Joder. -blasfemó el hombre.

-Termina por favor… -susurró la chica.

Juan la besó en la boca con ansia. Sacó su miembro a mitad de camino e inició una rápida sucesión de embestidas que terminaron en eyaculación y orgasmo.

La mañana transcurrió sin novedades en la universidad dónde estudiaba su último curso de carrera. Por la tarde regresó a casa de sus padres. Juan vivía con sus progenitores y visitaba a su pareja un par de veces por semana. Tenían sexo por las noches y a veces, como aquel día, por la mañana.

La vivienda familiar era bastante grande, cuatro habitaciones, tres cuartos de baño y un salón dónde había mesa grande y lámpara de cristal estilo palacio.

-Nos vamos al teatro hijo. -se despidió su madre cerrando la puerta.

Juan se quedó en la casa… con María.

María era la chica… corrijo, la mujer de la limpieza. Era de complexión delgada y fibrosa y piel bastante blanca. La edad, cerca de cincuenta, aunque no aparentaba más de cuarenta y cinco. La procedencia, este de Europa.

Faltaría una media hora para que acabase su turno cuando, por azar, Juan salió de su habitación caminando en calcetines como un felino, en completo silencio. Esperó encontrar a María en la cocina, pero no estaba allí.

“Se habrá ido” pensó.

En ese momento le pareció oír el sonido de algo que rozaba.

Desestimó la idea de abrir la nevera y, de nuevo en silencio, se dirigió hacia la habitación de sus padres. La puerta estaba entreabierta y María estaba sacando unos billetes del cajón.

Juan, que llevaba el móvil en la mano, grabó la escena y volvió a su habitación.

Veinte minutos después la mujer de la limpieza anunció que se iba.

-Perdone. Tiene un minuto antes de irse. -llamó Juan desde su cuarto.

María se extrañó, pero aun así dejó su abrigo y entró en la habitación del joven.

Juan levantó la vista del libro que estaba leyendo e invitó a sentarse a la mujer.

-Gracias, estoy bien así. -respondió manteniéndose en pie, expectante.

El chico se levantó de la silla y preguntó.

-¿Tiene algo que contarme?

-¿Yo?, nada… ¿por qué lo pregunta?

Juan se acercó a la puerta de su cuarto y la cerró echando el pestillo.

Luego, dirigiéndose a María sin rodeos, le contó lo que había visto.

-No intente negarlo. Lo tengo grabado.

Durante un segundo la sirvienta pensó que eso era un farol, pero luego, de algún modo, llegó a la conclusión de que el chico decía la verdad.

-Devolveré el dinero… no digas nada -confesó en tono suplicante.

-Eso no será suficiente me temo.

María se puso nerviosa, no sabía dónde poner las manos.

-Sabes, esto no es obligatorio… puedes irte si quieres. -le dijo tuteándola.

La mujer sopeso irse, pero necesitaba ese dinero y buscar otros sitios era complicado.

-¿Qué tengo que hacer? -respondió con nerviosismo.

Juan contestó. El delito no podía quedar impune y a cambio de su silencio, tendría que ser castigada.

-¿Castigada? ¿A qué te refieres?

-Pues para empezar te daré una buena azotaina y a continuación te desnudas ¿vale?

La tez pálida de María se coloreó de rojo. Sentía vergüenza y miedo a un tiempo.

Juan tomó asiento y ordenó a la mujer que se tumbase boca abajo sobre sus rodillas.

-De momento conservarás los pantalones.

Primero con la mano y luego con un grueso cepillo, Juan azotó el culete de la sirvienta con intensidad durante un buen rato.

-Creo que es suficiente por ahora -comentó al terminar

La mujer se incorporó y se frotó las nalgas.

Juan, dispuesto a llegar hasta el final, le dio una nueva orden.

-¡Desnúdate!

-Pero yo…

-Vamos, haz lo que te digo o vete.

-¿Qué… qué vas a hacerme?

-Ahora lo verás.

Viendo que no había mucho más que decir, María se quitó la ropa quedándose en cueros. Las tetas no eran muy firmes, pero se conservaban bien y el trasero, algo caído, era carnoso, pequeño, compacto y con encanto.

Juan se acercó a la mujer y comenzó a sobarle los senos. Luego apoyó las manos en el culete colorado por las nalgadas.

-Está caliente todavía, pero tiene buen color. Me gusta el contraste del trasero bien rojo con tus pálidos muslos. Siéntate en la silla y abre las piernas.

María obedeció.

Juan frotó el sexo de la mujer con la mano derecha y luego le introdujo un par de dedos en la vagina. Estaba muy mojada.

-Sabes, te has portado mal pero estás muy buena y me gustaría tener sexo contigo.

-Vale. -dijo la mujer a quién, a pesar de su nerviosismo, la idea de hacerlo con aquel joven distaba mucho de ser desagradable… era casi una fantasía hecha realidad.

Sin que nadie se lo indicase, María tomo la iniciativa y besó a Juan en los labios. El chico respondió y muy pronto las lenguas cargadas de saliva se entrelazaron de alguna manera y ansiosas, exploraron la boca del otro.

-Puedo bajarte los pantalones

No era una pregunta y Juan asintió.

El pene, ya crecido, se empinó saltando como impulsado por un muelle en cuanto la mujer tiró de los calzoncillos.

-Ahora, como castigo, tienes que chuparlo. -dijo el joven

A María eso no le pareció un castigo y desde el principio se aplicó con entusiasmo a la tarea que se le había encomendado. El miembro se notaba duro en su boca y el sabor, sin ser el sabor de un beso, era adictivo.

-En el cajón hay un preservativo. -informó el hombre.

La mujer de la limpieza abrió el cajón y se encargó de enfundar el pene del varón en la goma transparente con sabor a melocotón.

En la cama ella se acostó boca arriba y abrió sus piernas.

Juan se detuvo, pensó durante unos segundos en su chica y replicó.

-No, así no.

La mujer entendió y se puso de lado.

El varón se tumbó a su lado y metió el miembro en la vagina por detrás penetrándola mientras jugaba a pellizcar los pezones de la mujer madura.

-Ahora viene el castigo. Ponte a cuatro y abre bien el culo -dijo.

María obedeció y aguardó expectante oyendo como Juan abría el cajón y manipulaba algo.

Lo siguiente que notó fue la yema de un dedo impregnado en una sustancia viscosa que masajeaba en círculos su ano.

-Me vas a… -dijo contrayendo el esfínter.

-Sí, te voy a dar por culo. Pero vamos a ver si es posible.

Juan introdujo su dedo en el recto de María que respondió a la invasión apretando su esfínter.

-Relájate. Iré despacio. -la tranquilizó el joven.

La mujer se dejó hacer. La sensación era un poco extraña, pero estaba muy excitada.

Juan metió dos dedos.

Luego, muy despacio, metió el pene en el ano.

María apretó los dientes, contrajo el culo y lo relajo a un tiempo tratando de adaptarse sobre la marcha.

-Separa bien las nalgas.

La fémina se llevó las manos al culo y separó los glúteos.

Juan metió el miembro un poco más y acompañó la acción con una nalgada.

Tras meterlo y sacarlo hasta en tres ocasiones, Juan cambió de orificio y la penetró por detrás con ritmo hasta alcanzar el orgasmo.

-Castigo completado. -dijo Juan

María se vistió, se disculpó de nuevo, dio las gracias al joven y le informó que volvería en dos días para hacer las habitaciones.

-Sin problema. -replicó Juan.

Loading

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí