Le hice el amor a mi crush

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20061
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T. Lectura: 3 min.

La habitación estaba envuelta en la luz cálida y ámbar de la lámpara de noche, que proyectaba sombras suaves en las paredes de madera. El aroma salado del mar se mezclaba con el perfume a lavanda del aceite corporal que Marcela sostenía en sus manos. Afuera, las olas rompían suavemente, un susurro constante que parecía sincronizarse con los latidos acelerados de mi corazón. Estaba nervioso, pero el deseo ardía más fuerte. Marcela, mi crush de siempre, estaba frente a mí, completamente desnuda, su piel bronceada brillando bajo la luz. Sus curvas eran una visión hipnótica, y su sonrisa confiada me desarmaba por completo.

“Relájate, Kouta”, dijo Marcela con voz aterciopelada, mientras vertía el aceite en sus manos y lo calentaba frotándolas lentamente. Sus pechos, llenos y relucientes por el aceite que se había aplicado a sí misma, se movían ligeramente con cada movimiento. “Hoy es nuestro momento. Solo tú y yo, sin nadie más.”

Me acosté boca arriba en la cama, como me pidió, sintiendo el frescor de las sábanas contra mi piel desnuda. Estaba agotado tras los días intensos, pero la presencia de Marcela era como un chute de energía. Ella se arrodilló a mi lado, su cuerpo desnudo rozando ligeramente el mío mientras extendía el aceite por mi pecho.

Sus manos eran firmes pero suaves, deslizándose con una precisión que deshacía cada nudo de tensión. De pronto, se inclinó más cerca, y sus pechos, resbaladizos por el aceite, rozaron mi torso, dejando una sensación cálida y electrizante. “¿Te gusta esto, verdad?” susurró con una risita traviesa, mientras se inclinaba aún más, dejando que sus pechos se deslizaran por mi pecho y, por un instante, rozaran mi rostro. El contacto era abrumador, y un gemido bajo escapó de mi garganta.

“Marcela…” murmuré, incapaz de contener la mezcla de deseo y asombro. Ella sonrió, sus ojos brillando con picardía. “Paciencia, amor. Quiero que estés completamente relajado antes de lo bueno.”

Sus manos continuaron su magia, bajando por mis hombros, mis brazos, hasta mis muslos. Cada roce era deliberado, y cuando sus dedos se detuvieron en la parte interna de mis muslos, apretando suavemente, mi cuerpo respondió con un estremecimiento. “Estás muy tenso aquí” dijo, su voz cargada de insinuación, mientras sus pechos volvían a rozar mi abdomen, dejando un rastro brillante de aceite. La anticipación era casi insoportable.

Cuando terminó el masaje, mi cuerpo estaba relajado, pero mi mente era un torbellino de deseo. Marcela se subió a la cama, acomodándose a horcajadas sobre mí. La luz de la lámpara resaltaba cada curva de su cuerpo, sus pechos brillando aún por el aceite, sus caderas moviéndose ligeramente como si ya estuviera anticipando lo que venía. “Ahora sí, Kouta” susurró, inclinándose para besarme. Sus labios eran cálidos, hambrientos, pero con una dulzura que me hacía sentir más conectado a ella que nunca. El beso se profundizó, y mis manos exploraron su cuerpo, trazando la suavidad de su piel aceitada.

“Te deseo tanto”, murmuré contra su boca, y ella respondió con un gemido suave, presionando su cuerpo contra el mío. “Entonces tómame” dijo, su voz temblando de excitación. Me guio para que me sentara en la cama, y ella se acomodó sobre mí, en una posición íntima, cara a cara, sus piernas envolviéndome. Cuando me deslizó dentro de ella, ambos soltamos un gemido al unísono. “Dios, Kouta” jadeó, comenzando a moverse lentamente, sus caderas ondulando con un ritmo que me volvía loco. “Eres… perfecto.”

La sensación era intensa, cada movimiento suyo era como una ola que me arrastraba. Mis manos se aferraron a sus caderas, guiándola mientras ella aumentaba el ritmo, sus gemidos volviéndose más fuertes. “Más rápido” susurró, y obedecí, empujando con más fuerza mientras ella se inclinaba hacia atrás, apoyando sus manos en mis muslos. Su cuerpo se arqueaba, sus pechos rebotando ligeramente con cada embestida, y la vista era casi demasiado para soportarla.

“Marcela, no voy a durar mucho así” admití entre jadeos, y ella rio, un sonido sensual y juguetón. “No te preocupes, amor, tenemos toda la noche.” Cambió de posición, girándose para quedar de espaldas a mí, en una vaquera inversa que me permitió admirar la curva de su espalda y sus caderas mientras se movía. Sus gemidos se convirtieron en gritos ahogados, y supe que estaba cerca. “¡Kouta, sí, justo ahí!” exclamó, su cuerpo temblando mientras alcanzaba el clímax, sus músculos apretándome con una intensidad que me llevó al borde.

No pude contenerme más. Con un gruñido, llegué al orgasmo, y ella se dejó caer hacia atrás, apoyándose en mi pecho, ambos jadeando. Pero Marcela no había terminado. “Quiero más” susurró, girándose para mirarme con una sonrisa traviesa. Me empujó suavemente para que me levantara de nuevo y se colocó debajo de mí, esta vez en una posición misionera, sus piernas abiertas y sus manos apoyadas en mi pecho. “Hazme tuya otra vez” dijo, y reiniciamos, esta vez más lento, más profundo. Cada embestida era un diálogo sin palabras, sus gemidos mezclándose con los míos, su cuerpo respondiendo a cada movimiento mío con una intensidad que me hacía sentir invencible.

“Eres increíble”, le dije, mientras ella se inclinaba para besarme, sus labios temblando contra los míos mientras otro orgasmo la sacudía. “Kouta… no pares”, suplicó, y no lo hice, llevándola a un tercer clímax antes de que ambos colapsáramos, exhaustos, sudorosos y completamente satisfechos.

Marcela se acurrucó contra mí, su cabeza en mi pecho, su piel aún cálida y aceitada contra la mía. El sonido del mar seguía susurrando afuera, un recordatorio del mundo exterior, pero en ese momento, solo existíamos nosotros. “Gracias”, murmuró, su voz somnolienta pero llena de felicidad. “Nunca me habían hecho el amor así.”

La abracé con fuerza, mi corazón aun latiendo con fuerza. “Tú eres la que me dejaste sin palabras”, respondí, besando su frente. Mientras el sueño nos envolvía, supe que esta noche sería un recuerdo imborrable, un momento perfecto que marcaba casi el final de un fin de semana inolvidable, pero aún quedaba el domingo.

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