Ambos hermanos estábamos hechos del mismo costal; o, al menos, eso creía yo. Cierto es que mi querido hermanito Fernando y su hija Marta hacen las cosas bien, pero una vez vi algo que me hizo pensar qué mantenían una relación mucho más allá de padre e hija. Y, sí, es lo que se te está pasando por la cabeza: incesto. Y, no lo siento, pero ole por él por tirarse a una jovencita tan fabulosa. Y qué si son familia, si son felices, dónde está el problema. Yo también lo hago. Sí, acabas de leer bien. Pero, en mi caso, con un muchacho de lo más adorable; me encanta achucharlo. Soy un tío que siempre le ha importado más eso, la felicidad de las personas, por eso no entiendo el por qué hay que castigar a dos almas que se aman, aunque estás sean familia.
Mi chico ya tiene veintidós años y fue cuando cumplió los veinte que pasó. Mi mujer nos abandonó cuando Dani solo tenía cinco añitos y, obviamente, como buen padre, me quedé con el niño. Mi hijo. Pero nunca pensé que terminaría viéndolo de otra manera. Cada vez que intentaba encauzar mi vida amorosa, en los últimos años, nada funcionaba. Hasta que pasó lo que pasó y me di cuenta de que, lo que sentía por mi chico, iba más allá de lo fraterno. Fue como si el mundo me dijese: “¡He, enhorabuena!, has encontrado a tu amor, el cual tuviste que crear con una estúpida.” Así que, una vez descubierto todo, y sabiendo que era algo recíproco, compré unos anillos (que llevamos colgados del cuello) y nos casamos.
No hubo boda realmente dado que solo lo llevé a ver una puesta de sol en la costa, le hice la proposición, aceptó, y volvió a aceptar un minuto después cuando hice de sacerdote con el.
Aún recuerdo cuándo pasó. Dani ya no aguantaba más y, una tarde de verano, a sus veinte primaveras como ya he comentado, me abordó tímidamente con el rostro rojo y tartamudeando. Me pareció tan cuqui… Pero cuando me sorprendió con un beso en la mejilla, mi corazón hizo un clic, fui tras él a su habitación y lo besé. Su primer beso. Y no lo único. Desde entonces, cada día le bajaba los pantalones y jugaba con su ano para dilatarlo, y así no hacerle daño en su primera vez. Pero, en el sexo, soy un hombre impaciente y posesivo y, al cuarto día, lo desvirgué. Desde entonces no paramos. Y, si creéis que Dani no saca a relucir su lado salvaje, ¡je!, que equivocados estáis.
Cuando me preguntan los compañeros del curro cómo me va la vida, les digo la verdad a medias. Saben que estoy casado pero, obvio, no saben que mi esposo es mi hijo. Dieron las seis de la mañana y termino el turno. Está semana me toca de noche, algo que desespera un poco a mi marido porque no puede tenerme a su lado durmiendo. Está tan acostumbrado a dormir sobre mi pecho… Dejé la carretilla en su sitio, ayudé a algún rezagado y, en un cuarto de hora, me puse en camino. Aún faltaba para el amanecer pero el cielo ya empezaba a tener un ligero tono plomizo.
Me parecía increíble que, a esas horas, ya hubiesen tantos coches en la autopista, tanto los que van de vuelta, como yo, como los que van a trabajar. Nadie me quitaba una media hora de camino hasta llegar a casa pero, cuando lo hice, me sorprendió lo que vi nada más llegar. Normalmente, cuando llegaba, Dani seguía acostado y se desperezaba con mis besos. Pero ahora estaba en plena cocina, desnudo, con un bol junto al fuego y seductoramente manchado de harina.
-Bonita estampa -saludé palmeándole el trasero, el cual esparció varias partículas de harina por todas partes.
-Hola, Héctor -cuando estábamos a solas me llamaba por mi nombre.
Lo abracé por la cintura y lo besé en los labios.
Dani había salido a los hombres de la familia de su madre; los de la mía éramos altos y, con poco ejercicio que hiciésemos, manteníamos un cuerpo escultural. De hecho, mucha gente nos preguntaba cómo lo hacemos y se sorprenden cuando decimos un poco de esto y un poco de aquello. Cosa de genética supongo. Y no me extraña que se queden sin hablar. No parecemos The Rock pero, el Capitán América, sí.
A mi metro noventa y siete (mi hermano Fernando es solo un centímetro más bajo que yo), Dani parecía un pitufo. Media metro cincuenta y seis y era poquita cosa. Pero que poquita cosa… Una tez blanquita, cabello corto y ondulado que se peina hacía adelante, ojos de mirada azul y dulce, boca pequeña de labios carnosos, y unos pezones marroncitos que me volvían loco. Y su culo… ¡Uuuuf! Era imposible no calentarse con ese culo tan redondito y respingón.
-¿Qué haces levantado tan temprano?
-Tarde para ti.
-Cierto.
-Me desvelé y empecé a hacerte tortitas -señaló cómo cocinaba en una sartén el mejunje del bol-. Te comerás al menos una, ¿no?
-Sabes que sí, bombón. Me voy a la ducha y, cuando salga, desayunamos. O cenamos, yo qué sé.
-Otra pregunta -reclamé cuando me deshice de la parte de arriba del uniforme de trabajo.
-Dime.
-¿Qué haces completamente desnudo?
Y la mirada que me echó me hizo saber lo que pasaría cuando terminase en la ducha.
Evitando masturbarme, me enjaboné rápidamente y salí de la ducha, me sequé y, desnudo, llevé mi cuerpo serrano de cuarenta y cinco años a la cocina, con la polla dura, donde me esperaba mi pequeño con un banquete de tortitas y sirope. Me sorprendí para bien cuando vi que, además, había nata batida, y no de la comprada. Dani tenía un talento innato para la cocina, todo, absolutamente todo, le quedaba delicioso. Cómo delicioso nos quedó a la furcia de mi ex y a mí cuando hicimos a Dani. Mi polla ya palpitaba juguetona por ello. Qué suerte tengo de tenerlo como hijo y como marido.
Dani también estaba cachondo pero, al contrario que yo, su polla era del tamaño de un palillo, cosas que me parecía muy cuqui. Por el contrario, la mía era gruesa, algo venosa y de diecinueve centímetros. Lo que le costó metérsela entera, a Dani, en la boca la primera vez que me la chupó.
Me senté en la mesa y Dani, cuan ama de casa, me puso el plato con las tortitas enfrente. Les puse un poco de sirope, pillé los cubiertos que mi hijo me dispuso y empecé a comer. Deleite para el paladar, como de costumbre.
-Mmmm, delicioso -le hice saber a Dani.
Este ronroneó y se metió bajo la mesa. Mientras me metía otro trozo suculento del dulce, Dani hacía otro tanto dándome un buen chupetón en la polla, que me hizo estremecer. Dirigí mi mirada hacía el espectáculo, masticando y sonriendo.
-No, papi -en los momentos sexuales sí que me llamaba papi-, tú come y disfruta.
Y volví a centrar mi atención en las tortitas.
De nuevo, noté la cavidad húmeda de mi hijo. Se la metía hasta la base y, acariciándome los huevos con manos y lengua, se la fue sacando poco a poco, lamiéndome el glande, y volvió a engullirla. Mi desayuno favorito y una mamada rica; literalmente estaba en el paraíso.
Entre bocado y bocado, le pasé la nata por debajo de la mesa. Noté como embadurnaba mi polla con ella y chupaba con fruición. No podía más que gruñir del gusto. Dani la limpiaba, la volvía a embadurnar de nata y repetía la operación las veces que quiso. En las mamadas, Dani marcaba los tiempos. Intenté demorarme en terminar el plato porque sabía que, en cuanto acabase, sería yo el que controlase la situación, y quería que mi niño disfrutase de su desayuno. Como me encantaba notar la frialdad del mejunje y pasar a la calidez de la garganta de Dani.
Cuando ya no pude demorar más el momento, de forma brusca, lo saqué de debajo de la mesa y lo estampé bocabajo sobre la misma. Le abofeteé las nalgas hasta dejarlas rojas. Las abrí para deleitarme observando como le palpitaba el ano, lo toqueteaba, le metía los dedos con fuerza después de humedecerlos y, cuando ya no aguantaba más con mirar, llevé mi boca al agujero. Sabía saladito, como a mí me gustaba. Metía la lengua por él, lamía cada centímetro de la cavidad. Lo dicho: estaba en el paraíso.
Me cansé de lamer, lo cogí poniéndomelo sobre el hombro, fuimos hasta nuestro cuarto y lo tiré con violencia sobre la cama, la cual chirrió. Los vecinos no creo que estén contentos con nosotros, la verdad. Nota mental: recordar cambiar el sommier. Fui a la cómoda, cogí gel lubricante y, untándome bien la polla, me eché sobre Dani. Éste me agarró con sus brazos. Unté también su ano con una buena cantidad de gel y, sin ponerme preservativo (y una mierda me voy a poner condón con mi esposo) lo penetré.
Empecé poco a poco, logrando escuchar los ronroneos de Dani. Me encantaba que fuera como un gatito. Cuando note su próstata, me quedé un rato así, sin hacer nada. Aun así, el estar dentro suyo era glorioso. Como sabía que también era glorioso para él tener a su padre dentro suyo. Lo amaba. Me amaba. Meneé la cadera adelante y atrás de forma lenta. Dani ronroneó más.
Aquello lograba que me excitase más. Y que comenzase a moverme con más fruición hasta lograr que la cama comenzase a chirriar sin cesar. Lo dicho, los vecinos no tienen que estar contentos. Me movía cada vez más rápido y fuerte, y Dani comenzó a chillar de dolor y placer. Yo también gemía, aunque siempre lo hacía de forma más ahogada. Ñiqui, ñiqui, ñiqui, hacían los muelles de la cama, mezclados con nuestros gemidos lujuriosos.
Salí de Dani y lo puse bocabajo, unté más la zona y mi polla y regresé a penetrarlo. No fui nada amable y logré, con ello, que Dani echase un grito que, para mí, fue un deleite. Volví a menear la pelvis de forma espasmódica, cada vez con más fuerza. Dani siempre aguantaba y lo disfrutaba. No sé a quién tengo que darle las gracias por tenerlo en mi vida de esa forma, pero…, ¡gracias! Por Dios, que Dani no me falte nunca.
Seguí con las penetraciones sin ningún tipo de contemplación. Con un gesto, Dani me pidió que parase, le hice caso, se puso bocarriba y, sin tocarse, su pollita eyaculó un chorrito de semen. Aún con el sudor y el aspecto deshecho del momento, Dani lograba verse dulce y adorable en esa estampa. Sonreí al verlo así de cuqui, me eché encima suyo y no paré de besarlo hasta que necesitaba de su cuerpo. Poniendo sus piernas sobre mis hombros, lo penetré de nuevo y continúe embistiendo ese cuerpecito, cansándolo más si cabe, con buen sexo.
Volví a cambiar de posición, echándome otra vez sobre él. Dani me abrazó de nuevo y juntamos nuestras bocas en un pasional beso, mientras seguía dando adelante y atrás, adelante y atrás, sin parar.
-Te quiero -susurré.
-Te quiero -respondió susurrando también.
-Oh, Dani.
Me venía, lo notaba.
Dani me abrazó más fuerte aún, besaba mi rostro, me susurraba tanto cosas lujuriosas como bonitas y, sin poder más, le llené, como de costumbre, el ano con mi semen. Poco a poco, cuando vi que ya lo expulsé todo, salí de Dani y me eché en la cama, completamente cansado de una larga noche de trabajo y un espectacular polvo con mi marido.
-Dulces sueños, amor -dijo Dani poniendo su cabecita sobre mi pecho y enroscando sus brazos en mi cuerpo.
-Dulces sueños, cariño.
No sabía que hora era, pero me daba igual. Sabía que aún le quedaban unas horas hasta su primera clase en la universidad (hoy no le tocaba ir temprano), así que también lo abracé, ambos cerramos los ojos y dormimos henchidos de felicidad.
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