Déjenme que les cuente cómo conocí a mi crush Verito.
Hace cuatro años rentaba un departamento, yo vivía en el primer piso y Vero vivía con su hijo en el departamento que está justo arriba del mío. La primera vez que la vi pensé que ella tenía unos 35 años y no me pareció raro que tuviera un hijo de unos 7 años, lo que sí me extrañó es que nunca la vi con un vato por lo que pensé que era mamá soltera.
Vero tiene unas nalgas maravillosas, morenita, ojos grandes, cabello negro y ondulado, siempre vestida entallada y calzado abierto.
Yo salía a las 7:30 am para ir al trabajo justo a la hora que ella también, bañada en su fragancia sensual y con un maquillaje discreto pero que la hacía ver muy linda. Todas las mañanas bajaba apresuradamente las escaleras y se subía a su auto, algunas veces la saludaba cuando nos encontrábamos en las escaleras o en el estacionamiento pero me respondía cortante. Trataba de salir detrás de ella para ver esos hermosos pies delgados y morenitos que me enloquecían, siempre arreglados, cada semana tenía un esmalte distinto, mi mayor deseo era ver su pies completamente desnudos.
Pasaban los días y solamente la saludaba porque rápidamente se subía a su auto, así fue durante poco más de un año.
Un día estaba practicando con mi guitarra y de pronto alguien tocó el timbre, abrí la puerta y ¡oh sorpresa! Era Vero, hermosa como nunca la vi: llevaba un pijama blanco un poco holgado, blusa de tirantes y esos hermosos pies completamente desnudos y descalzos. Mi obsesión con mirarle los pies pronto me metió en una escena incómoda, pues al abrir la puerta y mirarla automáticamente mi vista se dirigió a sus pies y se quedó fija un par de segundos hasta que encogió los dedos en señal de incomodidad. Subí la mirada a sus ojos y la saludé, me encontré con su cara ruborizada de pena, quizás porque para ella no era aceptable ser vista así de sencilla. Me dijo:
—Buenas tardes vecino, un favor… ¿Puedes bajar un poco el volumen de tu amplificador? Mi hijo y yo estamos estudiando y no nos concentramos mucho.
—Claro, perdón por el escándalo—. Dije apenado y desconecté la guitarra.
Ella me agradeció y dio media vuelta hacia su departamento, inmediatamente le pregunté que qué estaban estudiando. Ella volteó y dudó unos segundos si responder o no.
—Matemáticas… operaciones con fracciones, para ser exactos, nada más no le entiende mi hijo.
Sin dudarlo me ofrecí a ayudarles diciéndole que soy ingeniero y que eso era algo insignificante para mí. Ella dudó un momento pero terminó aceptando mi oferta.
—Está bien, le diré que venga, aunque es un poco tímido.
—Si quieres puedo subir, si eso hace lo hace sentir mejor—. Sonrió y aceptó. Subimos, abrió la puerta y ahí estaba su hijo, derrotado frente a su libro.
—Va en quinto de primaria y tiene examen… por cierto, me llamo Vero y él es Johan—. Dijo dándome su delicada mano.
—Angel, mucho gusto —respondí—. Hola Johan —dije dándole el puño al niño.
—Disculpa el desorden, llevamos toda la tarde estudiando que no he tenido tiempo de arreglar la casa.
—No te preocupes, mi departamento no está más arreglado.
Sonrió tímidamente, remarcando sus hermosos pómulos.
—¿Cuándo es el examen?—. Pregunté.
—El lunes —quitó unas cosas de la mesa para hacerme espacio—. Siéntate aquí —dijo sonriendo y me dio el cuaderno de matemáticas.
Me senté y le eché una mirada a los ejercicios. Comenzamos la clase mientras aquel mujerón caminaba por todo el departamento ordenando cosas y preparando papeles, quizás para su trabajo, yo la veía descalza, con el cabello medio recogido y con ese pijama blanco que dejaba ver un cachetero cuando se agachaba. De tanto ir y venir terminó por descubrirme una vez más mirándola con lasciva, su cara se sonrojó y se metió a una habitación. Pasó casi una hora ahí dentro, Johan y yo seguimos estudiando.
Terminamos el tema correspondiente a división y multiplicación de fracciones, Johan dijo:
—Mami ya acabamos, ¿puedo jugar la play?
Verito salió de la habitación.
—¿Ya terminaron?, ¿Sí entendiste?—. Le preguntó.
—Sí mami, Angel sí sabe explicar.
—¿Aaah yo no sé explicar?—. Respondió Verito riéndose y yo con ella.
—Bueno, creo que me despido, avanzamos mucho, si quieres que le vuelva a explicar con gusto vengo de nuevo—. Dije mientras caminaba hacia la puerta.
—Muchas gracias de verdad, no imaginé que fueras inge.
—Pues ya ves, cuando necesites ayuda con mate puedes decirme—. Dije abriendo la puerta.
—¿No quieres comer algo?—. Dijo sonriendo.
—No, estoy bien, no quiero importunar.
—Es lo menos que puedo hacer para agradecerte—. Dijo haciéndome una carita muy coqueta.
—OK acepto—. No pude negarme.
Me senté en el sillón para jugar con Johan mientras Vero calentaba la comida.
Noté que se había puesto unas chanclitas rosas y empecé a excitarme, traté de controlarme y me animé con su compañía.
Los tres en la mesa hablamos y reímos mucho. Johan se levantó de la mesa y salió a jugar con los niños de la calle. Me levanté y llevé los platos sucios al fregadero para lavarlos.
—No no no déjalos, después los lavo—. Dijo Vero apartándome del fregadero.
—No, como crees, rápido los lavo.
—¡Que no, déjalos!
—OK jajaja. Bueno, creo ahora sí ya me voy.
—¿Ya te tienes que ir?, ¿Alguien te espera…?
—Uhmmm no precisamente, pero creo que ya te querrás poner cómoda para descansar.
—Aún es temprano y es fin de semana—. Vero fue a la cocina y regresó con un par de cervezas. Nos sentamos en el sofá a charlar.
—Entonces cuéntame, ¿En qué trabajas, a qué te dedicas, qué te gusta?
—Trabajo en Forvia, en el área de calidad, me gusta el metal y tocar la guitarra… a grosso modo.
—A mí también me gusta el metal y el rock aunque no se note por cómo me visto pero es por el trabajo, trabajo en contraloría municipal.
—No pensé que te gustara el metal.
—No pensé que fueras inge., creí que eras contador o algo así —respondió riéndose—. ¿Cuántos años crees que tengo?
—Uhmmm… unos… 33, 34…
—Nah ah, tengo 36.
—No te creo.
—En serio, en mayo cumplo 37.
—Pues no se te ven.
—¿Tú cuántos tienes?
—28.
—Tú sí te ves de 30 y algo—. Respondió riéndose muy coqueta.
—Jajaja sí, me lo han dicho.
Seguimos bebiendo y pronto entramos en confianza y hablábamos como los más entrañables amigos.
Después de 4 cervezas vi como ella se ponía más cómoda y se derretía sensualmente en el sofá, se quitó las chanclitas y subió los pies dejándolos muy cerca de mí. Me estaba volviendo loco por tocarlos pero no me atrevía. Empezó a sobarse las plantas y los dedos mientras platicaba, interrumpí su charla abruptamente para preguntarle si le dolían los pies.
—Sí un poco, es cansado andar con tacones todo el día, de lunes a viernes—. Respondió más suelta por alcohol.
No dudé ni un segundo y comencé a sobar yo también, ella me miró un poco asustada pero le dije:
—Tranquila, tengo una amiga que es kinesióloga y me enseñó algunas cosas, se cómo ayudarte.
Mi ex Karina me enseñó cómo dar masaje y no podía desaprovechar el momento. Me recorrí hasta el final del sofá y puse sus pies en mi regazo y comencé a sobar y acariciar cada hermoso dedo, sintiendo su suave textura, después amasé sus talones suavemente y cuando la sentí más relajada comencé a hundir las yemas de mis dedos en sus plantas.
Estaba tan excitado con esos ricos pies en mis manos que no había percibo su rostro. La miré y estaba extasiada con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el recarga brazos del sofá. Seguí masajeando sus plantas y escuché un leve gemido escapar de su boca. Seguí el masaje, puse sus pies en mi pecho y ya sin control sobre mis deseos olí cada rincón y porción de piel de sus pies. Me perdí completamente y comencé a frotarlos en mi cara, supongo que mi barba le hacía cosquillas pues sus dedos se engarruñaban y eso me excitaba más.
Ya no tenía freno y sin pensar en ninguna consecuencia los comencé a besar del talón hasta los dedos. Vero se sintió muy extraña pues en algún momento abrió los ojos y puso rígidas las piernas dificultando que las acercara a mi rostro.
Nos miramos fijamente a los ojos, yo sabía que no había vuelta atrás; si daba un paso más podría ser para bien o para mal. Ella no me quitó la mirada de encima en señal de aprobación y yo me enfoqué en halar nuevamente sus pies hacia mí para besarlos. Ya sin miedo alguno saqué mi lengua y lamí sus plantas, ella se resistió un poco, por pena supongo, pero le pedí que cerrara los ojos.
Ella lo hizo y yo me comí cada centímetro de pie; pasé mi lengua entre cada uno de sus dedos, lamía y besaba sus plantas con lujuria mientras ella se retorcía de placer hasta que de pronto su respiración se comenzó a sentir agitada. Arqueó la espalda mientras se apretaba las tetas, sus piernas se sintieron rígidas y sus pies se contrajeron, todo acompañado de un gemido sensual lleno de descanso. Disfruté mucho esa escena.
Cuando el éxtasis bajó abrió los ojos y se encontró con mi mirada risueña, se veía apenada al principio pero después también sonrió, me dio un beso en los labios y se puso de pie. Me agradeció lo que había pasado y me pidió que fuera un caballero y lo mantuviera en secreto, yo le dije que no se preocupara que esto quedaba entre ella y yo, sonrió y me dio un beso más largo y apasionado.
—El próximo fin de semana Johan se va con su papá, si quieres podemos hacer otras cositas—. Dijo traviesa.
—Claro preciosa.
Intercambiamos números y me acompañó, ya fuera del departamento me dijo escondiéndose detrás de la puerta y asomando sólo una carita pícara.
—Entonces te veo el viernes.
Cerró la puerta y me fui feliz.
En la segunda parte les contaré lo que pasó ese fin de semana.
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