Maduro y joven en el gimnasio

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T. Lectura: 3 min.

“Dime, ¿lo quieres hacer, verdad?”.

Antes de emprender vuelo a Roma, como otras muchas mañanas a las seis, Marcus se dirige al gimnasio. Aquel día, también como otros muchos, ve cómo se detiene en la puerta un vehículo y un joven se despide de la chica que lo conduce y accede al local portando una bolsa de deporte. Es habitual encontrarlos a esa hora y luego compartir con él la sesión de máquinas, siempre solos.

Mientras Marcus se ejercita en la cinta ve al joven esforzándose con la elíptica. Lo contempla, disimuladamente, sus bíceps tensándose, su húmeda camiseta marcando los pectorales. Desde su posición, cuando aquél se levanta, ve sus fuertes glúteos al hacer estiramientos. Sus miradas se cruzan un momento y nota la de aquél algo azorada cuando, agotado, Marcus se quita su camiseta mojada para ir a la ducha. Se desnuda y deja correr el agua fría sobre su cuerpo mientras piensa que no estaría mal follarse al chaval ennoviado; eso le excita y se nota, mucho.

Con esta idea en la cabeza, sale del cubículo y allí está él, con la toalla cubriéndole de cintura para abajo, recién duchado también. Sin dirigirse una palabra, sus miradas vuelven a encontrarse un segundo aunque aquél la retira rápidamente y baja la cabeza. Marcus observa la evidente su erección bajo la toalla; la suya no tiene nada que la cubra. Se le acerca lentamente.

-Hola, no perdamos más el tiempo, ¿no crees?

-Es que tengo novia, no soy gay tío.

-Ni yo. No seas tan cartesiano ¿Es que está aquí tu chica?. Dime, ¿lo quieres hacer, verdad? Pues, entonces, esa toalla ya te está estorbando. Vamos.

Y deja que la toalla se escurra desde la cintura a los pies.

-¡Vaya rabo!, exclama Marcus y mirándole fijamente a los ojos, se acerca a él y posa una mano en su nuca; con la otra le agarra fuerte una de sus nalgas, sus cuerpos unidos de tal manera que nota su pene erecto en el vientre, sus testículos en los suyos. Lo besa, primero delicadamente, luego sin freno.

-Te noto tenso. Déjate ir, déjate hacer.

Va descendiendo desde el cuello, que mordisquea, pasando por sus pezones, que succiona, llegando a sus ingles. Su lengua juega en ellos sintiendo la erección en la mejilla. Le lame los huevos y luego asciende por el tronco hasta engullir el glande inflamado y saborear el transparente fluido que mana. El joven gime con la mirada hacia el techo, sus abdominales tensos, las piernas separadas. Piensa en su novia.

-Chúpamela tú ahora. Sin prisa. Así, de rodillas, cógeme bien el culo.

Se balancea levemente gozando de la mamada. El tiempo se detiene.

-Muy bien…. Ahora apóyate en la pared, así, inclínate un poco. Te voy a comer un poco el ojete, a ver cómo lo tienes.

Goza de él y luego, incorporándose, coloca una mano entre sus omóplatos y con la otra introduce levemente el glande en el ano.

-Si nos pillan, me echan del club, mmmm…

-No te preocupes, soy el dueño.

-¡Joder! Eres el puto amo. ¡Ahhh! gime cuando lo penetra.

-No llevas protección…

-Soy un profesional de esto. Me analizo periódicamente. ¿Y tú?.

-Sin problema…. ahhh… soy donante de sangre.

-Pues este es el premio por tu altruismo, le dice. Y se la mete hasta el fondo.

Mientras lo sodomiza, Marcus masturba al joven. Su mano acelera el movimiento acompasadamente con el ritmo de su penetración. Dentro y fuera, dentro y fuera. La vena de la verga del chico a punto de estallar, el glande húmedo y rojo rozando la pared con las embestidas.

-¡Ahhh… me corro… más fuerte, joder, más fuerte! -grita entre jadeos sintiendo el aliento de Marcus en su cuello.

Al fin, eyacula y el abundante semen sale expelido con fuerza, en parte contra los azulejos por los que se desliza espeso; el resto se derrama en la mano de Marcus.

-¡Gírate, la espalda contra la pared…! -le ordena entre gemidos mientras sale de él.

Pajeándose furiosamente lo contempla, sus abdominales marcados, los inguinales tensos, sus fuertes muslos, hasta que por fin se corre sobre su pubis y su pene aún palpitante. Marcus se echa sobre él y lo morrea cogiéndole la cabeza con ambas manos, sus miembros calientes y embadurnados en contacto.

-¿Cómo te llamas, por cierto?

-Marc..

-¿Tú también…? ¿Te gustó tu primera vez?

-¡Demasiado…!

-Pues me parece que a mi amiga Pi también -le replica con una sonrisa con la cabeza girada hacia fuera.

Porque allí está Pi, la gerente del gimnasio y empleada de Marcus, que, con las tetas al descubierto y una mano entre las piernas, ha contemplado la escena que tanto había imaginado.

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