Me cogí a un hombre 30 años mayor (2)

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T. Lectura: 5 min.

Soy Lau y esta es la continuación de la parte 1.

Desabroché su cinturón despacio, jugueteando con el borde de su pantalón. Bajé el cierre lentamente, sintiendo cómo su abdomen se tensaba debajo de mis dedos. Era delicioso sentir el poder que tenía en ese momento. Su excitación era evidente: la tela del bóxer apenas contenía la erección dura, palpitante, que ya buscaba salir.

Entonces, sin apuro, le bajé el pantalón junto con el bóxer. Y lo vi.

Grueso, venoso, caliente. Su erección se alzó con fuerza entre nosotros, y no pude evitar sonreír, deseando probarlo.

Lo tomé con suavidad, sintiendo su dureza en mi mano. Él cerró los ojos un instante, exhalando hondo. Moví la mano con calma al principio, solo explorando, saboreando el peso y la forma.

Entonces bajé la cabeza. Le di un beso suave en la punta, sintiendo cómo se estremecía. Luego otro. Y luego dejé que mi lengua jugara con él, rodeándolo con movimientos circulares lentos, mojados, sin prisa. Lo escuché gemir, grave, contenido, y eso me encendió más.

Lo tomé más profundo en mi boca, despacio, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba a cada movimiento. Su mano fue a mi cabello, no para guiarme, sino como si necesitara apoyarse, sostenerse en algo.

Subía y bajaba, usando la lengua, la saliva, las ganas. Lo hacía gemir. Lo hacía respirar más fuerte. Sus muslos se tensaban, y sus gemidos eran como susurros rotos que me llenaban de fuego por dentro.

Cuando sentí que su cuerpo se ponía más tenso, me detuve.

Me recosté sobre la cama, abriendo las piernas para él. Estaba lista. Más que lista. Lo necesitaba.

Se arrastró sobre mí, con ese cuerpo grande y cálido que me envolvía, que me hacía sentir pequeña, deseada, segura. Me besó otra vez, mientras una mano bajaba por mi muslo y lo levantaba con suavidad, alineándose conmigo.

Me llenó poco a poco, con una presión deliciosa que me arrancó un gemido largo. Se tomaba su tiempo. Me miraba mientras entraba, me acariciaba el rostro, me besaba el cuello, como si cada centímetro fuera sagrado.

Cuando estuvo dentro por completo, se detuvo. Nos quedamos así unos segundos, conectados, respirando juntos, sintiéndonos.

Y entonces empezó a moverse.

Despacito. Cadencioso. Haciendo que lo sintiera todo. Cada embestida era profunda, exacta, como si conociera mi cuerpo desde antes. Me tomaba de la cintura con firmeza, y su boca recorría mi cuello, mis hombros, mis tetas.

Yo lo envolvía con mis piernas, lo rasguñaba suavemente por la espalda, le pedía más, le decía lo bien que lo hacía sentirme. Era como si nuestros cuerpos hubieran sido hechos para encontrarse en ese momento exacto.

El ritmo aumentó. Nuestros cuerpos sudaban, se buscaban con urgencia, con deseo puro. Me llevó cerca del borde una vez más, y esta vez me hizo llegar gritando su nombre, temblando, sintiendo su cuerpo contra el mío en un estallido de placer.

Él no tardó en seguirme. Se tensó sobre mí, jadeando fuerte, enterrándose hasta el fondo mientras gemía ronco en mi cuello.

Y entonces todo quedó en silencio. Solo los dos, respirando entrelazados, aún dentro, aún conectados, su verga dentro de mí.

Todavía estábamos ahí, sus cuerpos sobre el mío, mi pecho subiendo y bajando al mismo ritmo que el suyo. La habitación estaba impregnada del calor de lo que acabábamos de hacer, de los gemidos que todavía flotaban en el aire como ecos de algo demasiado bueno para terminar tan rápido.

Sentí su respiración en mi cuello, su pecho aún agitado contra mis senos. Sonreí.

Él levantó la cabeza, con una mirada intensa, como si acabara de despertar de un sueño.

En ese momento siento que llega María a la casa, y entra directo al dormitorio encontrándonos desnudos, quedamos los tres inmóviles, por unos segundos, ella saludo con un buenos días y giro volviendo a cerrar la puerta, antes de que pudiera responder.

Sentí como sus manos seguían recorriendo mi espalda, mi cintura, bajando por mis nalgas hasta separarlas con las palmas abiertas. Lo hizo por un buen rato mientras recuperaba de a poco su erección.

Lo sentí de nuevo rozándome, despacio, rozando mi entrada mientras su mano me sujetaba con firmeza por la cintura. Y entonces entró de nuevo. De un solo movimiento, profundo y brutal, haciéndome gemir fuerte, con la frente contra las sábanas.

Sus movimientos eran rítmicos, intensos, más salvajes. Me tomaba con fuerza, con hambre, como si ya no pudiera contenerse. Su cuerpo chocaba con el mío con cada estocada, y el sonido húmedo, el vaivén de nuestras respiraciones y mis gemidos creaban una sinfonía indecente que me volvía loca.

Una de sus manos se deslizó hacia adelante y encontró mi clítoris. Comenzó a frotarlo con los dedos mientras seguía dentro de mí, profundo, sin parar.

Yo solo pude gemir fuerte. Mi cuerpo ardía, explotaba, suplicaba más.

Me sostuvo con fuerza y siguió empujando, más rápido, más rudo, buscando su propio clímax. Mi cuerpo seguía temblando, más sensible que nunca, y aun así, me encantaba sentirlo así, dentro de mí, dueño de cada rincón.

Finalmente, lo escuché gemir, ronco, profundo, con una maldición rota entre dientes. Se enterró hasta el fondo y se dejó ir, su cuerpo tensándose detrás de mí mientras se venía con fuerza.

Nos dejamos caer los dos, jadeando, riendo bajito, nuestros cuerpos enredados en las sábanas revueltas.

Pero ni siquiera así se fue la electricidad.

Él se quedó sobre mí unos segundos, jadeando, sus caderas aun empujando despacio, como si no quisiera salir todavía. Sentía su respiración en mi cuello, pesada, profunda, y su mano aferrada a mi muñeca con la fuerza justa para que supiera que seguía dominándome.

Mi cuerpo temblaba. No sabía si podía moverme. Pero no quería moverme. Quería que me siguiera usando.

Se incorporó un poco, me acostó boca arriba, mirándome desde arriba. Su rostro tenía una mezcla perfecta de lujuria satisfecha y un nuevo deseo naciendo detrás de sus ojos.

Se deslizó fuera de mí despacio, y yo gemí bajo, sintiendo la sensibilidad que me recorría entera. Pero entonces bajó de nuevo entre mis piernas, y sin darme tiempo a pensar, abrió mis labios con los dedos y volvió a lamer.

—¡Miguel! —me quejé, entre gemido y risa, con las piernas temblando—. No puedo más…

Su lengua era suave, insistente. Me mantenía abierta con los dedos, mirando cada reacción, cada espasmo, cada estremecimiento. Me comía como si fuera su comida favorita, como si necesitara devorarme para respirar.

Me tomaba con calma. No buscaba solo hacerme acabar. Quería provocarme. Quería llevarme al borde y no dejarme caer.

Una de sus manos subió por mi pecho y apretó uno de mis pezones, duro, mientras su lengua jugaba con mi clítoris en círculos húmedos y lentos.

Yo abrí los ojos como pude. Verlo allí, entre mis piernas, con la boca mojada, los ojos fijos en los míos, fue demasiado.

Eso lo encendió. Metió dos dedos dentro de mí mientras su lengua se hacía más rápida, más directa. Mi espalda se arqueó. Grité. Me retorcí.

Y volví a venirme con fuerza, tan intensa que casi me desmayé.

Él subió de nuevo, me besó con esa boca mojada, y yo pude saborearme mis jugos en sus labios.

Me envolvió entre sus brazos, pero su cuerpo seguía duro y aunque su pija no lo estaba tanto. Su deseo no se había apagado.

Mi cuerpo estaba agotado, pero algo en su tono me volvió a prender. Me acomodé sobre él, sintiéndolo no tan duro otra vez. Lo tomé con la mano, lo guie, y bajé lento, gimiendo mientras volvía a entrar.

Estaba encima de él, cabalgándolo con movimientos lentos y profundos, con las pocas fuerzas que nos quedaban, sintiéndome puta.

Mis manos estaban apoyadas en su pecho, lleno de vello, marcado por los años y el trabajo. Era un cuerpo de hombre, de esos que han vivido. Y bajo mí, me sostenía con una firmeza que me hacía sentir deseada de una forma distinta, más completa. No era un polvo más.

Sonrió, con esa mezcla de ternura y malicia que ya me tenía enviciada, me abrazó por la cintura, sus labios besando mis senos, mordiéndolos con suavidad.

Me tumbó con un movimiento repentino, dejándome boca arriba otra vez, y empezó a moverse lento, profundo, con el control de quien quiere grabarse en la memoria del cuerpo ajeno.

Cada estocada era más íntima. No era brutalidad. Era deseo contenido. Una ternura agresiva. El tipo de sexo que te deja con los ojos húmedos y el pecho apretado.

Me miró fijamente mientras entraba y salía de mí.

El ritmo aumentó, y yo me abracé a él, aferrada, dejándolo entrar más profundo. Lo sentía en mi vientre. En mi garganta. En la mente. Todo él estaba metido dentro de mí, no solo su cuerpo.

Cuando me corrí por última vez, fue distinto. No fue grito. Fue gemido bajo, largo, con los ojos cerrados y la piel erizada. Me quedé temblando, sintiéndolo venirse poco después, con un gemido ahogado en mi cuello, su cuerpo desplomado sobre el mío.

Permanecimos así… fundidos. Sin hablar. Sin movernos.

Pasaron minutos. Quizá más.

Levantó la cabeza. Me miró. Sus ojos no tenían culpa, sino una especie de calma dolorosa. Como si entendiera que acabábamos de cruzar una línea que no se puede deshacer.

Lo miré a los labios, que aún tenían rastros de mí. Lo besé lento.

Se quedó en silencio. Me abrazó fuerte, y me besó la frente, el cuello, el hombro.

Nos quedamos dormidos, desnudos, entre sábanas sucias de sudor y deseo, con el cuerpo exhausto y el alma encendida.

Era media tarde, se despertó, se vistió sin hacer ruido. Yo me hice la dormida. No porque no quisiera verlo irse, sino porque sabía que, si lo miraba a los ojos, le pediría que se quedara. Y no podía, él tenía que volver a su casa. La puerta se cerró. El silencio se hizo en mi habitación.

Pero el olor a él, a sexo, a cuerpo, quedó en mis sábanas. Y en mi piel.

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11 COMENTARIOS

  1. Una maravilla Lau. Me encantó leerte ahora, en mis vacaciones de trabajo, ja ja. En octubre regreso a la normalidad.
    Un besote divina. Me encantan tus relatos…y tú!!!
    Sofi.

    • Hola Sofi!!! Que bueno que estés de vacaciones. Espero que la disfrutes.
      Mil gracias!!! me encantaría conocerte.
      Lau.

      • Sentimos lo mismo! Ojalá el tiempo nos lleve a conocernos…y algo más!

      • Ciertamente estoy disfrutando las vacaciones! Una parte con Tommy y una parte yo sola, pues Tommy debe trabajar.
        Besos.
        Sofi

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