Mi novio me prestó a mi tío (1)

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T. Lectura: 10 min.

Mi nombre es Paula, tengo 24 años y he estado saliendo con mi novio, Lucas, desde secundaría. Vivimos juntos y somos la típica pareja clase media. Excepto que no hemos tenido hijos, descubrimos que el conteo de espermatozoides de mi novio era casi inexistente.

Hasta hace poco, todo era predecible: trabajos monótonos, cenas en casa, y un sexo que, aunque había, había perdido gran parte de su chispa inicial.

Todo comenzó cuando mi tío Jorge, el hermano de mi papá, y su esposa se divorciaron. A sus 51 años mi tío es casi 30 años mayor que yo. La separación de Jorge fue difícil, y unos días después de que su mujer lo dejó terminó en nuestra casa, deprimido. Yo era su única familia en esa ciudad, así que sin ningún lugar a dónde ir fue a hablar con nosotros.

Mi tío Jorge es un hombre alto y gordito. No era calvo, pero tenía algunas entradas en la frente. Usa lentes, lo que le da un aire de hombre serio. Nunca fue un hombre particularmente atractivo, pero después del divorcio se descuidó aún más: su ropa estaba siempre arrugada y su barba sin afeitar.

Intentamos animarlo dándole de tomar, pero el alcohol pareció deprimirlo más.

Lucas, siempre solidario, le ofreció un trago. “Jorge, puedes conocer otras mujeres.”

Jorge tomó el vaso con manos temblorosas.

Fue mi novio quien, al verlo tan afectado, le sugirió que se quedara con nosotros un tiempo para distraerse y no estar solo.

Al día siguiente, Jorge se veía un poco mejor, pero aún bastante desanimado. Lucas y yo decidimos invitarlo a pasar un par de semanas con nosotros para que tuviera compañía. No pensé que Jorge aceptaría la oferta, pero para mi sorpresa, lo hizo.

Nuestras vidas siguieron siendo igual durante unos días, hasta que un sábado, cuando regresé de compras. Lucas estaba fuera con uno de sus amigos y, aparentemente, Jorge, que estaba sentado en nuestra computadora, no me escuchó llegar.

Cuando miré hacia la sala de la computadora, noté que Jorge estaba mirando la pantalla sin camisa, los pantalones alrededor de los tobillos y su erección en la mano. Lo peor no fue eso, sino lo que había en la pantalla: mis fotos desnuda, las que Lucas me había tomado. Antes de que pudiera moverme o hablar, Jorge gimió y eyaculó una gran cantidad de semen sobre su pecho peludo. Luego me alejé sigilosamente para que Jorge no me escuchara.

Esa noche, mientras estábamos en la cama, le dije a Lucas lo que pasó:

“Lucas, hoy vi a Jorge… masturbándose con mis fotos” dije, esperando su enojo.

Pero Lucas solo sonrió. “¿Ves? Te dije que te veías increíble en esas fotos.”

“¿No te importa que mi tío las haya visto? ¿No te molesta que se haya masturbado con mis fotos?” pregunté enojada.

Lucas respondió: “Esas fotos tuyas son muy sexy, y él es un hombre. Es una pena que las haya encontrado, pero no me sorprende que se masturbe con ellas”.

“¡Pero es mi tío!” repliqué.

“Tío o no, da igual”, dijo Lucas. Luego tomó mi mano y la colocó sobre su entrepierna. “¿Ves? Solo pensando en esas fotos me puse duro. Creo que es excitante que de todas las fotos que podría haber visto, fueran las tuyas las que eligió ver”.

Minutos después, Lucas y yo tuvimos una de nuestras sesiones de sexo más calientes. Aunque fue excitante, también fue raro, porque los pensamientos del pene de mi tío seguían apareciendo en mi mente. Y, cuando Lucas terminó dentro de mí, mi mente volvió a la gran verga de mi tío corriéndose sobre su pecho peludo, y también yo llegué a un orgasmo increíble.

Casi olvidé lo que pasó hasta que unos días después mi tío tenía que asistir a una cena formal de su trabajo, pero no tenía a nadie con quien ir, así que estaba deprimido, tratando de decidir si debía ir solo.

“¿Por qué no vas tú con él?” sugirió Lucas, como si fuera lo más normal del mundo.

Jorge se ruborizó. “¿No se verá raro si voy con mi sobrina?”

Lucas rio. “Nadie pensará que es tu sobrina. Dirán que es tu sexy novia. No sé si te has dado cuenta, Jorge, pero tu sobrina es hermosa”.

“¡Lucas!” protesté, pero ya habían decidido.

Estoy segura de que en ese momento me puse colorada. Hubo un momento de silencio, ya que creo que nadie sabía qué decir, excepto, por supuesto, mi novio con un:

“Entonces queda decidido. El viernes por la noche, Paula será tu novia. Y luego me la devuelves”.

La idea de arreglarme para salir esa noche me había gustado más de lo que esperaba. Se convirtió en la excusa perfecta para comprar ropa nueva, algo que hace tiempo no hacía. Me probé varios vestidos frente al espejo, buscando algo que me hiciera ver bien, pero no demasiado provocadora. Al final, elegí un vestido negro ajustado que resaltaba mis curvas sin ser demasiado revelador. Para cuando llegó la noche, ya no me sentía rara. Las cosas parecían normales, o al menos lo más normales que podían ser en una situación como esa.

Cuando Jorge abrió la puerta para que saliéramos, miró hacia atrás a Lucas, quien estaba sentado en el sofá con una sonrisa. “¿A qué hora debo traer a mi novia esta noche?” preguntó Jorge, con un tono de voz indicaba que era una broma.

Lucas respondió: “Oh, ustedes dos solo diviértanse. Dejaré la luz encendida para ustedes”.

Lancé una mirada a Lucas, tratando de que deje el chiste. Pero antes de que pudiera decir algo, Jorge tomó mi mano con delicadeza y me guio hacia su auto. Su mano era grande y cálida.

Llegamos al lugar, entramos y encontramos nuestra mesa. La cena estuvo bien, pero me sentí extraña cada vez que mi tío o alguien más se refería a mí como la novia de Jorge o su chica. Me sentía nerviosa sobre todo porque mucha gente me veía mal, sobre todo las señoras mayores. Doy gracias de que no conocía a nadie.

El alcohol ayudó a relajar mis nervios. Un par de copas de vino más tarde, ya no me sentía tan tensa. La banda comenzó a tocar, y la música llenó el lugar con un ritmo contagioso. Después de la cena, las luces se atenuaron y la música se volvió más animada, llevando a los invitados a bailar.

“¿Quieres bailar?” preguntó Jorge después de un rato, extendiendo su mano hacia mí con una sonrisa tímida.

Aunque no era el tipo de música que escuchaba, me encantaba bailar, así que acepté de inmediato. Al principio, el baile era inocente, con movimientos suaves y risas compartidas pero más bailábamos, más sed me daba. Y, a su vez, cuanto más vino bebía, más bailaba.

En algún momento me di cuenta de que mi tío se estaba volviendo más cariñoso conmigo, y también me abrazaba cada vez más fuerte.

El alcohol debió haber adormecido mis sentidos, porque no fue hasta que sentí el miembro gordo de Jorge presionándome que me di cuenta de lo que estábamos haciendo. Sabía que estaba mal, pero el vino y la fiesta estaban haciendo su magia en mí.

Sin darme cuenta, la fiesta estaba llegando a su fin. Jorge y yo éramos una de las pocas parejas que quedaban en la pista de baile, y yo estaba bastante mareada. Mientras bailábamos una canción lenta, Jorge me rodeó con sus brazos, acercándome a él.

Sentía el cálido aliento de mi tío en mi cuello y su verga dura contra mi vientre. Sentía el mismo hormigueo en mi concha que él debía estar sintiendo en su miembro. La racionalidad estaba perdiendo frente a la excitación.

“Estás preciosa” murmuró Jorge, sus labios rozando mi oreja.

“No puedo dejar de mirarte”

“Jorge… ” susurré, sin saber si era una advertencia. Al final mis manos llegaron a su pecho.

Mi tío no respondió con palabras, pero su cuerpo habló por él. Sentí aún más dura su verga a través de los pantalones. Mi mano bajo hasta su entrepierna, acariciando su miembro a través del traje.

“Dios…” murmuró.

“No sabes lo que me haces sentir, cariño”.

Por suerte, paré del susto cuando las luces se encendieron y la música se detuvo.

Caminamos en silencio hacia el estacionamiento, la tensión entre nosotros era palpable. Cuando llegamos al auto, Jorge rompió el silencio con un comentario:

“Tu novio es un hombre muy suertudo por tenerte, lo digo enserio”.

Me sentí culpable al instante. “Lo siento, Jorge. No debería haber dejado que las cosas se salieran de control”

“Extraño tener a una mujer, incluso con mi esposa hace años que no teníamos intimidad”, confesó con voz ronca. “Ojalá la música no hubiera terminado. Se sintió tan bien tener tu mano ahí… ya sabes a lo que me refiero.”

Sabía exactamente a qué se refería. Me sentí terrible por dejar que mi tío se acercara tanto a mí y por calentarlo así.

Mis pensamientos se debatían entre la culpa y el deseo, pero mi cuerpo parecía haber tomado una decisión por mí. Mi respiración se aceleró, y supe que mis sentidos estaban al límite.

Luego solo extendí mi mano y la coloqué sobre la entrepierna de Jorge, estaba dura como una roca. “No tienes que usar tu mano. Puedes usar la mía ésta noche si lo necesitas”, le dije, sintiendo cómo las palabras salían de mi boca sin que mi mente pudiera detenerlas.

“¿Lo harías? Me encantaría”, respondió.

Sus palabras fueron el empujón final que necesitaba. Con cuidado, me incliné hacia él y comencé a bajarle el cierre de sus pantalones. Forcejeé un poco con el botón de su pantalón pero logré desabrocharlo.

Para entonces, Jorge encontró un estacionamiento vacío donde podía detenerse. Tan pronto como estacionó, levantó su culo del asiento y se bajó los pantalones y los calzoncillos. Su pene, liberado de la tela, saltó hacia mí, imponente y erecto. La vista me dejó sin aliento. Era la primera vez que veía una verga tan grande. Se erguía imponente ante mí, más grande y grueso de lo que había imaginado.

“Tío, este es nuestro pequeño secreto, ¿Si?”, pregunté.

“Querida, nunca diría nada que te cause problemas”, respondió Jorge.

Con eso, envolví mi mano alrededor de su cálido miembro. Era mucho más grande que la de mi novio y a diferencia de mi novio, mi tío era muy peludo, parecía que nunca se había depilado. No sé qué haría si un policía me hubiera encontrado masturbándolo en vía pública.

“Paula…”, murmuró Jorge, cerrando los ojos y dejando escapar un suspiro. Podía sentir cómo su cuerpo se tensaba bajo mi toque. No tardó demasiado en venirse. Su cabeza se echó hacia atrás, y su miembro se hinchó aún más en mi mano. La primera eyaculación fue enorme, y no me di cuenta de lo cerca que estaba mi cara hasta que un chorro de semen caliente salpicó mi nariz y mis labios.

Antes de que me diera cuenta, mi lengua instintivamente limpió el semen incestuoso de mi tío de mis labios y lo llevó a mi boca. Saboreé su semen mientras mi mano seguía con el resto. Era cremoso y salado. El sabor era un poco amargo pero me gustó.

Cuando terminó de correrse, mi tío me agradeció y se ofreció a devolverme el favor. En ese momento, deseaba desesperadamente los dedos de un hombre, y más…, en mi concha, pero de alguna manera lo resistí.

Logramos encontrar algo para limpiarnos bien lo que quedaba de su semen, y luego nos fuimos a casa.

Cuando llegamos a casa, Jorge se detuvo en la puerta y me miró con una sonrisa tímida. “Gracias. Lo pasé increíble”, dijo.

“Estoy segura de que fue así”, respondí. “Lucas no recibió una paja en nuestra primera cita”.

“Entonces no puedo esperar a nuestra segunda cita”, dijo Jorge riendo mientras salíamos del auto.

“Sigue esperando”, respondí. “¡Va a ser una espera muy, muy larga!”

Era pasada la medianoche cuando entramos a la casa. Lucas estaba en la cama, pero aún despierto, cuando me acosté con él. En un instante, ya estaba encima de mí. Pasó lo que parecieron horas comiéndome la concha, tomándose pausas para preguntarme cosas como “¿cómo fue salir con otro hombre?” y “¿Que tanto hicieron ustedes dos?”

Lo regañé diciéndole que no era una de “esas”. Pero admití la paja que le di a Jorge estando borracha, aclarándole que no volvería a pasar. Se suponía que debía enojarse pero pareció excitarlo aún más, y subió sobre mí para cogerme con toda su energía. ¿Quién en su sano juicio se calentaría pensando en su novia haciéndole una paja a un hombre mayor? Y no a cualquiera, a su tío.

No dijimos nada más esa noche. Por la mañana Lucas se fue con uno de sus amigos antes de que yo me levantara. Tenía sentimientos encontrados y mis emociones estaban revueltas por los eventos de la noche anterior.

Mientras estaba en la cocina sirviéndome una taza de café de repente sentí algo cálido presionándose contra mi espalda, unas manos grandes en mi cadera y su aliento en mi cuello: era mi tío.

“Buenos días, cariño”, dijo mientras presionaba sus caderas contra mí. Podía sentir su erección a través de la delgada tela de mi camisón. “Podrías darme una mano otra vez esta mañana”, susurró.

No tuve tiempo de responder, o quizás no quería. El cuerpo de mi tío estaba pegado contra mi culo mientras tomaba mi mano izquierda y la llevaba a su entrepierna. Me di cuenta de que mi tío solo llevaba puestos sus calzoncillos y que su erección sobresalía de ellos cuando mi mano la encontró. Al final se me ocurrió algo que decir: “¿Por qué necesitas mi mano cuando tienes esas fotos mías desnuda que mirabas sin permiso en la computadora?”

Su respiración se volvió irregular mientras buscaba las palabras. “Yo… lo siento, Paula. ¿Estás enojada por eso?”, preguntó.

Giré lentamente para enfrentarlo, sintiendo el calor de su cuerpo pegado al mío.

“Supongo que… no”, respondí, sorprendida por mi honestidad.

Jorge tragó saliva con fuerza. “Es solo que… después del divorcio, y viéndote todos los días aquí…”. Sus manos grandes se abrieron en un gesto de impotencia. “Eres tan hermosa, Paula. Esas fotos… aparecieron cuando estaba buscando unos documentos y… no pude resistirme”.

El aire entre nosotros se espesó. Podía sentir el latido de su corazón acelerado a través de la delgada tela que nos separaba. “Sígueme”, dijo repentinamente Jorge, tomándome de la mano con una voluntad que no esperaba.

Me guio escaleras arriba con pasos firmes, su palma contra la mía. Al llegar al escritorio, la computadora aún estaba encendida. Se sentó y me mostró una foto mía desnuda tomada el verano pasado.

“Por esto necesito una mano esta mañana. Tus fotos son la razón por la que necesito tú ayuda”, dijo.

Estaba envuelta en otra situación tan caliente como para parar. Mis pezones se endurecieron bajo el camisón, rozando contra la tela. Antes de que pudiera razonar conmigo misma, ya estaba arrodillándome frente a él, mis manos encontrando la cintura elástica de sus calzoncillos.

“Paula…”, murmuró Jorge cuando mis dedos comenzaron a bajar sus calzoncillos. Él levantó la cadera de la silla para ayudarme, y su miembro saltó libre, imponente y enorme. Era igual de grande y duro de lo que recordaba, sentía las venas bajo mi tacto.

Me incliné hacia adelante y tomé su miembro con mi mano. Jorge gimió diciendo: “Te ves tan hermosa en las fotos, Paula. Quisiera verte desnuda”.

“Ya puedes verme. Eso que estás viendo en la computadora soy yo desnuda”, respondí.

“Por favor, Paula”, suplicó. “Solo quiero mirar. Te prometo que no tocaré”.

Con eso, me puse de pie, me quité la bata de los hombros y la dejé caer al suelo. Ahora estaba parada solo con mis bragas, mirando a mi tío desnudo. Dudé, pero solo por un momento. Cuándo coloqué mis pulgares en mis bragas y las bajé hasta el suelo dijo:

“¡Estás tan buena!” Su miembro palpitó visiblemente, una gota de líquido brillando en la punta.

Una vez más, me arrodillé y tomé la gran verga de mi tío con mi mano derecha, comenzando a masturbarlo. Mi mano izquierda también la ocupé, tocando mi sensible clítoris. Fue una mala idea, ya que eso aumentó mi mucho mi deseo sexual.

El sonido húmedo de mi mano trabajando su miembro se mezclaba con mis propios gemidos suaves mientras me masturbaba. La habitación olía a sexo y colonia barata, a sudor y excitación.

“Hazlo”, dijo Jorge de repente, sus dedos acariciando mi cabello. Levanté la vista y vi el deseo desenfrenado en sus ojos. “Usa tu boca, Paula”.

Entre lo mojada que estaba, su insistencia y el recuerdo del sabor de su semen, la resistencia era imposible. Me incliné hacia adelante, extendiendo la lengua para lamer la gota de líquido preseminal que asomaba en su cabeza. El sabor salado llegó a mis papilas gustativas. Y su olor tan masculino era adictivo.

La noche anterior había sido la primera vez que había tocado la verga de otro hombre que no fuera la de mi novio. Lo había conocido en secundaria y seguimos juntos desde entonces. Pero ahora, aquí estaba, tomando la verga de mí tío en mi boca.

Despacio, bajé mis labios por su duro miembro y sentí su cabeza hinchada abrirse paso hacia la parte posterior de mi garganta. En ese momento, no me importaba nada. Solo sentí la necesidad de hacerlo. Jorge gimió mientras mi cabeza subía y bajaba lento por su gran miembro.

Sus manos guiaban mi ritmo ahora, empujando mi cabeza hacia él. “Eres tan buena en esto”.

“Así, justo así,” susurró, su voz. “Mi niña, intenta llegar más abajo”

Mis propios gemidos hicieron vibrar su miembro mientras mi mano libre continuaba trabajando con mi clítoris.

No pasó mucho tiempo antes de que mi automasaje erótico comenzara a hacer efecto. Primero sentí un temblor y finalmente me vine. Mis labios no soltaban su miembro, y los únicos sonidos que podía emitir eran gemidos ahogados, “Mmm… Mmm… mmm,” que hacían vibrar mi garganta llena.

Sin previo aviso, sus manos se aferraron con más fuerza a mi cabeza y empujó su miembro profundo en mi garganta. Un espasmo involuntario me recorrió cuando su grueso miembro llenó completamente mi boca, empujando más allá de mis límites.

La sensación de ahogo fue instantánea y las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas mientras luchaba por respirar. Mi nariz fue aplastaron contra su pelvis, y el espeso vello púbico de Jorge, impregnado de un aroma intensamente masculino —mezcla de sudor, piel y ese olor crudo y animal que solo un hombre maduro puede tener— invadió mis sentidos. Su aroma viril que hacía que mi propio sexo se contrajera de placer.

Pero no intenté liberarme, en cambio, me entregué completamente, permitiendo que él usara mi boca como quisiera.

“Dios mío… así” susurró, conteniendo la respiración. “Nunca nadie me la había tomado entera antes”.

“¡Aah, dios!”, gritó cuando el primer chorro de su semen se disparó en mi garganta. Nuestros cuerpos temblaban mientras chorro tras chorro de su semen inundaba mi boca, mi garganta y mi estómago. Su sabor llegó a mi boca, empecé a tragar por instinto pero la cantidad era abrumadora; algunos hilos escaparon por las comisuras de mis labios, resbalando por mi mentón.

Por un momento, sentí como si me fuera a desmayar. La verga de Jorge se estaba ablandando en mi boca. Mantuve mis labios alrededor de ella mientras la retiraba para conservar y saborear todo el semen que me había dado. Fue una cantidad enorme, y sabía incluso mejor que la noche anterior, mientras lo tragaba y disfrutaba del regusto en mi lengua.

Amaba lo que acababa de pasar con mi tío. Pero, al mismo tiempo, sabía que debíamos parar.

Todavía puedo recordarme arrodillada, desnuda, con las manos apoyadas en sus piernas, explicándole que esta mamada tenía que ser lo último que habría entre nosotros, y que debería regresar a su apartamento. También recuerdo a mi tío diciendo estar de acuerdo con eso.

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