En el anterior relato les conté sobre la vez en que mi prima Blanca y yo hicimos el amor por primera vez. Aquel fin de semana en la playa pensamos que llevar nuestra relación sería mucho más sencillo. Sin embargo, nuestra unión no sólo era sexual, en realidad queríamos estar juntos: ir al cine, salir a comer, llenarnos de mimos, caminar por la calle tomados de la mano, permanecer en casa echados en el sillón abrazados y por supuesto, coger. Paradójicamente eso último era lo más fácil de conseguir.
Bastaba con decirle a mis tíos y a mis padres que iríamos a comer o a cenar con amigos para después pasar por ella e irnos a divertir a algún motel. Llevar a cabo la vida de pareja, sin embargo, era muy difícil frente a nuestros padres. Muchas veces estuvimos a punto de ser descubiertos en alguna tierna caricia o diciendo algún “te amo”. Al ser descubiertos, nuestros padres enloquecerían y terminarían separándonos. Necesitábamos cubrir mejor nuestro amorío. Fue a Blanca a quien se le ocurrió una idea.
—Necesito un novio —me dijo una tarde mientras cabalgaba mi verga. No supe qué responder.
—¿Cómo? ¿Ya no me amas, prima? ¿No te gusta mi verga?
—Al contrario, te amo más que nunca y quiero seguir estando contigo, pero necesitamos darles tranquilidad a nuestros padres. Estoy segura de que mi madre sospecha algo.
—¿Por qué lo dices?
—Le parece un poco raro que pasemos tanto tiempo juntos, me ha preguntado si no tengo otros amigos y hace rato casi no me deja salir de la casa. Tuve que pedirle a Samantha que me marcara explicando que iríamos todos a su casa a ver películas —explicó en medio de leves gemidos. Le gustaba hablar mientras tenía mi verga dentro de ella.
—Tienes un punto, pero, sabes que no quisiera compartir este coñito tan delicioso con nadie más, primita, mi amor —admití empujando mi cadera hacia arriba para que mi glande le llegara hasta el cérvix.
—Y yo no quiero a nadie más dentro de mí, sólo será un novio de “manita sudada”, jamás le permitiré hacer nada. No te preocupes —dijo y se acercó a mi cara para besarnos. Además, no seré la única, tú también deberías conseguir una novia como tapadera, así sería perfecto. Podríamos tener citas dobles, salir temprano de las citas e irnos los dos, solitos…
La idea comenzó a tener más forma. Aun así dudé.
—No sé, yo no quiero estar con nadie más que contigo.
—Y no estarás, ¿o tú crees que permitiría que cualquier puta recibiera esta lechita que sólo es para mí? ¡jamás! Todo va a salir bien, Enrique, ya verás.
Comenzó a cabalgarme con más fuerza dando por terminada la discusión. No quise quedarme atrás y después de que ella se viniera. La retiré con violencia, la puse en cuatro y se la clavé para cogérmela con fuerza de perrito.
—Ay mi amor, qué rico me la metes, pero estás siendo un poco brusco…
—Te amo Blanca —me dejé llevar por los celos —¿me prometes que nadie te cogerá? —pregunté estrellándole mis huevos sobre sus nalguitas; en cada embestida sacaba casi toda mi verga y se la volvía a clavar.
—Que sí, tontito, este coño y toda yo soy sólo tuya —dijo arqueándose hacia atrás y poniendo su mano en mi nuca. La tomé del cuello y apreté un poco. Nos gustaba de vez en cuando provocarnos algo de dolor.
—Está bien, está bien, le dije al oído con gruñido, y yo te prometo que a nadie más le daré esta leche. Sólo será una tapadera para que podamos estar juntos —dije y la besé mientras seguía bombeando.
Por fin separó sus labios de los míos y simplemente dijo:
—Pues dámela de una vez, cabrón, que me urge.
Haciendo feliz al amor de mi vida, inundé su coño de mi semen.
Dos semanas nos presentó a Samuel, su nuevo novio. La verdad es que me tomó por sorpresa, no habíamos quedado en algún tiempo para encontrar pareja. El tipo era compañero suyo de la facultad y se veía como una buena persona. También se notaba que estaba sinceramente enamorado de mi prima, lo que me hizo arder de celos la primera vez.
—Mucho gusto —dije forzándome a ser diplomático.
Blanca lo notó e inmediatamente se puso a mi lado, abrazándome. Con sutileza metió su mano detrás de mí, acariciando mis nalgas. Era un acto secreto que le excitaba realizar cuando estábamos en familia.
—Él es mi primo, Enrique, del que tanto te he hablado —le dijo a Samuel.
—Bueno, primo, nos despedimos. Vamos a ir al cine, pero saliendo Sam me va a dejar en tu casa para que vayamos a donde la abuela…
“A donde la abuela” era el código que utilizábamos frente a personas ajenas a la familia. Aquella noche cogeríamos. La idea me provocó una erección que apenas pude disimular.
—De acuerdo, diviértanse y mucho gusto de nuevo.
De vuelta en la sala de mi casa puse manos a la obra. No podía quedarme atrás en materia de novios. Llevaba algunos días tonteando por WhatsApp e Instagram con varias chicas de la facultad y con quien tenía mayores avances era con Irene. Estudiaba mercadotecnia y tenía fama de ser una zorra. Además estaba buenísima. Alta de pelo negro y lacio. De piel muy morena y unas tetas más grandes que las de Blanca.
Ella era la opción para convertirla en mi novia y cuidar las apariencias frente a la familia. Le escribí y contestó casi enseguida. Estaba desocupada y aceptó que la llevara por un café. Media hora después íbamos en mi coche de camino a una cafetería cerca del centro de la ciudad. El lugar era muy romántico, de esas cafeterías con una iluminación tenue y mesas con algo de privacidad.
—¿Te gusta el lugar, Irene?
—Está muy lindo, muchas gracias por invitarme.
—Me alegro, es un placer pasar tiempo contigo, me gustas mucho —dije acariciándole la mano.
Su rostro se iluminó.
—Por eso, quisiera pedirte que seas mi novia, ¿qué dices?
—¡Sí! —chilló y se arrojó a mis brazos. Nos fundimos en un tierno beso.
El cuerpo de Irene junto al mío se sentía muy bien pero me costó trabajo dejarme llevar con el beso. Sentía como si estuviera traicionando a mi verdadero amor, Blanca. Luego pensé que ciertos sacrificios serían necesarios y nos besamos como debería hacerlo una pareja de verdad. Pasamos el resto de la tarde platicando a gusto en el café. Más allá de su fama de zorra, Irene era una mujer interesante y tierna. Muy inteligente y con sueños también y ahora era mi novia, aunque fuese para guardar las apariencias. Me sentí un poco triste por ella, pero el mal estaba hecho.
—Mira la hora —dije cuando el sol comenzó a ponerse, debo llevarte a tu casa, quedé con mi familia de reunirnos en casa de la abuela y se toman personal si no llego.
—No te preocupes, guapo —contestó con algo de decepción —quizá un día me lleves a conocerlos.
—Claro —mentí.
En el estacionamiento le abrí la puerta del coche y ella agradeció con un beso suave. Mi cuerpo reaccionó a aquella pequeña sorpresa y mi verga se puso dura.
Entré al coche del otro lado y vi a Irene. Había adoptado una postura seductora, apuntando hacia mí.
—Antes de que me lleves, hay algo que quiero hacer por ti, guapo, algo para celebrar nuestra nueva relación. Se lanzó sobre mí y comenzamos a besarnos. Volví a sentir culpa pero fue insuficiente para detenerme, de todas maneras, técnicamente Irene era mi novia y Blanca sólo mi prima.
Sentí cómo la mano de Irene desabrochaba mi cinturón y bajaba mis pantalones y bóxers hasta liberar mi verga.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo con lujuria —a partir de ahora toda esta verga es sólo para mí…
La frase me hizo pensar en Blanca, pero no podía parar. Irene se llevó toda mi verga a su boca y escuché sus arcadas. Luego comenzó a mamar con desesperación. Yo mantuve la mirada atenta por si alguien nos veía en el estacionamiento pero nadie apareció.
No quería eyacular, Blanca sabría por la cantidad de semen que le echara dentro que había eyaculado previamente y habría problemas. No podía decirle que me había masturbado, desde la primera vez que estuvimos dejé de sentir la necesidad y siempre que estaba caliente la visitaba o ella a mí, aunque fuera un “rapidín” siempre nos desahogábamos juntos y ella había tomado nota perfectamente de la cantidad de semen que arrojaba. Estaría perdido.
Por otro lado, Irene la mamaba como una diosa y no tardaría en hacerme venir. Imaginé cuántas vergas de la universidad de había metido Irene en la boca y en lugar de sentir celos, me prendí más. Tenía muchísima experiencia. Intenté detenerla se los juro, por amor a Blanca, no podía traicionarla de esa manera, pero por otro lado estaba recibiendo la mejor mamada de mi vida. Blanca lo hace muy bien, pero lo verdaderamente maravilloso en mi prima es su coño, no su boca. Me ganó la calentura y con una mano le bajé el vestido strapless que llevaba, liberando sus tetas sin sostén. Comencé a acariciar sus pezoncitos morenos, tan distintos a los de mi prima. Casi negros, coronaban esas tetas. Mojé mis dedos con saliva y comencé a hacer círculos sobre los pezones de mi nueva novia.
—Ay Irene, qué rico la mamas, mi vida, sigue, sigue.
Ella seguía con lo suyo. Ni siquiera me pidió que le avisara cuando estuviera a punto de eyacular. Solté varios chorros de semen tibio en su boquita mientras le decía lo rico que la mamaba. Se quedó unos segundos lamiendo mi verga, dejándola reluciente de saliva. Cuando se incorporó, abrió la boca y sacó la lengua mostrándome toda mi semilla, luego se la tragó sin titubear.
—Qué rica lechita, papi —me dijo guiñando un ojo y subiéndose el vestido.
Se me acercó para besarme y dudé un segundo, pero me pareció de mala educación no corresponder un beso si ella se acababa de tragar mi semen. Qué locura.
—Vámonos, amor, no querrás llegar tarde a tu reunión familiar.
Encendí el coche y pasé a dejarla a su casa. Me estacioné frente a su edificio y me bajé a abrirle la puerta. Todos los detalles que sólo tenía con mi prima Blanca ahora debía tenerlos con esta mujer quien era mi novia. Me sentí un poco abrumado, sería complicado vivir esa doble vida, pero todo aquello había sido su idea y además, si yo no había podido resistir a Irene, quién sabe qué estaría haciendo Blanca, que era mucho más caliente que yo, con su nuevo novio.
—Te escribo más tarde —le dije frente a la puerta de su departamento.
—Sí, corazón, ve con cuidado —respondió y me dio un último beso.
Regresé a casa entré al baño para lavar mi pene y quitar todo rastro de la saliva y el semen. También cambié mis bóxers y me lavé los dientes. Diez minutos después Samuel dejó a Blanca.
—¿Cómo te fue? —pregunté una vez que estuvimos solos.
—Bien, pero siento algo de pena por él, no se imagina en lo que se acaba de meter…¿y a ti?
—Bien también, es muy linda, pero igual ignora la situación en la que está.
—Te extrañé, mi amor —dijo finalmente, abrazándome. Esa noche podíamos comportarnos como marido y mujer en mi casa ya que mis padres habían salido al teatro y a cenar, volvería hasta mucho más tarde, cuando el semen de su hijo, la cantidad que aún sobrase, ya yaciera dentro de la vagina de su sobrina.
Teniendo el frágil cuerpo de mi prima junto a mí me hizo sentir culpable pero no pude admitir nada. Mejor me puse a besarla y desnudarla. Me arrojé a besar tus tetitas y metí un dedo en su vagina, estaba chorreando.
—Estás muy caliente, mi amor
—Tú me pones así —fue su única respuesta. Comencé a sospechar que ella tampoco había sido tan inocente.
La llevé a mi cuarto cuando ya estábamos desnudos, la tumbé sobre la cama y se la clavé sin avisar.
—Ay, así me gusta que me cojas, con fuerza —dijo enterrándome las uñas en la espalda. Bombeé un par de minutos y estuve cerca de eyacular, aceleré el paso y Blanca lo notó.
—Sí, amor, dámela toda…
Me controlé y me detuve en seco, luego se la saqué y mientras le besaba los pechos, apreté mi glande, bajando un poco el nivel de la erección. Había leído sobre esa técnica alguna vez. El edging, que me permitiría retrasar lo máximo posible mi eyaculación y acumular toda la leche que tuviera, necesitaba hacer creer a Blanca que aquella era mi primera eyaculación del día y esa técnica era mi única esperanza.
—Móntate mi amor —ordené.
Ella obedeció sin dudarlo. Cogimos un buen rato así y cuando estuve a punto del orgasmo, volví a sacarla fingiendo que se había salido por accidente. Apreté de nuevo mi glande.
—Perdón, amor, se me salió, ponte de perrito.
Volví a penetrarla. Pensé que estaba funcionando pero estábamos a punto de averiguarlo. Le di nalgadas y le dije lo mucho que la amaba y lo puta que era, ese tipo de cosas le excitaban. Claro, de vez en cuando decía la palabra “prima” porque no hay nada como un buen recordatorio de nuestras actividades incestuosas para hacer que una mujer se moje. Mojé mi dedo con saliva y mientras la penetraba, le acaricié el ano suavemente. Casi no me dejaba hacer aquello, pero esa vez estaba demasiado caliente.
Cuando estuve cerca de nuevo, repetí la técnica que no puede continuar de manera indefinida. La volví a poner de misionero y me coloqué sobre ella. Mi verga se abrió paso entre sus paredes vaginales lubricadas.
—Te amo, prima, te amo, te amo, —le dije viéndola a los ojos y acariciando sus pezoncitos rosas.
—Yo a ti, primo, eres mi hombre —gritó mientras me clavaba las uñas en los riñones.
—¿Dónde vas a querer mi semen? —pregunté al fin, el momento de la verdad se acercaba.
—En mi coño, ¿dónde más? Dámela, dámela ahora, primo…
No resistí y comencé a descargarme en su coño. La agradable sorpresa fue que la cantidad de semen que solté era idéntica a la que hubiera liberado incluso de no haber eyaculado en la boca de Irene. Cuando por fin terminé de rellenar a mi prima. La besé suavemente con mi verga aún dentro de ella.
Me acosté junto a ella y nos quedamos abrazados. El plan había funcionado. Ella se recostó en mi pecho, exhausta y satisfecha, como siempre, mi semilla escurría de su coño. Me volvía loco ver esa declaración de que ese cuerpo era sólo para mí.
Le acaricié el pelo durante un buen rato. De repente vibró mi celular, temí que fuera Irene pero eran mis padres; estaban terminando de cenar. Nuestros papeles de pareja debían volver al de primo y prima. Nos quedamos unos minutos más desnudos y acostados, en silencio. Decidí que para guardar las apariencias, tendría que cogerme a la putita de Irene como ella quisiera y también seguir con el idilio con mi prima. Las posibilidades de ser descubierto eran altísimas, pero si aquello ocurría siempre podría reclamarle a Blanca que había sido idea suya.
Lo que estaba fuera de toda discusión es que a Irene jamás se la metería sin condón. Quién sabe con cuántos hombres había estado y no podía arriesgarme a transmitirle una enfermedad al amor de mi vida, Blanca. De hecho, pensé que eyacular en su boca fue un error, pero fue inevitable, Irene sabía perfectamente qué hacer con mi verga. Pasamos el resto de la noche viendo películas y escribiéndole por whatsapp a nuestras respectivas parejas.
¿Qué estaría diciéndole a Samuel y qué habrán hecho en las horas en las que yo estuve con Irene? Me dio un poco igual, ya lo averiguaría. Yo tampoco le revelé los mensajes de Irene a mi prima, había algunos bastante subidos de tono incluyendo una foto de sus tetas y su coño, que tenía cubierto de un espeso y oscuro vello. “Para ti” decía la descripción de esas fotos tan provocativas.
Estuvimos abrazados un rato viendo El señor de los anillos hasta que llegaron mis padres y tuve que llevarla a su casa.
—Huele a perfume de mujer —me reclamó.
—Claro, pasé por Irene y la fui a dejar a su casa.
—Es cierto, bueno, da igual.
Me alegró que se tragara el semen, si no, de haberme derramado en el coche, estoy seguro de que Blanca habría detectado el aroma de mi semilla.
Nos despedimos con un tierno beso en los labios.
—Te amo, primo.
—Te amo, prima.
La vi entrar a su casa y supe que la diversión apenas estaba comenzando.
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