Mi vecino del fin de semana (4)

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T. Lectura: 4 min.

El celular de Justi dejó de sonar. Yo seguía desnudo dentro de la pileta, haciéndome una hermosa paja. Justi tomó el celular y lo trajo al borde de la pileta, esperando que volviera a sonar.

-¿En qué estábamos?, me dijo metiéndose de nuevo al agua.

-En esto, le respondí, volviendo a besarlo y acariciarlo con ansia. Nos pajeamos mutuamente varios minutos sin dejar de chuponearnos cuando volvió a sonar.

-Es mi mujer, video llamada. ¿Cómo estás preciosa?

-¿Dónde estabas que no respondías?

-En la pileta, con Flavio. Me asomé a la pantalla y saludé a Nina, sin dejar de tocarle el culo y la poronga al Justi, aprovechando que ella no podía ver lo que yo le hacía a su marido.

-Ya deben haber comido algo, supongo, dijo ella.

-Comimos algo de lengua entre los dos y también Flavio se comió un par de salchichas.

-No había lengua en casa, y las salchichas no sé de dónde las habrás sacado.

-La lengua la trajo él, le mostró mi cara sacando la lengua, y yo tengo salchicha acá. Siempre tengo algo a mano.

-Estaban muy ricas las salchichas que me comí, agregué yo con una sonrisa de placer.

-¡Qué cara de putos tienen los dos!, dijo Nina.

-¿Por qué cara de puto? preguntó Justi sonriendo.

-Porque te conozco.

-¿Y a mí por qué puto?, pregunté haciendo mohín con la boca.

-Porque me los imagino a los dos ahí juntitos.

-Es para responder la video llamada, atiné a decir, con voz algo jadeante.

-Igual nos vamos con Luli a un boliche gay por acá cerca. No sé a qué hora volveremos.

-Que se diviertan. Nosotros no nos quejamos.

-Mostrame cómo la están pasando, le dijo Nina al Justi.

Él me susurró al oído:

-¿Te animás?

Ahí nomás, frente a la pantalla del celular, le di al Justi tremendo y largo beso de lengua.

-¡Putos! Me hicieron calentar, y cortó la llamada.

Dejó el celular en el borde de la piscina con cuidado, apoyándolo sobre una reposera plegada con la pantalla hacia nosotros. por lo que debió darme la espalda. Aproveché para ponerle mi pija entre los glúteos y rodear su cuerpo por detrás para acariciar su torso y sobarle la pija. Le dije al oído si quería seguir donde habíamos quedado. Asintió resoplando e inclinando su cuerpo sobre mi hombro. Lo besé en la boca con avidez, me respondió con lengua a fondo y nos chuponeamos un buen rato.

Lo volví a colocar en el descansillo de la pileta, con su ano a la altura de mi boca y volví a mi faena de lamerle al agujero y meterle la lengua hasta donde podía, Gemía y jadeaba, le metí un dedo, dos dedos entrando y saliendo para dilatarle el ano lo más posible y luego tres dedos que absorbió con gusto durante un buen rato.

Nos subimos al descansillo y lo puse de pusiera de rodillas apoyado en el borde de la pileta. Se acomodó y arrimé la punta de mi pija a la entrada del ano, apoyé despacio mi poronga en su agujero y lo penetré lentamente, con suavidad, aunque me sobraban las ganas de hacerlo más rápido. Pude controlarme y muy despacio vencí la primera resistencia y se la fui metiendo hasta el fondo. Me quedé quieto y me incliné sobre su espalda para preguntarle cómo la sentía. Sólo suspiró largamente y empujó su cuerpo hacia atrás.

Lo empecé a coger, estaba muy caliente y lo tomé de la cadera para penetrarlo más. Acompasó el movimiento de su cuerpo a mis acometidas y nos fuimos dando placer mutuamente varios minutos. Cuando parecía que estaba por acabar, me detuve con la pija en su ano y lo hice incorporar hacia atrás, sobre mi hombro, para besarlo y acariciarlo, llegando hasta sobarle la verga, de cuyo glande noté que salía líquido pre seminal, lo que me puso como un burro. Lo miré a los ojos:

-¡Cómo me gusta cogerte!

Suspiró, me besó largamente, me devoré su lengua, nos movíamos cogiendo casi parados. No me alcanzaban las manos para abrazarlo, acariciarlo y sobarle la pija. Se aferró a mis nalgas con desesperación, moviendo su cuerpo como una odalisca, acabé dentro de su culo con una suerte de alarido apagado contra su cuello, lamiendo y besando su piel, me temblaba todo el cuerpo.

Me fui calmando, sin dejar de besarlo y chuponearlo. Me comí su lengua casi hasta atragantarme, le volví a decir que su lengua era como una pija para mí, pero que ahora quería la otra, la que tenía en mis manos. Muy despacio nos separamos y se sentó en el borde de la pìleta, apoyado con los brazos hacia atrás y la poronga apuntando al cielo.

Me arrodillé, le abrí las piernas y me apoyé en sus muslos, bajé la cabeza y empecé a chuparle el glande, las venas, el tronco, los huevos, subí por el tronco y me concentré en lamerle y sorber el glande, mirándolo a los ojos. Me encanta hacer eso, mirar a los ojos del dueño de la pija que me estoy comiendo, verlo gozar, gemir, suspirar, jadear, mientras me trago toda su poronga, sobre todo cuando chupo goloso el glande, con esa piel tan suave, delicada que invita a no abandonarla.

Por eso, hacía lentos los movimientos de bajar y subir la chupada para que durase más tiempo, hasta que tensó su cuerpo, se arqueó para atrás y acabó en mi boca con varios espasmos y chorros de leche no tan espesa, por las cogidas que me dio antes. Chupé todos sus jugos, que me supieron a gloria, seguí chupando para mantener esa pija parada, me volví y delicadamente me senté sobre él, guiando con mis manos su poronga aún dura hacia la entrada de mi ano, que la recibió gozoso, ávido, anhelante, apretando y aflojando esfínter por instinto.

Al punto, comenzó a moverse empujando su cuerpo hacia mí, hacia arriba, empalándome a fondo y arrancándome suspiros de placer y jadeos de calentura. Giré mi cabeza para mirarlo, vocalizando ¡Más! Aceleró sus embestidas, comenzó a girar su cuerpo como cuando lo cogía yo. Me volvió loco de lujuria, me desesperaba, me daba más.

Recuperé el aliento, le pedí verlo:

-¡Te quiero ver cómo me cogés! Pero no quería que saliera de mi culo, aunque fue inevitable. Nos soltamos, me recosté de espaldas en el borde de la pileta, levanté las piernas y me la volvió a poner. Se recostó sobre mi pecho para besarme apasionadamente sin dejar de moverse dentro de mí. Lo tomé del pelo para besarlo con más fuerza y crucé mis piernas sobre su espalda. No quería que se terminara nunca esa cogida.

Y, gracias a la calentura mutua y a la pastilla azul, duró bastante, un montón, incluso se me llenaron los ojos de lágrimas de placer. Me preguntó si me dolía, lo negué con la cabeza y al oído le dije que me gustaba mucho como me estaba cogiendo y que me siguiera dando, besándolo con frenesí. Acentuó su vaivén, sus movimientos de pelvis, me llevó los brazos hacia atrás, como sometiéndome. Lo dejé hacer, estaba gozando a centímetros de mis ojos. El placer que yo sentía era exasperante, se lo dije al oído, sofocado:

-¡Buenísimo polvooo!

Me sonrió, me derretí y lo besé por enésima vez. -Cogeme mucho, dame toda la que tenés, le rogué. Empezó a hacerme la paja porque yo estaba de nuevo al palo. Le acaricié el torso, los pectorales y los abdominales que tanto había saboreado, me dejé llevar, me siguió cogiendo, me horadaba como si fuese un martinete. Lo recibía con gusto, tratando de absorber sus acometidas lo más adentro posible, empujando mi pelvis hacia su cuerpo, hasta que se tensó, gritó ¡Ahí voy! y me acabó adentro del culo otra vez, mientras yo me pajeaba.

Se recostó sobre mi cuerpo sin dejar de moverse, le abracé la espalda, lo besé frenéticamente, acaricié sus firmes y redondos glúteos. Con el solo franeleo, meneándose y frotando su cuerpo contra el mío, me hizo acabar a mi vez, besándome con dulzura y de pasión. Jadeamos unidos varios minutos, retomando los besos de lengua a fondo a cada rato. ¡Qué cogida intensa! ¡Me sigue latiendo el culo! Lo recuerdo y me relamo, me mojo mientras escribo pensando en repetir tantas veces como pueda.

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