Placeres prohibidos. La melancolía del incesto (2)

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América colocó sus manos en la cabeza de Diego, sus dedos se enredaron en su cabello mientras lo empujaba con firmeza, obligándolo a restregarse más contra sus senos. Echó la cabeza hacia atrás, su cabello negro caía como una cascada, y dejó escapar un gemido profundo, disfrutando de la lengua que lamía y mordisqueaba sus pezones con devoción.

—Deja que mamá te amamante siempre, mi amor —repetía, con voz cargada de una entrega total—. Mis tetas siempre serán tuyas. —Con un movimiento lento y sensual, sus manos descendieron por su cuerpo, dejando caer el vestido rojo al suelo. La cámara captó su figura desnuda, revelando que no llevaba nada debajo: sus nalgas firmes, su abdomen plano y su vagina depilada relucía con un brillo húmedo que delataba su excitación. Era un cuerpo que desafiaba el tiempo, perfecto y provocador.

Elizabeth, sentada en el sillón con su blusa de oficina desabrochada, sintió una punzada de envidia al ver el cuerpo de su hermana, sus grandes senos palpitaban bajo el encaje de su sostén mientras imaginaba tocar esa piel. Atziry, con su pijama de satín rosa marcando sus curvas, sintió un calor nuevo subirle por la entrepierna, su tanga se empapó al desear, por primera vez, el cuerpo de su tía. Diego colocó sus manos en las nalgas de América, apretándolas con fuerza mientras su boca seguía devorando sus senos, lamiendo y succionando con un fervor que hacía que los gemidos de América resonaran en el departamento.

—Te amo, mi amor, eres el hombre de mi vida —susurró América, su voz temblaba de deseo. Diego, con las manos hundidas en las nalgas firmes de su madre, las apretaba y separaba con una pasión feroz, sintiendo la carne suave ceder bajo sus dedos, su verga se endurecía más bajo el traje de boda. América levantó el rostro de su hijo, sus ojos azules ardían de lujuria, y lo atrajo hacia ella, sus labios se fundieron en un beso profundo, sus lenguas chocaban en un torbellino húmedo que hacía temblar sus cuerpos.

—Lámeme la panocha, mi amor —pidió América, su tono era vulgar y desenfrenado, revelando cuánto lo había extrañado. Se acomodó en el sillón con una audacia que desafiaba todo límite, apoyando la pierna izquierda en el suelo y alzando la derecha sobre la cabecera, abriendo su cuerpo por completo. Sus senos prominentes temblaban con cada movimiento, y su vagina, depilada y reluciente de jugos, se abrió ante Diego cuando ella, con las manos, separó sus pliegues, exponiendo su clítoris hinchado. Sus ojos destellaban con un deseo crudo, invitándolo a devorarla. Diego, con la respiración acelerada, se despojó del traje, los pantalones cayeron al suelo para revelar su verga erecta, gruesa y pulsante, brillando con una gota de pre-semen en la punta.

América, al verla, cambió de planes con una sonrisa traviesa. —Mejor deja que te la chupe primero, mi amor —dijo, llena de hambre. Diego se posicionó cerca de su rostro, y ella, sin dudar, engulló su verga, sus labios la envolvieron con una avidez que arrancó un gruñido de Diego. América lamía y succionaba, escupiendo sobre el miembro para lubricarlo, metiéndoselo hasta la garganta con una intensidad que hacía que las lágrimas brillaran en sus ojos.

Casi se ahogaba, pero sus gemidos vibraban contra la carne, su lengua danzaba por cada centímetro. Diego, con la mano izquierda, apretaba los senos de su madre, amasándolos con rudeza, los pezones se sentían endurecidos bajo sus dedos. —Amo cómo siempre me la chupas, mi amor —jadeó—. Una madre debe saber chuparle la verga a su hijo, y tú lo haces de maravilla. —América, entre arcadas, respondió con la voz rota: —Desde la primera vez que te la mamé, no he probado otra.

Elizabeth envidiaba la entrega de su hermana. Atziry apretaba los muslos, su clítoris palpitaba mientras imaginaba esa verga en su propia boca.

América, desnuda sobre el sillón, devoraba la verga de Diego con una pasión desenfrenada, sus labios se apretaban alrededor del miembro grueso mientras lo succionaba hasta la garganta. Tras varios minutos de una mamada intensa, Diego abrió los ojos, con su rostro contorsionado por el placer, los músculos de su mandíbula se tensaron mientras un gruñido bajo escapaba de su pecho. Sin avisar, empujó su verga aún más profundo en la boca de su madre, sus manos se aferraron a su cabello negro mientras se recargaba contra el sillón, su cuerpo temblaba de éxtasis.

Con un rugido gutural, Diego liberó su semen, chorros calientes y espesos inundaron la boca de América. Ella, con los ojos entrecerrados y las mejillas ruborizadas, tragaba con avidez, su garganta trabajaba para no dejar escapar ni una gota. Al mismo tiempo, sus dedos se movían con rapidez sobre su clítoris, frotándolo frenéticamente mientras su vagina goteaba jugos sobre el sillón. —Toma tu leche, mamá, como tanto te gusta tragarla —jadeó Diego, su voz estaba cargada de dominación mientras seguía descargando en su boca. América gemía contra su verga, el sonido ahogado vibraba en su garganta, sus senos prominentes temblaban con cada espasmo de placer.

Cuando Diego finalmente sacó su verga, un hilo brillante de semen y saliva conectó la punta de su verga con los labios hinchados de América, algunas gotas resbalaron por su barbilla. Con una mirada lujuriosa, ella lamió los restos con la lengua, saboreando cada gota con deleite, limpiándose hasta no dejar rastro. —Amo tu semen, hijo —susurró, ronca y satisfecha—. Siempre sabe delicioso. —Sus ojos azules brillaban con una mezcla de amor y deseo, su cuerpo desnudo relucía bajo la luz.

Diego con su verga aún brillante por la mamada de América, se posicionó entre las piernas de su madre, que descansaban abiertas sobre el sillón. América se masajeaba el clítoris con dedos frenéticos, sus jugos goteaban por sus muslos. Diego, extasiado, acercó su rostro a la vagina depilada de su madre, inhalando profundamente su aroma almizclado. —Huele tan delicioso, mamá —gruñó, con voz grave vibrando de deseo—. Amo el olor de tus jugos. —América, con los ojos azules ardientes de lujuria, respondió: —¿Y no extrañas su sabor? —Su tono era una invitación cruda, cargada de anhelo.

Diego, sin dudar, hundió su rostro en su vagina, su lengua lamía con una intensidad voraz. Chupaba cada pliegue, saboreando los jugos dulces y salados, su lengua danzaba sobre el clítoris hinchado antes de mordisquearlo suavemente, arrancando gemidos de América. Besaba sus labios vaginales, succionándolos con hambre, mientras introducía dos dedos en su interior, sintiendo las paredes húmedas apretarse. América, con una mano masajeaba su clítoris y con la otra empujaba la cabeza de Diego más profundo, gemía sin control, sus caderas se movían contra su boca. —¡Sigue lamiendo la vagina por donde saliste, hijo! —gritaba entre sollozos y jadeos, su cuerpo temblaba de placer—. ¡Estoy lista, méteme el puño!

Diego, con dos dedos ya dentro, añadió un tercero, luego un cuarto, sus movimientos eran lentos y precisos mientras América gemía más fuerte, sus jugos escurrían por el sillón, manchando la tela. Con un movimiento audaz, introdujo el quinto dedo, y dentro de su útero cerró la mano en un puño, comenzando a moverlo de arriba abajo, sin sacarlo, en un ritmo que hacía que los senos de América rebotaran.

Ella, sin dejar de frotar su clítoris, gritaba: —¡Así, mi amor, así, hijo! ¡No pares, no saques el puño, es delicioso! —Su voz estaba quebraba, sus ojos estaban en blanco mientras el placer la consumía. Diego, con el rostro empapado de sus jugos, intensificó el movimiento, hasta que, tras un rato, sacó el puño lentamente, desencadenando un orgasmo explosivo. América gritó, su cuerpo convulsionó mientras un chorro de squirt salpicaba el rostro de Diego, quien, extasiado, lo recibía con una sonrisa, lamiendo los jugos que goteaban por su barbilla.

—Mira, hijo, mira cómo hiciste que tu madre tuviera un orgasmo riquísimo —jadeó América, sus gemidos resonaban mientras su vagina palpitaba, sus muslos temblaban. Elizabeth y Atziry voltearon a ver el sillón al mismo tiempo y se percataron de la mancha que América había dejado.

América, aun temblando por su orgasmo reciente, se repuso y, con un movimiento deliberado, se giró en el sillón, poniéndose en cuatro. Sus manos separaron sus nalgas firmes y blancas, exponiendo su ano apretado. —Métemela por el ano, hijo, como lo hacías cada mañana —suplicó, con voz cargada de deseo crudo. Diego, con su verga gruesa y pulsante aun brillando por los jugos de su madre, gruñó: —Eres la más puta de todas, mamá. —América brillando de lujuria, respondió: —Soy tu puta mayor, mi amor.

Diego se posicionó detrás de ella, alineando su verga con el ano de América. Con una lentitud tortuosa, la penetró centímetro a centímetro, cada movimiento arrancaba un grito de placer de su madre. —¡Eso, así, hijo! ¡Destrózame el ano! —gritaba América, su cuerpo se arqueaba mientras sentía la carne gruesa abrirse paso, la sensación de su verga la llenaba hasta el límite. —Amo cómo se siente tu verga por ahí —jadeó, sus senos prominentes se balanceaban con cada embestida.

Diego, sin decir palabra, comenzó a embestirla con fuerza, los gemidos y gritos de América resonaban en el departamento, su placer lo extasiaba. Sus manos alcanzaron los senos de su madre, amasándolos con rudeza, sintiendo los pezones endurecidos bajo sus dedos. —Eres mi puta, mamá, siempre serás mi más grande puta —gruñó, su voz vibraba con dominación.

América, gimiendo en afirmación, empujaba sus nalgas hacia la pelvis de Diego, buscando más profundidad, el choque de sus cuerpos resonaba como un tambor en el silencio. Diego comenzó a darle nalgadas, el sonido seco de sus manos contra la piel blanca llenaba el aire. —Amo tus nalgas, mamá —dijo, dejando marcas rojas en su carne. —¡Sí, hijo, déjamelas rojas! —gritó ella, su ano se apretaba alrededor de su verga con cada golpe, sus jugos goteaban por sus muslos.

Elizabeth sintió una punzada de celos al ver el placer que América recibía, Atziry apretó los muslos, su clítoris palpitaba al desear la verga de Diego en su propio ano.

En el video, Diego, tras una sesión intensa de sexo anal, sacó su verga de golpe del ano de América, dejando un eco de sus gemidos resonando en el aire. Su miembro, rojo e hinchado por el roce, palpitaba erecto mientras él tomaba asiento en el sillón, su pecho musculoso brillaba con sudor. —Súbete en mí y date de sentones, mamá —ordenó.

América lo miró con ojos ardientes de deseo. Sin decir palabra, se posicionó de espaldas a él, con sus nalgas firmes y marcadas por las nalgadas rojas expuestas al aire. Con una precisión sensual, alineó la entrada de su vagina empapada con la punta de la verga de Diego, sus jugos goteaban por sus muslos. Apoyó sus manos en las rodillas de su hijo, sus dedos apretaron su piel, y comenzó a flexionar las rodillas, subiendo y bajando lentamente. Cada movimiento hacía que sus nalgas se alzaran y descendieran, un espectáculo hipnótico que hacía que Diego gruñera, sus manos se aferraban al sillón mientras sentía la humedad cálida de la vagina de su madre envolviéndolo, apretándolo con cada sentón.

Extasiado, observaba cómo las nalgas de América se movían, el choque de sus cuerpos resonaba en el departamento. Se inclinó hacia adelante, sus labios rozaron los hombros desnudos de su madre, besándolos con una mezcla de reverencia y hambre. Su lengua trazó un camino húmedo por la curva de su espalda, saboreando el sudor salado de su piel. —Te amo tanto, mamá —susurró, con voz rota por el placer mientras sus manos subían para acariciar los costados de sus senos, sintiendo su peso. América, gemía con cada sentón, empujaba sus caderas con más fuerza, sus paredes vaginales se contraían alrededor de la verga de Diego, sus jugos goteaban hasta los testículos de él.

América no aguantó más tras varios minutos, y montando a Diego con sentones frenéticos, alcanzó un orgasmo devastador, su cuerpo convulsionó mientras sus jugos cálidos se derramaban por los muslos musculosos de su hijo, goteando hasta el sillón. Diego, con su verga gruesa aun palpitando dentro de la vagina empapada de su madre, no detuvo sus embestidas. Se echó hacia atrás, y con un movimiento firme, jaló a América desde sus senos prominentes, pegando su espalda sudorosa contra su pecho. Sus manos se deslizaron bajo los muslos de ella, levantándolos y abriendo sus piernas lo más que pudo, exponiendo la vagina depilada de su madre en todo su esplendor ante la cámara.

La imagen era hipnótica, los pliegues húmedos de América relucían, su clítoris hinchado temblaba mientras la verga de Diego entraba y salía con un ritmo implacable. Ella, con los ojos en blanco, gemía y gritaba, su voz se quebraba de placer. —¡Soy tu madre, hijo! ¡Tu puta madre! —jadeaba, recordándole su vínculo prohibido mientras su cuerpo se rendía al éxtasis. Diego, gruñendo, mantenía sus piernas abiertas, asegurándose de que la cámara captara cada detalle de su verga deslizándose en la vagina de su madre, los jugos se mezclaban con el sudor. Durante veinte minutos, el departamento resonó con el sonido húmedo de sus cuerpos chocando, y los gemidos de América llenando el aire.

Finalmente, Diego, con la respiración entrecortada, gruñó: —Párate rápido, mamá, que ya me voy a venir. —Pero América, perdida en el placer, apretó sus caderas contra él. —¡No, hijo, termina dentro! —suplicó, con voz ronca—. Quiero sentir tu semen en mis entrañas otra vez. Llena a mamá de tu rica leche caliente. —Sus manos amasaban sus propios senos, sus dedos pellizcaban y lamían sus pezones de café claro, mientras su vagina se contraía alrededor de la verga de Diego. Él, incapaz de resistir, dejó que un palpitar intenso recorriera su miembro, liberando chorros calientes de semen que inundaron el interior de América. Ella gritó, su cuerpo temblaba mientras sentía el calor llenarla, sus jugos se mezclaron con el semen de su hijo.

Diego, aún con su verga profundamente enterrada en la vagina de América, bajó las piernas de su madre con suavidad, dejando que descansaran en el sillón. Sus manos, temblando de placer, ascendieron lentamente desde los muslos sudorosos de ella, acariciando la piel suave de su vientre plano hasta llegar a sus senos prominentes. Los apretó con reverencia, sus dedos se hundieron en la carne firme mientras los pezones se endurecían bajo su toque. Ambos, agitados y extasiados, respiraban al unísono, sus cuerpos subían y bajaban en una danza sincronizada, sus pieles brillaban con el sudor del éxtasis compartido.

América, con un gemido suave, acomodó su cabeza hacia atrás, buscando los labios de Diego. Sus bocas se encontraron en un beso apasionado, sus lenguas se entrelazaron en un choque húmedo cargado de lujuria y amor prohibido. Sus cuerpos, aún conectados, vibraban con la intensidad del momento, con el aroma a sexo impregnando el aire del departamento.

Continuará…

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4 COMENTARIOS

  1. Muy rico el relato y la serie en general está excelente.

    Sería muy emocionante que el elemento de los celos también se usase respecto de Diego, trayendo a un competidor varón que amenace con tomar a América o Elizabeth o algo así. Es una lástima que esta última no tuviese hijos varones para hacer esas veces.

    • ¡Gracias Daniel! El siguiente capítulo ya se publicó, pero tomaré en cuenta tus sugerencias para una posible continuación.

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