Placeres prohibidos. Secreto familiar (2)

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T. Lectura: 10 min.

Diego, con una sonrisa pícara curvando sus labios, supo que tenía a Atziry justo donde quería: vulnerable, expuesta, atrapada entre la furia y el deseo.

Su mano, aun rozando la barbilla de su prima, se deslizó lentamente hacia su mejilla, un roce cálido que la hizo estremecer. —No pasa nada entre ella y yo, primita —respondió, su voz era baja y seductora, mientras sus ojos oscuros la recorrían, deteniéndose en la curva de sus labios mordidos—. Pero no voy a negar que deseo a tu madre desde hace doce años, desde que la vi desnuda en la ducha, con esas curvas que no he podido olvidar. —Hizo una pausa, inclinándose más cerca, su aliento rozaba la piel de Atziry—. Anoche, cuando entraste al estudio y me la chupaste, estaba soñando con ella. Creí que era parte de mi sueño, por eso dije lo que dije.

Atziry lo miró con escepticismo, su respiración era agitada mientras intentaba procesar sus palabras.

El roce de sus dedos en su mejilla la hacía sentir como si su piel ardiera, su vulva palpitaba bajo los leggins, el recuerdo de la noche anterior avivaba un deseo que no podía ignorar. —¿Entonces, si creías que fue un sueño, ¿cómo sabías que fui yo quien te la chupó? —preguntó, su voz temblaba, sus ojos se entrecerraban mientras lo desafiaba. Diego, sin perder la compostura, respondió con una rapidez que la desarmó. —Porque después de llenar tu garganta con mi semen, saliste corriendo del estudio —dijo, su tono estaba cargado de una certeza sensual, sus ojos permanecían clavados en los de ella—. Y esta mañana, cuando te comportaste tan rara, cortante conmigo y con tu madre, lo supe. Eras tú, primita, y joder, lo hiciste tan bien.

Atziry sintió un calor líquido crecer entre sus piernas, sus muslos apretándose instintivamente mientras las palabras de Diego resonaban en su mente. La imagen de su boca alrededor de su verga, el sabor salado de su clímax, la llenaba de una mezcla de vergüenza y lujuria. Intentó mantener su fachada, pero su cuerpo la traicionaba, sus pezones se endurecieron aún más bajo la camiseta, sus labios entreabiertos dejaron escapar un suspiro apenas audible. Diego, percibiendo su rendición, acercó su rostro, su aliento cálido rozó sus labios.

Atziry, atrapada en el torbellino de deseo que la consumía, estaba a punto de ceder al beso de Diego, sus labios estaban a centímetros de los suyos, el calor de su aliento encendía su piel. Pero un destello de razón la hizo retroceder, su cuerpo temblaba mientras se apartaba en el pequeño baño. —No deberíamos —susurró, su voz era temblorosa, sus ojos estaban nublados por la lujuria, pero tocados por un destello de duda—. Mi mamá está por llegar. —Sus leggins negros se adherían a sus muslos bronceados, la tela marcaba el calor húmedo que crecía entre sus piernas, sus pezones endurecidos eran visibles bajo la camiseta ajustada.

Diego la miró con una mezcla de frustración y deseo, sus músculos estaban tensos mientras apoyaba una mano en el marco de la puerta. —¿Entonces qué quieres de mí, primita? —preguntó, lleno de impaciencia, sus ojos la devoraban, deteniéndose en la curva de sus senos y la forma en que sus muslos se apretaban. Atziry, con el corazón latiendo desbocado, sintió el fuego en su interior apagar cualquier rastro de duda.

La mención de su madre se desvaneció, reemplazada por una necesidad cruda que la empujó hacia adelante. Se abalanzó sobre Diego, colgándose de su cuello, sus piernas se envolvieron en su torso con una urgencia que los hizo jadear a ambos. —Tienes razón, primito… hazme tuya —gimió, con voz ronca de deseo mientras apretaba su cuerpo contra el de él—. Quiero dejar de ser virgen.

Las palabras de Atziry golpearon a Diego como un relámpago, su confesión de inocencia encendió un fuego aún más intenso en su interior. Su verga, ya endurecida bajo los jeans, palpitó con una urgencia renovada. —Carajo, prima —gruñó, sus manos se aferraron a las nalgas de Atziry, apretándolas con fuerza mientras la sostenía contra él. Comenzó a besar su cuello, sus labios trazaban un camino húmedo por la piel suave, lamiendo y mordiendo suavemente mientras ella echaba la cabeza hacia atrás, un gemido escapó de sus labios. Atziry, perdida en la sensación, restregaba su vulva contra el abdomen de Diego, la tela fina de sus leggins amplificaba el roce, su humedad se filtraba mientras imaginaba su verga dentro de ella.

Diego, la sostenía con facilidad, deslizó una mano bajo la camiseta de Atziry, rozando la piel cálida de su cintura, subiendo hasta rozar la base de sus senos. Ella tembló, sus piernas se apretaban más alrededor de él, su vulva se frotaba con más insistencia, buscando aliviar el ardor que la consumía. —Por fin… te deseo tanto —susurró Atziry, su voz rota por la excitación, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Diego, guiándolo contra su cuello. Sabía que el hombre que había anhelado en sus fantasías más oscuras estaba a punto de reclamarla, de romper la barrera de su virginidad.

Diego, con el deseo ardiendo en su interior, empujó suavemente a Atziry hacia el interior del baño, cerrando la puerta tras ellos con un clic que resonó en el espacio reducido.

El aire estaba cargado de tensión sexual, el aroma de sus cuerpos se mezclaba con el calor que emanaba de sus pieles. La levantó con facilidad, sentándola sobre el borde del lavabo, sus manos estaban firmes en las caderas de su prima, sintiendo la curva de sus nalgas bajo los leggins negros que se adherían a su cuerpo como una segunda piel. Atziry, con la respiración agitada, lo detuvo con un gesto rápido, bajándose del lavabo. —Lo vamos a romper, Diego —dijo, su voz temblaba de excitación, sus ojos tenían una mezcla de nervios y lujuria mientras su pecho subía y bajaba, sus pezones endurecidos se marcaban bajo la camiseta ajustada.

Diego asintió, con una sonrisa traviesa curvando sus labios, mientras Atziry, sin perder un segundo, se arrodilló frente a él. Sus dedos, ansiosos pero precisos, desabrocharon el cinturón de su primo con un movimiento rápido, el sonido del cuero deslizándose resonaba en el silencio del baño. —Primero te la voy a mamar de nuevo —susurró, su voz era ronca pero cargada de deseo, mientras bajaba el pantalón de Diego, dejando que cayera al suelo.

Con un tirón impaciente, deslizó el bóxer hacia abajo, liberando la verga de su primo, ya dura y palpitante, erguida ante ella como un trofeo que había anhelado. Atziry tardó más en despojarlo de su ropa que en meterse aquel pedazo de carne en la boca, sus labios lo envolvieron con una avidez que hizo que Diego jadeara.

La visión de Atziry arrodillada, con su cabello cayendo en mechones desordenados sobre su rostro, era hipnótica. Sus labios, húmedos y cálidos, se deslizaban por su verga, desde la base hasta la punta, ensalivándolo con una dedicación que lo volvía loco.

El sonido húmedo de su boca, mezclado con lengüetazos largos y arcadas suaves cuando lo llevaba demasiado profundo, llenaba el baño, un coro sensual que resonaba contra las paredes. Atziry, con una mano sosteniendo la base de su verga, usaba la otra para acariciar los testículos de Diego, sus dedos los rozaban con una suavidad que contrastaba con la ferocidad con la que chupaba. Sus ojos, alzados hacia él, brillaban con una mezcla de sumisión y poder, saboreando cada gemido que arrancaba de su primo.

Diego, con las manos apoyadas en el lavabo para mantenerse en pie, la observaba embelesado, su respiración era pesada mientras sentía la lengua de Atziry danzar sobre su piel, ensalivando cada centímetro. —Prima, qué bien lo haces —gruñó, mientras sus caderas se movían ligeramente, siguiendo el ritmo de su boca. Atziry, atragantándose en ocasiones, no se detenía, sus labios se apretaban alrededor de él, su saliva goteaba por su barbilla mientras lo devoraba con una pasión que traicionaba su deseo reprimido.

El sonido de su boca trabajando era hipnótico: lengüetazos largos, succiones profundas y arcadas suaves cuando lo llevaba hasta el fondo de su garganta. Sus manos, una sosteniendo la base de su verga, la otra acariciando sus testículos con dedos ligeros, amplificaban el placer. Diego, apoyado contra el lavabo, sentía cada lamida como una descarga eléctrica, el calor de la boca de Atziry superaba incluso el placer de la noche anterior. —Joder, primita, ¿si eres virgen, ¿cómo es que la mamas tan rico? —preguntó, su voz era ronca, entrecortada por los gemidos que escapaban de su pecho.

Atziry, sin detenerse, alzó la mirada, con una mezcla de picardía y lujuria. Sacó la verga de su boca por un instante, un hilo de saliva la conectaban aún a sus labios. —Porque he practicado con un dildo que compré cuando llegaste a casa —respondió, su voz temblaba de excitación, mientras lamía la punta lentamente, saboreando la piel salada antes de volver a engullirla. Diego, al escuchar su confesión, sintió una oleada de calor recorrerlo. Sonrió, sus ojos rodaron hacia atrás en puro éxtasis. —Ya me voy a venir, primita —gruñó, sus manos se enredaron en el cabello de Atziry, guiándola con una urgencia que rayaba en la desesperación.

Ella, decidida a complacerlo, metió la verga hasta el fondo de su garganta, con sus labios apretándose alrededor de él mientras las arcadas resonaban en el baño, un sonido crudo que llenaba el aire. No se detuvo, incluso cuando sentía que se ahogaba, su deseo de volver a tragar el semen de Diego superaba cualquier incomodidad. Los espasmos llegaron, y Diego, con los ojos en blanco, se rindió al clímax. Chorros calientes de semen inundaron la boca de Atziry, pegándose a su lengua, deslizándose por su garganta mientras ella tragaba con avidez, saboreando cada gota. Desde su posición, arrodillada, alzó la mirada para ver el rostro de Diego, contorsionado por el placer, una visión que la hizo sentir poderosa, satisfecha de haberlo llevado al límite.

Cuando los espasmos cesaron, Atziry sacó lentamente la verga de su boca, dejando que Diego viera el interior de sus labios, aún brillantes con restos de su semen. Sonrió, sus mejillas estaban ruborizadas, y luego tragó deliberadamente, un gesto lento y provocador que hizo que Diego jadeara, su sonrisa se amplió mientras la miraba con una mezcla de admiración y deseo renovado.

Diego, aun vibrando por el clímax que Atziry le había arrancado, la levantó del suelo con facilidad, sus manos fuertes se aferraron a sus caderas. La guio para que tocara su verga, aún dura y palpitante bajo su toque. —Siente, primita, aún está dura para ti —susurró lleno de lujuria. Atziry, con los ojos abiertos de par en par, sintió el calor y la firmeza de su miembro en su mano, un trozo de carne que parecía prometerle todo lo que había soñado. —Ay, primo, qué vergota —jadeó, su voz temblaba de deseo, su vulva palpitaba con una humedad que empapaba sus leggins—. Quítame la virginidad, por favor.

Diego no esperó más. La besó con una pasión desenfrenada, sus labios reclamaban los de ella, sus lenguas entrelazándose en un baile febril que llenó el baño de sus respiraciones agitadas. La volteó con un movimiento rápido, colocándola de espaldas a él, su cuerpo ahora estaba frente al espejo del lavabo. La imagen reflejada era hipnótica: Atziry, con el cabello rubio desordenado cayendo sobre sus hombros, y Diego detrás, con su torso desnudo y musculoso, listo para hacerla suya.

Él levantó los brazos de su prima, deslizando su camiseta hacia arriba con una lentitud deliberada, revelando que no llevaba sostén. Los senos de Atziry, firmes y redondos, rebotaron libres, los pezones erectos apuntaban al espejo, una visión que hizo que su vagina se contrajera, su humedad se intensifico hasta mojar la tela de sus leggins.

Diego, con un gruñido de deseo, jaló los leggins por detrás con fuerza, rasgándolos con un sonido seco que resonó en el baño. La tela cedió, exponiendo las nalgas de Atziry, redondas y perfectas, sin rastro de ropa interior. —Primita, qué ricas nalgas tienes —murmuró, lleno de admiración mientras se ponía en cuclillas detrás de ella.

Sus manos separaron suavemente sus nalgas, revelando su ano rosado y la vagina reluciente, completamente depilada, un lienzo suave que lo invitaba. Diego acercó su rostro, su lengua trazó un camino lento y húmedo por su ano, lamiéndolo con una delicadeza que arrancó un gemido agudo de Atziry. Luego, descendió a su vagina, lamiendo los labios húmedos desde atrás, saboreando la dulzura salada de su excitación, su lengua exploraba cada pliegue con una precisión que la hacía temblar.

Atziry, recargada en el lavabo, se miraba en el espejo, hipnotizada por la imagen de sus senos rebotando levemente con cada movimiento, los pezones endurecidos como evidencia de su deseo. Los gemidos escapaban de sus labios, cada lamida de Diego enviaba oleadas de placer por su cuerpo. —Ay, primo, no imaginé que me la comerías así —jadeó, su voz estaba rota por la excitación, mientras sus caderas se movían instintivamente contra su boca, buscando más.

Diego, consumido por el deseo que lo incendiaba, se puso de pie abruptamente, dejando atrás el sabor de la piel de Atziry. Con un movimiento rápido y decidido, la volteó hacia él, sus manos fuertes la giraron para que quedaran frente a frente. Atziry, sorprendida por la brusquedad, lo miró con los ojos abiertos, un destello de susto cruzó sus pupilas café claro, pero el hambre en la mirada de Diego la envolvió, disipando cualquier temor.

Él no dijo nada; sus labios se lanzaron hacia sus senos, besándolos con una urgencia que la hizo jadear. Los pezones rosados y pequeños, erectos bajo su toque, eran un imán para su boca. Los lamió con avidez, su lengua trazó círculos húmedos alrededor de ellos, succionándolos suavemente mientras su rostro se hundía en la carne suave y firme, el aroma de su piel bronceada llenaba sus sentidos.

—Joder, primita, amo tu cuerpo esbelto —gruñó Diego contra sus senos, su voz ronca vibraba contra su piel mientras lamía y mordisqueaba con una mezcla de reverencia y lujuria—. Eres como una muñequita que quiero consentir siempre. —Sus palabras, cargadas de adoración, hicieron que Atziry se ruborizara, un calor subía por sus mejillas mientras su cuerpo respondía al frenesí de sus caricias.

Su mano derecha se deslizó instintivamente hacia su entrepierna, sus dedos encontrando su clítoris, frotándolo con movimientos rápidos y desesperados. La humedad entre sus piernas, ya empapando los leggins rasgados, se intensificó, sus jugos resbalaban por sus muslos mientras se recargaba con la mano izquierda en el lavabo, buscando apoyo para no desplomarse bajo el placer.

Su cuerpo esbelto, bronceado y expuesto, se arqueaba hacia él, sus caderas moviéndose al ritmo de sus propios dedos, cada roce en su clítoris enviaba descargas de placer que la hacían gemir. Diego, perdido en la suavidad de sus senos, restregaba su rostro contra ellos, sus manos recorrían la cintura estrecha de Atziry, apretándola como si quisiera grabar cada curva en su memoria. —Eres perfecta, prima —susurró, su lengua lamía un pezón antes de succionarlo con más fuerza, arrancándole un grito ahogado.

Atziry, consumida por un deseo que la hacía temblar, se aferraba al lavabo, sus senos desnudos se estremecían bajo los besos voraces de Diego. El baño, impregnado del calor de sus cuerpos y el aroma salado de su excitación, vibraba con la tensión de lo que estaba por suceder. Después de minutos de caricias intensas, Atziry, con la voz rota por la urgencia, suplicó entre gemidos. —¡Por favor, primo, quítame la virginidad! —jadeó, su vulva palpitaba bajo sus propios dedos, empapada de deseo—. Quiero sentir tu verga dentro, entregarme a ti. —Su súplica, cruda y desesperada, hizo que el miembro de Diego, ya duro y palpitante se tensara aún más, ansioso por cumplir su deseo.

Diego, con una mezcla de ternura y hambre, la tomó por la cintura, sus manos fuertes la levantaron con facilidad para sentarla de nuevo en el borde del lavabo. Atziry sintió el frío de la superficie contra sus nalgas bronceadas, algunas gotas de agua las humedecían, un contraste fresco contra el calor abrasador de su piel. Diego, de pie entre sus piernas, las abrió con suavidad, sus manos acariciaban los muslos firmes mientras sus ojos se clavaban en la vagina reluciente de Atziry, depilada y lista para él. La besó apasionadamente, sus labios devoraban los suyos, sus lenguas se entrelazaban en un baile febril mientras posicionaba su verga en su entrada.

Con una lentitud deliberada, comenzó a penetrarla, deslizando su miembro centímetro a centímetro, queriendo desvirgarla con cuidado, atento a cada reacción de su prima.

Atziry, con el cuerpo tenso, sintió cómo la gruesa verga de Diego se abría paso en su interior, un dolor placentero la invadía mientras su vagina, húmeda y apretada, lo acogía. Un gemido escapó de sus labios, sus manos se aferraron a los hombros de Diego, las uñas clavándose ligeramente en su piel. Él, sin dejar de besarla, empujó con suavidad hasta romper su himen, el momento marcado por un leve grito de Atziry, una mezcla de dolor y éxtasis. Diego detuvo su movimiento, sus labios aún pegados a los de ella, dándole un instante para adaptarse, pero pronto los gemidos de Atziry se transformaron en sonidos de placer puro, su cuerpo relajándose mientras el dolor se convertía en una delicia que la hacía vibrar.

—Sigue, primo… hazme mujer —susurró contra su boca, sus piernas bronceadas envolvían el torso de Diego, apretándolo contra ella para que la penetrara más profundo. Diego, con un gruñido bajo, obedeció, sus embestidas se volvieron más firmes, cada movimiento hacía que los senos de Atziry rebotaran. Ella, recargada en el lavabo, sentía su vagina apretarse alrededor de él, el placer crecía con cada roce, sus jugos se mezclaban con el calor de su primo.

Después de minutos de sentir cómo su primo la penetraba con un ritmo constante, Atziry, con la voz quebrada por la lujuria, lo miró con deseo. —Primo, quiero que me cojas desde atrás —jadeó, su respiración era agitada mientras se mordía el labio inferior—. Quiero verme en el espejo. —La idea de presenciar su propia entrega la encendía, su vagina palpitaba alrededor de la verga de Diego.

Él, con un gruñido de aprobación, la ayudó a bajarse del lavabo, sosteniendo sus caderas bronceadas. Atziry se volteó, inclinándose hacia adelante, sus manos se apoyaron en el borde del lavabo. Al hacerlo, sus ojos captaron un hilillo de sangre en la superficie, la evidencia de su virginidad recién perdida. La visión la golpeó como un relámpago, su excitación se disparó al saber que Diego había sido quien la había hecho mujer. Sus senos, libres y firmes, colgaban ligeramente, sus pezones rosados estaban muy endurecidos, mientras sus nalgas, expuestas por los leggins rasgados, se ofrecían a su primo. Diego, con su verga aún dura y brillante por los jugos de Atziry, se posicionó detrás de ella, alineando su miembro con su vagina reluciente.

Sin preámbulos, Diego la penetró de una sola estocada, irrumpiendo en su interior con una fuerza que hizo que Atziry gritara, un sonido que mezclaba dolor y placer. Su vagina, aún sensible por la reciente ruptura de su himen, se ajustó a él, apretándolo con una calidez húmeda que lo hizo gemir. Poco a poco, los gritos de Atziry se transformaron en gemidos profundos, su cuerpo se adaptaba al ritmo de las embestidas. A través del espejo, ella observaba su propio rostro, contorsionado por el placer, las mejillas ruborizadas, los labios entreabiertos dejando escapar sonidos de éxtasis. La imagen de Diego detrás de ella, su torso musculoso tensándose con cada movimiento, era hipnótica.

Continuará…

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