Rogando por placer (1)

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T. Lectura: 5 min.

Hola a todos es mi primer relato, si le gusta seguiré contando más de este encuentro.

Soy de origen libanés y llevo varios años viviendo en Colombia. Mido 1,75, tengo 25 años, un cuerpo atlético y una barba que, según muchos, me da ese aire de turco de novela que a veces despierta curiosidad entre mis clientas.

Tengo un almacén de decoración y la mayoría de mis clientas son señoras. Pero había una en especial… venía siempre con su esposo, aunque era evidente que él no era su verdadero interés. Cada vez que entraba, se movía con un descaro estudiado. Caminaba lento, como si desfilara para mí, y esas nalgas grandes se balanceaban de una forma imposible de ignorar. Lo hacía a propósito, lo sabía. Se inclinaba más de la cuenta para ver un adorno, giraba apenas el cuello para asegurarse de que yo la estaba mirando. Y sí… yo la miraba.

Había algo en su forma de provocarme en silencio, delante de su propio marido, que encendía la tensión en el ambiente. Esa mujer no venía solo a comprar: venía a jugar.

Cada vez que venía, parecía disfrutar de ese pequeño juego silencioso: le gusta sentirse deseada, que las miradas de los hombres están fijadas en ese culo, en mi mente lo imaginaba comiéndola, ella me miraba como si supiera lo que estoy pensando.

Laura era una mujer de cuarenta y tantos, de esas que combinan la elegancia con una sensualidad que no necesita esfuerzo.

Después de años dedicados a su hogar, había empezado a sentir esa inquietud que muchas callan: las ganas de volver a sentirse viva, deseada, admirada… de redescubrir su lado femenino antes de que el tiempo siguiera avanzando sin permiso.

Medía alrededor de 1,60. Su cuerpo conservaba las curvas generosas de una mujer real, segura de sí misma: caderas marcadas, piernas firmes, y una figura que hablaba de madurez más que de juventud. Su piel era clara, el cabello castaño con reflejos rubios caía sobre los hombros con naturalidad, y sus ojos —de un tono dorado, como girasoles bañados de luz— tenían una mezcla irresistible de ternura y picardía.

Había en ella algo más que belleza física: una presencia magnética, un misterio que se percibía en su forma de mirar, de sonreír, de hablar pausado. Era el tipo de mujer que no necesita decir mucho para dejar a un hombre intrigado.

Y quizá por eso, cuando coincidimos por primera vez, supe que esa historia no iba a quedarse en una simple conversación.

Desde el primer día, sentí una química innegable entre nosotros. Yo, un joven lleno de deseo y energía, no podía evitar imaginarme comiéndome a una milf como ella. Laura, por su parte, era una mujer madura que, después de años siendo una ama de casa dedicada, finalmente estaba lista para explorar y disfrutar de la vida. La combinación de mi juventud y su experiencia creaba una tensión palpable cada vez que estábamos cerca.

Ella sentía mi mirada, y a menudo me devolvía una sonrisa cómplice, como si compartiéramos un secreto que solo nosotros entendíamos. Con el tiempo, nuestras interacciones se volvieron más frecuentes, y la química entre nosotros se intensificó. Laura comenzó a visitar la tienda con más asiduidad, a menudo sola, y cada vez que lo hacía, podía sentir la electricidad en el aire. Sabía que estaba esperando algo más, y yo estaba más que dispuesto a dárselo.

Un día, Laura entró a mi tienda acompañada de su esposo, ambos interesados en ver las nuevas adiciones a mi colección de artículos decorativos. Mientras su esposo se alejaba para examinar una pieza en particular, aproveché la oportunidad para acercarme a ella. Con una voz baja y llena de intención, le susurré al oído, “Ese culo está pasando hambre, está como para chupártelo.”

Laura me miró con una expresión de deseo y excitación que me dejó claro que había dado en el clavo. Sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y anticipación, como si hubiera estado esperando esas palabras durante mucho tiempo. Era evidente que mi comentario había encendido algo en ella, y la química entre nosotros se volvió aún más intensa.

Aprovechando el momento, tomé su número de teléfono con la excusa de informarle sobre futuras promociones y nuevas arribadas. “Tengo algunas piezas nuevas que creo que te gustarán”, mentí, mi sonrisa pícara dejando claro que no estaba hablando solo de decoración. Laura, con una sonrisa cómplice, me dio su número, y desde ese momento, supe que nuestra conexión iba más allá de lo platónico.

Con su número en mi poder, sentí que había abierto una puerta a un mundo de posibilidades, y estaba más que listo para explorar cada rincón de ese deseo compartido.

Esa misma noche comenzamos a hablar por WhatsApp. Al principio fue simple: comentarios sobre decoración, cosas de la tienda… pero poco a poco el tono cambió. Laura escribía con esa mezcla de seguridad y picardía que solo tienen las mujeres que saben exactamente lo que quieren.

Sus mensajes tenían doble sentido. Mis respuestas, también.

Había química, y los dos lo sabíamos.

—Si quieres, mañana paso a mostrarte algo que llegó nuevo —le dije.

Y ella respondió de inmediato:

—Prefiero verlo en privado.

Le envié la ubicación de mi apartamento. No hubo dudas, no hubo excusas.

La noche en mi apartamento comenzó con una botella de vino y algunos cigarrillos que nos ayudaron a relajarnos y a que nuestras inhibiciones se disiparan. Laura, con su vestido ajustado que resaltaba cada curva de su cuerpo, se movía con una confianza que me volvía loco. La química entre nosotros era palpable, y cada mirada, cada roce, estaba cargado de deseo.

Mientras charlábamos, Laura se acercó a mí, su voz baja y tentadora. “Sabes, he estado pensando en ti”, admitió, sus ojos fijos en los míos. “En lo que me hiciste sentir en la tienda.” Sentí una oleada de excitación, sabiendo que estaba jugando con fuego.

Decidí llevar las cosas un paso más allá. “Ven aquí”, le dije, señalando el sofá. Laura obedeció, su cuerpo moviéndose con una gracia que me hipnotizaba. Se sentó a horcajadas sobre mí, y pude sentir el calor de su cuerpo a través de la ropa. “Quiero que te pongas en cuatro”, le susurré al oído, mi voz llena de intención.

Laura se levantó y se posicionó en el suelo, su trasero perfecto levantado hacia mí. Me acerqué, mis manos recorriendo sus caderas y nalgas, besando cada centímetro de su piel. “¿Qué deseas, Laura?” le pregunté, mi voz baja y llena de deseo.

“Tú sabes lo que deseo”, respondió, su voz temblando de anticipación.

“Quiero que me lo digas”, insistí, disfrutando de su incomodidad y excitación. “Quiero escucharte rogar.”

Laura gimió, su cuerpo moviéndose con urgencia. “Por favor, hazlo”, suplicó, su voz llena de necesidad.

“No, quiero que me lo digas claramente”, respondí, mi voz firme. “Dime exactamente qué quieres.”

Laura se retorció, su respiración acelerándose. “Por favor, chúpame”, intentó, pero sabía que quería más.

“Más claro, Laura”, exigí, mi voz llena de autoridad. “Dime exactamente qué parte de ti quieres que chupe.”

Laura cerró los ojos, su rostro rojo de vergüenza y deseo. “Por favor, chúpame el culo”, rogó finalmente, su voz llena de necesidad y vergüenza.

“Dilo de nuevo”, exigí, mi voz firme. “Dime, “por favor, chúpame el culo.” Laura, con una voz temblorosa de excitación, repitió, “Por favor, chúpame el culo.”

Comencé a chupar su ano, mi lengua explorando cada pliegue, saboreando su piel. “¿Cómo te sientes al rogar a otro hombre que te chupe el culo?” le pregunté, mi voz llena de satisfacción. “Te crees ama de casa, te crees una mujer fina. Mírate ahora, en cuatro, con otro hombre chupándote el culo.”

Laura gimió, su cuerpo temblando de placer.

Continué chupando, mi lengua moviéndose en círculos, llevándola al límite. “Te gusta, ¿verdad?”, le susurré, mi voz llena de lujuria. “¿Que le dirás a tu esposo cuando te pregunte donde estabas? ¿Le dirás que otro hombre te estaba comiendo el culo toda la noche?”.

Laura gimió más fuerte, su cuerpo convulsionando de placer. “No, no le diré nada”, jadeó, su voz llena de necesidad. “Solo le diré que estoy cansada, que necesito descansar.”

Le dije, mi voz llena de satisfacción. “ahora, dime, ¿qué sientes al saber que tu esposo nunca te hará sentir así? ¿Que solo yo puedo darte este placer?”.

Laura asintió, incapaz de formar palabras, su cuerpo temblando de anticipación. De repente, paré, le dije quieres que pare o que sigua. “Por favor, no pares ahora”, rogó Laura, su voz desesperada. “Por favor, no me dejes así. No pares, que me voy a… qué rica esa lengua”, gimió Laura, su voz entrecortada por el placer. “Me voy a llegar, me voy a venir, hijueputa, que rico.”

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