Desde joven aprendí a jugar con esa imagen de niña buena, discreta, mustia si quieres… pero basta que alguien me mire con el hambre correcta para que descubra lo que en realidad soy: fuego. Un fuego que nunca se apaga, que arde bajito, pero que cuando se libera, quema todo a su paso.
He vivido cumpliendo fantasías toda mi vida. Pero solo las que valen la pena. Solo con quienes merecen ver ese lado mío que escondo tan bien.
Él… se lo ganó.
Llevaba meses notándolo. Su forma de mirarme cada vez que me pasaba cerca, como si intentara disimular un deseo que ya le rebosaba los ojos. Me fascinaba ver cómo se tensaba cuando le hablaba o le daba alguna indicación. Cómo tragaba saliva si cruzaba las piernas frente a él. Era joven y atractivo, y estaba justo en ese punto en el que hacía babear a cualquier mujer, de cualquier edad. Se le notaban esas ganas de comerse el mundo. El tipo de hombre que tiene la verga alborotada por cualquier roce. Y yo, por supuesto, su jefa. No era la excepción a la regla.
Debo admitir que siempre he tenido un gusto por los escenarios indebidos. Los rincones prohibidos. Los lugares donde todo el mundo hace cosas normales… mientras yo, sin que nadie lo sepa, me estoy dejando coger.
Esa tarde, el pretexto fue simple.
—Ve a la bodega a revisar si llegaron las cajas del proveedor —le dije, sin apartar la vista de sus labios.
Asintió. Torpe. Digamos: el nerviosismo normal cada vez que le hablo.
Esperé unos minutos, asegurándome de que nadie sospechara. Luego caminé con calma hasta la puerta trasera. Cerré por dentro.
Lo encontré revisando etiquetas viejas con cara de no saber qué buscaba.
—No llegaron, jefa —me dijo al verme entrar.
—Ya lo sé.
Me acerqué. Lo miré en silencio. Lo sentí respirar hondo. Se quedó inmóvil cuando estuve a un paso de él. Le tomé el mentón con la mano, sin brusquedad, solo con intención.
—¿Hace cuánto fantaseas con la idea de tenerme?
Se le escapó una risa ahogada. Bajó la mirada. No respondió.
—Tranquilo. No me molesta. Al contrario… me calienta.
Él levantó la vista y me encontró más cerca. Mis labios estaban ahí, a nada. Me los humedecí despacio. A veces basta con eso. Yo ya sabía que me iba a besar.
Y lo hizo.
Fue un beso torpe, ansioso. Lo guie. Le mostré el ritmo. Lo tomé de la nuca mientras lo pegaba a mí. Sentí su erección rozándome, tan firme que casi me hizo gemir. Me encantaba. No solo por su juventud, sino por la forma en que me miraba… como si yo fuera su fantasía más sucia. Y eso, para mí, era irresistible.
Entonces sus manos, esas manos jóvenes, comenzaron a recorrerme con un hambre que me excitó hasta lo más profundo. Me tocaba por encima de la blusa, apretándome los senos, jadeando contra mi boca. Bajó por mi cintura, me agarró el trasero con fuerza, como si no pudiera creer que al fin lo tenía. Me apretaba. Me sobaba. Me pegaba más y más a su cuerpo.
—Estás tan buena, jefa… —susurró contra mi oído, sin dejar de manosearme.
Me apretó una pierna contra su cadera. Mi falda se alzó un poco más. Me frotaba como si necesitara dejar todo su deseo ahí, entre mis muslos. Yo le acariciaba la nuca, le mordía el cuello, lo dejaba hacer. Estaba temblando.
Metió una mano por debajo de mi blusa. Sus dedos encontraron mi pezón duro y lo apretó. Mi cuerpo reaccionó con un gemido ahogado. Se notaba su inexperiencia, pero más se notaba su necesidad. Me rozaba, me sobaba, me adoraba con cada roce.
Le di la vuelta y me apoyé sobre una de las cajas. Levanté mi falda. La misma que llevaba el día que lo entrevisté. No era cualquier falda. No era tan corta, pero sí de esas que delinean el cuerpo, que hacen notar mi trasero. De esas que te hacen volar la imaginación.
(En cada fantasía mía hay una falda involucrada. Como si me incitaran a abrir las piernas y cumplir lo que tanto me sacude.)
—¿Te acuerdas de esta falda?
—Sí —susurró, con la voz ronca.
—Ese día, tú ya me imaginabas así, ¿verdad?
Asintió. Lo sentí temblar. Sacó su verga con manos torpes y la frotó contra mi humedad por encima de mi ropa interior. Empapada. Preparada.
Me hice a un lado las bragas y lo guie para que me penetrara. Lento al principio, como si no creyera que eso estaba ocurriendo. Luego más profundo. Más seguro. Me gemía al oído. Me sostenía de las caderas. Yo cerraba los ojos, dejando que el momento me consumiera.
La bodega era silenciosa. Afuera seguía todo: teléfonos, computadoras, clientes, rutina. Y aquí adentro, yo recibiendo esa verga joven mientras me mordía la muñeca para no gritar.
—Mierda… no puedo creerlo —decía él jadeando.
—Créelo —le respondí sin voltear—. Porque quiero que lo hagamos otra vez… y otra… hasta que sepas bien cómo se coge a una mujer.
Sus manos me acariciaban la espalda, bajaban por mis muslos, me abrían más. Se venía encima de mí, no solo con su cuerpo, también con su deseo. Me cogía con hambre, como si fuera un premio, como si lo necesitara.
Y yo me dejaba. No solo porque podía, sino porque me fascinaba.
Me corrí con su verga enterrada en mí. No grité. Solo cerré los ojos, apreté los labios y me dejé romper. Él vino segundos después, temblando, con un gemido suave pegado a mi cuello.
Nos quedamos así. Respirando. Sudando. Compartiendo ese secreto.
Me bajé la falda con cuidado. Me giré a verlo. Le acomodé el cuello de la camisa y le sonreí.
—Eres bueno… pero si quieres que repita, la próxima vez tráeme algo más que ganas. Yo soy adicta a los que saben mejorar.
Le guiñé el ojo y salí antes que él.
Dejé mi olor, su semen y la idea de que no sería la última vez.
Porque no hay nada más rico que cogerte a alguien que te desea…
mientras todos los demás creen que solo estás trabajando.
![]()
Me puedes dar trabajo? 🤤 Me encantó tu relato