Sin paraguas mi marido sumiso de etérea hermosura y ojos de canción de Dylan. Se balanceaba en una catarata de pis casi naranja. Despedía olor de amoníaco con vapor que dañaba los ojos. Uno de los tantos pedidos de el era recibir todos los líquidos que yo quisiera largar, en cualquier lugar incluyendo boca, ojos y oídos.
Organize no orinar por 8 horas. Si quería ser meado por una hermosa mujer tenía que recibir lo peor.
Me encargué en nuestros 8 años de matrimonio decirle de todas las maneras que era muy feo de rostro y que su blancura extrema se relacionaba por la inducida impotencia que le vendí de perra vengativa. Otros hombres habían matado mi integridad.
Nada más fácil que desempoderar a un tipo de belleza “blancanievenesca”.
No fuimos al baño a el acto macabro de ardor servido en copa.
En la cama puse nylon sobre el colchón. Arriba tendí todo como un día cualquiera.
Agregué al plan que luego de su bañó de mostaza acuosa el mismo Magister en física cuántica recogiera sábanas y acolchados.
Derechito al lavarropas desnudo, pegoteado, con los ojos ardiendo como si la cebolla se le puso de emplaste tortursnte. El se sentía bien haciendo caso. Así era como se ganaba mi orden de erectar su pene y su derecho a penetrarme. El se sentía que se lo había ganado. El Físico de los neutrones acelerados ahora tenía permiso de coger a su domina después de un buen bañó .
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