Me asomo por la ventana y veo que, pese a la hora, todavía hay luz en su ventana. Me levanto y me visto solamente con un picardías negro. Salgo al rellano así vestida y llamo con los nudillos a la puerta.
Abre la puerta el viejo. Al verme así vestida comienza a reírse con ganas, aunque sin demasiado volumen, dadas las horas que son. Se queda esperando sin preguntarme. Yo miro al suelo. Finalmente me arranco.
—Vecino… por tercera vez hoy… quería pedirle perdón. Creo que me he agobiado de repente…
Él se ríe. Vuelve a mirarme enterita y yo me deshago.
—Anda pasa.
Según franqueo la puerta, me coge de la mano y me lleva al dormitorio. Se quita el pantalón y se tumba en pelotas. Parece obvio que espera lo propio de mí. Me vuelvo a desnudar y me tumbo de lado junto a él. No parece gustarle, porque se incorpora y me pone boca arriba, se coloca a horcajadas sobre mí. Tumbada, su cuerpo seboso y su risa degenerada llenan mi visión. Y veo sus manos posarse directamente en mis tetas y comenzar a masajearlas.
—Creo que no he entendido bien. ¿Puedes repetirlo?
Joder, al cabrón no le vale con que me disculpe… quiere humillarme.
—Le decía, vecino, que estoy avergonzada por la tercera espantada de hoy. Lo lamento mucho.
—Cuéntame qué ha pasado por tu cabecita y veremos.
Según termina la frase, baja su cabeza hasta mis tetas y comienza a chuparlas. No me queda más remedio que sincerarme.
—Después de lo de antes, le miré con otros ojos. Ojos feos. Y no me gustó lo que vi.
—¿Te refieres al gordo y viejo vecino? —Dice separando apenas un segundo la boca de mis tetas y riendo.
—Sí. Pero es injusto. Luego recordé todo lo que me había hecho pasar.
—¿Qué es lo que te había hecho pasar?
Mientras chuperretea mis tetas le voy contando.
—Pues recordé cómo levantó las manos cuando bailaba desnuda para que pusiera mis pechos sobre ellas y cómo me sentí cuando las acerqué y se amoldaron a la perfección.
El efecto de rememorar esto ahí con él chupándome es demoledor. Sigo hablando.
—También recordé cómo me deshacía cuando me quité el tanga y me quedé desnuda. Y antes, cada segundo mientras me vestía para usted… y cómo me folló.
El tío sigue lamiendo mis pechos y después me contesta.
—¿Y para qué quieres mi perdón?
Se incorpora y comienza a masajear mis senos. Le encanta mirarme mientras pienso.
Buena pregunta ¿Para qué quiero su perdón? Y lo que es más, ¿por qué me lo pregunta? Cuando me hace pensar siempre es para llevarme a algún lado.
Mientras recibo su magreo en mis pechos trato de discurrir. Quiero su perdón para que me volviera a follar es obvio, pero, ¿y después? Cuando me hubiera follado, me seguiría sintiendo igual otra vez. Luego, esto seguiría más veces. Hasta que… Entonces veo claro que él sabe lo que yo quiero de veras. Sólo trata de que yo también llegue hasta ahí.
Y algo se me debe notar cuando ato los cabos, porque se ríe y dice.
—Dilo, vecina, cuéntame el motivo por el que quieres que te perdone.
Me armé de valor y vomité la verdad.
—Quiero que me perdone, porque esta semana que voy a estar sola… la quiero pasar con usted.
Se ríe a carcajada limpia. Otra vez había vuelto a llevarme donde él quería y lo celebra. Sigue manoseando mis pechos en silencio. Yo, reconocida la verdad, comienzo a acariciar sus nalgas.
—A ver vecina, ¿cómo piensas que será esa semana?
Yo pienso unos segundos y respondo.
—En primer lugar, —digo agarrando sus manos con las mías mientras estruja mis tetas— no beberá solo. Estaré yo con usted para beber cervezas y ginebra hasta emborracharme todos los días.
Él ríe sonoramente.
—Eso es, princesa. Serás una borracha como yo. Beber, como comer, debe hacerse en compañía. Y también fumar.
—¿Fumar? En la vida he probado el tabaco.
—Lo imagino, princesa, pero tendrás que fumarte uno conmigo cada vez que yo lo haga.
Yo asiento. Y él continúa.
—Pero no piensas que sólo beberemos, comeremos y fumaremos, ¿no?
—Si tengo suerte, tal vez me permita que me desnude para usted todos los días como antes.
—¿Ah sí? ¿Qué harías para ganarte eso? ¿Por qué te daría ese gustazo?
—¿Cómo?
Él se ríe.
—Vamos a ver Silvia. Yo de negocios no sé mucho, jajaja. Pero si alguien viene desesperada a mi casa a pedirme algo… ¡seguro que logro algo a cambio!
—¿Algo a cambio de ponerme en pelotas para usted?
No puedo creerme lo que oigo… encima de desnudarme para él… ¡me pide algo a cambio!
—Mira preciosa, cuando acabe esta semana, volverás al piso de enfrente. Y yo me quedaré sin poder ver tus tetas… eso está muy mal.
Le miro con expresión extrañada. Y entonces lo entiendo.
—Ya. Quiere tomarme fotos desnuda, ¿no es así?
Mi vecino ríe y me da un chupetón en los pezones.
—Y lo harás. Me parece un acuerdo justo.
¿Estoy loca? ¿En serio voy a permitir que tenga pruebas de nuestras juergas? ¿Y eso como precio para que me deje desnudarme? Mi coño comienza a hacer aguas rápidamente. Él nota mi encharcamiento y me hace cambiar de posición. Ahora él queda tumbado debajo y, sin olvidar mis peras, pellizca mis dos pezones.
Yo cierro los ojos y respondo.
—Llevas razón. Me parece un acuerdo justo.
Ya está. Lo he dicho, se lo voy a permitir…
—Así que te dejaré desnudarte para mí y te tomaré fotos. Fumaremos y nos emborracharemos juntos…
—Además, seguramente tenga que ver con usted esas pelis tan “interesantes” que tiene, ¿no?
Él comienza a reír.
—Desde luego. Porque el cine convencional me aburre.
—De nuevo, tal vez, con suerte, logre que me acaricie las piernas mientras la ve. Me gustaría que me acariciara mientras la rubia siliconada de la pantalla es penetrada ferozmente.
—Jajaja. Serás puta. Te digo que te pongo precio dejarte que te desnudes para mí y ahora corriendo vuelves a obligarme a poner precio a que te meta mano, jajaja.
Joder, lleva toda la razón… Me ha excitado saber que encima de desnudarme para él, iba a tener que pagar peaje… tanto que ahora le estoy pidiendo peaje ¡por dejarle meterme mano! Piensa un rato y vuelve a hablar.
—A ver entonces, si el precio por mirarte en pelotas es poder hacerte fotos, ¿cuál le ponemos a que te sobe mientras veo el porno? Dímelo tú.
Yo comienzo a pensar en voz alta.
—Mmm, no lo sé. Tiene que ser delicioso sentir sus manos en mis muslos mientras vemos esa mierda… digo esa peli. Y dado lo que le gusta elegir mi vestuario, me parece justo que usted lo supervise durante la semana.
—¿Supervisar? Creo que será mejor elegir.
—¿Que usted va a elegir mi ropa durante toda la semana?
—¿No compensa eso que te magree?
Se me escapa una sonrisa y, mientras levanto mi trasero y empalo mi sexo con su rabo le reconozco que lleva razón. Después de haber limpiado ferozmente con la ducha mi agujero, ahora volvía a estar invadido. El me mira sonriendo y suelta.
—¿Y cómo vas a pagarme por los pollazos?
—¿Vas a cobrarme un precio por follarme?
—Sin duda, bonita… ¿qué harás para que te folle?
Yo comienzo a subir y bajar. Estoy excitadísima. Él me deja, pero cuando ve que estoy cerca del orgasmo suelta mis tetas y me agarra las caderas, inmovilizándome y me mira fijamente, esperando respuesta.
—Haré lo que sea, vecino, para tener sus pollazos.
—¿Estarás a mi total disposición para todo?
Yo trato de moverme y seguir con el baile, pero me tiene firmemente sujeta.
—Sí, vecino, pero por favor, déjame seguir.
—Y cuando digo todo, es TODO.
—Sí vecino, sí. Lo que usted quiera.
Me suelta y yo, como loca, vuelvo a cabalgar.
—¿Voy a pagar eso para estar aquí para que me mire, me sobe y me folle?
—¿Te parece justo?
—Siii.
No estoy segura de si tiene claro si ese “siii” es por el acuerdo o por el orgasmo que me sacude. Él tira fuerte de mis pezones mientras grito y me hace gritar más. Me doy cuenta de que no se ha corrido, aunque, entre la corrida mirándome en la piscina y la juerga de antes contra la pared, supongo que será difícil.
Aún estoy reponiéndome del orgasmo cuando me suena el móvil. Supongo que será la llamada de todos los días de Pablo.
—¿Quién es? ¿El cornudo de Pablo? —dice riéndose—Si supiera lo puta que eres, si supiera cómo te he follado jajaja, como te he llenado de mi leche, y lo mejor de todo que tú me lo has pedido.
Yo llevo mi dedo a los labios pidiéndole silencio.
—El móvil sigue sonando, si no quieres que piense cosas raras tendrás que cogérselo, jajaja, prometo portarme bien mientras hablas.
—Hola Pablo—digo agarrando con fuerza una de las manos que siguen clavadas en mis tetas.—Si todo bien por aquí. Un calor terrible sí. He estado en la pisci toda la tarde.
Frota mis pechos mientras hablo. Yo cierro los ojos.
—Nada interesante. Poca gente. Las hijas de los del portal 5 y tu vecino… sí hijo sí, ése, el gordo gilipollas.
Le miro y se está descojonando.
—No seas bobo, no hay sitio para alejarme de él… ¿que el otro día le pillaste mirándome?—Miro y sonrío a mi vecino— Ya lo sé. Yo le he pillado muchas veces. ¿qué esperas? Pues normal, jejeje… sí, ya sé que es un guarro… tú qué tal… ya sí, me ha extrañado que no me llamaras antes, pero supuse que llegarías tarde. No te preocupes. Bueno, descansa… Adiós.
Cuelgo. Y tú no puedes evitar la carcajada.
—¿qué te ha dicho el gilipollas?
—Me ha dicho que eres un guarro que el otro día te pillo mirándome.
—Jajaja, pues haber contestado diciéndole dónde tengo las manos y la polla ahora, jajaja.
No puedo evitar reírme. Y me turba. Mi reacción ante la llamada de mi marido me sorprende. Pensé que me sentiría más culpable si alguna vez le era infiel, pero estoy como embriagada por la situación.
—Bueno, vamos a dormir, ¿no te parece? Tenemos todavía varios días por delante.
—Ya, pero usted ahora no se ha vaciado.
—No te preocupes, vecina. Ya me ordeñarás mañana. Ha sido un día muy largo y tenemos que descansar. Y uno ya no tiene 20 años. Además, uno no se folla a la vecina todos los días, jajaja.
Se tumba boca arriba y yo me coloco de lado dándole la espalda. No sé, siento como que me falta algo… Y me doy cuenta qué es.
—Vecino, por favor, podría dormirse agarrando mis…
No hace falta que termine la frase. Se gira y me agarra un pecho por detrás. Siento el aliento en mi nuca. Me parece imposible dormirme según tengo la cabeza, dando vueltas a todo, pero estoy tan cansada que no aguanto…
Me despierto muy pronto, seguramente por la costumbre del curro…o tal vez por los ronquidos descomunales. Los ronquidos parecen salir de la imponente barriga. Es dura y velluda. Está desnudo, boca arriba y me dedico a observarlo. El miembro cae flácidamente hacia un lado. Veo abundante sudor brillar en el cuello y en las peludísimas axilas. Inundan la habitación de un olor penetrante. Bueno, pues parece que voy a estar una semana viendo esta estampa amanecer a mi lado. Anoche salí corriendo cuando me di cuenta de esto, hoy intentaré contenerme. Sonrío. En el fondo, sé que este cabrón me ha hecho disfrutar y me va a hacer disfrutar, por mucho asco que me de ¿o es precisamente por eso?
Después de un rato estudiando su cuerpo, me levanto. Miro el desastre de la casa. Cojo un par de bolsas de basura y comienzo a liberar todo el salón de cervezas y pizzas. Cuando termino no puedo evitar ver mi pijama (inútil pijama, después de todo) sobre sus calzoncillos sucios. Veo cómo parte de la mancha de los calzoncillos ha pasado a mi prenda. Sonrío mientras me lo pongo. La mancha queda a la altura de mi costado. Ya vestida, abro el salón para ver si ventilamos un poco y desterramos el perenne olor rancio de la casa. Separo la ropa tirada en dos montones y busco el detergente en la cocina. Afortunadamente tiene, así que pongo una lavadora de ropa blanca.
Voy teniendo hambre y me preparo un desayuno. Además de cerveza, milagrosamente hay leche. Tomo un café y lo complemento con unas galletas que encuentro. Miro la hora, hago otro café y un par de tostadas. Me desnudo de nuevo y voy a la habitación.
Dejo la bandeja en el suelo y me tumbo en la cama. Ahora su cuerpo se ha adueñado de todo el colchón, durmiendo con un brazo extendido. Me tumbo de lado junto a ese brazo, dejando que pase por debajo de mi cuello y paso mi pierna por encima de su cintura. Mi cabeza está pegada a su axila. Comienzo a acariciar su pecho y a besarlo. Los ronquidos se van haciendo más irregulares hasta que, finalmente, abre un ojo con dificultad.
—Buenos días, vecino.
Él sonríe.
—Hombre, guarrilla, buenos días. O sea que no fue un sueño después de todo.
—No vecino, no lo fue. Es cierto que su vecina ayer se abrió de piernas para usted y que después le suplicó pasar toda la semana aquí.
Le cuesta abrir los ojos. Probablemente sea el primer momento en el que le veo completamente sobrio. Al sentir mi muslo por encima de su entrepierna, comienza a acariciarme.
—¿Cerramos algunos tratos o eso sí lo soñé?
—Los cerramos. A cambio de que usted me mire las tetas, me sobe y me folle yo le permitiré hacerme fotos, decidir mi ropa y estaré a su disposición para todo lo que quiera.
—Joder. No está mal. —Se empieza a reír. —Creo que se te da tan mal negociar como a tu marido follar, jajaja.
Me contagia la risa. Nos quedamos un rato pegados y en silencio. Al rato sigue.
—¿En qué piensas putita?
—Pienso en ayer… en cuando me asusté al ver que me acababa de follar un viejo gordo salido y borracho y me fui.
—¿Me estás llamando viejo, gordo, salido y borracho?—pregunta riendo a carcajadas. —Bueno, ¿y a qué conclusión llegaste?
—En que tal vez sería buena idea que se quedara con mis llaves de casa. Por si acaso me vuelven a dar ganas de escapar. —Espero su respuesta, pero no llega. Tan sólo sonríe. —Por cierto, le he hecho el desayuno.
—Pues dámelo putita.
Mientras me levanto y cojo la bandeja, el viejo ya se ha incorporado y espera sentado con la espalda apoyada en el cabecero. Pongo la bandeja sobre sus piernas.
—También he pensado que… ¿Qué va a hacer con Pablo? Quiero decir… se está follando a su mujer. Supongo que no podrá evitar decírselo en su cara.
—Jajaja. Mmmm, la verdad es que suena bien. Pablo, según te fuiste de viaje, tu mujer me suplicó abierta de piernas que me la follara. Lo siento, tío, tuve que hacerlo. Jajaja. Tiene las tetas pequeñas, pero me apetecía vaciar mi polla en el coño de la mujer de un cabrón estirado pichafloja, jajaja. La pobre estaba muy necesitada con una maricona como tú, jajaja. Eso te gustaría, ¿eh guarrilla?
—Bueno, veo que no me va a contestar. A cambio, ¿Puedo preguntarle qué pasó con Pepi?
—¿Quieres saber por qué me dejó?
Asentí con la cabeza. Él daba cuenta de sus tostadas.
—Pues chica, con la edad… pues como que ya no le apetecían ciertas cosas. Y uno, aunque está viejo para algunas cosas, pues para otras… Al final, una vez a la semana más o menos, me pagaba a una puta. Y así estuve varios años. El caso es que me pilló. Y tirando del hilo, descubrió la frecuencia. Me dijo que era un degenerado y blablablá. Y me dejó.
—¿Y cómo se quedó usted?
—Al principio descolocado, pero bueno, hay que seguir adelante. Por culpa de eso comencé a beber demasiado… En fin… al menos, ahora en vez de una puta al mes, ¡puedo ir siempre que quiera, jajaja!. Aunque esta semana, me parece que no me hará falta. La puta es la que me paga a mí para que me la folle, jajaja.
Me río yo también ante la ocurrencia.
—Entonces fue cuando empezó a consumir porno y emborracharse, claro.
—Eso es, una vez sin Pepi, ¿qué coño tenía que aparentar? ¿Qué me gustan tus tetas? Pues te lo digo. ¿Qué te me pones a tiro? Pues disparo. ¿Que las putillas de Lidia y Cris se ríen cuando las miro?, pues intento que me den material para pajearme… la vida es mucho más simple.
—¿Y sus amigos?
—Na. La Pepi dejó claro por qué me dejaba. A los cuatro vientos. Cuando se enteraron de que era un putero… No quisieron saber de mí. Alguno nuevo he hecho, algún otro viejo verde putero, jajaja. Pero los antiguos, nada.
Termina el café y se levanta.
—Y con lo de las llaves, me parece perfecto. No entrarás en tu casa a no ser que yo te de permiso.
Abre un cajón y saca una botella, que apenas tiene una gota.
—Por ejemplo ahora. Ve a tu casa y tráeme una botella de ginebra, que no me queda, jajaja. No, espera. Mejor voy contigo.
Pasamos por el salón y ni siquiera se da cuenta de que está recogido. Nos dirigimos a la puerta. Allí coge las llaves de mi casa y, desnudos los dos, salimos al descansillo y entramos en mi casa.
—¿Dónde tienes las bebidas, puta?
Señalo un mueble en el salón. Lo abre y comienza a reír.
—Creo que me llevaré algunas, jajaja.
Saca una de ginebra, otra de vodka y otra de whisky.
—Ve a tu cama y espérame allí con las piernas abiertas.
—¿En mi cama de matrimonio?
Asiente con la cabeza.
Joder… me va a follar en mi propia cama… y yo… Yo voy hacia allí y espero según me dice, con las rodillas separadas y dobladas en la cama.
Medio minuto después aparece bebiendo directamente de la botella. Me mira y sonríe mientras se acaricia el rabo.
—Me apetece un polvo mañanero. Toma. Pégale uno bien largo.
Y me tiende la botella.
Yo miro la botella… no me queda otra. Me la llevo a los labios y comienzo a beber. Cuando termino me dice.
—Otro. Eso no es beber.
Se tumba en la cama encima de mí. Aún no he terminado ese segundo trago cuando, de un empellón, me la mete y comienza a martillearme. Apenas puedo dejar la botella en el suelo. Después rodeo su cintura con mis piernas.
—Me apetecía follarte en la cama de Pablo, puta.
—Y a mí me apetecía ver la cara roja que se te queda mientras me follas.
Efectivamente veo su congestionada cara subir y bajar.
—Y que te la meta en tu cama de matrimonio, ¿no te pone, guarra?
—Mucho vecino.
—Pues toma, toma, toma y toma.
Los pollazos son intensos. Noto chocar tus huevos contra mi culo.
—Me estás reventando cabrón.
—Es que así se folla a las zorras, vecina. Apréndelo bien.
Y me pega un beso en los labios, como tomando aire un segundo después de volver a bombearme salvajemente.
Continúa unos cinco minutos. En mi habitación, en mi cama de matrimonio, sólo se oye el chof, chof de su rabo al maltratar a mi (lubricadísimo por otra parte) sexo. Y entonces se vacía en mi vientre con un bufido y varios espasmos.
No sólo me ha marcado por dentro. La habitación en sí se ha impregnado de su olor, también la ha marcado.
Tras vaciarse, sale de mí y se tumba a mi lado.
—Ponte de rodillas con las piernas abiertas.
Yo obedezco. El tío coloca la cabeza a un palmo de mi sexo frente a él. Con sus dedos abre mi sexo y se dedica a ver cómo su leche cae sobre las sábanas de mi cama de matrimonio.
—Y así, princesa, es como se hace más cornudo aún a un marido. Cuando tu lefote cae en la puta cama del cornudo es cuando los cuernos valen doble, jajaja. Mira, mira. Mira cómo cae.
Y mirando hacia abajo, veo el cerco oscuro de la leche de mi vecino aumentando a cada gota.
—Aún no me puedo creer que esté plantando la cornamenta a ese gilipollas, jajaja.
Durante un tiempo disfruta el espectáculo.
—Venga, levanta. Tengo que ir a comprar hoy.
Y salimos de allí. De nuevo ambos en pelotas, sólo que yo ahora, rellena. Entramos en su casa y entonces sí que se da cuenta de los cambios.
—Mmm. Al fin. Se nota que una mujer ha entrado en mi casa. Mira, vecina, como te he dicho, tengo que ir a hacer unas compras, así tendrás tiempo de limpiar esta pocilga, jajaja.
Y antes de que tenga tiempo de quejarme, pega su cuerpo desnudo al mío y me besa mientras acaricia mis nalgas.
—Luego lo pasaremos bien, jajaja.
Y sin decir nada más, se viste y se va.
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Cuantas excitacion, me imagino como te pusiste con solo escribirlo.
Soy un poco el personaje de tu relato me excita tener ese dominio y he puesto alguna cornamenta a mas de un gilipollas que atiende mal a su mujer, o no sabe escuchar sus deseos
Habrá continuación Silvana?
Ya está enviada.
¿Y es verdad que así de rico pasó? ¿Así se caliente estabas? Se me pone dura de solo pensarlo
Que buena continuación Silvana….
Muchas gracias, Sebastián.
Me he masturbado varias veces mmm pensando k eres mi vecina mmm
No sé muy bien qué contestar a esto, jajaja.