Y así el siguió confesándose conmigo, comentando que no pudo quitarse de la cabeza la imagen de ese viejo depravado putero agarrándome las tetas y que, cuando lo hace siente humillación y excitación a partes iguales. Bueno, mucha más excitación.
Finalmente, cuando veo que su entrepierna ha crecido lo suficiente, me levanto y tomándole de la mano, lo llevo a la puerta.
—¿Qué haces Silvia?
Yo respondo poniendo mi dedo indice en sus labios haciéndole callar. Salgo al descansillo y llamo a la puerta de enfrente. Mi vecino abre desnudo de cintura para arriba, mostrando su pecho sudoroso y su barriga peluda. Me mira de arriba a abajo y sonríe.
—¿y ahora qué pasa vecinos?
—¿Tiene un segundo? Después de lo ocurrido ayer estamos preocupados por una cosa.
—Claro que sí, decidme. —Pregunta intrigado.
—Aquí es complicado, puede pasar a casa ¿por favor? —Le pido.
Él accede sonriendo y entra.
—¿Y bien?
—Pues que, dado que nos amenazaste con denunciarnos con lo de la terraza, suponemos que te has dado cuenta también de otra cosa.
Voy hacia el salón y él me sigue. Señalo la ventana.
—Seguro que se ha dado cuenta también de que el aire acondicionado no lo colocamos según las normas de la comunidad, sino que está desplazado como medio metro a la derecha y, además, el desagüe apunta hacia afuera.
Mi vecino no responde y me mira expectante.
—Así que queríamos asegurarnos de que no nos denunciará tampoco por eso…
Y tras decir esto, me saco la camiseta y me quedo en tetas.
—Jajaja. Claro vecina. —Dice lanzando sus manos directamente contra ellas y agarrándolas.
De nuevo me pone de espaldas a él y de frente a Pablo.
—Pero estás tetas ya las conozco de ayer, bonita. Si quieres que no os denuncie, necesitaré algo nuevo, ¿no crees Pablo?
Mi marido se queda callado mientras él suelta mis tetas y agarrando la cintura del short lo desliza junto con las bragas muslos abajo, despacio, pero sin pausa, hasta que ambas prendas llegan al suelo. Su postura para hacerlo hace que tenga su cara frente a mi culo.
—Pero si estás hecha toda una jamona. —Dice palmeando fuerte mi trasero.
Se incorpora y, aún de espaldas a mí me dice:
—Date la vuelta, vecina. Veamos ese potorro.
Yo estoy a mil, hago lo que me dice, rememorando esa primera vez, cuando él mismo desgarró mis bragas mientras bailaba para él.
Lo mira y me hace dar media vuelta de nuevo. Entonces una mano suya va a mi pecho y la otra a mi sexo mientras no para de decirme guarrerías al oído delante de mi marido.
Yo comienzo a gemir. Sus caricias en mi cuerpo me encienden demasiado. Gimo, jadeo. Me retuerzo.
—Vaya, vecino, parece que tu mujercita disfruta mucho con el pago para que no ponga denuncias, ¿no crees?
Miro la entrepierna de Pablo que esta abultadísima, pero no puedo mirar más porque mi vecino comienza a chuparme la cara delante de mi marido. Es demasiado para mí. Eso mientras sus manos me trabajan… tengo un orgasmo bestial en sus manos. Apenas me deja descansar un minuto cuando me da la vuelta y comienza a chupar mis pezones. De nuevo su mano baja a mi sexo recién derramado y vuelve a estimularme.
Yo no puedo más. De nuevo en sus manos y frente a Pablo… me mata. Sigue chupando, mientras una mano ataca mi sexo, acariciando burdamente mi clítoris, y la otra recorre mi pierna, desde la pantorrilla hasta el culo… Creo que no duré cinco minutos hasta el siguiente orgasmo.
Quedo sin fuerzas. Y me siento agarrada y llevada sin voluntad hasta la mesa del salón, donde apoya mi pecho. Me abre las piernas y dice.
—Y ahora, Pablo, me voy a follar a tu mujer. Con esto, tampoco diré nada de vuestro aire acondicionado, jajaja.
Y siento su verga deslizarse sobre mis entrañas. Yo grito. Él bombea. Yo gimo, él jadea. Muevo mis caderas para acomodarme a su ritmo. Es demasiado. Miro a Pablo que nos mira incrédulo, pero sigue empalmado.
Más bombeo. Mi vecino me agarra el culo para follarme. Sigue taladrando. No aguanto más. Tercer orgasmo en pocos minutos. Demasiado también para él, porque acompaña mi viaje regando mi interior con su semilla. Sale de mí, se limpia la verga con mis nalgas y, sin decir nada, se marcha de casa.
Me quedo derrotada en la mesa. Pablo sin moverse, mirándome desnuda, rendida y agotada. Después se quita los pantalones y acercándose a mí, coloca su verga en mi entrada.
—Ese putero te ha follado como a una puta, Silvia.
—Veo que no va a ser el único, ¿no?
Efectivamente, él me la mete de una tacada y me empieza a follar salvajemente.
-¿Qué voy a hacer ahora, Silvia?¿Cómo coño le voy a mirar a la cara cuando me cruce con él?
Yo no contesto y él, está tan empalmado que apenas dos minutos después une su leche a la de mi amante. Deja caer su cuerpo sobre mi espalda.
—¿Eh Silvia?¿Qué voy a hacer?
—Sí, cielo, supongo que es complicado aguantar la mirada de un tío que se ha follado a tu mujer en tus narices. Pero no te preocupes, ya veremos qué hacer. Yo tampoco podré mirarlo a la cara.
Lo llevo a la ducha donde, además de limpiar los restos de la juerga, le hago una mamada que finaliza conmigo apoyada en la pared de la ducha y rellenada otra vez con su leche.
Cenamos y dormimos como bebés.
No es hasta dos días después que nos encontramos los tres. En el portal. Mi vecino nos da jovialmente los buenos días. Nosotros devolvemos el saludo en voz baja y mirando al suelo. Él se comporta de forma razonablemente normal, sin dejar de reír.
Una vez en el ascensor, sin embargo, me da un cachete en el culo.
—Como te quedan los pantalones cortitos, Silvia, jajaja.
Pablo y yo continuamos con la mirada baja. Yo contesto con un “gracias” y él, vista nuestra reacción agarra de nuevo mi trasero.
—Muy bien, Silvia, te quedan muy bien.
Yo, con el rabillo del ojo veo que mi vecino no para de mirar a Pablo, para cerciorarse de que sabe que me está metiendo mano y que, aun así, mantiene los ojos en el piso mientras manosea mi culo. Al llegar a la planta, se despide con otro cachete.
—Hasta otra vecinos.
Al llegar a casa comentamos lo sucedido y parecemos estar de acuerdo en que parece estúpido que, después de haberme follado en casa, ahora le quitara la mano del culo o que Pablo montara una escenita. Entonces doy un paso más.
—¿Y si en vez del culo…?
—Lo sé, Silvia. Yo me pregunto lo mismo… No sé, me veo incapaz de enfrentarme a él Imagino que tú aún menos… Supongo que no podremos hacer nada…
Por supuesto, todo esto se lo cuento por whatsapp a mi vecino, para que esté al corriente. No forzamos nada para vernos, pero la siguiente vez en el ascensor, directamente se pone detrás de mí y agarra mis pechos.
—Los echo de menos, vecina… ¿no tenéis algo más para que os pueda denunciar? Jajaja.
No respondemos. Pablo sigue mirando al suelo. Termina el viaje en ascensor y sale riéndose. Entramos en casa nosotros humillados y excitados. Ha quedado claro. Cada vez que me mete mano, nosotros permitimos y callamos.
Pasa un mes sin encuentros cuando una noche, Pablo y yo, tenemos una charla que, cada cierto tiempo abordamos.
—Creo que es el momento de intentarlo.
—¿Ir a por un crío?
—Sí.
—Pero según están las cosas con el vecino, no creo que sea buena idea dejar de tomar la píldora.
—Hace tiempo que no lo vemos y, en cualquier caso, podemos pararlo todo en cuanto queramos.
—¿Estás seguro? Porque hasta ahora no lo ha parecido.
—Ya, pero no había en juego nada más que unos cuernos… ahora sería un crío.
Lo pienso un rato y respondo.
—No sé. Es difícil…, pero sí. Habrá que ir a por el niño ya.
Por supuesto, al día siguiente llego un poquito antes de trabajar y llamo a casa de mi vecino para contarle nuestros planes. Me siento sucia al hacerlo, pero sé que no tengo otra opción. También le cuento días después que he ido al ginecólogo para dejar la píldora de forma controlada, así como el momento en el que ya podía engendrar. Entonces acordamos los siguientes pasos.
Al día siguiente volvemos a encontrarnos los tres en el portal. Entramos juntos en el ascensor.
—Hombre vecinos. Hacía tiempo que no os veía.
Nosotros correspondemos el saludo, siempre mirando al suelo.
—La verdad es que me gustaría veros un día… ¿por qué no pasáis por casa y nos tomamos unas cervezas?
—No puedo beber… —Digo yo, según había acordado el día anterior.
—¿Y eso vecina? ¿Estás enferma?
Yo me quedo callada.
—Aaaah, coño, jajaja. Que estás preñada, jajaja. ¿No será mío no? jajaja.
—No, no estoy embarazada aún…
—Aaaaah. entiendo, entiendo, jajaja. Pues vecinos, yo os puedo ayudar en eso, jajaja. Si lo que quieres es preñarte, mejor tener dos pollas que una, jajaja. Sobre todo si es la del maricón éste, jajaja. Pablo, machote. Anda, trámela luego a casa para que la insemine, que te echo una mano. Como buenos amigos, jajaja. Tráemela una vez por semana hasta que engorde, jajaja.
Salimos del ascensor y entramos en casa. Pablo cabizbajo. Yo fingiendo humillación. En cuanto nos miramos a la cara sé que Pablo ha sido derrotado. Ya sabemos lo que toca. Sin decirnos nada yo me voy a la ducha a prepararme. Cuando salgo aparece Pablo.
—¿Vas a ir?
—Sólo si tu me llevas y me dejas con él…
Diez minutos después ya estoy duchada, peinada, maquillada y vestida para la ocasión, con un picardías transparente. Salimos al descansillo y llamamos a la puerta.
—Jajaja. Hola vecinos. Así me gusta, pasad.—Nos invita a entrar con una botella de ginebra en la mano y un poco borracho.
Entramos en casa. Yo semidesnuda, Pablo tan excitado como humillado. No decimos nada.
—Pablo, me alegra que hayas venido. Así te aseguras de que la penetro como se debe, jajaja. Silvia, ve por una cerveza para tu marido.
Cuando vuelvo mi vecino está mirando a Pablo y riendo. Mi marido mira el suelo. Coge la cerveza que le ofrezco, la abre y le da un sorbo.
—Silvia, me has pillado de sopetón, y, aunque has venido vestida de puta preparada para ser follada, yo no estoy entonado… Coño Pablo despelótala para mí anda.
Pablo sabe que mi vecino no sólo quiere verme desnuda. Quiere que sea él quien lo haga. Obediente, agarra el camisón y lo saca por mis brazos levantados, dejándome totalmente desnuda y expuesta.
—Acércamela anda, jajaja.
Pablo me empuja suavemente por la espalda hasta acercarme a él.
—Arrodíllala, vecino, que me la tiene que poner dura.
Ya sabemos lo que viene a continuación. Pablo me presiona los hombros y me pone de rodillas mientras mi vecino bebe de la botella y se la saca a la vez con la mano libre.
El miembro queda frente a mí. Y yo lo beso, lo acaricio y me lo meto en la boca.
Silencio devastador. Sólo roto por los sonidos húmedos de mi boca al trabajar su verga. Mi vecino bebe y bebe mientras se la chupo. Cuando llevo un rato, me agarra del pelo y me hace levantarme. Me pone sobre la mesa del salón y, dando un trago, me la clava y comienza a bombearme. Tras un minuto de embestidas, sonando chof, chof y sin parar de penetrar, oigo cómo da otro trago a la ginebra. Y sigue chof, chof, chof.
—Mira que me parecías gilipollas, Pablo, pero traerme así a tu mujer… hay que reconocer que tienes tus momentos, jajaja.
Me da un cachete en el culo bien fuerte. Chof, chof, chof.
—Aunque claro, tener mis genes bien lo merece, jajaja. Toma vecina, que ya llega.
Y con dos embestidas mas y sin soltar la botella de ginebra se vacía en mi interior.
Termina y se echa sobre mi espalda para lamer mi cuello. El olor a ginebra es insoportable. Está borracho.
—¿Que se dice vecina? Jajaja.
—Gracias, vecino. Gracias por inseminarme.
Sale de mí. Yo voy con Pablo, que me coge y me lleva a casa. Al entrar se le llenan los ojos de lágrimas y rabia. Me lleva directamente a la ducha y enfoca mi sexo con la alcachofa, intentando limpiar lo que hay ahí. Se nota su arrepentimiento y su vergüenza al no haber sido capaz de negarle mi cuerpo. Me limpia el coño varios minutos y después, cuando cree que es suficiente, me lleva a la cama y me penetra allí hasta correrse en mi interior.
Nos quedamos dormidos.
Al día siguiente vuelvo a llegar a casa antes de lo normal y voy directamente a ver a mi vecino. Le cuento lo que pasó después y él rompe a reír.
Se sienta en el sofá y me coloca sobre sus rodillas. Desabrocha la blusa y, mientras una mano se introduce dentro de mi sostén, la otra ataca mis muslos haciendo que las medias rocen con las durezas de sus manos.
—¿Sabías que la Pepi y yo no tenemos hijos? ¿Sabes por qué? Pues porque parece que mis amiguitos diminutos son tan borrachos como yo y no encuentran el camino. Los médicos al final dejaron claro que era yo el culpable. De modo que no te voy a preñar, jajaja. Aunque eso no se lo diremos a Pablito, jajaja.
Yo sonrío.
-Usted es un cabrón.
—Más de lo que crees.
A estas alturas tenía el sujetador completamente deformado por la intromisión así que me lo quité.
—En cuanto a tu marido… llámale al móvil. Tengo que hablar con él
Obedezco. Marco el número y se lo paso. El lo sujeta con la mano que acariciaba mis muslos dejando que la otra continúe amasando mi pecho.
—No, vecino, soy yo, no la guarrilla de tu mujer. No, no pasa nada. Lo único que ha venido a casa a confesarme lo ocurrido. Joder, yo esforzándome en inseminarla y tú… tú… tú tirando a la basura el trabajo… ya, ya… ni perdón ni hostias. Pero no puedo confiar en ti. Hoy es viernes, ¿no? Pues me la quedo el fin de semana y así evito que me vuelvas a joder el trabajo. El domingo por la noche ven a buscarla… bueno, si quieres. Si prefieres me la quedo también esa noche. Ahora se marcha a casa, que tiene que comer y eso. Luego me la preparas, me la vistes de zorra y me la traes ¿Entendido?
Cuelga y me mira sonriendo.
—Jajaja. Te tendré un par de días para mí y así recordaremos buenos tiempos. Además, mira, esto está hecho una pocilga. Me vendrá bien que la dejes de nuevo limpita.
Vuelvo a casa y recibo a Pablo con cautela. Primero me riñe por haberme chivado, pero veo que en realidad no está enfadado, sino abatido.
—No tenemos por qué obedecer Pablo. No tienes por qué llevarme con ese viejo borracho putero todo el fin de semana.
Veo que Pablo está superado. Su excitación sigue ahí, pero se está hundiendo. Me doy cuenta de que el juego se está convirtiendo en algo demasiado peligroso y que puede destrozar su vida y yo no quiero. Decido olvidarme de los flujos que genera la expectativa de volver a estar al servicio de mi vecino varios días y le convenzo para no hacerle caso, aunque no soy capaz de decirle que era estéril.
Poco a poco nos vamos convenciendo. Hemos tomado una decisión y la vamos a defender. Pablo, aún inseguro, propone que no debemos ni salir de casa para evitar encontrarnos con él. Yo no estoy de acuerdo. Si habíamos tomado la decisión, debíamos defenderla. Yo sé que tiene fotos y vídeos míos que puede usarlos para obligarnos, pero lo conozco lo suficiente como para saber que no iba a usar esa jugada conmigo. A fin de cuentas, de mí ya había obtenido todo lo que quería.
Me pongo un chándal viejo para la entrevista final. Con esa ropa, notaría que que todo había cambiado. Y nos dirigimos a su puerta.
Llamamos. Esperamos. No abe. Así varias veces. Nada. Volvemos a casa. Una hora después repetimos. Idéntico resultado. A la tercera vez que vamos nos preocupamos y llamamos al 112. Vienen los bomberos y una ambulancia y, tras forzar la cerradura se encuentran lo peor. Un cuerpo sin vida en el sofá, dos botellas de ginebra vacías por la casa, varias latas de cerveza y un blíster de viagra fuera medio vacío. Al final los excesos pudieron con mi vecino .Aunque no me dio pena… que le quitaran lo bailao.
Fue importante, incluso tal vez salvó nuestro matrimonio, haber decidido finalizar con todo antes de lo sucedido. Así, pudimos estar seguros de que no fue la suerte (o desdicha) sino nuestra disposición, la que cambió el rumbo. Por un tiempo estuve muy preocupada por las fotos y vídeos que, el futuro heredero de la casa podía encontrar y el uso que les daría. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando recibimos la llamada de un notario. Sin descendencia, ni familia, en su testamento constaba que todos sus bienes iban a parar a mí. Una cuenta corriente sorprendentemente cuantiosa, el piso y todo lo que había en su interior.
El resto de vecinos siempre pensó que, tras su muerte, habíamos comprado tu piso para juntarlo con el nuestro. Aunque la realidad era bien distinta. Tomamos el control de nuestras vidas y, un año después, llegó el primero de nuestros niños.
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Bueno, un final un poco de película cursi. La pareja queda bien, el viejo se muere, tú heredas… Sí que queda como que es bastante tontito tu marido, sí…
Hubiera sido peor para la pareja y ahora, al viejo ya le da bastante igual, jeje
Buen final aunque me hubiera gustado que el chamaco fuera del vecino jeje. Muchaa felicidades!