Viaje en autobús

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El autobús interurbano avanzaba con un traqueteo constante por la carretera serpenteante, repleto de viajeros exhaustos que dirigían sus miradas perdidas hacia las ventanillas empañadas por la condensación o hacia las pantallas iluminadas de sus móviles. En uno de los asientos estrechos y desgastados, dos desconocidos se encontraron por un capricho del destino, obligados a compartir un espacio reducido que pronto se cargaría de una tensión palpable. Ella, con su cabello oscuro cayendo en ondas suaves sobre sus hombros y ojos penetrantes que parecían leer los pensamientos más ocultos, exudaba un aura de misterio que envolvía el aire a su alrededor como un velo invisible.

Él, con una mandíbula marcada que acentuaba su expresión decidida y una mirada intensa que transmitía una confianza rayana en la arrogancia, se acomodó a su lado sin imaginar lo que estaba por desatarse. Desde el instante en que sus brazos se rozaron accidentalmente en el confinamiento del asiento, una corriente eléctrica surgió entre ellos, como si el universo hubiera conspirado meticulosamente para encender una chispa inextinguible en medio de la monotonía del viaje.

Ella cruzó las piernas con una deliberada lentitud, permitiendo que su falda corta se subiera ligeramente, revelando un destello tentador de piel suave y bronceada que invitaba a la imaginación. Él, fingiendo una indiferencia que no sentía, la observaba de reojo con avidez, memorizando cada curva sutil de su silueta, desde la forma en que su blusa se adhería a sus pechos hasta la línea elegante de sus caderas.

El autobús, con sus curvas pronunciadas y frenadas bruscas causadas por el tráfico irregular, los empujaba juntos de manera inevitable, haciendo que sus muslos se rozaran con una fricción que enviaba escalofríos eléctricos a lo largo de sus espinas dorsales, un contacto que ninguno podía ignorar ni deseaba evitar.

Ella, simulando buscar algo en su bolso con movimientos calculados, se inclinó hacia adelante, permitiendo que su blusa se abriera lo justo para mostrar un atisbo provocador de encaje negro que cubría sus pechos firmes, un vistazo que aceleró el pulso de él. Incapaz de resistir la tentación, él dejó que su mirada se deslizara sin pudor hacia su escote, sintiendo una oleada de deseo primitivo que tensó su cuerpo entero, endureciendo su miembro bajo la tela de sus pantalones.

—¿Cómodo? —susurró ella, su voz suave pero cargada de una intención maliciosa, mientras una sonrisa traviesa curvaba sus labios carnosos, invitándolo a cruzar la línea.

—Demasiado —respondió él, su voz profunda y ronca resonando en el espacio entre ellos, mientras sus ojos la recorrían sin disimulo, deteniéndose en la piel expuesta bajo la tela, imaginando cómo se sentiría bajo sus dedos.

La conversación inició con temas triviales, como el clima o el destino del viaje, pero pronto derivó hacia lo íntimo, sus palabras tejiendo una red invisible de deseo que los envolvía por completo. Ella se inclinó más hacia él, susurrando fantasías al oído con detalles explícitos sobre cómo le gustaría ser tocada en lugares prohibidos, su aliento cálido y húmedo contra su oreja haciéndolo estremecer de anticipación.

Él, con voz ronca y entrecortada, respondió con promesas veladas pero intensas, describiendo en voz baja cómo la tomaría con fuerza si estuvieran solos, detallando cada embestida y cada gemido que le arrancaría. Cada bandazo del autobús los empujaba aún más cerca, sus cuerpos rozándose con una intensidad creciente que los aislaba del resto del mundo, como si el vehículo entero se hubiera convertido en un escenario privado para su lujuria desatada.

Ella, impulsada por una audacia creciente, tomó su mano con firmeza y la guio sutilmente hacia su muslo expuesto, dejando que sus dedos exploraran bajo la falda con una lentitud tortuosa. Él no dudó ni un segundo, sus caricias ascendiendo con confianza, encontrando la calidez húmeda de su piel interior, deslizándose dentro de sus bragas de encaje hasta rozar los labios hinchados y resbaladizos de su vagina, sintiendo cómo ella se contraía ante el contacto.

Los gemidos de ella, suaves y contenidos para no alertar a todos, vibraban contra su oído mientras él introducía un dedo en su interior, explorando su humedad con movimientos circulares que la hacían arquearse ligeramente en el asiento, su clítoris respondiendo con pulsaciones intensas. Él se deleitaba con su reacción, su propia erección palpitante e imposible de ocultar bajo los pantalones ajustados, presionando contra la tela con una urgencia que lo hacía jadear.

Los pasajeros a su alrededor comenzaron a notar la escena escandalosa, sus miradas disimuladas convirtiéndose en abiertamente curiosas. Unas chicas universitarias, sentadas en la fila de atrás, se inclinaban hacia adelante con ojos brillantes de excitación, una de ellas sacando su móvil para grabar el espectáculo con una sonrisa cómplice, capturando cada movimiento sutil. Un hombre maduro en la fila de al lado los observaba fijamente, su mano moviéndose disimuladamente bajo su chaqueta, ajustando su propia excitación mientras imaginaba unirse a la acción.

Pero ellos estaban demasiado perdidos en su juego prohibido para preocuparse por el público, su deseo eclipsando cualquier sentido de decoro. Ella, con un movimiento lento y deliberado, desabrochó los botones superiores de su blusa, dejando caer el sujetador para revelar sus pechos plenos y erectos, los pezones endurecidos por la excitación, invitando a sus caricias. Él, sin pudor alguno, bajó la cremallera de sus pantalones y apartó sus calzoncillos, exponiendo su erección dura y venosa, que se erguía orgullosa ante ella, goteando una gota de preeyaculación que brillaba bajo la luz tenue del autobús.

—Chúpamela, te lo suplico —gimió él, su voz rota por el placer acumulado, mientras su mano en la nuca de ella la guiaba con urgencia hacia su regazo, marcando un ritmo insistente que no admitía negativas.

Ella no dudó, inclinándose con gracia felina. Sus labios carnosos se cerraron alrededor de la cabeza hinchada de su pene, tomándolo profundamente en su boca cálida y húmeda, su lengua girando en círculos alrededor del glande con una mezcla de suavidad y urgencia que lo hacía gemir en voz alta.

Los gemidos de él llenaban el espacio confinado entre ellos, reverberando con el traqueteo del autobús, mientras ella lo llevaba al borde del éxtasis, su boca implacable succionando con fuerza, sus manos apretando sus muslos musculosos para mantener el control. El vehículo vibraba como un cómplice silencioso de su deseo, amplificando cada sensación, mientras las miradas de los demás solo añadían un filo prohibido y excitante al momento, convirtiendo el acto en algo aún más intenso y voyerista.

—No pares, nena, más deprisa —suplicó él, su voz entrecortada por jadeos, y ella obedeció sin vacilar, su garganta acogiendo cada centímetro de su longitud con movimientos frenéticos, tragando profundo mientras sus labios se deslizaban arriba y abajo, lubricados por su saliva y el fluido de él, creando un ritmo hipnótico que lo empujaba al abismo.

Con un gemido final gutural que resonó en el autobús, él se derramó en su boca en chorros calientes y pulsantes, su cuerpo temblando violentamente mientras ella lo tomaba todo sin derramar una gota, sus labios succionando hasta el último espasmo, prolongando su placer hasta que él quedó exhausto y jadeante en el asiento. Ella se enderezó lentamente, lamiéndose los labios hinchados con una sonrisa pícara y satisfecha, saboreando el residuo salado de su clímax, mientras él, aun recuperando el aliento, comenzó a subirse la ropa con manos temblorosas.

—No, cariño, más no —dijo él, abrochándose los pantalones con rapidez y una mirada nerviosa hacia la ventana—. Mi mujer sube en la próxima parada. Sé discreta.

Ella rio suavemente, un sonido bajo y seductor que resonó en su pecho, ajustando su blusa con movimientos elegantes y precisos, cubriendo sus pechos aún sensibles mientras limpiaba una última huella pegajosa de su clímax de la comisura de sus labios con la punta de la lengua.

—Ha sido… memorable —susurró ella, sus ojos brillando con una complicidad ardiente mientras se acomodaba en el asiento, cruzando las piernas como si nada hubiera pasado, aunque su cuerpo aún vibraba con la adrenalina del encuentro.

El autobús se detuvo con un chirrido de frenos, y el aire se llenó de una calma tensa, interrumpida solo por el murmullo de los pasajeros. Ella miró por la ventana, su sonrisa apenas perceptible en el reflejo del vidrio, mientras él se preparaba para la llegada de su mujer, ajustando su ropa y su expresión para fingir normalidad. Pero en ese rincón del autobús, por un breve y ardiente momento, habían creado un mundo propio, un secreto cargado de pasión que la carretera se llevaría consigo, dejando ecos en sus memorias.

En la quietud que siguió al clímax, el autobús continuó su traqueteo monótono, pero la escena se había grabado indeleble en la mente de todos los presentes, creando una atmósfera cargada de electricidad residual. Las chicas universitarias compartían sonrisas cómplices y susurros excitados, reproduciendo el video en sus móviles para revivir el espectáculo, mientras el hombre de la fila de al lado ajustaba su chaqueta con manos aun temblando, su propia excitación evidente en el bulto de sus pantalones. El autobús, con sus luces parpadeantes y sus motores rugientes, se convirtió en testigo silencioso de un deseo que había estallado en sus confines más íntimos, transformando un viaje rutinario en un episodio de lujuria descontrolada.

Ella, con una última mirada cargada de promesas no cumplidas a su compañero de viaje, se levantó para bajar en la siguiente parada, su falda ondeando con el movimiento grácil de sus caderas, dejando un rastro de perfume mezclado con el aroma del sexo. Él la observó irse, su silueta desapareciendo en la multitud de la parada, sabiendo que nunca olvidaría esa mirada intensa que lo había desarmado, esa sonrisa traviesa que lo había invitado al pecado, ni el calor abrasador de su piel contra la suya.

La vida continuó su curso inexorable, con el autobús reanudando su marcha hacia destinos lejanos, pero en ese vehículo, por un breve y electrizante instante, el tiempo se detuvo por completo, y dos desconocidos se convirtieron en cómplices eternos de una pasión cruda y visceral que nadie, ni siquiera los testigos involuntarios, podría olvidar jamás.

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2 COMENTARIOS

  1. Excelente relato me pasó conocer a una mujer en un autobús solo que termino todo en una plaza . Muy parecido todo el recorrido hasta que baje tapando mi ereccion con carpetas.

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