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Me hacen tragar vergas y más vergas

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Si algún lector lo necesita puede leer la parte inicial de mi historia: Fui iniciado por mi tío Eliseo.

Ellos, primero tío Eli, que me inició sexualmente, y enseguida el señor Manuel, me habían convertido en la putita que soy, una putita insaciable con hambre permanente de vergas; una putita mucho más putita que la más putita de todas las putitas.

Les recuerdo que tengo dieciocho años pero aparento quince o dieciséis y que por decisión de mis dueños llevo el pelo castaño largo hasta los hombros y las cejas depiladas, detalles que acentúan las sugerencias femeninas de mi figura.

Si algún lector lo necesita puede leer la parte inicial de mi historia: Fui iniciado por mi tío Eliseo.

Una tarde, en casa del señor Manuel, cuando éste y mi tío me habían usado a fondo por el culo y por la boca y yo me había masturbado y bebido mi propio semen, me atreví a hablarles de mi deseo.

Estábamos en la cocina, donde ambos tomaban cerveza y yo una gaseosa, desnudo y de pie ante ellos para que pudieran contemplarme, como les gustaba.

-Tío Eli, señor Manuel… quisiera… quisiera pedirles algo… -empecé muy nervioso.

-¿Qué pasa, Jorgito? Hablá… -me autorizó mi tío y entonces cobré coraje impulsado por ese deseo que sentía cada más con más fuerza.

-Tío, necesito… necesito… ay, me da vergüenza… -vacilé con la cabeza gacha.

-¡VAMOS, MOCOSO, HABLÁ DE UNA VEZ! –se impacientó el señor Manuel y su reacción me asustó.

-Sí… Sí, señor Manuel, pe… perdón… Es que, bueno, me… me gustaría que ustedes me… me compartan con… con otros señores… -pude decir por fin con un hilo de voz.

Después de un instante que me pareció eterno los escuché lanzar una carcajada y enseguida el señor Manuel dijo entre risas: -Está cada vez más putito tu sobrino…

-Ya veo. –contestó mi tío. –No le alcanza con dos vergas… Me calienta que lo hayamos emputecido tanto…

-A mí también me calienta… ¿Y qué pensás, Eliseo?

-Que hay que darle el gusto a la nena…

-¡Eso es! –coincidió el señor Manuel.

-En el club tengo varios amigos con los que juego al ajedrez y a las bochas; mañana les voy a hablar de Jorgito y vemos qué pasa, ¿qué opinás?

-¡Totalmente de acuerdo!... Pero oíme, ¿son de confianza esos tipos? No te meterán en un problema, ¿cierto?

-Quedate tranquilo, son gente derecha, si les va Jorgito vamos a gozar como locos… Entre todos lo vamos a coger hasta por las orejas…

Yo los escuchaba sin mirarlos, siempre con la cabeza gacha, ardiendo de calentura, una calentura que tenía que ver con esa posibilidad de comerme varias vergas, pero también con que me estuvieran humillando al hablar de mí como si yo fuera apenas un objeto, un ser sin voluntad y en cambio sometido a la voluntad de esos dos hombres que me dominaban completamente.

-Tío… -me atreví a preguntar… -¿Mañana vengo acá?

-Si, mañana venís acá y te entregás a Manuel mientras yo voy al club a arreglar todo. Si la cosa sale como espero, al día siguiente te llevamos ahí y te presentó a los amigos.

“Te llevamos”, dijo tío Eli, yo no iba, me llevaban como se lleva un paquete.

Ay, me estremezco al recordar esa primera vez en manos de seis hombres, porque todo salió muy bien. Tío Eli y el señor Manuel me llevaron al club y me presentaron a los cuatro amigotes de tío. Estaban en el buffet, sentados a una mesa consumiendo bebidas y no había nadie más en el lugar, sólo el encargado detrás de la barra.

-Bueno, muchachos, aquí está mi sobrino Jorgito… Él es mi amigo Manuel…

Los “muchachos” eran vejetes de sesenta a setenta años, según calculé. Se pusieron de pie para darme una entusiasta bienvenida y tío Eli sugirió que saliéramos para estar a salvo de los oídos del barman.

Ya afuera, en una galería frente a la cual estaba la cancha de bochas, tío Eli me fue presentando a los cuatro, que no dejaban de comerme con los ojos: el señor Anselmo, alto, flaco, de pelo canoso; el señor Gerardo, gordo y calvo; el señor Romualdo, petiso y robusto, de cabello escaso, y el señor Guillermo, de estatura normal, con gran papada y voluminoso abdomen. Yo les tendía la mano, pero ellos la desdeñaban para darme, en cambio, besos en las mejillas entre encendidos elogios: -¡Es un bombón el chico!... -¡Parece una nena de tan lindo!... -¡Tu sobrinito está para comerlo crudo!... -¿En serio sos tan putito como nos dijo Eliseo? –quiso saber el señor Guillermo y yo sentí que mis mejillas ardían: -No… no sé, señor… Me da… me da vergüenza… -contesté en voz baja y mirando al piso. Todos rieron hasta que tío Eli me tomó de una mano y el señor Manuel me rodeó la cintura con su brazo izquierdo.

-Muchachos, les había dicho que Jorgito es de ustedes, pero tiene que ser todos juntos, con Manuel y yo también, así que pónganse de acuerdo cuando puede ser y me avisan. ¡Le vamos a dar una cogida fenomenal!

Tardaron apenas unos pocos segundos en coincidir que sería al día siguiente y entonces el señor Manuel les dio la dirección de su casa mientras yo temblaba de nervios y ansiedad pensando que iba a ser usado por seis hombres.

Esa noche casi no pude dormir, presa de los nervios, la ansiedad y el deseo. Era tal mi calentura que en plena madrugada me levanté y sigilosamente, para que no me escucharan mi padres, fui al baño y sentado en el inodoro me masturbé afiebradamente.

Al día siguiente, cuando llegué a casa del señor Manuel puntualmente a las cinco de la tarde ya todos estaban allí: el dueño de casa, mi tío Eli y sus cuatro amigos del club, que apenas entré se me echaron encima y empezaron a manosearme entre expresiones obscenas. Me babearon la cara y esas ocho manos crispadas recorrieron mi cuerpo mientras tío Eli trataba de imponer un cierto orden y yo ardía de la cabeza a los pies hasta que por fin mi tío y el señor Manuel lograron controlar el ímpetu de los visitantes y entre todos me llevaron al dormitorio. Allí tío dijo: -Che, tranquilos, dejémoslo que se desnude; vamos, Jorgito, sacate todo… -me ordenó y le obedecí temblando mientras miraba las caras desencajadas y los ojos desorbitados de los señores del club.

-Desvístanse, amigos… -indicó tío Eli mientras se sacaba la ropa e invitaba al señor Manuel a hacer lo mismo.

(continuará)

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