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De niña a mujer: El primer polvo ¡El mejor!

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Julio de 2.005

 

Después de conocer a Pablo, calentarme con él y experimentar mi primera masturbación, seducirlo y finalmente conseguir que me pidiera salir juntos, nuestra historia de amor y lujuria fue de lo más rápida  y  peculiar posible. Solíamos vernos casi a diario: al salir de clase solía venir a buscarme o, si terminaba yo antes, lo iba a buscar a él. Parecía que lo habíamos cogido con ganas y nos costaba separarnos.

En cualquier momento o lugar dábamos rienda suelta a nuestra atracción física y sentimental. Daba igual que el lugar fuera público o privado. Que nos pudieran ver o no los demás. Nos besábamos, metíamos mano, jugueteábamos o lo que se terciara, con la mayor naturalidad y espontaneidad posible.

Si por ejemplo, entrabamos en un bar en pleno invierno, siempre buscábamos un rinconcito para besarnos, manosearnos o lo que pudiéramos. Nos acercábamos, nos pegábamos, sacábamos los brazos de nuestros respectivos abrigos y por debajo de ellos, hacíamos las diabluras propias de un chico de 17 años y una chica de 16.

A mí me gustaba meter la mano en sus pantalones, por encima del cinturón, deslizarla y finalmente hurgar entre sus calzoncillos. Le cogía la polla y la acariciaba con suavidad, la estrujaba o masajeaba en función de lo caliente que me encontrara en ese momento. A pesar de que nos excitaban los lugares públicos, con mucha gente, tenía la prudencia de no sacársela de los pantalones por si, por cualquier circunstancia, quedaba visible. Llegado el caso nos moriríamos de la vergüenza.

El me paseaba la mano entre las piernas si llevaba pantalones. Por norma, las chicas solemos usarlos bastante ajustados y por lógica, que un chico te meta la mano entre ellos es casi misión imposible. Al pasarme la mano, la oprimía contra mi coñito, solía usar los tres dedos centrales para evitar abrirme demasiado las piernas.

También solía masajearme las tetas, meter la mano entre los botones de la blusa. Debido a que yo tenía los pechos algo pequeños casi nunca usaba sujetador. Al meter la mano entre la blusa jugaba con mis pezones, los pellizcaba y sabía que eso me enloquecía. Sabía que al hacerme eso, mi mano oprimiría con más fuerza su miembro y que mis movimientos serían más expertos. En cierto modo él controlaba de forma psicológica mis movimientos.

En estos casos, al estar en un lugar público, evitábamos corrernos, lo que nos ponía más calientes aun. Después, al salir del local, nos íbamos a algún parque o rincón apartado donde desfogábamos nuestras ansias de gozar el uno del otro. Todo era casi perfecto… nos masturbábamos mutuamente, nos comíamos lo que podíamos cuando podíamos. Pero algo nos faltaba por hacer: teníamos la asignatura pendiente de hacer el amor.

Esto no ocurría por mi culpa. Yo tenía 16 años y me consideraba muy joven para llegar a tanto. Como vivíamos nuestra historia de amor me complacía plenamente. No sentía esas ganas locas, que tienen algunas, de cometer la locura de empezar y tarde o temprano pagar las consecuencias.

Yo estaba loca por él pero… algo me atormentaba por dentro. Todo era muy bonito y especial. Nos queríamos, entendíamos, respetábamos pero yo albergaba algunas dudas. Todo iba muy deprisa y desde niña me enseñaron que: “La precipitación nubla la razón”. Sentía la angustia de que al entregarme a él me viera de otra manera y todo cambiara a peor o… que incluso me dejara tras obtener el trofeo.

Una tarde que él insistía en que lo hiciéramos, ya no sabía que excusa inventar: ya había usado la de la regla, el dolor de lo que fuera, la falta de tiempo, no disponer de un lugar adecuado… en fin, no tenía más conejos en la chistera que sacar. Más teniendo en cuenta que él disponía de su casa para que fuéramos, pues sus padres estarían fuera el fin de semana.

¡En fin! No me quedó otra que abrirle mis pensamientos y así se lo dije:

- Mira Pablo, sé que para ti, como chico, es algo muy importante. Sé que me quieres y que… posiblemente quieras presumir con tus amigos. Lo que sea que te motive. Pero tengo miedo de que, al entregarme del todo a ti, cambies y todo lo vivido se vaya por el desagüe. Si esto ocurriera me moriría.

- Te entiendo Luz y sé que para ti, que eres una chica muy sensible y madura para tu edad, es algo muy importante. No me refiero a hacerlo, me refiero a perder todo por lo que has luchado. – me dijo en tono muy comprensivo.

- Es cierto amor, me jodería mucho perderte por razones de peso: que cambiaras de cuidad, que te enamoraras de otra, que me dejaras de querer por lo que fuera… todo eso lo entendería y me rompería el corazón pero… que esto sucediera por un polvo… no sé, me sentiría tan triste y vacía que no sé lo que haría. – respondí muy triste y casi conteniendo el aliento.

Después de un buen rato hablando sobre el tema, llegamos a un acuerdo: seguiríamos como hasta entonces, hasta que yo se lo pidiera, cuando considerara que estaba preparada y que mis inseguridades hubieran desaparecido.

Y así sucedió, durante casi medio año seguimos como si nada hubiéramos hablado. Nos calentábamos y nos desfogábamos pero sin culminar con un polvo. En mi interior sentía que eso nos bastaba. Después de todo comprendimos que, para que él se corriera… ¿Qué más daba que folláramos o no? Después de todo el propósito era correrse y disfrutar juntos. En mi caso, el pensamiento era el mismo.

Llegado el mes de julio, yo ya  tenía mis 17 años recién cumplidos. Mis padres tenían algo más de un mes de vacaciones y decidieron que fuéramos 12 días a Egipto y que el resto del mes lo pasaríamos en un lugar que, sin más datos, me dijeron que sería una sorpresa para mí.

Pasado el viaje por Egipto, llegamos a Cerdeña, más concretamente a una pequeña isla situada al norte llamada La Maddalena. Mi felicidad era manifiesta porque creía que habían escogido ese lugar por mí. Pero bueno, la vida te da sorpresas. Pocos días después, descubrí que había otro motivo para ir a ese lugar. Allí vivía retirado, desde hacía varios años, un antiguo profesor de mi madre en la universidad.

Pero bueno, realmente eso carecía de importancia. El lugar era precioso: un clima esplendido, lugares de ensueño y mucha tranquilidad. Por otro lado, el ex profesor de mi madre era un viejito de lo más simpático y marchoso. Durante una semana nos enseñó los lugares más pintorescos en un viejo y restaurado coche de época descapotable, que había mimado más que a su mujer antes de que esta falleciera. También nos dio varios paseos en un pequeño velero recorriendo la costa.

Cuando por fin mi madre pensó que ya habíamos sido bastante molestia para este buen anciano, nos dedicamos a descansar en familia y gozar del lugar, de sus playas y de sus gentes. En el hotel donde nos alojábamos, trabajaba un muchacho de 19 años, italiano por su habla, por lo bueno que estaba y por la cara tan dura que tenía. Cuando me vio, debió pensar que había llegado carne fresca, pues la verdad, la mayor parte de las mujeres del hotel sobrepasaban los 30 años y estaban casadas.

Llegó un momento en que este simpático chico llegó a ser empalagoso. Se defendía bastante bien con el castellano, siempre con una sonrisa en la cara y con ese aire de sinvergüenza  italiano. Cada vez que me veía se propasaba con piropos y picardías. Era incansable.

Un día, después de su turno de trabajo, me invitó a ir a la playa con él y unos amigos. Lo hizo a través de mi padre pues, previamente le había pedido, como buen hijo de una respetable familia italiana (según sus palabras), permiso para invitarme.  Al ir más gente me decidí y acudí al lugar donde me había citado.

Pasamos un día estupendo pero, en mi cabeza estaba en todo momento mi chico, Pablo. Estaba de vacaciones con sus padres pero, no sabía ni dónde ni hasta cuándo. En su última llamada, antes de salir de Egipto, me dijo que estaba en la costa de Gerona y no supe más de él. Por lo visto, sus padres eran bastante imprevisibles y nunca se sabía donde sentarían el culo.

Al día siguiente de estar con Fabio (mi atrevido italiano) y sus amigos, se me acercó y me preguntó cómo lo había pasado. Le respondí que muy bien y que sus amigos y amigas eran muy buena gente pero… que apenas me había enterado de nada de lo que hablaban. Él me respondió que les había caído muy bien y que me invitaban a una fiesta, esa misma noche, en un chiringuito cercano.

Después de pedir permiso a mis padres, quedé con él que vendría a buscarme para ir juntos. A eso de las ocho de la tarde se presentó en una destartalada moto Vespa,  de color gris y con más parches que en una convención de piratas tuertos.

La fiesta estuvo muy divertida. Fabio no dejaba de decirme frases que pondrían colorada a cualquier chica, pero él era o parecía ser así. Pasado un buen rato, sus artes seductoras parecieron surtir efecto. Me tenía encandilada con su palabrería y no dejaba de reírme.  En un momento dado se acercó demasiado a mí y me robó un beso que… uffffffff, me dejó sin poder moverme. Ante su insistencia le correspondí y nos comimos la boca durante un par de minutos. Me estaba poniendo muy caliente. Este chico parecía una droga muy adictiva.

Durante más de una hora no nos volvimos a besar,  gracias a que no dejamos de bailar con el resto de chicos y chicas. Yo le había avisado que, como tarde, me marcharía a las dos de la madrugada. A eso de la una, se me acercó por detrás, mientras bailaba, me abrazo por la espalda y besándome el cuello comenzó a manosearme el culo, las caderas y finalmente los pechos. Me quede sin saber qué hacer, sin reacción alguna.

Cuando me dio la vuelta para ponerme frente a él, me quiso  besar de nuevo pero lo rechacé. Decidí que hasta ahí habíamos llegado. Que tenía novio y que lo quería más de lo que podía imaginar. Finalmente le pedí que me llevara al hotel y él muy educado y comprensivo, dejó de insistir y me devolvió al hotel.

Nada más entrar en la habitación me quité el vestido, las braguitas, las medias, los zapatos y con precipitación me tiré en la cama, boca abajo y completamente desnuda. Rápidamente me metí la mano por debajo del cuerpo, hasta llegar al coñito y sin dejar de pensar en Pablo, me hice una paja como hacía mucho tiempo no recordaba. Fabio fue el detonante de mi calentón y a pesar de lo mucho que lo había deseado, me masturbé pensando en mi amor.

Pasaron los días y dejé de tontear con Fabio. Cuando las vacaciones terminaron volvimos a casa y nada más llegar lo primero que hice fue ir a buscar a Pablo a su casa… ¿Habría regresado? Llamé a la puerta y me abrió su madre. Me indicó que estaba en la piscina y sin pensarlo dos veces me fui a buscarlo. Cuando llegué lo hice llamar por megafonía. Al acudir a la llamada y verme no sé que me pasó: me puse a llorar como una tonta, avance unos metros y lo abracé como si hiciera años que no lo veía. En ese momento sentí que realmente era suya y él mío.

- Pablo, no sabes cuánto te he echado de menos. Sentía que me moría si pasaba un día más sin verte, sin abrazarte, sin perderme en tus ojos – le dije con los ojos encharcados en lágrimas.

- No te preocupes mi amor, ya ha pasado todo y estamos juntos de nuevo. – me respondió sin dejar de abrazarme.

- Quiero que hagamos el amor, a la primera ocasión que tengamos. Ahora sé que estoy totalmente preparada. – le dije con la voz temblorosa por la alegría y plenamente resuelta.

Pasada una semana, los padres de Pablo le regalaron un coche de segunda mano. Ya tenía el Permiso de Conducir y querían que tomara habilidad con un coche sencillo. Para estrenarlo me llevó a dar un paseo por la ciudad. Durante el trayecto me preguntó que si quería ir con él a pasar el fin de semana a una casita que sus tíos tenían en la costa de Málaga. Como estos estaban de viaje la tendríamos para nosotros solos. Respondí afirmativamente y me llevó a casa.

Apenas pude dormir esa noche pensando en el fin de semana. Al día siguiente se lo comenté a mis padres y les pedí permiso mientras comíamos. Les dije que Pablo tenía el permiso de sus padres y que solo faltaba el consentimiento de ellos. Los dos me respondieron afirmativamente pero, añadieron que antes querían hablar con los dos, con Pablo y conmigo.

El viernes, después de comer, Pablo vino a casa. Mis padres nos pidieron que nos sentáramos y comenzaron con la charla:

- Queridos hijos – nos dijo en plan paternal. - Tu madre y yo somos conscientes de lo que sentís el uno por el otro y no nos oponemos, al contrario. Sabemos que Pablo es un buen chico y de confianza, pero nosotros también hemos sido jóvenes y sabemos lo que pasa en estos casos. Somos conscientes de que has crecido, que eres madura, responsable y que estás preparada para tomar tus decisiones…

- Vale papá – le interrumpí – sabemos lo que nos vais a decir y me avergüenza que lo hagáis delante de él. – continué.

- Lo entiendo hija, pero entiende tú que es nuestra obligación deciros esto.  tu madre y yo sabemos que no se puede poner puertas al campo y que haréis lo que queráis y cuando podáis. Por nuestra parte no nos oponemos a que practiquéis el sexo, pero si os pedimos que lo hagáis de forma segura, consentida y con plena capacidad. Eso es todo lo que os queríamos decir.

Yo me miraba con Pablo y nuestros rostros eran la viva imagen de la vergüenza.

- No os preocupéis, ninguno de los dos quiere complicarse la vida y menos a vosotros – contestó Pablo.

- Es cierto papá, sabes que en mí puedes confiar – añadí yo.

Dicho esto los dos nos levantamos, tomamos un pequeño bolso de viaje y una gran bolsa con comida y otras cosas que tenía preparados junto a la puerta de la escalera. Tras despedirnos, nos fuimos. Las risitas de ambos en el ascensor delataban el mal rato pasado pero… después de todo, tarde o temprano la charla surgiría. Por tanto respiramos felices, pues el trámite lo habíamos pasado.

Subimos al coche y nos fuimos, teníamos más o menos dos horas de viaje. Si no había demasiado tráfico llegaríamos sobre las ocho de la tarde. Durante el viaje no dejamos de hablar, de hacer planes, de reír y de mirarnos. Pero hubo algo de lo que no hablamos y que ambos, inconscientemente, evitamos mencionar… el sexo.

Llegamos a nuestro destino, Benalmádena, sobre las 20:30 horas. En un pequeño supermercado compramos algunas cervezas y tres botellas de vino Lambrusco, mi preferido, pues comida traíamos de casa.

Cuando llegamos a la casita de sus tíos, metimos toda la comida y las bebidas en el frigorífico, desviando una botella de vino al congelador. Sacamos la ropa, las toallas y los útiles de aseo de los bolsos y nos pusimos a preparar la mesa para cenar.

A eso de las 21:30 horas el vino ya estaba en su punto, bastante frío. Nos sentamos a la mesa y comenzamos a devorar la comida y a vaciar la botella de vino entre miradas, conversaciones de circunstancia y risas nerviosas.

Cuando terminamos, retiré los platos de la mesa y los llevé a la cocina. Él quiso ayudarme pero me negué. Le pedí que permaneciera sentado y le indiqué que yo traería el postre: unos flanes de huevo riquísimos que mi madre había preparado y que traje en un recipiente adecuado para que se conservaran.

A los pocos minutos regresé, me acerqué a la mesa y Pablo quedó mudo, no era capaz de asimilar lo que veía: antes de ir a la cocina me fui al dormitorio, me desnudé por completo, me recogí el pelo en una cola de caballo y tomé el postre de la cocina. Esta es la visión que Pablo vio cuando entré en el salón.

- Luz, mi niña… ¿Qué haces así? – me pregunto sin cerrar la boca.

- Pablo, estoy tan caliente y hemos esperado tanto tiempo que no puedo más. No puedo esperar más tiempo a follar contigo…

Él se levantó de la mesa, se acercó a mí, me tomó de las manos y comenzó a besarme como el día de nuestro reencuentro.  Me comía la boca y no dejaba de penetrármela con la lengua. Eso me encendía más aun. Con mis manos tomé las suyas y puesto que él parecía no atreverse, las llevé hasta mis caderas. Necesitaba que reaccionara, que me abrazara, que las paseara por toda mi anatomía.

Al posarlas sobre mí sentí como el cuerpo se encendía más aun. Me recorrió el culo, la espalda, las caderas y finalmente termino de apretarme contra él.

- Amor, tengo algo que decirte. No sé cómo te lo tomarás, pero te juro que lo que te voy a decir es la pura verdad. – le dije con la voz algo nerviosa.

- ¿Qué es nena? ¿Es tan importante como para decirlo ahora? – me preguntó.

- Depende de cómo lo tomes, pero para mí sí es importante – respondí.- Cuando estuve en Cerdeña, con mis padres, conocí a un chico que trabajaba allí. Un día me invitó a una fiesta en un chiringuito y nos besamos y me metió mano. Más que meterme mano me acarició, pero me acordé de ti y no quise llegar a más, es la verdad, solo quería sacármelo de la conciencia. – terminé de explicar.

- Gracias por contármelo, me gusta que confíes en mí y me digas algo que jamás hubiera sabido si no me lo cuentas. Imagino que quería follarte y yo voy a darte lo que no quisiste de él – concluyó de forma muy sorprendente para mí.

Algo raro sucedió, es como si al confesarle mi secreto se hubiera enrabietado, pero no era así. Le puso tan cachondo y se sintió tan superior, tan crecido que no paró de manosear mi cuerpo durante unos minutos al tiempo que me comía la cara y la boca a besos.

Comencé a desabrocharle los pantalones, necesitaba sentir su miembro en mis manos. Al bajarle la cremallera saqué el pájaro de su jaula, lo tenía tan excitado y duro que cubrió mi mano por completo. Él se agachó un poco hasta llegar con la boca a mis pechos, mis pequeños pero excitados pomelos. Con sus manos los apretó y juntó en mi eje de simetría. No dejaba de oprimirlos, de intentar exprimirlos, al tiempo que los recorría con los labios, con la lengua, con los dientes.

Lo veía tan enloquecido que me deslice por su vientre hasta tener delante de mis ojos aquel miembro que tenía escrito mi nombre. Lo acaricié con ambas manos, lo apresaba, lo besaba, le pasaba la lengua por la punta. El me agarraba del cabello y no dejaba de suspirar. Terminé por ponerme de rodillas y finalmente lo engullí por completo. Lo tragué hasta la garganta pues no era nada descomunal.  Al tiempo que yo lo tragaba el empujaba mi cabeza contra él. Durante unos minutos le propiné una felación muy intensa.

Cuando decidí dejar su miembro descansar, me levanté y él, tomándome de la mano, me llevó hasta el dormitorio. Quitó el edredón que cubría la cama, colocó una de las toallas de playa extendida y me indicó que me tumbara, mirando hacia el techo. Salió del dormitorio y regreso con uno de los flanes. Se desnudó por completo y sentándose sobre el lateral de la cama, comenzó a trocear el flan con la cucharita y extendérmelo por el vientre y los pomelos.

El flan estaba frío y el contacto con mi piel me hizo estremecer. Comenzó a comerlo de mi cuerpo y a lamer el caramelo que pringaba mi piel. Me hacía cosquillas y no dejaba de reírme mientras acariciaba su cabello. Al llegar a las tetas se empleaba más a fondo, las lamía con más ganas y deseo y al detenerse en los pezones… ¡¡¡UFFFFFFFF!!! Aun puedo sentir aquella sensación de gozo que me proporcionaba. Me encantaba que los mordisqueara, que los rozara con los dientes. Baste con decir que aquel flan es el que más he disfrutado en mi vida sin siquiera probarlo.

Cuando apenas quedaban restos del postre, se puso de rodillas a la altura de las mías, me abrió las piernas y las separó todo lo que pudo, dejando el coñito al descubierto. Empujó mis piernas hacia el vientre para tener mejor vista y acceso.

- Te voy a comer el coño como nunca te lo he comido – me dijo.

- Deja un poquito para después, no es cuestión de que lo devores ahora y luego no tengas donde meter la colita – le respondí.

Dicho esto me propinó una limpieza de bajos que os podéis imaginar. Me chupaba el clítoris, los labios, los mordía, los volvía a lamer. El gustazo que me estaba dando me mataba, conseguía que me auto infringiera unos pequeños, pero dolorosos mordiscos en los labios de la boca. Durante unos interminables minutos me dio tanto placer que me corrí de forma salvaje. No dejé de jadear, de gemir y de suplicar que continuara. No era el primer orgasmo que me producía aquel cabronazo, pero sí el más intenso y placentero.

Cuando dejó de hacerlo, se acercó hacia mis pechos y se sentó sobre ellos. Aun tenía restos del postre pero no pareció importarle. Me pidió que incorporara un poco la cabeza y colocó la otra almohada bajo ella. Mi cara quedó casi paralela a su cuerpo, se acercó más aun y me dijo:

- Luz, quiero follarte la boca, nunca lo hemos hecho pero tranquila, no te resultará molesto ni incómodo.

- Como quieras Pablo. Yo te sigo en lo que hagas. – respondí complacida con la proposición.

Acercó su miembro a mi boca, con la mano lo deslizó recorriendo los labios. Yo lo seguía con la punta de la lengua. Finalmente me fue abriendo la boca con él, yo la abría a medida que entraba, hasta que lo hizo por completo. Me costaba respirar y me provocaba pequeñas arcadas. Lentamente comenzó a sacarla y meterla, follándome con calma, con paciencia, disfrutando de cada centímetro que entraba y salía. Dentro de la boca, yo jugaba con la lengua  en su pene. Lo oprimía con los labios cuanto podía. Al salir por completo jugaba con la lengua en su glande, lo rodeaba, lo abrazaba con los labios y esta era la señal para que volviera a meterla de nuevo.

- Luz de mi vida, cariño, quiero que hagas algo por mí. – me dijo con voz seria.

- Sí cielo, lo que quieras – le contesté.

- Quiero que cuando la polla esté a punto de salir, la abraces bien con los labios, sin dejar que entre o salga aire y que la succiones cuanto puedas – me dijo a modo de lección.

Con la mirada le dije que sí y comenzó de nuevo a follar mi boca. Al sacarla, hacía lo que me había pedido, la apretaba bien con los labios y la succionaba. Veía como él se mostraba complacido por lo que intuía que lo estaba haciendo a su gusto, como me había pedido. Pasamos unos minutos así  cuando me dijo:

- Es la hora cielo, vamos a cumplir lo que tanto ansiamos los dos.

Tomó un preservativo que sacó del bolsillo del pantalón, rompió el envoltorio, lo sacó y con maestría, demasiada para mi gusto, se lo puso. Sin duda tenía experiencia poniéndose aquella capucha de  látex ¿A quién coño se habría follado antes que a mí? me preguntaba ¿Sería estando de vacaciones? Volví a cuestionarme. Sea como fuera ahora era mío y no me importaba lo más mínimo en ese momento.

Volvió a levantarme las piernas, abriéndolas lo que pudo, se colocó en la entrada y suspirando la fue metiendo hasta inundar mi coñito húmedo y deseoso de sentirlo dentro por primera vez.

- UMMMMMMMMM - solté por  la boca un sonido de placer que me nació en el alma.

Entraba y salía con gran facilidad. No sentía dolor alguno y podía notar como rozaba las paredes internas de la vagina. El placer era más intenso a medida que aceleraba las penetraciones. Mis gemidos surgían más numerosos y potentes.

- ¡¡Cómo me gusta Pablo!! Ha merecido la pena la espera… Ah,ah,ah,ah… – le decía entre gemidos de gozo.

El no decía nada, se concentraba en meter y sacar su miembro cada vez más rápido. De vez en cuando me miraba a los ojos y yo le correspondía la mirada. El placer que me daba nublaba mi mente y mis ojos se cerraban con cada embestida.

- ¡Fóllame cariño! – le pedía – ¡fóllame bien fuerte! – le volvía a pedir.

Al decirle esto, él se aceleraba más aun. Sus jadeos se multiplicaban cada vez más. Yo le agarraba de los brazos, muy fuerte y le volvía a suplicar que me follara más aprisa, que quería sentirlo  en el fondo de mí coño. El no cesaba en su empeño de destrozarme y partirme por la mitad. De pronto paró, saco su polla de mis entrañas y mirándome a los ojos me dijo:

- Luz, ponte boca abajo cielo, vamos a probar algo que te gustará.

Yo obedecí, a estas alturas le daba la luna si me la pidiera. Me pidió que levantara un poco el vientre y al hacerlo colocó una de las almohadas bajo él. Mi culito quedaba muy expuesto. Me abrió lo que pudo las piernas, se tumbó sobre mi espalda y yo por un momento me temí lo peor, pensé que me taladraría el culito y no sabía cómo respondería éste ante semejante instrumento.

Mis miedos se esfumaron al notar como apuntaba su polla a mi rajita y al encontrarla noté como entraba, más justa pues el coño no estaba suficientemente abierto. Apoyando las manos sobre la cama incorporó su  cuerpo y comenzó a embestirme con celeridad y agilidad. Notaba como al entrar golpeaba mi culo con su vientre. Los testículos me golpeaban el clítoris y eso me encendía más. Me estaba volviendo loca de placer y no sabía cómo contener mis gritos. Sin esperarlo…

- ¡¡¡SIIIIIII!! Sí, sí, fóllame amor, fóllame que me corro – le gritaba histérica. – no pares amor, no pares por favor – le suplicaba.

- Córrete cariño, córrete que me gusta oírte gritar. – me replicaba excitadísimo.

- AAAAAAAHHH, me encanta cielo, me encanta correrme con la polla dentro. – le insistía.

Mis gritos y sus jadeos enmascaraban el chapoteo que producía su polla, al entrar y salir, con los jugos que manaban de mi coño.

- No pares Pablo, por tu padre, no pares – le seguía suplicando.

El me obedecía e insistía en sus envites. Cuando por fin había terminado de correrme, apenas me podía mover, todo mi cuerpo se relajó. Tras un par de minutos pude notar como Pablo frenaba su ritmo. Jadeando se recostó sobre mi espalda mientras seguía metiendo y sacando aquello que me inundaba.

- UFFFFFF amor, menuda corrida, estoy que no doy para más. – me decía con voz sofocada.

- ¿Te ha gustado Pablo? ¿Has disfrutado? – le preguntaba esperando una respuesta satisfactoria.

- Si cielo, me ha encantado, has estado increíble. No sabes lo que me gusta estar encima de tu culito.  Un amigo me comentó que esta postura era muy placentera para el hombre y la mujer y quería que la probáramos juntos – me contestó dándome más explicaciones de las que yo esperaba.

- ¡Este cabrón se ha follado más tías de las que puedo imaginar! – me decía  a mí misma, resignada a no preguntar temiendo la respuesta.

Permanecimos así durante unos cinco minutos, hasta que le pedí que se levantara pues su peso no me dejaba respirar. Se levantó un poco y se tendió junto a mí. Yo me saqué la almohada de debajo de mi vientre y permanecí boca abajo.

- ¿En serio te gusta mi culo, Pablo? – le pregunté con naturalidad.

- Es precioso mi vida – me respondió.

- Jajajajaja cabronazo, me lo dices porque recién has follado y no quieres ser cruel… jajajajajaja – le dije en tono jocoso.

- Es cierto, Luz, me fascina tu culo, sobre todo cuando te pones ropita ajustada. – respondió infundiéndome tranquilidad. – Cuando estés preparada y te apetezca, podemos intentarlo por ahí, estoy seguro que te gustará – prosiguió con aires de experto enculador.

- Bien cielo, dame tiempo para asimilar que por fin hemos disfrutado plenamente. – le contesté con satisfecha.

Era casi media noche de un viernes veraniego y estábamos en un lugar de vacaciones donde, a buen seguro, habría lugares de juerga y diversión. Decidimos vestirnos y salir a dar una vuelta. Antes quise darme una ducha rápida para después arreglarme y vestirme.

- No, no te duches - me dijo - Quiero sentir el olor a sexo que despides allá donde vayamos.

- ¿En serio? – le pregunté.

- Si amor, además prefiero que no te pongas braguitas, solo con pensar que no las llevarás me pongo cachondo de nuevo. Imagina como estaré todo el rato. – argumentó con cara de picarón.

Accedí y me puse un vestido muy cortito y ajustado que él me indicó. Lo cierto es que la idea también me motivaba y mucho. Del mismo modo, él decidió no ponerse nada debajo del pantalón. Y bueno, de esta guisa salimos a la calle.

Siguiendo a la gente que pasaba por la calle, llegamos a una discoteca al aire libre. Estaba rebosante de chicos y chicas jóvenes. Todos muy alegres y con ganas de diversión. Nos mezclamos con los demás y él pidió unas copas pues, de los dos, era el mayor de edad.

A medida que caminábamos por el lugar no podíamos evitar rozarnos con la gente. Ya fueran chicos o chicas era inevitable. Yo sentía como si me manosearan el culo. Imaginaba si se darían cuenta de que no llevaba braguitas. Pablo debía de sentir algo parecido pues se le notaba el bulto en el pantalón. Lo cierto es que estaba bastante excitada de nuevo. Decidimos bailar un poco. Al hacerlo, rozábamos nuestros cuerpos debido a la excitación que nos invadía. Sentía como el coño se mojaba debido al nuevo calentón y a la humedad que subía de la playa y la que producía tantos cuerpos jóvenes. Notaba que todos en el lugar estaban con las hormonas por las nubes.

Decidimos, tras un rato bailando, sentarnos en algún lugar apartado, algo más íntimo. Cuando lo encontramos, nos empezamos a comer los morros y a recorrer nuestros cuerpos con las manos, por encima de la ropa. De nuevo me sentía como una zorra, con ganas de follar otra vez. Parecía que le había cogido el gusto a esto del ñaca, ñaca.

Se lo dije a Pablo  y me respondió que sentía lo mismo. Entonces me propuso algo que me dejó sin aliento:

- Podemos hacer una cosa Luz, te sientas encima de mí, levantando disimuladamente la faldita por la parte trasera. Yo me saco la polla y te la meto hasta el hígado. Para no llamar demasiado la atención, tú, de vez en cuando, te incorporas hacia delante para tomar el vaso o dejarlo en la mesita.

- Jajajajajaj, ¡¡Estás loco!! - Le contesté - ¿Tú crees que nadie se dará cuenta?

- Podemos probar tía, si se nota… pues que les den. A ver si te has pensado que seríamos los únicos. – me respondió con tono decidido.

Así lo hicimos, me senté sobre su polla, él la saco y conocedor del camino me penetró. Tuve que hacer maravillas para que no se me notara en la cara el impacto que esta penetración me produjo. Sin llegar a correrme sentía que el coño me chorreaba.

El estaba detrás de mí y me tomaba de las caderas o de la cintura. Como podía se movía debajo de mí, intentando ejecutar movimientos de entrada y salida.

- No te corras dentro – le pedí.

- Lo sé mi amor, no te preocupes – me tranquilizó.

Decidimos abandonar el juego por lo que pudiera pasar una vez lanzados. Apuramos la copa rápidamente y nos fuimos buscando un lugar donde saciar nuestros deseos de nuevo. Al salir a la calle nos dirigimos al parking pues estaba lleno de coches. Había bastante movimiento y más de una pareja hacía, de forma disimulada, lo que nosotros buscábamos.

Llegamos a un lugar algo más apartado, el se sentó en el capó de un coche, se sacó un preservativo del pantalón y tras extraer la polla de su cremallera, se lo puso. Acto seguido me senté sobre ella, dándole la espalda y me la metí entera. Desde ese momento no dejé de cabalgar  sobre él, apoyando mi espalda sobre su pecho. El me metía las manos por debajo del vestido y me oprimía las tetas, pellizcaba los pezones y eso me incitaba a  cabalgarle más aprisa.

Pasados escasos minutos, conseguí correrme de forma violenta, sin dejar de frotarme contra su pecho. Mis suaves gritos apenas se escuchaban por el ruido que venía de la discoteca. El producto de mi corrida salía del coño y me resbalaba por los muslos. Me gustaba la sensación que eso me producía.

Una vez terminé de correrme, mi cuerpo se relajó, mi cabalgada se frenó bastante y él lo notó. Me inclinó el cuerpo levemente hacía delante, para poder introducirme un dedo por el ano, no se cual fue el culpable pero, reconozco que me gustó. Así siguió follándome un rato más.

Como notaba  que no se corría, pensé que era por la postura. Me separé de él, me di la vuelta y tomando la polla con las manos le quité el preservativo. Me agache y la metí en la boca. Con muchas ganas se la chupé, engulléndola del todo, una y otra vez hasta que, pasados unos minutos, conseguí que se corriera, dentro de mi boca. Parte del semen salía por la comisura de los labios. La otra me la tragué gustosa. Me encantaba su sabor entre amargo y salado.

Finalmente terminé por limpiarla del todo en mi boca, con los labios, con la lengua, hasta dejarla totalmente seca. Con ambas manos me levantó tirando de mi cabeza. Acerco sus labios a los míos y nos comimos la boca. Parecía que buscaba saborear el jugo de su miembro.

Finalmente nos arreglamos y cogidos de la mano nos dirigimos a la playa para dar un paseo romántico antes de irnos a dormir. A eso de las cinco de la mañana, regresamos a la casa de sus tíos. Estábamos tan satisfechos de sexo que caímos sobre la cama, después de desnudarnos por completo y nos quedamos dormidos.

Ese mismo día nos levantamos sobre las tres de la tarde. El sábado y el domingo lo dedicamos a ir a la playa, pasear y… sí amigos, follar cuanto pudimos y nuestros cuerpos permitieron.

El lunes por la mañana regresamos a Granada, me dejó en casa y se fue a la suya. Aun no era la hora de comer y mi padre no estaba en casa, faltaba como una hora. Mi madre me saludó y comenzó el interrogatorio:

- Y cuéntame hija, ¿Qué tal lo habéis pasado?

- Muy bien mamá, ha sido muy romántico y divertido, lo hemos pasado muy bien.- respondí.

- Y dime… ¿Ha habido sexo? No me mientas – continuó indagando.

- Mamá, sabes que nunca te miento. Sí, lo hicimos el sábado por la noche, después de volver de fiesta.  Fue muy tierno y romántico. (Mentira podrida, jajajaja). – no me atrevía a dar tantos detalles. Seguramente no hubiera tenido mayor importancia pues, como mujer que un día tuvo mis años, sabe como son estos fines de semana.

- Bien hija, me alegro mucho por ti, ya eres una mujer del todo. – trato de infundirme confianza.

- Gracias mamá, pero que sepas que lo hicimos con protección, antes de que me preguntes – con esto la dejé tranquila del todo.

En fin, no quise dar más explicaciones y dejé la charla con la excusa de ducharme.

Y esto es todo. Así fue mi primera vez con el chico que amaba. Me estrené y ¡¡De qué manera!! En cierto modo por delante y por detrás (aunque fuera con un dedo). Reconozco que me inicié en el mundo del sexo, puro y duro, de forma algo exagerada pero, después de la primera vez traté de disfrutar todo lo que puede.

Por descontado, esta primera experiencia nos abrió las puertas de una relación nueva y muy satisfactoria. Pero eso es otra historia.

 

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