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Mi primera visita a un club de swingers
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Tiempo de lectura: 2 minutos

El inicio del swinguing.

Ya habíamos probado varias formas de tener sexo fuera de lo habitual, y nos había gustado. Y ya habíamos visto artículos y notas acerca de ese movimiento de sexo libre y consentido. Decidimos conocerlo. Vivíamos en Río de Janeiro y por revistas viendo diversos locales, uno que nos atrajo, fue un club en Sao Paulo, ciudad a dónde íbamos con facilidad.

Llegamos la hora indicada, y nos encontramos con un barrio bueno, de buenas casas. El club estaba en una casa amplia, de entrada, elegante y cuidada, en donde un señor muy atento nos recibió, cobró la tarifa, nos dio las indicaciones generales y nos indicó donde estaban los vestidores.

En seguida estaba una barra, bien surtida, con varios clientes en bata, bebiendo tragos y conversando tranquilamente. Todo indicaba un buen ambiente, de primera clase.

Después había un jardín y la casa. Cuando nos encaminábamos por un corredor a los vestidores, nos encontramos vimos una habitación en penumbra, que me llamó la atención. Se veía muy poco el interior, pero sí percibimos alguna clase de movimiento. Entré por pura curiosidad, con mi marido atrás, atento.

Después de algunos segundos pude notar algo como varias personas moviéndose, me acerqué un poco más inclinándome para ver mejor y conforme mi visión se ajustaba, vi que sí, eran dos hombres y una mujer. Repentinamente sentí una mano jalándome hacia abajo, y otra u otras acariciándome las piernas. Poco después, sin forzarme, ya tenía las manos metidas por el pecho y quitándome la falda y calzones. En menos que canta un gallo, estaba desnuda y manoseada por todos lados por no sé cuántas manos. Lo siguiente fue inclinarme algo más y colocarme dos vergotas para chupar. Educadamente correspondí mamándolas por turno. Al terminar salió la pareja, quedándose uno de los hombres, viéndonos sin hablar.

No sé cuánto duró el encuentro, pero fue delicioso, cuando se vinieron, llenándome de porra, me quedé quieta, con mi amorcito al lado. No hablamos.

Suavemente me pidió ponerme delante de él, inclinada y que lo mamara, lo que hice de inmediato, después me contó que el tipo, se levantó con calma, se puso atrás, metió una mano en mi entrepierna, como para probar la humedad, se apoyó en mis nalgas y sin más trámite me echó un polvo. Yo solo sentí la metida, muy sabrosa, era una buena vergota, sabía moverla.

Terminó y se fue sin más trámite; medio sorprendidos o quizás algo apendejados por lo intempestivo de la situación, nos vestimos y nos encaminamos a los vestidores, donde nos quedamos vistiendo solo las batas y chinelos, como todo el mundo.

Comenzamos a recorrer la casa, que tenía varios ambientes, algunos con sofás, otros con pisos recubiertos de algo parecido a grandes colchones, como futones, y en otros una especie de nichos. Muchas parejas estaban transando o mamando ellos y ellas.

Optamos por quedarnos a ver uno de los colchones-piso, donde más tarde, ya viendo como era, nos fuimos al centro y nos quitamos las batas abrazándonos y acariciándonos. No tardó en aproximarse un tipo, que, sin titubear, me alisaba y manoseaba. Mi marido se apartó un poco, me puse de a perrito (¿ofreciendo las nalgas?) y el tipo correspondiendo a la oferta de concha, me cogió, mi marido se alejó un poco más y otro vino para colocarme su pepino en la boquita, que abrí de inmediato para comerme ese pito. Estaba en medio de una sala, copulando contenta con dos desconocidos metiéndome sus palos.

Descansábamos sin cubrirnos, cuando vino otro antojadizo, sin dudar, al ver sus malas (¿malas?) intenciones, abrí las piernas, abrazándolo me montó y me chingó bonito. Se las di contenta

Esa fue nuestra primera visita a un club de esos… muy buena… Salimos muy contentos, más yo con mi mondongo feliz.

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