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El fantasma

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Año 1937. Galicia.

Setenta años tenía Manuel, un feriante, bajito, gordo, con boina (parecía un champiñón) y con muy mala ostia, y cuarenta y dos tenía su esposa Carmela, una mujer morena, de estatura mediana, con tetas grandes, culo gordo... Era una mujer que aún estaba apetecible. Tenían un hijo de diecinueve años de la primera esposa del Champiñón que se llamaba Luis, el joven tenía la altura de su padre y era pecoso, de ojos negros, cabello marrón y bastante agraciado... Cuando el Champiñón se ponía a discutir con su madre, Luis cogía camino y los dejaba solos. Esto era debido, aparentemente, a que cuando tenía quince años le dijera al Champiñón que no le tocara a su madre y el Champiñón le diera con la tralla del caballo en la espalda hasta que le hizo sangre. Lo que vino a continuación transformó a Carmela de mujer ejemplar en una zorra de mucho cuidado. ¿Qué pasó? Pasó que cuando Carmela le fue a curar las heridas de la espalda a su hijo, sin poder evitarlo, comenzó a lamerle la sangre de la espalda. Era cómo si fuese descendiente de un vampiro y lo hubiese descubierto al ver la sangre, ya que se excitó tanto que su coño se mojó al instante. A Luis, que aún era virgen, le pasaron todos los males y le comenzó el mal de san Victor en la polla.

El Champiñón, que estaba borracho, en la cocina, le dijo a Carmela:

-¡Vinagre es lo que le debías echar a ese cabrón!

Lo que le estaba echando Carmela a su hijo era la mano a la polla... Se la cogió y se la meneó media docena de veces, Luis, ya se corrió. Carmela dejó de lamerle la espalda y se tragó aquella leche calentita. Ese día no follaron, mas no tardarían en hacerlo.

Pero volvamos a donde estábamos. ¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí! El Champiñón le decía a Carmela:

-¡Esta comida no tiene sal!

Carmela no le iba a llevar la contraria.

-¿Quieres que le eche unas arenitas de sal por encima?

La comida tenía sal, Luis, viéndolas venir, se levantó de la mesa y se fue para su habitación mientras su padre le decía a su madre:

-¡Lo que quiero es que aprendas a cocinar, puta!

Le arrojó a la cara las lentejas con chorizo, se levantó y se fue para la taberna.

Al marcharse el viejo, Luis, salió de su habitación. Al llegar a la cocina encontró a su madre sentada a la mesa, llorando y perdida de lentejas. Llegó a su lado, y cómo si fuera un perro, le lamió a cara.

-No sigas que puede regresar tu padre.

Luis, no le hizo caso, siguió lamiendo la cara de su madre, después le metió la lengua en la boca, le echó las manos a las tetas, y le dijo:

-Hace una semana que no follamos.

-¡Para, loco! ¿Quieres que nos descubra y nos mate?

-Antes le meto unas hostias y lo mato yo a él.

Carmela, sonrió.

-¿De verdad harías es por mí, cariño?

-Lo haría por los dos.

Carmela, se levantó y se quitó el vestido y el sujetador. Echó las dos manos a su plato de lentejas y después pringó las tetas, el estómago y el vientre con la salsa, las lentejas y el chorizo, y le dijo:

-¡Cómeme!

Luis, con su lengua, dejó limpias las tetas, el estómago y el vientre. Carmela bajó las bragas. Volvió a meter la mano en el plato y untó el ojete y las cachas de su culo con la comida. Luís, le dijo:

-Hoy estás muy cerda, mamá.

-¿Te molesta?

-No. ¡Me encanta!

Luis le comió el culo... Cada vez que le follaba el ojete con la lengua, Carmela, se derretía. La puso tan, tan cachonda, que con la voz entrecortada, le dijo:

-Necesito mamar tu polla.

Luis, se levantó, y sacó la polla, Carmela volvió a meter la mano en el plato de las lentejas y después le embadurnó la polla con la salsa, el chorizo... Luego se puso en cuclillas y le mamó la polla bien mamada... Ahora ya estaban ardiendo los dos, Luis, cuando su madre se levantó, le dio la vuelta, y cómo era más bajo que ella, cogiéndola por las tetas, se la acercó al ojete y... ¡Zaaaaas! Se la clavó hasta el fondo. Sin necesidad de follarla más, ya se corrió dentro del culo.

Al acabar de correrse Luis, Carmela, con el culo lleno de leche, le dijo:

-¡Vaya descarga tenías guardada, cielo!

Luis, sacó la polla del culo, Carmela, una vez más metió la mano en el plato de las lentejas y pringó su coño peludo con la mezcla, y le dijo:

-Cómeme el conejo.

Luis, en cuclillas, le comió el coño, donde se mezclaban las babas y la salsa de las lentejas... Cuando se levantó, Carmela le metió un morreó bestial. Luego, Luis, con la polla dura de nuevo, la levantó y la sentó sobre la mesa, Carmela, caliente cómo una perra, tiró los platos al piso de la cocina. Los platos se hicieron añicos. Se echó hacia atrás y abrió las piernas.

-Mete, hijo, mete cuerno.

Luis, la empitonó y agarrando con las dos manos las grandes y esponjosas tetas la folló a lo bestia, o sea, hasta el fondo y a toda hostia.

Carmela, al rato, ya iba a correrse. Sintió que su hijo también se corría, le cogió el culo, lo apretó contra ella, y con la polla metida hasta el fondo, le dijo:

-¡Córrete dentro, hijo!

-¿Y si quedas preñada?

-Lléname y no hagas preguntas.

Carmela, sintió la leche calentita dentro de su coño y comenzó a correrse ella, exclamó:

-¡¡Qué guuuusto!!

Fueron dos corridas inmensas las que se mezclaron dentro del coño. Quedaron exhaustos.

En un rincón de la taberna del pueblo, entre vino y vino, Manuel, hablaba con Germán, un veinteañero, roba gallinas, más vago que la chaqueta de un guardia al que le apodaban el Mago porque sabía hacer unos cuantos trucos. Le decía:

-... Le haces dos agujeros a una sábana blanca y le das un susto de muerte.

-Eso de matar son palabras mayores.

-Se hace en un segundo.

-Ya, pero matar a alguien es una cosa muy seria. Puedo acabar en el garrote vil.

-Podemos, pero no nos van a pillar.

-¿Y por qué quieres deshacerte de ella?

-Fui a echar las cartas a la bruja y me dijo que Carmela me estaba metiendo los cuernos. ¿Vas a hacer lo que te dije?

-¿Y si no se muere al darle el susto?

El viejo echó un trago de vino, antes de decir:

-Tú verás lo que haces, pero la quiero ver tiesa.

-Y dices que me das 100 duros.

-Sí, quinientas pesetas.

En 1937 ese dinero era una pequeña fortuna.

-Trato hecho, pero no te prometo nada.

-¡Qué coño de trato es ese!

-El que hay. Lo tomas o lo dejas.

-Lo tomo.

Una noche que Luis dormía en casa de su abuela, (estaba enferma) el fantasma entró por una ventana trasera que el feriante había dejado abierta antes de irse de casa. Era verano y la ventana de la habitación donde dormía Carmela estaba abierta. Con la luz de la luna llena la habitación estaba semi iluminada. Germán, que en su vida había visto un coño delante, se encontró desnuda a Carmela. Vio cómo en el coño rodeado de una impresionante mata de pelo negro entraban y salían dos dedos de la mano derecha, la otra mano de Carmela apretaba su teta derecha. El fantasma cogió tal empalme que la verga echó la sábana para delante. Carmela estaba con los ojos cerrados y gimiendo. Germán no sabía que hacer. No le iba a decir: "¡Buuuu!" Lo que se le ocurrió decir, con voz tenebrosa, fue:

-¡Qué bueeeena estááás, Carmeeeela!

Carmela, de un salto salió de la cama. No se tapó. Había reconocido la voz del fantasma.

-¡¿Qué coño haces disfrazado de fantasma empalmado, Germán?!

Germán, siguió poniendo voz ¿tenebrosa?

-Soooy el fantaaaasma de Germááán.

-Lo que eres es un payaso. ¿Te mandó mi marido asustarme?

-Mataaarte, me mandóóó mataaaarte de un suuuusto.

-¡Hijo puta! ¿Por qué te mandó matarme?

-Hija puuuta tú.

-¡Hijo puta mi marido!

-¡Poooos vaaaale!

Pos vale... El tipo era tonto perdido. Caermela, le dijo:

-¡Joder con el fantasma. No asustas ni a un niño de cinco años.

Germán, el fantasma, en vez de venir hacia ella, estaba quieto, levantaba las manos y gesticulaba cómo un mal actor, y su polla iba de abajo a arriba y de arriba a abajo debajo de la sábana. A Carmela a punto estuvo de darle la risa, y más cuando dijo:

-Te vooooy mataaaar a poooolvos.

-Sueña. ¿Por qué te mandó matarme?

-Por poneeeerle los cueeeeernos.

Carmela ya perdiera el poco miedo que le tenía. Se acercó a él y le cogió la polla.

-Pues habrááá que poneeerle alguuuno mááás.

-Me estáááás acojonaaaaando.

Lo dicho, a Germán no había por donde cogerlo.

Carmela le quitó la sábana y vio que estaba en pelotas. Sí que había por donde cogerlo, sí. Tenía unos huevos y una tranca cómo los de un caballo, Carmela, que estaba acostumbrada a recibir una polla mediana y otra pequeña y a media asta, al ver aquella monstruosidad, lejos de asustarse, se puso en cuclillas. Comenzó a lamerle la polla, ya que en la boca no le cabía. Se la masturbó a dos manos. Lamió la cabeza y el cuerpo de la verga y le lamió los huevos.

Germán, que era un joven fuerte, de casi un metro ochenta de estatura, la cogió en alto en peso, la arrimó a la pared y le dijo:

-¡Te voy a romper el coño!

A Carmela se la sudaba.

-A ver si es verdad.

¡Rompió mierda! La cabeza entró apretada pero al entrar la cabeza entró el resto sin hacerle daño. La folló a lo bestia, pero ni con esas. El coño se fue dilatando y a Carmela cada vez le gustaba más... Pasado un tiempo, con sus brazos y sus piernas rodeando el cuerpo de Germán y comiéndolo a besos, sintió un orgasmo tan bruta que le hizo perder el sentido. Recobró el conocimiento al sentir que iba a tener un nuevo orgasmo. Abrió los ojos y vio a Germán encima de ella. Estaban en la cama. Esta vez sí, esta vez al sentir que le venía el gusto, le dijo:

-¡¡Me cooorro!!

Germán, después de que Carmela dejara de gemir y de convulsionarse con el placer que sentía, sacó la polla y se corrió en su boca. ¿Sabéis la cantidad de leche que echa un caballo al correrse? Pues la misma salió de su verga. Carmela, se tragó la que pudo, la otra le bajó por la cara y cayó sobre la cama.

Al acabar de correrse Germán, Carmela, limpiándose la leche de la cara con una sábana, le pregunto:

-¿De verdad que me ibas a matar?

-Un poquito.

-¡¿Desde cuándo se mata un poquito?!

-Solo te iba a dar un susto, si no te morías, pensaba salir por patas

-¿Cuánto te iba a pagar?

-Quinientas pesetas.

La cabeza de Carmela empezó a urdir un plan.

-¿Tú no sabías hacer magia?

-Sabía y sé.

Después de hablar unos minutos. Le dijo Germán:

-¿Echamos otro polvo?

-¿Comiste algún coño?

-No.

-¿Quieres comerlo?

-Comería, pero no sé cómo se come.

-Tranquilo que yo te enseño.

-Tranquilo murió cagando.

-¡Que brutiño eres, carallo, qué brutiño eres!

-Tú muy fina tampoco eres.

-¡¿Me lo comes o no me lo comes?!

-¿Sabe bien?

-Sabe a coño, pero le podemos echar mermelada.

-Me gusta la mermelada

-Voy a la cocina. Ahora vuelvo.

Carmela volvió con las tetas untadas con mermelada y el bote en la mano.

Genaro, lamió, chupó y mamó, donde, cómo y cuando ella le dijo que comiera y acabó con la boca llena de los jugos de una inmensa corrida.

Eran casi las cinco de la mañana cuando sintieron los cascos del caballo en el que se desplazaba Manuel. Después de dejar el caballo en el establo el feriante entró en la habitación. Carmela, desnuda sobre la cama, se hacía la muerta. El fantasma estaba al lado de la cama, Germán, le dijo:

-Quita ya esa sábana de encima, Germán.

El fantasma se quitó la sábana. Debajo de la sábana no había nadie. Manuel, con el susto, sufrió un infarto y cayó muerto en el piso de la habitación.

Germán no era tan tonto cómo yo pensaba, de hecho creo que era un mago cojonudo.

De los comentarios ya ni hablamos.

Quique.

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