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Sor Anabel, Pilar y el cura
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Sor Anabel, una monja joven, natural de Cuba, se había torcido un tobillo bajando una de las escaleras que daban al altar de una iglesia parroquial gallega. Esperando para oír misa estaba Pilar, la hermana del cura del pueblo, una rubia, de estatura mediana (cómo Anabel) y con un cuerpo de escándalo. Llevaron a la monja a la sacristía entre Pilar y el cura. La sentaron en una silla, y le dijo el cura a su hermana, que era enfermera y curandera:

-¿Podrás curarla tú, Pilar?

-Sí, Matías, sí. Vete a decir misa.

El cura se fue. Pilar cogió un frasco con aceite consagrado, lo abrió, se untó las manos con él, le quitó la sandalia a la monja y comenzó a frotar el tobillo. Sor Anabel, le dijo:

-Me estoy marenado.

-Es normal que se maree, hermana.

La monja, con la frente sudorosa, se desmayó. Pilar, que le gustaban las mujeres más que a los niños los caramelos, después de poner el tendón en su sitio, le levantó un poquito el hábito y fue masajeando su pierna. La piel negra de la monja brillaba al ser oleada. Pilar le levantó el hábito hasta que las blancas bragas quedaron al descubierto. Le separó las dos piernas y se las masajeó. La monja seguía desmayada. Tiempo después le apartó las bragas hacia un lado y le abrió el coño peludo. Estaba llena de babas. Las lamió, miró y vio que sor Anabel era virgen. Quería que se corriera estando inconsciente… Lamió de abajo a arriba el clítoris de la monja, que comenzó a gemir en bajito. Pilar ya tenía las bragas encharcadas. Lamía mientras oía cómo su hermano, el cura decía:

-Pedid, y se os dará, buscad, y hallaréis, llamad, y se os abrirá…

Pilar le dijo a la monja:

-¿Me la das, Anabel?

Anabel, inconsciente, le respondió:

-¿Quién eres?

-Tu angelito de la guarda, dámela.

Anabel, abrió las piernas de par en par, Pilar lamió con celeridad, y la monja, tocándose las tetas por encima de hábito, echó la cabeza hacia atrás, y al más puro estilo Beata Ludovica Albertoni, jadeando cómo una perra le dio, le dio una corrida celestial, una corrida inmensa.

Al acabar de correrse la monja, Pilar, le bajó el hábito, Sor Anabel abrió los ojos, y le dijo a Pilar:

-Creo que acabo de pecar con una diablesa.

Pilar, le mintió.

-Debió ser el dolor al poner el tendón en su sitio el que la hizo delirar.

-¿Usted cree?

Pilar, siguió a lo suyo.

– Sí. ¿Se lo pasó bien con esa diablesa, hermana?

-Mucho. Necesito confesarme.

-¿Que quiere confesar?

-Lo que sentí. Lo que sentí tiene que ser pecado.

Pilar siguió enredando con ella.

-¿Y qué sintió, hermana?

La monja se tapó la cara con las manos.

-Sentí. ¡Ay, no lo puedo decir! Me da vergüenza.

-Soy mujer, seguro que… A ver. ¿Sintió que se le mojaba el sexo?

Sor Anabel, se abrió.

-Sí, sentí cómo me mojaba, cómo mi sexo se abría y cerraba, era como si quisiera ser boca para comer algo. Me empezó a latir y a picar, mucho, mucho, mucho, y de repente algo explotó dentro de mi y sentí un placer tan grande que es algo indescriptible.

-Le he oído decir a mi hermano que usted en Cuba nunca saliera del convento. ¿Es cierto eso o salió alguna vez?

-Es cierto, nunca salí del convento. Cuando era un bebé me abandonaron en sus puertas.

-¿Y cómo fue que acabó en España en otro convento?

-El convento en que estaba cerró por falta de recursos y me enviaron a España.

-¿Quiere saber cómo se llama lo que sintió antes?

-Pecado, se llama pecado

-No, lo que antes sintió fue un orgasmo.

-¿Y no es pecado tenerlo?

-No, un pecado es no tenerlo. ¿Cómo está ese tobillo?

-Ya no me duele.

-Póngase en pie y apóyelo.

Al apoyar el pie se quedaron cara a cara, Pilar le plantó un beso en la boca. La monja, temblando, le dijo:

-¡Eso es pecado!

Pilar le acarició la cabeza.

-¿Por eso tiembla, porque le gustó el pecado?

-¡Es usted mala, muy mala! He hecho voto de castidad.

Pilar, se quitó la careta.

-Pues te acabas de correr en mi boca.

La monja se llevó una gran sorpresa.

-¡¿Qué?! ¿Me provocó usted el orgasmo?

-Sí, soy una diablesa usando la lengua.

La monja se persignó. Pilar le metió otro morreo, esta vez con lengua.

Sor Anabel se limpió la boca con el dorso de la mano, y muy seria, le dijo:

-Es usted una asquerosa.

Pilar no quiso perder el tiempo.

-¿Follamos o no follamos? Tenemos unos veinte minutos antes de que vuelva mi hermano.

La monja puso las manos en posición de orar, se arrodilló, y mirando al techo dijo:

-Dios mío, ¿por qué me tientas de esta manera?

Pilar le quitó la cofia. La monja tenía un corte de pelo al dos.

-A ver, cabrona. ¿Quieres o no quieres?

Ya la tuteó.

-Eres el demonio en forma de mujer.

-Un demonio que te quiere comer la boca, las tetas, el coño, el culo, que te lo quiere comer todo.

Sor Anabel estaba otra vez cachonda. Se levantó. Pilar le quiso meter otro morreo, Pero fue la monja la que se lo metió a ella. Al acabar de comerle la boca, le dijo:

-¡Has despertado el monstruo que llevaba dentro!

Pilar ya la tenía donde quería.

-Cómeme, monstruo mío!

¡Joder! Se pusieron tan calientes que sus vestimentas desaparecieron de sus cuerpos en segundos. Normal era sacar en segundos un hábito, un sostén, unas bragas y una sandalia, lo que no fue normal fue la rapidez con que le quitó la blusa, la falda, el sujetador, las bragas y los zapatos la monja a Pilar. Creo que se moría por sentir el calor del cuerpo de la muchacha junto al suyo.

Si Pilar tenía un cuerpo de escándalo, la monja era una diosa de ébano…. Tetazas, culazo respingón… Labios gruesos… Estaba para follarla, repetir, repetir y repetir.

En la sacristía había una alfombra azul. Sor Anabel se sentó sobre ella. Pilar se sentó a su lado y le quiso comer aquellas tetas con grandes areolas negras y gordos pezones. La monja la empujó, se echó sobre ella, le sujetó las muñecas con las manos, y poniéndole una teta en la boca, le dijo:

-¡Máma, cariño!

Pilar no estaba para palabras dulces.

-Puta, llámame puta.

A Sor Anabel se llenó la boca cuando dijo:

-¡Mama, puuuta!

Pilar abrió la boca, la monja, le apretó la teta contra ella, se la mamó, después le dio la otra y acto seguido el coño. Pilar era caliente, pero la monja aún le ganaba. Le quitó el coño de la boca y le mamó las tetas, lamió sus areolas… Luego le soltó las manos, se metió entre sus piernas y le comió en coño. No sabía donde lamer y chupar, pero Pilar, la iba a escolar.

-El clítoris, guarrilla, lame y chupa el clítoris.

La monja, lamió y chupó… En unos minutos se corrió cómo una cerda. Pilar, al acabar de correrse, le dijo:

-¿Te gustó beber de una mujer?

-Mucho, pero me siento sucia.

-¿Nunca bebiste la leche de un hombre?

-¡Nooo!

-¿Se la quieres mamar a mi hermano? Yo se la mamo.

-¡¿Tienes relaciones carnales con tu hermano?!

-Si, follamos cuando tenemos ganas.

-¡Ese es un pecado capital!

Pilar le quitó hierro al asunto.

-En todo caso sería un pecado de pueblo.

-¡Con esas cosas no se juega!

-¿Te apetece un trago, guarrilla?

Sor Anabel ya estaba liada.

-¡¿De leche?!

Pilar, rompió a reír.

-No, mal pensada, ese trago si te apetece lo tomas más tarde.

Se levantó. De una alacena quitó una botella de vino quinado, y metió dos cálices de plata con él. Se volvió a sentar sobre la alfombra y le dio uno:

-Toma.

-Gracias.

Ya estaban contentas cuando llegó el cura y las encontró en pelota picada.

-¡Vaya, vaya, vaya! Ganaste, Pilar. ¿Cómo la sedujiste?

Pilar miró para su hermano, un treintañero, más largo que un día de mayo y feo cómo una polla arrugada, y le dijo:

-Me debes el vestido, los zapatos y el bolso que yo elija.

La monja, molesta, dijo:

-Solo era una apuesta entre dos pecadores. ¡Qué bajo he caído!

El cura, se acercó a ellas y le dijo a la monja:

-Perdone, sor Anabel, pero la deseaba tanto que tuve que emplear a mi hermana.

-¿Le gusto, padre Matías?

-Más que al obispo los culos.

A la monja la sorprendió la comparación.

-¡¿El obispo…?!

-Sí, hermana, sí. En la Iglesia el que no se corre vuela.

-No lo entiendo.

-Que el que no folla se droga, o hace ambas cosas. Son muy pocos los puros y somos muchos los putos y las putas.

-¿Hay mucha monja pecadora?

El cura ya se pusiera cachondo. ¡Cualquiera no se ponía cachondo teniendo aquellos dos monumentos delante! Le respondió:

-Mucha, hermana, mucha.

El cura se quitó la sotana. Su piel era blanca cómo la leche, y para que engañarnos, cuerpo de gimnasio no tenía, y su polla, su polla era una birria. La tenía salchichona, sí, salchichona, pues era cómo una de esas salchichas que vienen en paquetes de seis y son delgadas cómo dedos. A la monja le pareció un pollón.

-¡Jesús, qué grande!

El cura se dio cuenta de que era la primera que veía.

Pilar, se calló, es más, cogió la polla y se la mamó a su hermano metiendo todo dentro de su boca, polla y pelotas.

Al cura le encantaba. Al rato la sacó de la boca de su hermana y se la dio a mamar a la monja, que hizo lo mismo que le viera hacer a Pilar. El cura, le dijo:

-¡Ordeñe, hermana, ordeñe que este toro da muy buena leche!

¿Toro? No llegaba a becerro… Lo que sí era es un cabronazo vicioso y un cerdo de mucho cuidado.

-Levantaros, hijas mías.

Pilar, sabía lo que venía. Le dijo a la monja:

-Prepárate que te va a comer el culo para que yo te lo folle.

La monja la miró extrañada, y le dijo:

-¿Con qué? Tú no tienes pene.

Ya lo descubrirás a su debido tiempo.

-¿Me va a doler?

-No más de lo que te va a doler cuando te rompa el coño.

-¿Tú?

-El pichín, pero a ti te va a sobrar.

Ya de pie se metieron un morreo. Morreándose estaban cuando la monja sintió la lengua del cura lamer su ojete. A sor Anabel le hacía falta muy poco para ponerse a mil.

-¡Que sensación más agradable!

Pilar, le comió las tetas y después bajó lamiendo hasta llegar al coño mojado. Le hicieron un trabajo de lame y lame cojonudo. La monja, acabó diciendo:

-¡Esto si que es estar en el cielo!

No, aún no estaba, pero comenzó a volar hacia el cielo en el momento que el cura le metió un dedo en el culo y Pilar le chupó el clítoris.

-¡¡¡Vueeelo!!!

Echó una corrida inmensa… Pilar dejo que bajase por el interior de los muslos y llegase a los tobillos, después la lamió de abajo a arriba por las dos piernas y acabó lamiendo de nuevo su coño.

El cura, al acabar de correrse la monja, después de olear su pollala cogió en alto en peso y después de olear su polla… En vez de metérsela despacito, se la metió de un golpe de riñón. Ni aceite ni hostias benditas. La rompió, literal, el coño de la monja sangraba y ella le mordió en el cuello con el dolor que sintió. Tanto el cura cómo la hermana eran unos cabronazos, ya que Pilar cogió en un cajón una vela, de esas que parecen que tienen rosca, la oleó y se la fue metiendo en el culo. La monja las estaba pasando putas… Pero tiempo después le empezó a gustar, los gemidos de dolor se volvieron de placer… Ya iba el cura cansado de tenerla en brazos y de follarla, cuando lo besó, y le dijo:

-¡Me voy, me voy, me voy! ¡¡Me voooy!!

Y se fue la monja y se fue el cura dentro de su coño. Hasta ahí llegaba su maldad. Al sacar la polla del coño de la monja, que ahora tenía las piernas muy abiertas, cayó una gran plasta mucosa, lechosa y sanguinolenta que le jodió la alfombra al cura.

Sor Anabel, después de correrse, y ya en el piso de la sacristía, le preguntó a Pilar:

-¿Y tú no lo quieres pasar bien?

-Claro que sí. A mí me encanta la doble penetración, con una polla y una vela.

La monja ya estaba desatada.

-¡Con dos velas te follaba yo a ti, puta!

Pilar, la retó.

-¡A qué no tienes coño para hacerlo!

-Claro que lo tengo, roto, pero lo tengo.

-Antes vamos a hacer una cosa. ¿Prefieres mamársela a mi hermano o meterle la vela en el culo?

La monja, sonrió con maldad, y le respondió:

-La vela, la vela, prefiero meterle la vela en el culo.

¿Le rompería el culo al cura o le metería la vela con suavidad?

Quique.

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