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El padrino.

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Domingo, 22 de julio del 2012

¡No me lo puedo creer! Me encontraba paseando por la playa de Chipiona en compañía de Carlos, mi hermano mayor, cuando se ha acercado a nosotros un tío con el que eché uno de los mejores polvos de mi vida: Iván el mecánico. Un individuo al que le había perdido el rastro y, que después de dos años, me sigue resultando de lo más atractivo. Mientras choca su mano contra la mía, el deseo y el bochorno me hacen una visita. Intento controlar la situación como puedo, pero ya ha hecho su aparición ese nerviosismo incontrolable mío, tan característico, y aunque logro reprimir  mi tartamudez, las manos me empiezan a sudar.

 —¿Qué pasa tío? ¡Qué de tiempo sin verte! No te veo por Sevilla y te veo aquí en Chipiona… ¡Desde luego! —Su voz está cargada de efusividad y  su expresión rezuma alegría por doquier, pues sonríe hasta con los ojos. A pesar de su descaro, hay una nobleza innata en este tipo que me atrae y, aunque no lo exteriorizo igual que él, debo reconocer que también me alegro de verlo.

Miro a mi hermano en busca de algún gesto de extrañeza, pero parece que quien únicamente ve la situación como anormal,  soy yo.

 —¿De fin de semana? —le digo intentando asimilar tanta afectividad desmesurada

—Sí, tenemos casa aquí en Chipiona, pero, con esto de la crisis, mi parienta  solo se ha podido venir los fines de semana. ¡No hay euros para más! —Hace una breve pausa y como si intentara justificarse ante nosotros, prosigue —A ver si para el mes de Agosto se puede venir mi mujer con la niña, ¡total!, comer hay que comer, tanto en el pueblo como aquí.

Mi hermano se queda mirándome como preguntándose de que conozco a un tipo tan peculiar, solapadamente respondo a su pregunta:

—Iván, este es mi hermano Carlos,… Iván es mecánico en el concesionario de Montequinto.

La fuerza con la que agarra su mano,  deja claro a mi hermano  que la sutileza no es una de sus virtudes. Sin darnos tiempo a reaccionar nos hace un gesto para que le sigamos.

—Esta es mi mujer, Eva —su esposa es bastante guapa,  tendrá unos treinta y tantos años, delgada pero voluptuosa, luce una melena castaña que le cae sobre los hombros. Se levanta de la silla de playa  y nos estampa dos sonoros besos, tanto a Carlos como a mí — Mariano es un buen cliente del taller de Montequinto, Carlos es su hermano…

Como si fuera una especie de turné, nos presentó a su suegra,  una señora de sesenta y pocos años que me da la impresión de estar bastante chapada a la antigua, y a Evita, su hija, una pequeña de dos años de edad que en la hermosura ha salido a su madre y (por lo que puedo entrever por la forma de comportarse)  en  el carácter  a su padre.

—Suegra, ¿se queda usted con la niña mientras vamos con estos amigos a tomar una cerveza al chiringuito? Tardamos una chispa.

Unos minutos después con una caña de cerveza entre las manos, Iván comienza a practicar el deporte que mejor se le da: contar su vida.

—¿Sabes?, del concesionario me despidieron. Hicieron un ere de esos y fuimos to er mundo a la puta calle.

—¿Y ahora que estás haciendo? ¿En el paro?

—No, ¡qué va!... He montao un taller por mi cuenta en una nave en un polígono Los Molares  

—¿Los Molares? ¿Dónde está eso?

 —En los Palacios y Villafranca —interviene mi hermano —¿Ese es el que está pegadoa la carretera de Utrera.

Pare, lo que se dice pegao, pegao no está pero está cerca. Lo hemos puesto entre un colega del taller y yo… De momento estamos empezando y todavía no le estamos viendo la punta.  

—Lo cierto es que los principios suelen ser complicados —interviene Carlos  con la misma seguridad que si él hubiera regentado innumerables negocios.

Iván hace una señal afirmativa con la cabeza y, tras quedarse pensativo unos segundos, hace un mohín extraño como si se acordara de algo importante y dice:

—Por cierto pare, te voy a dar mi número de teléfono… ¡Niño!, me dejas un bolígrafo —se dirige a un camarero, haciendo el remedo de escribir con una mano sobre la palma de la otra, una vez este se lo da, coge una servilleta y tras apuntarlo, me lo entrega —Ya sabes, si te hace falta algún repasito en el coche, me llamas sin ningún problema y ya te explico exactamente donde queda el taller. Ya sabes, la misma garantía que en la casa…¡Si era yo el que te lo arreglaba! ¿Y cómo te lo deje la última vez?  ¡Flama!

Ver con la facilidad que gesticula y mete una trola tras otra, me deja cristalino (por sí tenía alguna duda) que el tal Iván tiene un morro que se lo pisa. La realidad era que me había efectuado una única puesta a punto en el coche y, por su forma de hablar, parece que se hubiera dedicado en cuerpo y alma al mantenimiento de mi motor. Solo él y yo sabemos cuales habían sido las “atenciones” especiales del mecánico hacia mí, unas atenciones que son más efectivas tanto menos ropa  haya de por medio.

Ver con la naturalidad que me da su teléfono  delante de su mujer y mi hermano, no puede ser más surrealista, pues aunque su palabrería cuente otra cosa bien distinta, el único objetivo  que persigue el  tal Iván  con que lo llame, es volver a echar otro polvo.

Intento no ponerme nervioso y sigo su conversación lo mejor que puedo. Dos cervezas más tarde, abandonamos el chiringuito y nos despedimos de ellos.

—Todo un personaje este Iván, ¿ein? —me dice mi hermano sorprendido ante su locuacidad.

—Sí, ¡todo un personaje! —contesto yo riéndome y recalcando de forma evidente lo de “personaje”.

  Lunes, 30 de julio del 2012

Si algo tiene el hijo menor de Aurora Andújar, es la de vueltas que le da a las cosas antes de emprenderla. Mi madre dice que en eso he salido a mi padre (que en paz descanse), que antes de emprender algo sopesaba durante largo tiempo los pros y los contras, más como no era de arriesgar, permanecía siempre inamovible en su rutina diaria.

Fiel a mi herencia paterna, en la última semana he dado cincuenta mil vueltas a la idea de llamar al tal Iván, pero cada vez que había un motivo que me impulsaba a marcar su número, aparecía otro que me impedía hacerlo. Tenía muy claro que el polvo que echamos en el taller había sido de los más morbosos de mi vida, sin embargo el tío me había demostrado ser un garrulo de marca mayor, bastante impredecible por cierto, y esto último, por mucho que me hiciera disfrutar, era una inconveniente a tener en cuenta.

No obstante, dicen que los genes de los hijos están formados por partes iguales de los dos progenitores y si el carácter “cobarde” de mi padre parecía un alelo dominante, el temperamento impulsivo de mi madre hace de vez en cuando su aparición, dejo que el deseo pese más que la prudencia y  me lanzo  a la piscina sin pensarlo.

Pese a que sé que estoy abriendo una puerta que, en caso de problemas, me será difícil cerrar. Me armo de valor, cojo  el teléfono  y,  con la misma soltura de un autómata, hago la llamada pertinente.

 —Sí, dígame.

—Hola Iván, soy…, Mariano… ¿puedo llevar el coche hoy para la puesta a punto?... Es que…, quiero que lo veas antes de irme a la playa.

El sonido de unos silenciosos segundos hace que mi nerviosismo se acreciente, sin embargo es escuchar la afabilidad que brota de la voz de mi interlocutor y consigo tranquilizarme un poco.

Pare tengo la cosa jodidilla, pero tratándose de ti te cojo —añadiendo en un tono casi susurrante —¡Yo te cojo a ti como sea…!

Tras tomarme nota de la dirección del taller, me despido de él. A cada minuto que pasa, tengo más claro cuáles son las pretensiones del mecánico conmigo y mi predisposición para  caer en su “trampa” no puede ser mayor.

El taller está en un polígono industrial en las afueras de los Palacios, más o menos donde Cristo perdió el sombrero. Me cuesta tanto localizarlo que, incluso con la ayuda del GPS, tengo que hacer un par de llamadas más  al mecánico para solicitar indicaciones más precisas. Unas cuantas e innecesarias vueltas después, que demuestran ampliamente  mi torpeza con los mapas,  llego al taller.

Dejo el coche en la entrada y entro en el local, el taller es bastante modesto, un garaje donde caben tres o cuatro vehículos a lo sumo. Lo primero que veo al internarme en él, es al tal Iván de espaldas a la entrada, agachado sobre el capo de un cuatro por cuatro, intentando descifrar lo que le ocurre a las “tripas” del motor de este.

Mientras me acercó a donde se encuentra el fornido mecánico, no puedo reprimir observarlo minuciosamente: el mono de trabajo dibuja su espalda con un aspecto seductor, al tiempo que le hace un trasero de lo más atractivo y… ¡Qué piernacas, Dios mío! Es simplemente imaginar lo que haremos una vez bajemos el panel basculante de la entrada, mi pene se llena de sangre y comienza a ponerse duro como una piedra.

—Buenos días, Iván —mi voz suena cargada de optimismo.

El hombre deja automáticamente lo que está haciendo y al volverse para saludarme, me saca de mi terrible error: No es Iván. El parecido de aquel mecánico con el “mío”  no puede ser mayor: una complexión física muy parecida, un corte de pelo similar… como  hasta los rasgos de la cara guardaban cierta coincidencia, llego a pensar que se trata de algún familiar. Tras hacer un breve gesto de cortesía,  pega un vozarrón para que se le oiga al fondo de la nave:

—¡Iván, aquí hay un hombre que te busca!

 Mi mecánico favorito no tarda en aparecer, viene secándose las manos con una toalla desechable. Nada más verme me sonríe plácidamente, si algo recuerdo de él era esa expresión de buena gente, tan cautivadora  y fresca al mismo tiempo.

Me da un fuerte apretón de mano y aprovecha para presentarme a su compañero de trabajo.

—Veo que ya has  conocido a Daniel, mi socio… Daniel, este es el muchacho del que te hablé.

El comentario “del que te hable” despierta levemente mi suspicacia, sin embargo opto por no darle mayor importancia y me limito a saludarlo sin más. Daniel, todo hay que decirlo, también me parece merecedor de un buen repasito. Si no fuera porque sé que esas cosas solo pasan en las películas porno, hasta podría llegar a imaginarme un salvaje trio en aquel grasiento garaje.

—¿Me das las llaves, Mariano?

—¡Por supuesto!

—Como te conté tenemos mucha faena, así que hasta la tarde no te lo vamos a poder tener.

—¡No hay problema! —digo sobrentendiendo que lo del “repasito” no tendría lugar hasta llegada esa fracción del día.

—¿Tienes quién te lleve  para Dos hermanas?

—La verdad es que no —digo poniendo cara de circunstancia.

Se vuelve y colocándose al lado del vehículo que está reparando su socio le dice:

—Voy a acercar este hombre, así que te dejo solo, Daniel. Si por casual terminas con el cuatro por cuatro  y yo no he vuelto, hazme el favor y le metes mano a su coche… Le tienes que hacer la revisión de los cincuenta mil kilómetros. Las llaves están puestas.

Me despido de su compañero, nos montamos en su coche y nos ponemos rumbo a mi pueblo.

—¿Por qué parte vives?

Le indico mi dirección, preguntándole si conoce la zona.

—¡Pues claro que la conozco!, yo paso por allí mucho. ¡Anda que si lo sé!...

—¿El qué tenías que saber? —pregunto tan extrañado como molesto.

—¿Qué va a ser? Qué vivías por allí… ¡Anda que no tenía ganas de verte, gachón! —Al decir esto último apoya su mano sobre mi rodilla, consiguiendo turbarme un poco —Como vi que no venías por el taller de Los Palacios, un día hasta me decidí a ir buscarte a la puerta del Instituto en que trabajas…

—¡Ya no estoy allí! —le respondo en un tono, que es de todo menos cordial.

—Me lo imaginé, pues fui unas cuantas veces y nada.

Le tengo que mirar con un talante bastante inquisidor, porque antes de que puede replicarle nada, y con ese desparpajo suyo tan característico, me dice:

—¡Tranqui, tranqui, colega! Que fui más disimulao que la mar. Que el Iván cuando quiere es una sombra… ¡Pare, que yo tengo más que perder que tú!

Sobre los bisexuales casados tengo una teoría estúpida de las mías: Los hay de dos tipos bien distintos. Los primeros saben a ciencia cierta que le gustan los hombres y hacen todo lo posible para tener encuentros esporádicos con personas de su mismo sexo, a pesar del riesgo que ello le supone para su vida familiar. Los segundos son individuos  de sangre caliente, los cuales son capaces de follarse a todo bicho viviente mayor de edad que se le ponga delante, importándole poco si orinan de píe o sentado. Pero lo dicho, es una teoría particular y que, como es de comprender, no pienso perder el tiempo en constatar.

Yo al tal Iván, por lo que sabía de él,  lo encuadraría en el segundo grupo, ocasionalmente yo le había abierto una puerta nueva para él y le había gustado tanto, que no estaba dispuesto a que se le cerrara así como así. De ahí que fuera a buscarme para un segundo encuentro. Circunstancia que he de reconocer no me ha hecho ninguna gracia, y así se lo hago saber.

—Si me vas a buscar al trabajo, me parece que tengo tanto que perder como tú.

—¡No te enfades hombre! ¡No sabes la de veces que me he acordao de aquella tarde! —Al decirme esto me mira con una carita de cordero degollado que me embauca completamente.

—Yo también —le respondo con la mejor de mis sonrisas.

—¡Oye!, no te vayas a creer que me gustan los tíos —dice intentando justificarse —, a mí me gustó hacerlo contigo, ¡y punto!.. A mí las mariconas no me van, pero es que tú, ¡tú tienes planta de macho!

—¡En esa casa es! —Le digo señalándole con el dedo, obviando con ello su último comentario, pues si le digo lo que pienso al respecto, lo más normal es que salgamos discutiendo y lo del “repasito” va ser que no… Así que, aun a riesgo de envenenarme,  me muerdo la lengua... ¡Todo sea  por echar  un buen polvo!

—¿Vives sólo?

—Ahora mismo sí, mi madre está en la playa. ¿Quieres pasar? —el tono insinuante de la pregunta no da lugar a duda alguna.

—Ya me gustaría pare, pero no quiero dejar solo a mi socio mucho tiempo… Como ya se dónde vives y que vas a estar solo. Sobre las seis, que es cuando termino en el taller, te traigo el coche…A esa hora más tranquilito, vengo y me pego una duchita, si no te importa, ¡claro está!

¿Quién se puede resistir ante una proposición de este tipo?

 

 Lunes, 30 de julio del 2012 05:55 P.M

El teléfono suena con la melodía que había personalizado para el tal Iván:

Pare, cierro el taller y te llevo el coche. ¡El tiempo de llegar a tu casa!

Quince minutos más tarde, el sonido del timbre de la puerta me “chivatea” su llegada. Abro la puerta y me encuentro una de mis fantasías hecha carne: Un atractivo individuo envuelto en un mono de trabajo, dispuesto a tener sexo conmigo.

Mi mecánico trae colgando del hombro una bolsa de deportes, desprende un fuerte olor a gasolina quemada y sus manos ofrecen un aspecto un poco grasiento. Es verlo de esta guisa y en mi mente empiezan a trotar pensamientos impuros y,  sin poderlo evitar,  siento como la excitación se adueña de mi cuerpo.

—¿Llego a buena hora? —me dice a la vez que me muestra una de sus embaucadoras sonrisas —¡Para que veas que cumplo!

—Sí, ya veo que tú eres muy cumplidor —respondo con total sarcasmo.

—Yo lo que quiero es que no tengas queja…

—Ninguna, cuentista.¡ Anda ve a ducharte! — a la vez que le digo esto, le pego un cariñoso empujón en el hombro.

—¿No te duchas conmigo?

Lo miro un poco desconcertado, no sé si me lo ha dicho en broma o en serio, pues no me veo yo debajo del agua con el brutote este. Así que, como con él no sabes a qué atenerte, tiendo por coger por la “calle de en medio “, y hago como él que no presto demasiada atención a sus palabras.

—¡Ya te vale!

Una vez llegamos al cuarto de baño, siento como si mi pene quisiera reventar con solo lucubrar lo que me aguarda. No puedo apartar la mirada de sus anchas espaldas, de su redondo trasero… Tanto más veo a este tío, más me pone. Sé que no posee la finesa de un coral, pero hay algo en él que me atrae persistentemente.

Si albergaba alguna duda sobre si el “machito” este quería frotarme la espalda con jabón, es abrir la boca y no tengo seguro cuáles son sus intenciones:

—Anda, quítate la ropa… ¡Que estoy deseando ver ese culito!

—Y yo quiero ver esa polla tuya...

—Por eso no tengas problema, si la vas a ver —al tiempo que dice esto se agarra de forma insolente su paquete —, ¡y bien cerca que la vas a ver!

Me desprendo de la poca ropa que llevo puesta  y dejo al descubierto mi calenturienta desnudez. Mi polla mira al techo, sin dejar de babear liquido pre seminal. El mecánico, quien sigue todavía ataviado con su ropa de trabajo,  se me queda mirando de un modo de lo más morboso, sino supiera que está casado y que es activo cien por cien, pensaría que está contemplando mi polla con bastante deseo.

—¡Pare, te voy a meter una follada que no se la va a saltar un guardia! —Su mirada se empapa de lujuria y con su mano no para de sobarse el paquete por encima del mono de trabajo —Por lo que veo sigues yendo al gimnasio. ¡Estás más fuerte que la última vez!

El tal Iván tenía una capacidad innata para romper mis esquemas. Se suponía que era heterosexual, y si follaba conmigo no era porque yo le atrajera sexualmente, sino por el placer que ello le producía. Por eso no podía entender que se hubiera fijado en mi forma física, ¡y mucho menos que la recordara de la vez anterior! Pero si algo tenía el buen hombre es que no decía mentiras,  mi cuerpo estaba bastante más definido que hace dos años, no en vano me había pegado,  desde primeros de año,  un curre de los buenos en el gimnasio. Mis pectorales estaban más marcados, había conseguido unos brazos como Dios manda, las piernas estaban duras como una roca, ¡si hasta había conseguido perder la dichosa barriga!  Sin ánimo de ser vanidoso, he de reconocer que  para mis treinta y siete años no estoy nada, pero que nada mal.

Camina impetuosamente hacia mí y, sin darme tiempo a reaccionar ante tanta efusividad, me aprieta fuertemente los cachetes del culo, refregando  la dureza de su bulto contra mi erecto pene:

—¡Hostia tío!, llevo empalmao desde que me llamaste esta mañana…

Ignoro si me dice la verdad y si , como cuenta, la erección le ha durado todo el día, pero de lo que no tengo duda alguna, es de que como la tiene en este momento: tiesa como una estaca. Dejándome llevar por su fogosidad, le bajo hasta la cintura la cremallera de su prenda de trabajo, ante mis ojos se descubre un fornido tórax poblado por una enorme pelambrera, siento como mi libido se descontrola. Irreflexivamente, tiro de la tela de las mangas hacia atrás, desnudando su pecho por completo. Hundo mi cabeza en el frondoso pectoral, mis papilas olfativas se impregnan del aroma que emana su cuerpo, huele a sudor, a aceite de motor, a gasolina,… pero sobre todo  huele a taller.

Sus encallados dedos comienzan a buscar mi agujero, aunque intenta ser delicado hay una enorme torpeza en ellos y, pese a que me proporciona un placer inmenso, su inexperiencia consigue que sea más doloroso que satisfactorio.

—¡Iván, por favor ensalívate los dedos que te vas a cargar el juguete nada más empezar!

—¡Perdona pare, pero es que estoy acostumbrao a los chochos…! —si hay algo de magia en este momento, ¡se la acaba de cargar!

Cumpliendo mi petición el mecánico tras ensalivarse copiosamente el índice y el corazón, prosigue con lo que estaba haciendo.

—¿Mejor?

—¡Buff! ¡Mucho mejor!

Si la primera vez el dolor superó al placer, en esta ocasión los dedos del mecánico me están llevando al séptimo cielo del placer, ignoro si todo es producto de mi mente (por lo mucho que me gusta el tipo) o realmente lo está siendo de lujo.

Arrastro mis dedos por su tripa, hasta llegar a su cintura, deslizo el mono de trabajo hasta media rodilla, clavo mis ojos en la prominente virilidad que pugna por salir bajo el algodón de su ropa interior e, incapaz de resistirme por más tiempo a sus encantos, saco su martillo de carne del cautiverio.

Fue simplemente acariciar su miembro y mis dedos se pringan de precum, el cual mana copiosamente de su glande. La reacción de su cipote, ante mi leve toque, es ponerse a vibrar como si fuera un ente independiente.

Sentimientos encontrados circulan por mi interior, el momento es tan tierno que tengo  que hacer tremendos esfuerzos para no abrazarlo y besarlo como se merece, pero el miedo a una reacción desafortunada, por su parte, que termine estropeándolo todo,  hace que centre todas mis atenciones  en el erecto trozo de carne que surge de su pelvis.

Nos metemos bajo el chorro de la ducha y nos enjabonamos acariciándonos mutuamente. La única parte de mi anatomía que parece existir para el tal Iván es mi culo, por lo que creo que va a quedar de lo más impoluto. A mí, por el contrario, todo en él se me antoja como un plato delicioso: Su espalda ancha y voluminosa, su peludo pecho, vigoroso como él solo, su culo redondo y prieto se me apetece una manzana del Edén, sus velludas piernas que emanan  una masculinidad fuera de lo común. Sí hasta sus bastas manos despiertan en mí los deseos más recónditos. Junto a mí, tengo un macho de los que ya no se fabrican…

—¡Lávame la espalda, silvuple! —Me pide, añadiendo entre risotadas —¡Pero sin mariconas!

Me quedo absorto mirando como el agua resbala desde su cuello hasta su trasero, formando al llegar la curva de este una especie de catarata, con la lujuria golpeando mi cerebro invito a que mis manos paseen la esponja por sus omóplatos, efectuando un suave masaje a la vez que borro toda suciedad de su piel, una vez alcanzo la zona lumbar, me detengo como si hubiera llegado a una línea infranqueable.

—¡Sigue por favor!, si lo estás haciendo mucho mejor que yo —su palabras están vacías de cualquier malicia, como si frotarle esa parte de su cuerpo fuera lo más trivial y careciera de cualquier tipo de carga sexual.

Poso de nuevo la esponja sobre sus riñones y prosiguió con la interrumpida tarea.

—¡Sigue más pabajo, que eso ya está limpio! — a la vez que dice esto encorva un poco la espalda y saca un poco el pompis hacia fuera. Es verlo adoptar la excitante posición y mi polla se endurece inevitablemente.

Empapo cuantiosamente la esponja de agua,   derramo su contenido sobre el canal de sus glúteos y  de la boca de mi mecánico sale un apagado gemido. La situación se me antoja tan morbosa como prohibida.

Separo tímidamente sus cachas con una mano, mientras con la otra, en la que tengo la esponja, me abro paso hacia su ano y  conteniendo toda la pasión que bulle en mi interior, restriego pudorosamente  el poroso utensilio contra su orificio. Tras limpiar concienzudamente el peludo agujero, continúo mi paseo a través de sus piernas, me agacho para asear sus pies y, ¡Dios mío!, mi boca queda a la altura de su tentador trasero.

Cansado de reprimir mis instintos, recorto la distancia entre mi cabeza y  sus posaderas, poso tenuemente mis labios sobre ellas en espera de una respuesta por parte del tal Iván. Aguardo unos segundos en espera de una negativa o de alguna palabra de ánimo, más estas no llegan. Me armo de valor y empujo mi boca hacia el impoluto agujero, abro sus glúteos con las manos y meto mi lengua en su interior, un prolongado suspiro del mecánico me constata que aquello no le desagrada, sino más bien todo lo contrario.

Desnudo de cualquier temor, olvido toda sutileza y, como un poseso, chupo la deliciosa abertura. Dejo que mi lengua viaje desde la marcada raja de los peludos glúteos hasta su perineo, haciendo una  placentera y larga parada en el manjar principal. Cuanto más saboreo la poblada exquisitez, más profundos son los bufidos de mi acompañante.

De repente se aparta y se vuelve de inmediato, de su uretra manan varios trallazos de esperma que van a parar a mi cara y a mi pelo,  pero que rápidamente el  chorro de agua que cae sobre nosotros se encarga de diluir.

El tiempo parece detenerse un momento, ambos estamos sobrecogido por lo  insólito de lo sucedido: nunca se me había corrido nadie de esta forma. ¡Es que no se ha tocado la polla siquiera! Una vez el mecánico se sobrepone al placer, se dirige a mí y, con esa jocosidad tan suya, me dice:

—¡Pare!, esto lo había visto una vez en una película, se lo hizo una gachí al Rocco Siffredi ese, ¡pero no sabía que estaba tan de putísima madre! 

Yo, agachado ante él y quitándome los restos del blanquecino líquido que el agua ha dejado, lo miro y no puedo soltar una carcajada.

 —¡No te rías, hombre!, que me acharas…

—Sí, ¡tú eres de un tímido que te cagas! —le contesto con total socarronería.

Nos secamos y sin esperar a que se vista, le pido que me siga al dormitorio, lo miro de arriba abajo y no puedo reprimir pensar que tanto más lo miro, más me gusta.  No es que sea un adonis de revista, pero es un machote como la copa de un pino.

Le pido que se siente al borde de la cama, me agacho delante de él y comienzo a chupar su flácida polla. La sensación de su polla creciendo dentro de mi boca, me pone aún más cachondo y  devoro aquel martillo de carne  con más ímpetu si cabe, me la trago por completo, hasta que su glande hace tope con mi campanilla y la retengo allí todo el tiempo que puedo.

 —¡Hostias tío!, ya se me había olvidao lo bien que la mamas… ¡Sigue, sigue!, que yo aguanto,…¡ buff! Y si me corro, no te preocupes que después te echo otro… ¡Sigue, sigue! ¡Cómo me gusta! ¡Así, así! ¡Qué bien!

La poco elegante verborrea del mecánico da como resultado que yo me esmere todo lo que puedo en  darle placer. Levanto la mirada para observar su expresión y esta rebosa  de satisfacción.

Sin ánimo de parecer vanidoso, con los años y la práctica he mejorado muchísimo mis técnicas mamatorias. No obstante, en  la sexualidad, como cualquier otro aspecto de la vida, hay sus días buenos y sus días malos, con el tal Iván  el día está siendo de los mejores.  

—¡Buff! ¡Pare, cómo la chupas ¡Hacia tiempo que no me daban tanto gusto! Pero para un poquito, que no me quiero correr sin follarme ese culito tan durito que tienes ahí…

—Supongo que algo tendré yo que opinar a ese respecto…—le respondo sacando momentáneamente su churra de la boca

—¡Anda gachón! ¡Si estás deseando! —me interrumpe, mostrándome una sonrisa con la que se le ilumina hasta la mirada.  

La verdad que el mecánico tenía más razón que un santo, estaba deseando ser atravesado por su cipote cabezón y ver la lujuriosa cara que se le ponía al hacerlo. ¿Por qué seré tan facilón? A lo mejor porque cuando un tío me gusta tanto como el caradura que tengo ante mí, bajo tanto las defensas y me entrego tanto, que en mi mente solo hay un objetivo: conseguir que el polvo que nos disponemos a echar, se convierta en inolvidable para los dos. He de admitir que muchas veces, por mucho empeño que le pongo, la cosa no resulta tan bien como me gustaría. ¿Qué se le va a hacer? Cosas de la vida.

Mientras impregno de crema mi ano, lo observo detenidamente, su mera visión me pone como una moto. Sin querer, comienzo a divagar. ¿De qué conozco al tipo este? ¿Qué me impulsa a plegarme a sus deseos? Si seguramente, por sus compromisos familiares y tal, la próxima vez se lo volverá a pensar y “si te vi no me acuerdo”.

Aparto cualquier pensamiento negativo de mi mente, el futuro es incierto y el presente es ahora. Un presente que tardaré en olvidar, pues su imagen sentado sobre la cama, con el cipote mirando al cielo  y esa sonrisa picarona en su noble rostro, es algo que, sospecho, se me  quedara grabado mucho tiempo en la memoria.

Una vez compruebo que estoy lubricado a consciencia, me tiendo boca arriba sobre la cama y levanto las piernas, exhibiendo mi culo del modo más voluptuoso que puedo, tanto, que los ojos del tal Iván arden en deseo. Se queda mudo por un momento, de forma casi automática alcanza un preservativo, lo desenvuelve y viste su erecto miembro con él. Me toca el agujero con sus rudos y trabajados dedos, al cerciorarse que no estoy nada dilatado, coge el bote de crema y se echa un chorreón en el índice y el corazón. La  exquisita delicadeza con la que se trabaja mi ano, procurando hacerme el mínimo de daño posible, me hace pensar, por un momento,  que estoy ante otra persona bien distinta. ¡Hasta que abre la boquita!:  

 —Pare, como no te ponga el buje en condiciones te va a doler y aquí o lo pasamos bien los dos, o no lo pasamos bien ninguno — me recalca, sonriendo con la mayor naturalidad de mundo.

A pesar de la rudeza de sus palabras, hay tanta nobleza en su voz que no puedo evitar sentirme dichoso, así que me olvido de todo, me relajo y dejo que sus dedos prosigan explorando mi interior. Desconozco si el mecánico tiene mucha o poca experiencia en estos menesteres, pero su forma de ensanchar mi orificio  me está haciendo disfrutar de lo lindo, tanto que de mi uretra brota alguna que otra gota de líquido pre seminal.

Una vez se cerciora de que mi ano está preparado para albergar algo de mayor tamaño, el tal Iván coloca su polla a la entrada de mi recto y poco a poco la va introduciendo. La sensación de aquel mástil de musculo y carne adentrándose en mis entrañas, es de lo más placentera, sin embargo, mi cuerpo parece no estar del todo satisfecho, pues le echo las piernas sobre los hombros, para facilitar la entrada de su cipote en mi esfínter. Un leve movimiento de caderas suyo y mi ano se traga por completo su miembro viril.

Al advertir que su polla ha entrado en todo su esplendor, la cara del mecánico es un soneto tan libidinoso como pasional. Los envites de su cuerpo contra el mío, no hacen sino corroborar lo mucho que está gozando al penetrarme, una expresión de total lujuria llena su rostro, regalándome de vez en cuando esa sonrisa de granuja que tanto me pone. ¡El muy cabrón se lo está pasando de puta madre!, y de paso me está haciendo disfrutar como pocas veces lo han hecho.

Me abandono por completo y dejo que mi cuerpo se acomode al suyo, mi pasividad contrasta con su fogosidad, la cual se derrama sobre mis piernas en forma de gotitas de sudor.

Su miembro viril se desliza sin pudor a través de mi esfínter, arrancando de mis labios unos ahogados quejidos y  me rindo por completo a sus encantos, cuando veo  que sus ojos brillan de emoción con cada empujón que sus caderas arremeten contra mí. Llegado un momento suaviza el ritmo de su pelvis, y los empujones se trasforman en movimientos zigzagueantes.

—Vamos a parar un poquito, que con el tiempo que llevo esperando esto, no quiero que se quede en un “Ay y ya está” como los chinos —a la vez que me dice eso me guiña un ojo y me sonríe generosamente. Creo que no ha parado de sonreír en todo el rato que lleva follándome.

No sé qué decir, está claro que ya me he entregado a él sin condiciones, me dejo arrastrar por el huracán libidinoso que está demostrando ser el tal Iván y me limito a disfrutar del momento.

Nos enzarzamos en una batalla carnal en la que no hay perdedores, el placer invade todos mis sentidos, su martillo de carne entra y sale de mi culo con una pasmosa naturalidad, de nuevo como inequívoca señal de que mi cuerpo reboza de gozo, unas gotas de semen escapan de mi glande.   

Inesperadamente, el cuerpo del mecánico se contrae en pequeñas convulsiones, un profundo suspiro maná de sus labios y los golpes de su cintura se detienen en seco. Busco su rostro y la plenitud de su mirada no puede ser más clarificadora: el muchacho se está corriendo como una mala bestia.

Para evitar que no haga el viaje solo, me masturbo contundentemente, unos instantes después una mancha de semen empapa mi barriga, colándose hasta por el botón de mi ombligo.

Las agujas del tiempo parecen detenerse en torno a nosotros y, salvo nuestra respiración descompasada, todo a nuestro alrededor parece congelarse. Más las musas y la poesía, poco tienen  que ver con el individuo que me acaba de follar.

Pare, esto hay que repetirlo —me dice sonriendo, a la vez que se levanta los brazos como si se desperezara —¿Sabes? ¡Me ha gustado más que la otra vez.

No digo palabra alguna, el desparpajo y poca sutileza del tal Iván me enmudece por completo. Es una incógnita para mí, cómo se la ingenia para pasar de ser una bestia sin ninguna elegancia a un tío lleno de sensibilidad. Desconozco cuál de sus dos caras es la pose y cuál la verdadera, de lo que si tengo certeza,  es que aparte de dejarme sin argumentos, el mecánico me atrae una barbaridad.

Media hora más tarde, tras una muy merecida ducha, lo acercó al taller donde ha dejado su coche. En el trayecto hasta su lugar de trabajo,  tras explicarme todo lo bien que me había dejado el vehículo, me pregunta todo lo que se le ocurre por esa cabeza suya, yo que ya lo voy conociendo, me dejo querer y entro en su juego de preguntas y respuestas.

A la hora de despedirse de mí, lo hace  con un apretón de manos de los suyos, afectuoso cien por cien, como si te conociera de toda la vida.

—Ya no vuelves hasta el mes que viene, ¿no? ¡Qué suerte tienes gachón!

—¿Tú no vas a coger vacaciones?

—Quiero coger quince días, pero lo tengo que hablar con mi socio. Tú por sí o por no, ¡pégate un par de bañitos por mí, ¿vale? ¡Y eso sí!, en Septiembre te pasas por el taller, que seguro que hay que darle otro “repasito”.

Le pego un cariñoso pescozón en la cara y, no pudiendo reprimir una carcajada, le digo:

—¡Tú tienes un morro que te lo pisas!

—¿Entonces qué?

—¡No te preocupes!, que ya te llamaré en Septiembre, ten por seguro que me hará  falta un “repaso” de los tuyos…

De vuelta a casa, no me puedo quitar al tal Iván de la cabeza y de lo insólita que son las cosas de la vida. A mí cuando tengo sexo fortuito con alguien, normalmente no me gusta repetir. Principalmente por que la magia de la primera vez se pierde y un buen recuerdo se transforma, en la mayoría de las ocasiones, en uno menos grato.

Pero aunque el empirismo me dijera que segundas partes no eran buenas, al igual que en el cine  el gran  Francis Ford Coppola, demostró que las reglas se pueden romper. Repetir con el mecánico ha sido como mi segunda parte de “El padrino”: mucho mejor que la primera.

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“Recuerda esto, mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos.”

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Querido lector acabas de leer:

"El Padrino"

Sexto episodio:

Historias de un follador enamoradizo.

 Continuará próximamente en

"¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?"

Estimado lector: Este episodio es el segundo, del arco argumental titulado “Follando con dos buenos machos: Iván y Ramón”. Si te gustó, ahí te dejo el link del primer episodio:

 

"Pequeños descuidos" ¡Que lo disfrutes!

(9,71)