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Tocando a mamá
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Corría el mes de Mayo. Mi Padre se había ido de juerga a Madrid, a la Feria de San Isidro. Mi Hermana estaba estudiando en una academia privada para la Selectividad, y sólo quedábamos en casa mi madre y yo.

Yo tengo 18 años, delgado, de estatura normal y moreno. Y ella es más alta que yo, de 1.76 de altura, de 38 años, melena larga, delgadita pero con carnes y un pecho precioso, de medida 95 y muy bien formado, nada caído. Yo me llamo Manuel y ella Trini.

El fin de semana, como hacía calor y en la ciudad es aburrido, decidimos ir a nuestra casa de verano en un pueblo de la Costa Norte de España.

El viernes llegamos. Cenamos unas pizzas y a la noche salimos a tomar algo. Y quisimos ver a las 9 la puesta de sol maravillosa de todos los pueblos costeros.

Nos fuimos al puerto y nos sentamos en una escalera donde no hay casi nadie, viendo cómo se despedía el sol, con alguna copita de más… miré para ella y la vi como a una mujer atractivísima. Tenía la mandíbula marcada y un cuello musculoso, que la hacían juvenil y atractiva. Ella me miró y me sonrió. Y, con confianza, bajé la mirada hasta su pecho. Ella llevaba una blusa y una chaqueta algo escotadas. Y me recreé la vista. Era notorio y mi madre miró para abajo para ver lo que yo miraba:

—¿Qué miras, Lolo?

—A esto. —Y de repente, impulsivamente y sin pensarlo, dirigí mi mano hacia su pecho, y lo palpé por encima de su chaqueta, y lo notaba carnoso y duro.

Mi madre se levantó sorprendida pero no enfadada:

—¿Pero qué haces? Anda, vamos.

Y el sábado decidimos ir a una playa lejana, con poca gente, pues hacía ya bastante calor.

Tenía una figura espléndida, alta, sin nada de grasa, y con un pecho de revistas, muy estilizado. No pude parar de mirarle en toda la tarde. Mientras dábamos un paseo a la orilla del mar, miraba su cuerpo, no le quitaba ojo, y la veía como a una mujer muy apetecible, olvidándoseme por completo que era mi propia madre, a la que llamaba mamá. Para mí era Trini, una guapísima mujer de 38 tacos.

Decidimos ir a las rocas, donde nos sentamos a tomar el sol.

Otra vez la miré y mi mirada se clavó en su escote, precioso…

Ella dijo riendo: —¿Pero otra vez, cielo? ¿Dónde miras?

Y de nuevo le acaricié su pecho izquierdo, palpándolo, y para disimular un poco le dije:

—Es que las tienes muy bonitas y me gustan mucho.

Esta vez duró más de los tres segundillos del puerto, y ella no protestaba. Ella bajó la mirada, quizá también por instinto, y se clavó en mi paquete, que ya abultaba a través de la bermuda:

—¿Y tú qué? ¿No te puedo mirar?

Astutamente le provoqué:

—¿A dónde miras?

Y ella con su mano tocó un poco mi paquete. Y yo me dejaba por completo.

Agarró el pene excitado y dijo riendo:

—¡Pero cómo lo tienes! Mejor nos vamos.

Y mientras nos íbamos hacia nuestro sitio, le miré a su trasero, que se movía al compás de sus pasos, con unas carnes perfectas. Y, como había un cierto clima, le acaricié el culo. Ella puso cara de sorpresa, ye respondí:

—Es que no te lo había tocado.

—Yo a ti te estrangulo, caradura —me dijo de broma mientras me agarraba y así notaba yo sus pechos en mi espalda.

Llegó la noche, y hacía mucho frío, y no teníamos edredones a mano.

Entonces, nos levantamos y sólo había una bolsa de agua caliente allí olvidada. Y dijo ella:

—Mira, dormiremos en mi cama, que sólo hay una bolsa y no tenemos que coger catarro por una tontería así. Además, eres mi hijo y no es tampoco nada del otro mundo que durmamos una noche en una misma cama. ¿Te parece bien?

—Yo encantado.

Estábamos los dos cara arriba, y ella a mi derecha. Y se incorporó un poco para dejar puesto el despertador, que estaba en la mesilla de mi izquierda, y lógicamente puso su pecho encima del mío, mientras su pelo me acariciaba las mejillas, con lo que me excité enseguida.

—Quédate así, por favor, mami.

—¿Serás avispado? —Y seguidamente me mordisqueaba la cara de broma, mientras me pellizcaba el vientre.

—Sí, pero ¿A que no te atreves a besarme? Eres muy liberal y moderna pero seguro que eso no lo haces.

—¿A que lo hago?

Y acto seguido, me metió toda su lengua en mi boca. Era un morreo con mi madre!

Chupé su lengua como si fuera un caramelo y chocamos muy cariñosamente los labios, mientras ella acariciaba mi pelo.

—Huy, cielo… hemos llegado muy lejos ¿En dónde puede acabar esto?

—Mamá, lo estamos pasando bien, ¿No? Además, quedaste en la playa de enseñarme hoy tu pecho.

—¿Yo? ¡Mentiroso! Eres un tramposo.

—Por favor…! que ya los toqué.

—¿Pero tanta ilusión te hace? Hummm.

—Venga, mami, que mis amigos ven a sus madres al salir de la ducha y lo ven como algo normal y natural.

—Bueno, tampoco veo nada malo en ello. Y así a ver si dejas de mirarme todo el día.

Se desabrochó un poquito su pijama y se sacó el sostén, y su blanco y redondo pecho quedó al aire, con ese pezón rosado precioso. Y sin permiso, se lo acaricié lentamente y con ternura, y ella cerró los ojos.

—Bueno, ya me conoces a mí. ¿Y yo qué? Tendré que conocerte a ti. Hace ya seis años que no veo tus partes. Me pica la curiosidad para ver cómo han crecido.

Me saqué la verga, que estaba a punto de explotar. Y llevé yo su mano hasta mi pene. Ella comprobó su dureza, y yo le toqué otra vez su pecho, jugando con su carne, apretándolo suavemente con mis dedos. Seguramente por instinto o por su excitación, mamá me estaba acariciando la polla, y le supliqué.

—Por favor, no pares. Sigue así, mami.

—Pero si está durísima y ardiendo. Oye, que ya sé hasta dónde quieres llegar… —y echó una sonrisa picarona y maliciosa, desviando su atención a mi pene pues seguro que le encantaría ver cómo eyaculaba su hijito.

Y de repente eché un chorro que me llegó hasta el pecho.

— Hala, Lolo! Casi hay medio litro.

—¿Ahora puedo llamarte cariño, mamá?

—Durmamos, cielo, y si se lo dices a alguien puedes rezar, ¿Eh?

Al día siguiente, le dije:

—Como hoy nos iremos y tardaremos muchísimo en estar juntos solos, tú y yo, por favor, ¿Podríamos ducharnos juntos? (como despedida).

—Pues mira, por mí no hay problema. Nos hemos permitido una aventurilla para conocernos mejor, cielo. Total, nos conocemos cada poro. ¡Venga!

Nos metimos en la ducha.

—Hala, cómo estás ya, ¿Eh? Me tocó un hijo fogoso. La verdad, no saliste a tu padre, Lolo.

Yo rocé mi pene muy erecto todo lo que pude con ella, pegándolo a su rajilla del culo, pero ella me decía:

—Venga, Manuel, salgamos que estoy ya asustada de lo que podría o incluso puede llegar a pasar.

—Bueno, salgo pero si nos secamos juntos.

—Chantajista!

Estaba cerquísima de mi madre, piel con piel, con sus dos preciosos globos pegados a mí, y ella con su pelo largo y rizado húmedo. No pude más, y le besé su cuello.

—Uyyy, quieto, cielo, no me excites.

Me puse en cuclillas y le llegué hasta su mentón, que se lo mordisqueé, y ella no paraba de suspirar, notando yo así más cerca sus pechos.

Pero yo le toqué su vagina, tocando sus ya húmedos labios y le besé un pecho.

—Ven, cariño, sequémonos en la cama.

Húmedos todavía, yo me tumbé cara arriba, y ella encima de mí me iba secando. Llegó a mi polla, y la secaba con la toalla, mientras me miraba con sus pechos al aire y todo su esplendor recién salido de la ducha.

No pude más, me incorporé y la besé como un amante, con pasión, intercambiando saliva y chupando su lengua y sus labios y tiré la toalla. Su mano acariciaba ya mi polla desnuda. Bajé mi lengua hasta su cuello y acaricié con las dos manos su pecho.

—¡No puedo más, Manuel!

Se puso encima de mí y rozaba su vagina con mi glande, que casi entraba solo.

—¡Mamá! Eres preciosa.

Sus pechos se movían con el vaivén y se los volví a tocar, y dirigía su movimiento, hasta que conseguí metérsela del todo…

—¡Mamá, lo estamos haciendo!

—Manuel, relájate, disfruta, cariño. Y aguanta, no te vayas enseguida.

Mi pene entraba y salía sin problema. Y encajaba a la perfección con mi madre.

La agarré de los hombros y la atraje hacia mí. Nos unimos del todo y nos dimos un morreo tremendo, mientras tocaba yo su culo y así ponía yo el ritmo.

—Ahhhh, sigue Lolo, por favor… sigue. Así, bésame el cuello, cielo…

—Mamá, te quiero. Ahhhhh

Y de repente, la abracé mucho más hacia mí y eyaculé con todas mis fuerzas dentro de mi madre, mientras le tocaba su melena y le besaba otra vez en sus labios.

—¿Qué tal lo hice, mamá?

—Mira, si tu padre aprendiera a besarme así, sería yo más feliz. Pero será nuestro secreto, ¿Vale? Amo a tu padre, y esto sólo ha sido una aventura.

Y me besó de nuevo.

No lo pudimos hacer más, porque no estábamos solos y no surgió de nuevo la magia. Pero pasados nueve meses, mamá dio a luz una niña. Pero jamás me dijo si era de mi padre o mía. Ni lo sabría ella, porque aquel lunes folló con mi padre como una descosida.

FIN

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Comentarios

1 COMENTARIO

  1. Excelente relato, las relaciones filiales siempre estan presentes en la familia;en algunos casos las barreras de la sociedad impiden concretarlo, en otras como el relato no hay esas barreras….

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