Nuevos relatos publicados: 12

La procesión va por dentro

  • 21
  • 17.604
  • 9,66 (35 Val.)
  • 2

MARTES 14  DE AGOSTO   2012

¡Vaya vacaciones que llevo!  Y es que desde el último polvo con Ramón, este cuerpo serrano mío no ha catado hombre alguno... Claro está, que oportunidades tampoco he buscado (lo del técnico de Molestar no cuenta, que fue un calentón de padre y muy señor mío y poco más). En fin, dado que aquí en la playa no consigo deshacerme de la legión de carabinas familiares, tendré qué quitarme de en medio y que mejor excusa que una procesión en la ciudad hispalense para hacerlo. Mañana sale en Sevilla Nª Señora de los Reyes, que es la patrona general de la ciudad, que cada quince de agosto es sacada en procesión con motivo de la festividad de la Asunción de la Virgen. ¡Toma ya! ¡Ni la Wikipedia!  ¿Se me ha notado la vena capillita, ein? Friki de Dios como dice JJ (¡Qué gracia tiene el cabronazo!). A ver si lo llamo mañana y nos tomamos algo. Lo echo de menos un montón y su buen humor siempre consigue quitarme la mala hostia.

Bueno, pues lo dicho, Sanlúcar de Barrameda queda atrás y me dirijo a mi ciudad notal, donde me espera  un calor de  mil pares de cojones. Pero poco me  importan unos cuantos grados de más, si  con ello consigo bajar el termómetro que tengo entre medio de las piernas. Que como no lo saco a pasear últimamente, no sé si tengo mucha fiebre o simplemente destemplanza. 

En principio tengo pensado ir a la sauna, que hace tiempo que no me pego un homenaje entre vapores, pero a la hora que voy a llegar, me parece que no va a poder ser... Si cuando llegue a Sevilla aún está abierta, tengo la impresión de que  sólo me voy a encontrar los saldos de oportunidades. Que si hay que ir se va, pero ir por ir….

Bueno, siempre nos queda  el plan B, que es ir a hacer “cruising” a la Raya, una zona en las inmediaciones  de la Isla de la Cartuja; lugar que, dicho sea de paso, tengo bastante abandonado  últimamente, así que no sé qué me voy a encontrar, si seguirá estando de moda o no.  Un polvo al aire libre  y con el posible riesgo de ser visto, no es que sea la cosa más placentera del mundo. Pero no deja de tener ese matiz morboso y puntito pecaminoso que tanto me pone.

Tras una buena ducha, un poquito de desodorante y colonia, se puede decir que  ya estoy  casi preparado para la caza sexual. El “cruising” es una de las variedades sexuales más sucias que hay, pero eso no quiere decir que  los que lo practicamos tengamos  que abandonar la higiene personal, que las feromonas tienen mucho que decir en el campo de la seducción.

Me miro al espejo y lo que me muestra no está nada mal. Una camisa ajustada y un pantalón vaquero desteñido, que marca estupendamente la mercancía que hay debajo, me recuerdan que el tiempo pasa por mí, pero no hace destrozos. Todavía estoy para hacerme un “favor”. Quizás haya echado  un poquito de tripita, que la vida sedentaria vacacional  hace muchísimo daño....  Beber y comer cosas ricas todo el día no es sano. En fin, ¡¿qué se le va a hacer?! ¡Esta vida que es un valle de lágrimas!  Ya cuando llegué septiembre, como siempre,  me pondré las pilas en el gimnasio.

Unos cuantos kilómetros conduciendo y llego al escampado cercano al Estadio Olímpico de Sevilla.  Aquí espero resarcirme, de una vez por todas, de la  voluntaria reclusión que he hecho  guardar a mi “pizpireta” polla durante las vacaciones. Tengo claro que si no he echado un polvo ha sido por decisión propia, porque me podía haber despistado de la familia cuando me hubiera venido en ganas y ocasiones para hacerlo,  no me han faltado.

¿Sabes tú que esto está muy oscuro? Al fondo se ven luces de lo que parecen faros de coches. Eso quiere decir que por lo menos hay algo de  gente. Ahora lo que me queda es saber qué tipo de individuos son  con los que me voy a encontrar. Espero que no se trate de los babosos de siempre, que no tengo yo la cabeza para muchas gilipolleces. ¿Qué hacen esos chavalitos andando por aquí a las once de la noche? ¡Ah, coño, los rumanos, ya se me habían olvidado...! ¡Qué peligro tienen! Además que se te ponen tan cerca, que tienes que tener un cuidado de tres pares de cojones para no pillarlos. ¡Ala, ahora este se saca la polla y se pone a meneársela delante de mí! ¡No lo he atropellado de milagro! ¡Si es que lo que no me pase a mí....!

Los pobres sólo saben decir ami-go, ami-go... O por lo menos, eso es lo que les oigo decir al pasar por su lado. Unos chicos, ignoro alguno de ellos son menores, a los que la necesidad obliga a prostituirse por unos euros y en la mayoría de los casos con degenerados capaces de cualquier depravación.  Sé que mi educación cristiana me debería hacer empatizar con su  desastrosa situación, pero simplemente me producen desagrado.

¿Por qué únicamente los sentimientos que nacen en mi interior son el asco y la pena? Bueno, teniendo en cuenta lo que dicen por ahí de que son un peligro andante y  que te despluman a la primera de cambio. No creo que se me pueda culpar por no sentir otra cosa.  Lo mejor es no ponerse muy sensiblero con ellos, uno viene a la Raya  a lo que viene, no a solucionar los problemas de nadie. ¡Que bastante tiene cada uno con sus problemas!

Bueno, ya nos hemos librados de los chaperillos de la Europa del este.  Por este lado parece que hay algo de movimiento. No es que haya muchísimo, pero se ven como cuatro o cinco coches dando vueltas.  Vamos a aparcar por aquí, que se ve más o menos iluminado y el que quiera que se acerque. No está la cosa para ir gastando mucha gasolina, paseándose sin necesidad. Un poquito de musiquita para calmar el aburrimiento, a esperar y no desesperar...

 

♫♫Boys will be boys

They like to play around

You shot me with your love gun

I’m falling to the ground♫♫

 

Dubitativos automóviles circulan junto al mío. Un ciclomotor se acerca a mi ventanilla, pero pasa de largo. Menos mal que la música es buena, porque esto está menos ambientao que el bautizo de Adán y Eva. Anda, ahí  parece que  vuelve el de la moto, ¿no me habrá visto bien? Con total descaro se detiene junto a mi ventanilla.

Por lo general,  los moteros tienen un morbo que te cagas.  Tan corpulentos por lo general, con esa masculinidad que emanan agarrados al manillar, soportando el viento de cara y ese anonimato que les proporciona el casco, los convierte en una fantasía de lo más recurrente.  Lo cierto es que tanto  Marlon Brando, como James Dean, montados en sus motos y  luciendo, con total chulería,  sus chupas de cuero, se habían ganado un lugar más que merecido en mis actividades onanistas.

Al apearse de su  vehículo, descubre su rostro, toda la magia se esfuma de golpe y tengo mi primera desilusión de la noche. El tipo está lejos de ser lo que yo esperaba. Moreno, alto, robusto, (tirando a regordete), cara redondita, facciones blandas...  No es feo del todo, pero morbo,  lo que se dice morbo: cero patatero. Sin embargo,  le daremos una oportunidad, que a veces las primeras impresiones no son las mejores.

—¿Fumas?

Menos mal que no me ha dicho el consabido “¿Estudias o trabajas?”, que me entra la risa y ya la tenemos liada parda.

—No, lo siento. No tengo tabaco —Le contesto amablemente, intentando por todos los medios no parecer cortante.

—No, si lo decía para ofrecerte un cigarro.

—Pues te lo ahorras... Pero lo que es  un poquito de charla no te voy a negar —Le digo con la mejor de mis sonrisas, a la vez que abro la puerta y salgo de mi coche.

Al verme fuera del vehículo, la mirada de mi primer  candidato a polvo de la noche denota sorpresa, no sé si porque espera algo mejor, o porque se extraña de mi espontaneidad. Sospecho que es más bien lo segundo, pues lejos de incomodarse, se muestra más abierto y simpático.

—¡Esto está fatal esta noche! —Me dice intentando romper el hielo.

—No sé qué decirte. Hace cantidad de tiempo que no vengo. Y la última vez que vine no es que hubiera excesivo ambiente. Una cosa más o menos como hoy.

—Desde que han quemado esta parte de aquí —Me dice señalando lo poco que queda de la arboleda que une la carretera con lo que eran el parking de la Expo —Y el mercadillo lo ponen al fondo, apenas queda sitio… Mucha gente se va para la Isla de Tercia.

—Sí, pero aquello está fatal para circular con el coche. ¡Y mucho más de noche!

—La mayoría de los que se van por allí tienen un todoterreno. Así no tienen problema ni de pinchar, ni de que el coche se te quede metido en una zanja…

Completamente metidos en la conversación como nos encontramos, no percibimos que un tipo mal encarado y con peor pinta se une a nuestra improvisada charla. Como no veo ningún coche cerca, intuyo que viene andando de lejos.

—¿Tienes? —Me pregunta haciendo un gesto con la mano que simula al de coger un cigarrillo.

Antes de que yo pueda decir esta boca es mía el motorista saca un paquete de cigarrillos  del bolsillo y le ofrece uno, diciendo:

—Él no, pero yo sí.

La conversación prosigue a tres voces, pero el recién llegado no me termina de caer bien, siendo sincero no me da muy buena espina. Como no me encuentro cómodo con él (y el otro chaval parece que sí) a la mínima ocasión que veo, me busco una excusa pueril y me abro. Diciendo el consabido y falso: “Nos vemos dentro de un rato”.

Un paseíto más… Un poquito más de musiquilla…

 

♫♫I'm addicted to you,

Porque es un vicio tu piel

Baby I’m addicted to you

Quiero que te dejes querer.♫♫

 

Circulo un poquito, lo suficiente para alejarme de ser visto por el  motorista y el otro tipo, encuentro un sitio tranquilo delante de una arboleda y aparco. Detrás de mí, se ve un pequeño y frondoso bosque que, a mi parecer, es el único espacio que  todavía sirve de cobijo para el sexo al aire libre que vengo buscando. Sospecho que de forma no premeditada,  he venido a parar a un sitio de lo más idóneo.

Una vez perdida la vergüenza, me da lo mismo ocho que ochenta y me bajo del coche. Hay que reconocer que fuera se está bastante más fresquito.  Casi me da igual si pasa algún conocido y me ve, es más que obvio que esto no es un lugar de paso y si está por aquí, está a lo mismo que yo: buscando echar un polvete furtivo.

A los escasos minutos de estar allí esperando no sé qué, un despampanante coche se acerca y lo que yo siempre digo: si te intentan deslumbrar con el tamaño y cilindrada de su auto, es porque no tienen otra cosa mejor con la llamar tu atención. JJ tiene una frase mejor: “El tamaño de los coches de los tíos es inversamente proporcional al tamaño de sus pollas”.

En el interior de lujoso vehículo se puede ver un tipo de unos cincuenta años. Al percatarse de mi presencia, disminuye la velocidad y frena justamente delante de mí. De un modo impersonal y falto de recato de algún tipo, baja la ventanilla y se dirige a mí. Por momentos me siento como una puta callejera en busca de cliente.

—¿Me la mamas? —La frase es proferida como las primeras palabras de un bebé, con inseguridad e intentando ser el centro de atención de quien la escucha.

Declino su invitación, con un más que inapetente movimiento de cabeza. Su reacción ante mi negativa  es pisar el acelerador y marcharse, dejándome allí con la única compañía de la oscuridad.

Un ratillo después, un cuatro por cuatro rojo para a unos escasos metros de mí.  El atractivo conductor, quien  aparenta unos treinta y pocos años, me saluda amablemente con la mano. Respondiendo a su gesto, me acerco con idea de entablar algo de conversación. Pero en el mismo momento que el interior del vehículo es perceptible para mí,  la sorpresa me invade y un escalofrío me recorre la espalda: el tío está completamente desnudo y con la polla mirando al cielo.

Mi perplejidad es tan abrumante, que doy un paso atrás y con la estupefacción pintada en la cara, me alejo de  su coche. Por la naturalidad con que se toma mi  reacción, comprendo que debe estar  más que acostumbrado a lo que acaba de suceder. Sin siquiera esperar una explicación por mi parte, arranca el motor y se larga de allí. ¡Dios, que gente más rara hay en este sitio!

Aún no me he recuperado de la fuerte impresión que ha causado en mí el exhibicionista cruisingero, cuando vuelvo a tener compañía. Dos faros, de lo que parece un turismo, se acercan a donde me encuentro. Una vez se va aproximando, puedo ver que  vehículo es un Volkswagen golf negro, coche muy característico de gente joven.   El conductor, al pasar junto a mí, aminora la velocidad, frenando por completo a unos pocos metros de distancia.

La puerta delantera no tarda en abrirse y al salir su ocupante, mis deducciones sobre su edad se convierten en certezas, se trata de un chico de unos treinta años. Aunque la penumbra y la lejanía no ayudan, puedo entrever que tiene un cuerpo bien proporcionado, que es un poco más alto que yo y que luce un atuendo de lo más característico: camiseta y vaqueros. Sus otras peculiaridades físicas quedan al amparo de mi imaginación.

Mi mente se debate entre dirigir mis pasos hacia él y comprobar el “producto que vende” con mayor precisión o dejar que sea el chico el que tome la iniciativa. Mientras yo pierdo el tiempo desojando una metafórica margarita, aparece otro auto que,  tras pasar ante mí sin prestarme la más mínima atención,  para a una distancia prudencial del siguiente vehículo. 

Poco después, se abre la puerta y sale al exterior un tío que, por lo que puedo intuir en la distancia, su apariencia física y su indumentaria se asemeja bastante a la del anterior chico.

El recién llegado parece que se ha leído menos libros de autoayuda que yo,  se pone el mundo por montera y se lanza a la aventura.   Desde donde estoy,  veo como dirige sus pasos sin vacilar hacia donde se encuentra el treintañero. Por su modo de andar, se le ve seguro de sí mismo y, me atrevería a conjeturar, que no espera un no por respuesta.

Sigo siendo buen detective y, tal como intuía, al llegar a donde está el primer chico, comienza a hablarle con cierta familiaridad “Seguramente se conozcan”, pienso. De no ser así, el corto espacio de tiempo  que transcurre, desde que se saludan hasta que se morrean, es un “Creí que no me lo ibas a pedir nunca” en toda regla.

Si albergo alguna duda sobre lo precipitado que es el  sexo entre esos dos, se disipa  en el momento que compruebo cómo las manos de ambos terminan agarrando el paquete del contrario, sin pudor de ningún tipo. Está claro que les importa un pito que yo los pueda ver, pues se magrean los pectorales con unos ademanes rudos que rozan lo violento y pasando de mi un kilo.

Consciente de la poca intimidad que supone ponerse hacer guarradas allí mismo y de la cantidad de moscones indeseables que pueden atraer, se hacen una escueta señal y deciden esconderse en la pequeña arboleda que se halla a sus espaldas. Casi automáticamente, sus pasos se pierden en el corto camino que une la vegetación con los aparcamientos. Con una complicidad fuera de lo común, ambos vuelven al mismo tiempo la cabeza hacia el lugar donde me encuentro. No dicen nada, ni siquiera hace un mero gesto revelador, pero tengo claro que quieren que me una a ellos en su paseo por la sombría vegetación.

¿Qué sé de estos dos tipos? Nada. Que en apariencia parecen tener un buen físico y poco más. No obstante, aunque dejo pasar unos eternos minutos antes de dirigirme hacia donde ellos, mi determinación de hacer un trio con los dos treintañeros no puede ser más firme.

Como un autómata sin voluntad, me dirijo  hacia la maleza. Analizo los pros y los contras de lo que me dispongo a hacer. Entre los beneficios puede estar compartir sexo salvaje con dos tíos que están  de escándalo. Luego está que se puede tratar de una trampa y lo único que pretendan estos dos sea quitarme todo lo que llevo encima.

A pesar de que no descarto por completo esta horrible posibilidad, me olvido de toda precaución y dejo que la efusividad  de mi entrepierna gobierne mis movimientos. Me interno en la vegetación,  con mucho miedo en el cuerpo, pero sin tomar cautelas ante cualquier tipo de peligro con el que me pueda encontrar.

Tardo un poco en localizar su improvisado escondite. Se han refugiado bajo la copa de un árbol y tras unos espesos matorrales. Aunque no se le puede ver desde el camino de los aparcamientos, desde mi posición, gracias a las luces de la avenida cercana, se les puede vislumbrar de una manera casi nítida. Uno de ellos, el que es una chispa más alto,  tiene el pelo rapado casi al cero. Un rasgo característico del otro es que tiene una barba corta y muy cerrada.  Ahora sólo me resta ser cauto y permanecer en silencio para que ellos no adviertan  mi presencia. Contengo la respiración y me dispongo a disfrutar del espectáculo.

En el poco tiempo transcurrido desde que he llegado del aparcamiento aquí,  los dos individuos se han sacado la churra fuera y se pajean mutuamente mientras se besan apasionadamente. Tal como pensaba ambos tienen un buen físico, una camiseta que se ciñe a su cuerpo como un guante y un pantalón que marca sus piernas y su culo de un modo bestial dan buena muestra de ello. Por lo parecido de su atuendo y de su complexión física, soy incapaz de distinguir quien fue de ellos el que  llego primero y quien después.  A simple vista, ni me parecen unos delincuentes, ni unas locas, por lo que,  resguardado en la débil penumbra,  decido seguir observándolos.

El barbudo mete la mano bajo la camisa del otro chico  y deja al descubierto un pectoral que, sin ser perfecto, es bastante apetecible.  Una vez llega a su tetilla,  puedo intuir que le pega un pellizco, pues el rapado despega sus labios de los suyos y suelta un pequeño quejido. Mas no parece desagradarle y vuelve a hundir la lengua entre los labios de su “agresor”, con más pasión si cabe.

El modo en que los dos treintañeros se acarician rezuma un halo de  morbosa violencia. Tengo la sensación de que no es tanto lo que disfrutan con el dolor, sino como  con exteriorizarlo ante el otro, como si fuera una especie de filia fetichista  Sus artificiosos movimientos me recuerdan, por momentos, a dos boxeadores antes de comenzar un asalto. Como si con cada caricia, con cada beso, en vez de desahogar su pasión,  estuvieran evaluando las fuerzas de su contrincante, para saber cómo enfrentarse a él.  

A pesar de lo rocambolesco de la situación, de toda la suciedad y pecado que rezuma lo que ven mis ojos,    me empiezo a excitar y noto cómo mi polla crece bajo mis pantalones. Me gustaría unirme a ellos y ser el tercer contrincante en el simulado duelo, mas no encuentro el valor para dar el paso. Por cada impulso lujurioso que me empuja a participar, encuentro una razón de peso para  permanecer inmóvil. Mi parte perversa me aconseja que me una a ellos, pero la prudencia me lo prohíbe argumentando que son imaginaciones mías, que no quieren que me una a la fiesta, que prefieren estar solos...

Lo siguiente que la penumbra de la noche me deja ver es cómo el barbudo se agacha ante el otro chico y sin preámbulos de ningún tipo se mete su polla en la boca. El rapadito  se deja hacer y sumergido en el placer que los labios de su acompañante le proporcionan, aprieta entre sus manos la cabeza de este y la empuja para que se la trague en todo su esplendor.

—¡Chupa, maricona, chupa! — Aunque sus palabras no suenan como un insulto, me dejan bastante claro que el muchacho, tal como sospechaba,  es un cani de marca mayor.

Tal como he supuesto, el barbudo no considera estas palabras un agravio contra su persona,  sino que, a mi entender, es una pose más de su  voluptuosa coreografía. Una coreografía que tiene muy poco de natural y mucho de comportamiento asimilado del sexo enlatado. He de reconocer que por momentos la actitud de ambos me recuerda a la de dos actores porno.

El tipo que se encuentra de pie, se mete la mano que tiene libre bajo la camiseta y, por lo que puedo intuir, se pellizca las tetillas buscando autosatisfacerse. Por sus compulsivos  jadeos, intuyo que se lo está pasando de lo lindo. De vez en cuando deja de gemir y dice cosas como: “¡Qué bien lo haces, chupa la polla de tu macho, putita!”. No sé si es su tono de voz o la forma de pronunciar cada una de las silabas, pero la musiquilla que retumba en mis oídos es sumamente desagradable.

Clavo mi mirada en el rostro del chico rapado y analizo sus rasgos concienzudamente.  Pese a que sus pómulos marcados y su mentón cuadrado le dan un aspecto de tipo duro, sus ojos claros y su frente ancha lo suavizan un poco. Tiene ese aire entre canalla y moderno que a tanta gente le pone.  No es el típico hombre con quien  soñaría, pero tampoco rechazaría un polvo con él (Siempre que tuviera pegadito los labios y no dijera ni mu).  

La cabeza del barbudo se mueve con frenesí ante lo que se me antoja un buen pedazo de cipote. No sé cuántos minutos pasa el mamador agachado ante el viril malote, solo sé que cuanto más imagino a esos labios ciñéndose sobre esa verga, más dura se pone la mía. La sobo por encima del pantalón y sopeso fugazmente la idea de hacerme un buen pajote, pero es desechada con la misma velocidad que llega.

El rapadete tira  bruscamente de los cabellos de la nuca del chico que esta postrado ante él y  la separa de su pelvis. Agachando la cabeza, acerca su  rostro al del barbudo y en un tono que roza lo ofensivo le dice:

—¿¡Maricona, te gusta la polla de tu macho!?

El sumiso individuo asiente con la cabeza, dando a entender que  el más que evidente insulto no ha  hecho mella en él y como un poseso intenta seguir mamándole el nabo. Más es detenido por su ocasional amante, que cogiendo afectuosamente su rostro entre las manos, le pregunta:

—¿Te gustaría que te petara el culo con mi cipote ? ¡Lo vas a flipar cuando te lo meta!

Las descaradas palabras brotan de la boca del rapado, sin ninguna elegancia, destrozando de golpe un momento que me había  figurado  hasta  un pelín tierno. Adoptando una pose igual de dócil que en la anterior ocasión, el obediente individuo vuelve  a dar su consentimiento con un movimiento de cabeza.

Cuando el barbudo  se levanta y soy capaz de observarlo mejor, compruebo que donde antes solo veía similitudes, ahora únicamente veo desigualdades. A diferencia del rapado, no tiene un cuerpo tan atlético y  es bastante más delgado. Aparenta unos cinco o seis años menos,  a lo sumo tendrá veintiséis. Aun así, para mi gusto, tiene un atractivo sexual fuera de lo común. A pesar de su más que manifiesta sumisión, me parece muy masculino y viril. Es el típico tío que, al carecer de plumas, da muchísimo más morbo que adopte el rol de pasivo.

Sin dilación de ningún tipo, el más musculoso,  tras empujarlo contra un árbol cercano, se agacha tras de sí, le termina de desabrochar los pantalones, y se los baja hasta los tobillos, dejando a la vista unos bóxer blancos que evidencian unas hermosas nalgas.

Las manos del rapado tiran hacia abajo de la ajustada prenda interior, dejando que mis ojos descubran lo que ya intuía: el muchacho posee un trasero de infarto. Estoy tan metido en la puñetera escena, que incluso puedo imaginar cómo los rudos dedos se pasean por las cachas  del delgado muchacho, haciéndole emitir unos entrecortados y placenteros gemidos.

—Este culito está pidiendo polla —Dice el rapadito a la vez que azota contundentemente los glúteos  del otro tipo.

Unas cuantas cachetadas después, vuelve a acariciar la lacerada piel con bastante rudeza. Hecha un escupitajo en  su mano e impregna con el caliente liquido el estrecho orificio, para a continuación intentar meter contundentemente uno de sus dedos en él. Durante todo el tiempo, la única respuesta del sumiso chico son unos entrecortados gemidos.

Llegado un momento, los quejidos suenan más dolorosos, por lo que sospecho que los dedos del musculoso macho han atravesado el esfínter de su acompañante. Por lo desgarrador de sus grititos, puedo conjeturar que el viril muchacho ha sido de todo, menos delicado.

—¡No chilles, maricona! ¡Que por lo caliente que tienes el culo y lo bien que te entra,  se ve que te gusta mogollón!

Sin decir nada explícitamente, el delgado muchacho saca el culo hacia  fuera de modo insinuante e invita al rapado a que lo penetre sin pudor. Ante la más que incuestionable provocación, el musculoso individuo rompe con la boca el envoltorio de un preservativo que llevaba en el bolsillo y cubre su miembro viril con él.

Si hasta ahora el proceder del descarado jovenzuelo  me ha parecido tosco y falto de tacto, lo que hace a continuación me parece una brutalidad desmedida. Sin lubricar el hoyo del su eventual pareja de un modo conveniente, coloca su verga a la entrada de este y se la mete de golpe.  Un bronco lamento brota de la garganta del pasivo joven. Sin poderlo remediar, dejo escapar un “¡Joder, qué dolor!”.

En el silencio de la noche, mi exclamación es percibida por la ocasional pareja como una especie de bomba acústica. Una vez me localizan con la mirada  y comprueban  que no soy ningún indeseable, ni tampoco represento peligro alguno, prosiguen como si tal cosa con lo que estaban haciendo.

Ver con la naturalidad que el musculoso canorro sigue empujando sus caderas contra el trasero del jovencito, me produce escalofríos. ¿Hasta dónde estamos dispuestos algunas veces a sacrificar nuestra intimidad, con tal de dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos?

Sin dejar de follarse salvajemente al delgado muchachote, el rapado me hace una señal con el dedo y me invita a unirme a ellos, dándome a entender que la boca de su acompañante se encuentra libre y que me puede hacer una mamada mientras él lo penetra. Yo declinó su invitación y hago ademán de marcharme por donde he venido.

—¡No te vayas! ¡Me mola  tener público!

La sugerente proposición no me parece del todo mal y me quedo allí observando atentamente cómo follan.  Durante unos minutos permanezco en la distancia, pero a la vez que me voy desnudando de mis convencionalismos sociales, me siento tentado a acercarme a ellos. El activo hombrezuelo, adoptando poses propias de videos pornográficos, me mira de vez en cuando y  me saca la lengua provocativamente. Es evidente que a este tío le va el rollo de que lo miren, pues le gusta lucirse un montón.

Estoy frente a ellos cuando el  más musculoso saca bruscamente la polla del culo de su acompañante. Con un empujón  lo obliga a que se agache ante él y, tras quitarse el preservativo, se termina de masturbar delante de la cara del barbudo, que no solo abre la boca para que vacíe el contenido de sus cojones en ella, sino que saca golosamente la lengua.

Varios y abundantes trallazos de esperma salen del erguido cipote. Sin reparos de ningún tipo el muchacho se traga todo. Incluso vuelve a chuparlo, como si quisiera degustar cualquier gota de semen que hubiera quedado en él. Poco después, el erecto cipote está limpio y brillante como una patena.

—Maricona, te gusta mi lefa, ¿ein?

De golpe y porrazo,  mis sentimientos de culpa que habían estado callados hasta el momento, comienzan a martillear en mi cerebro. Aunque no he hecho nada, mi moral cristiana me recuerda que “se peca de palabra, pensamiento, obra u omisión”, y que aunque no haya participado de aquello,  he de admitir que ganas no me han faltado.

Con la misma determinación que me he acercado a esos  dos tipos, me alejo de ellos. Como la mujer de Lot vuelvo la mirada hacia atrás y veo que mi marcha no ha enturbiado su final feliz, pues se vuelven a besar y abrazar de forma desmedida. No sé si han cubierto sus necesidades de afecto o, simplemente, se han limitado a intercambiar fluidos. Lo que sí sé, es que a veces me gustaría tener una mentalidad tan abierta, pasar de todo bastante más y no comerme tanto la cabeza como lo hago.

Al llegar a los aparcamientos, me subo a mi coche y  me digo a mí mismo bastante enojado: “¡No sé “quecoñohagoaquí”!” Arranco el motor y me largo raudo de allí. Un poquito de musiquita más para el camino.

 

♫♫ Y yo, subo escalón a escalón,

Quiero tocar el cielo azul, el cielo azul.

Y tú, buscas tras cada canción

La sensación que te haga sentir, que te haga vivir.♫♫

 

De vuelta a casa, no dejo de darle vueltas al tema que llevo evitando desde que empezaron las vacaciones: Ramón y  su puta declaración…

¿Por qué coño habrá hecho eso? ¿A que ha venido eso de decirme que me quiere? Y yo a él, ¡no te jodes! Sé muy bien que cuando se implica los sentimientos, la cosa al final termina las cosas. Si como estábamos hasta ahora,   ¡nos iba de pu-ta ma-dre! ¿Por qué  carajo ha tenido que  complicar las cosas?     ¡Hostias, que está casado! ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Que yo le cante a su mujer el “Señora” de Rocío Jurado?  Tengo claro que  en septiembre,  cuando vuelva de las vacaciones,  una de las cosas que tengo que hacer es aclarar el tema con él. Si no tengo más remedio que renunciar a él, lo hago, ¡y punto! Esta vida es demasiado enrevesada de por sí,  para que encima hagamos las cosas más difíciles.

Me temo que me queda un verano de no meter, ni catar minina de padre y muy señor mío. Porque la inapetencia sexual no responde a otra cosa que me da muchísimo miedo perder a Ramón y creo que no voy a tener más remedio que hacerlo. Desde luego otra  explicación no le veo a rechazar una invitación  como la de esta noche. ¡Joder, que los dos tíos estaban de toma pan y moja!

Por una cosa o por otra, estoy metido en un buen lío. Tanto si prosigo con mi relación furtiva con él, como si la doy por finalizada, va a haber daños colaterales. “Te quiero más que nadie en este mundo”. Sus palabras no han dejado de resonar en mi cabeza desde que las escuché. Con qué facilidad algo que hemos soñado en multitud de ocasiones se puede transformar en una pesadilla.

Llego a casa y empiezo a preparar el traje para la procesión de mañana. A ver si ver a la Madre de Dios, me quita la mala hostia que tengo encima.

Me dispongo a acostarme, cuando llaman a la puerta. “¿Quién coño será a estas horas?” Al llegar a la entradilla, me encuentro a Ramón, no sé qué hace aquí, y menos tan tarde. ¿No estaba de vacaciones? ¿Se habrá puesto peor su madre?

Es abrir la puerta y su  generosa sonrisa me deja claro que no ha ocurrido nada malo.  Sus ojos brillan de alegría, agarra  suavemente la parte inferior de mi  brazo, de un modo que me hace estremecer. Lo escucho hablar y el cielo se desploma sobre mí.

—¿Qué pasa, artista?

 

 Querido lector acabas de leer:

“La procesión va por dentro"

Décimo episodio:

Historias de un follador enamoradizo.

 Continuará próximamente en

"Las amistades peligrosas"

Estimado lector: Este episodio es el segundo  (de seis), del arco argumental titulado “Follando con mi amigo casado y el del ADSL?”. 

Si te gusto ahí te dejo el link del primer episodio: "El sexto sentido"

(9,66)