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Adictas al embarazo (Parte 2)

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Ese día se encontraba bastante contrariada, por un lado el cansancio que se lo achacó al intenso trabajo, y por otro, el intenso fuego que se iba despertando en su interior y que cada vez la llevaban a un estado no antes conocido por su cuerpo.

Se recostó en el sofá para ver la televisión, para esto se preparó un buen café y se acercó lo último de sus golosinas favoritas. No tenía apenas energías para nada más que eso. Durante un buen rato se dedicó a ver la programación del momento, descubriendo algo que la dejó impactada.

En los últimos canales, se encontraban los especiales de paga individual o de paquete, como generalmente son los xxx y los de pago por evento. Anteriormente estaban bloqueados, sin embargo, ahora estaban al alcance de sus ojos, eran todos los del sistema de TV, sin excepción alguna.

A pesar de la gran pesadez de su cuerpo, sin apenas darse cuenta llevó su mano al interior de su panty, suavemente escaló la cúspide del placer, dulce, delicada y lentamente. La caldera de la lujuria recién descubierta estaba a su máxima intensidad, pero por más que quisiera, las fuerzas no le alcanzaban para poder aminorar esa calentura que la consumían por dentro.

Pasaron los minutos, ella se encontraba extendida por completo, su mano buceaba entre las aguas íntimas de su ser íntimo, en tanto su otra mano acallaba los hipidos ocasionales que deseaba no se escucharan, a pesar de encontrarse completamente sola.

No se podría decir cuánto tiempo transcurrió. Al llegar su orgasmo no fue tan fuerte como ella lo había sentido horas antes, viendo, oliendo y siendo parte indiscreta del acto carnal entre su madre y su hijo.

Si bien ya le pesaban los párpados, el suave y relajante clímax logrado le hacían cabecear, por lo que en un intento de desperezarse cogió una galleta y se la comió, dándose cuenta por último, que la mano con la que había agarrado el postre era la misma con la que había navegado hasta su dulzón bálsamo genital, llevándose parte de sus propios fluidos entre las chispas de chocolate que tanto le gustaban.

Fue lo último que recordó, durante el resto del día la pasó durmiendo.

Leo llegó de la universidad con comida comprada, encontrando a Clara dormida plácidamente. La TV encendida y sintonizada en el canal xxx y el café frío con casi todas las galletas favoritas de su madre en el plato.

Apagó el televisor, recogió la comida a la cocina y llevó a su mami al cuarto. La depositó sobre la cama y la desvistió. Como sabía muy bien, ella tenía el sueño muy pesado, era prácticamente imposible despertarla de forma convencional. Se necesitaría de un ruido muy fuerte y de zarandearla bastante para que apenas pudiera abrir los ojos, aunque esto no era garantía de que lo hiciera consciente, bien podría volver a cerrarlos para seguir durmiendo.

La panty y la camiseta larga y delgada eran sus únicas prendas, no fue difícil dejarla desnuda, entregada a cualquier acción lúbrica de su parte.

La dejó unos instantes para volver con un bote de vaselina y lubricante a base de agua. Se desnudó y se subió en la cama materna.

Comenzó besando sus mejillas, su frente, sus párpados, los lóbulos de sus orejas y a los labios bucales los acarició con los suyos, para después repasarlos de lado a lado con la punta de su lengua, humedeciéndolos, humectándolos con saliva.

Bajó a su cuello y levantándola un poco pudo ver la base de su nuca, en donde había dejado su marca la vez anterior.

Sabía muy bien que su abuela no se lo notaría, rara vez mostraba esa parte del cuerpo, ya que era difícil verla tanto por las prendas que ella usaba como por su larga cabellera. El chupetón marcaba propiedad, antigüedad y amor. Volvió a repasar un poco la ventosa, en su abu el chupetón se encontraba en el inicio de cada muslo por el lado interno, haciendo de decoración recibidora al dueño carnal de la hembra.

Sus hombros fueron besados y acariciados, así como sus brazos y dedos. El nítido olor de su cabello recién lavado fue aspirado, rememorando tiempos pasados, vistas indiscretas recreadas. Con las puntas de su cabello envolvía su enhiesta vara, la cual ya desprendía los primeros fluidos pre seminales, mismos que cual fijador se asentaba entre cada uno de esos finos cabellos.

Se sentó a poca distancia de ella, admirándola por completo en cada uno de sus gestos y movimientos, su polla erecta, amoratada y desesperada por entrar, de acurrucarse en esa gruta acogedora, caliente, maternal, misma que se había convertido en su hogar.

Apenas habían pasado algunas horas desde la última vez que la había penetrado y vaciado todo lo que su abu no le había extraído. Para él no importaba que tan cansado se encontraba, incluso podía sentir algo de molestia, ya que en poco tiempo había entrado en una y en otra vagina. Tanto su abu, como su madre eran su adoración.

Había veces en que su abuela no regresaba hasta muy tarde, por lo que entre la siesta de la tarde y el sueño nocturno, podía dejar a veces una cantidad de esperma bastante considerable, a veces su adorada y cariñosa mami parecía absorber toda esa cantidad completa y glotonamente.

Ignorándolo ella por completo, cada vez que ella se bañaba, esta cantidad de semen escapaba desapercibida, excepto esa mañana que no supo identificar que era y que por la intensa actividad masturbatoria había logrado sacar de una sola vez tal volumen que guardaba desde hacía varios días, entre los bichitos disparados previamente por la madrugada y los cadáveres de días pasados que no habían logrado ni entrar a su útero ni salir en las duchas pasadas.

Sabía que los había estado espiando, sus gemidos aunque se camuflaban entre los berridos y alaridos de su abu, no fueron ajenos a él. Eso lo calentó, por primera vez la familia completa compartía ese íntimo momento de goce, de placer, de amor, de pasión. Cuando llegó a la puerta de su mami ella estaba terminando de auto complacerse. Instantes más tarde se quedó dormida, rendida y ajena al mundo, tiempo que aprovechó para entrar no sólo en su recámara, sino también en ella, dejándola millones de regalos imperceptibles.

Regresó de los momentos nocturnos en ese mismo lecho. Se abalanzó sobre su cuerpo, se prendió a esas sabrosas tetas coronadas con esos pezones duros y calientes, bajó por su vientre en constante crecimiento y por fin su lengua se apoderó de sus amorosos labios prohibidos.

El clítoris se encontraba listo, crecido, sus labios se hallaban calientes, mojados y un poco pegajosos por la sesión solitaria.

Los líquidos fueron succionados y lamidos, cada parte de carne expuesta besada, lamida, mordida cariñosamente, el perineo repasado múltiples veces preparando la sesión de hoy, de nuevo lo intentó, toda la longitud de su lengua se internó entre los pliegues de sus benditas y carnosas nalgas. Ya eran varios los intentos por ensartarla analmente, pero hasta ahora no había podido llegar a traspasar el límite impuesto por el poco uso sexual. Cada que él intentaba algo, apenas era soportable para ella la intrusión, cada intento parecía cerrar más esos pliegues que lo separaban de la gloria.

Por muy pesado que tuviera el sueño, un intenso dolor era suficiente para despertarla por completo y llevar toda la situación a situaciones inciertas, mismas que no deseaba provocar, sabiendo que al final le podría demostrar su profundo amor que los llevara a disfrutar mutuamente, sólo era cuestión de paciencia.

La haló un poco para subir sus piernas lo suficiente como para tener acceso a su bien cerrado y prieto culito que se negaba a ser atravesado por la verga filial. Por muy hijo que fuera, era la última frontera que se le negaba.

Volvió a la rutina, con el lubricante ahogó sus dedos para internarlos en su anito, introdujo uno y luego de unos minutos comenzó con el segundo. Apenas si la punta del segundo podía entrar, los quejidos de Clara se empezaban a escuchar, los párpados se arrugaban y su cuerpo era más difícil de manipular ya que ella hacía movimientos de escape ante la intrusión.

De nuevo volvió a rendirse, untó algo de vaselina a modo de bálsamo entre los pliegues, besó varias veces ese cerrado hoyito, cerraba las piernas de ella, aprisionando su cabeza entre esos pasmosos muslos, sintiendo esa misma y primera sensación del mundo exterior al nacer.

Era demasiado para él, con el resto de los productos en sus manos los aprovechó masajeándose su desesperado pistón, éste como la concha de su mami se encontraban encharcados de fluidos propios. Deseaba sentir la piel de sus piernas, los pliegues de su negado culo, el tibio aliento de su boquita, todo ello sobre la piel de su glande, de su tronco, de su escroto, pero ya no podía soportarlo más. Necesitaba volver a entrar, sentir ese calor que la calmaba y lo desesperaba simultáneamente.

No lo pensó más

Lo llevó hasta la entrada y se introdujo de un sólo empujón de cadera, le quemaba por dentro y por fuera, la sensación destruía cada pizca de cordura que pudiera tener. Era como tener una comezón desesperante que necesitaba rascar, rascar con el interior de su madre. Embalsamar con sus fluidos, adormecer con su perfume de hembra fértil, y descargar esa quemante carga de ADN que tantas veces había entregado.

Las acometidas eran intensas, rápidas, profundas, exasperantes. El roce de ambos sexos irradiaba olores propios de un afrodisíaco.

Los movimientos rápidos comenzaban a mover el cuerpo de Clara, los plops y plas de las pieles chocando entre sí, los blorps de ambos jugos genitales salpicando y lubricando el amor físico de un hijo por su madre eran cada vez más audibles, más violentos. La resistencia de Leo estaba llegando a su límite. Su visión ya era borrosa y le faltaba el aliento.

De pronto, un inconfundible grito lo detuvo en seco.

-¡Qué estás haciendo, Leo!

El susto fue enorme, tanto que lo llevó a terminar copiosamente de manera inesperada. La cantidad mermada por tanta actividad no fue obstáculo para que el placer avasallara al miedo de las consecuencias.

-¡Deja de estar haciendo travesuras y regresa a hacer tu tarea!

El sudor frío lo recorrió, así como una pequeña corriente eléctrica por toda su espina dorsal. Había quedado sobre ella, mirando a la almohada sólo sosteniéndose apenas para no aplastarla con su peso. Se incorporó un poco y la vio. Seguía dormida, su cuerpo perlado por el sudor de ambos la hacían ver más luminosa que de costumbre tras impactarse los rayos del sol sobre ella.

La explicación más aceptable era que el fuerte ajetreo le había provocado a ella el que su mente se confundiera entre la acción real y la continuidad lógica del sueño en el que se encontraba.

Mareado por el esfuerzo, salió de su interior, se sentó al pie de la cama y con sus manos acarició los pies de su progenitora suave y cariñosamente, más como un acto para relajarse a sí mismo que como una forma de cariño, esto mientras que se recuperaba.

Una vez repuesto, volvió a la rutina, con un paquete de toallitas húmedas limpió cada poro de su piel lo mejor que pudo, perfumó el cobertor con algo de aromatizante en spray y la volvió a vestir con las mismas prendas a su amadísima madre.

La arropó bajo las sábanas y la dejó descansar con la puerta abierta para que el perfume sexual se diluyera al escaparse al resto de la casa, a final de cuentas, el olor a sexo cada vez se hacía más natural al interior de ese hogar.

Al llegar su abuela, Leo ya tenía la comida servida, serían las cinco de la tarde y la casa se encontraba impecable, no es que necesitara mucho arreglo, pero debía darle una vista aceptable para justificar el estado de su mami.

-Hola abu, ¿cómo te fue?

-Si no fuera esta la situación, te contestaría que perfectamente. Sin embargo, no fue así.

-¿Y eso?

-A pesar de que me pagaron, a pesar de que no tuve contratiempos en la secretaría, a pesar de que no tuve ningún problema y a pesar de toda la buena suerte que tuve al encontrar tantas ofertas en el supermercado. ¡Fue increíblemente agobiante! Todo el día me ha estado palpitando la panochita, cada tanto tenía que atenderla.

Es insufrible, ¿qué me has hecho que no puedo quitarme este ardor? Es como si llevara una picazón continua que sólo tu leche y tu verga me pudieran calmar.

-Sólo lo que me es natural. Amarte hasta el extremo, en todo tiempo y en todo lugar. Somos uno divididos por el tiempo y por las circunstancias.

-¡Por favor! ¡Ya no lo soporto! ¡Métemela ya!

-Primero comamos, tengo mucha hambre.

-¡Eso puede esperar!

Rocío se recogió la falda e intentó bajar sus bragas, pero su nieto se lo impidió. No porque no quisiera, sino por tres razones. La primera era que se encontraba exhausto y le era imposible para ese momento lograr una erección decente; La segunda era que no había probado alimento en un buen tiempo, y; la tercera era que su abuela se daría cuenta del olor materno del que todavía no se libraba.

Su abuela no cedía, por lo que Leo se arrodilló ante ella y bajo con lentitud sus bragas, encargándose de masajear la zona muy bien antes de quitar la prenda. Una vez que las retiró por completo, introdujo la punta de su nariz entre los labios encharcados de efluvios, inundando sus cavidades nasales con el olor de hembra madura y necesitada de verga.

Tras esa pequeña libertad, envió a su experta lengua y ávidos labios a satisfacerla.

De vez en cuando bajaba hasta las rodillas, lamiendo cada parte de piel en el camino, en tanto sus dedos se introducían buscando esas protuberancias nerviosas en la intimidad de su vagina. Las manos de Rocío necesitaban agarrar la cabeza de su nieto. Las piernas por momentos flaqueaban y dejaban de sostenerla. Sabía lo que necesitaba, pero debía obedecer a su cogedor en todo, por más que se quemara por dentro.

Fue un combate extremo, clítoris contra lengua, los cuatro labios vaginales contra los dos bucales, fluidos vaginales contra saliva. La pelea fue reñida, pero el ganador arrasó. La salvaje gruta incestuosa ganó un intenso orgasmo y perdió la pelea completamente bañada en sus caldos.

Comieron ya más tranquilos, pero no así calmados por completo, la lujuria seguía a flor de piel, sin embargo las actividades hogareñas y el cansancio acumulado los dejó estáticos en sus respectivos dormitorios.

A la mañana siguiente, Clara salía del baño después de la micción matinal. Mientras veía que su madre bajaba silente las escaleras.

La siguió sin dejarse ver, desde el pie de las escaleras pudo verla arrodillada en el suelo, pegada a la pelvis de su nieto, era obvio que había devorado la verga de Leo. El movimiento de atrás hacia adelante era inequívoco, la mamada mañanera de la tierna abuela quería extraer por sí misma la leche fresca y espesa, tal y como le gustaba.

Leo debía sujetarse de la mesa con una mano por la violencia de su abu al cabecear. No duró mucho, en un momento él había sujetado con la otra mano la cabeza de ella, pegándola lo más posible a su pubis, entregándole toda su carga láctea en esa boquita de zorra lechera que tanto le hacía disfrutar.

En veces anteriores la llegaba a guardar en su boca, la saboreaba lo suficiente y la vertía sobre una taza, para luego agregarle un sabroso café o su preferida, leche de vaca. Podía diferenciarla de la de Leo por su espesor y color. Hervía por dentro de solo ir por la cocina, haciendo, hablando y bebiendo su mezcla láctea enfrente de su hija, quien ignoraba la delicia de desayuno que ella podía darse a expensas suyas. Mientras ella alimentaba a su hijo, ella podía alimentarse de su nieto.

Rocío se descorchó, su rostro completamente rojo y casi sin aire era la visión perfecta para él. Todavía con su glande podía recoger las gotas escurridizas que podían escapar o que ya no podían ingresar a la boca de su linda y tierna abuela y llevarlas a las comisuras de los labios para que ella con su lengua pudiera aprehenderlas y reclamarlas como premio a tan exhaustivo amor. Enteramente satisfecha y feliz se erguía y bamboleante llegaba hasta una silla, se sentaba y lo llamaba para que ella pudiera seguir pasando su desinflada pija sobre su cara.

Sostenía con el pulgar y el índice y hacía como si de lápiz labial se tratara pasando el glande por los labios, depositando las últimas gotas seminales sobre estos y humectándolos. Pequeños besos y visitas fugaces de sus otros dedos a su pucha llevaban líquidos panocheros a su pinga que le refrescaban y revivían.

Ella al ver que volvía a la acción se levantaba y sin dejar de coger esa vara caliente, se inclinaba sobre la mesa y paseaba el glande por entre la piel de sus nalgas y la parte alta de sus muslos, lo obligaba a pararse de puntas para que se apoyara en su espalda y pudiera subir y bajar ese pistón por el canal que hacía de línea divisoria a sus carnosas nalgas. Finalmente, ya sintiéndolo duro por completo, lo llevaba a su agujerito trasero y se empalaba sola, saboreando la entrada de carne y la semilla que aún guardaba en su gruta lingual.

El movimiento empezó lento y profundo, su garganta resbalaba la carga blanca para llevarla a su cruel destino.

Los gemidos imparables surgieron y ni la mano de su nieto pudieron apagarlos por completo. Los jugos de ella anteriormente depositados en esa roja pieza de placer hacían fácil la penetración anal, el tamaño de la dilatación alcanzado por ella era bastante, pues cada vez sería más importante no molestar los aposentos de su bebé tan violentamente como a ella le gustaba disfrutar.

Las embestidas aumentaron, el ritmo se volvió endemoniado, él tuvo que despegarla de la mesa para que no fuera a golpear su vientre contra ella y dañar al bebé. Los pies de Rocío se resbalaban en el piso por el charco de flujo y su aliento con olor a semen podía olerse ya en la cocina por la fuerza con la que exhalaba.

Los dos se vinieron, primero ella e instantes después él al sentir los músculos anales apretándole al entrar en ella. Se salió más por inercia al trastabillar, dejando caer un reguero de esperma de un muy abierto y palpitante culito, propiedad de una dulce abuelita.

Clara yacía en el primer escalón, incapaz de moverse y respirando todo ese ambiente cargado y oloroso a sexo.

Esa semana, cada que Rocío se perdía de vista, Clara la encontraba pegada a la polla de su hijo, ya fuera la boca, la concha o el culo, no podía pasar un día sin ensartarse por donde fuera, mientras que ella no podía despegar sus manos de su pucha, flagelándose a sí misma y deseando internamente cambiar lugares con su madre.

El colmo fue el sábado por la noche, había subido a su habitación unos minutos, al bajar pudo verlos como en el sofá su hijo penetraba a su abuela mientras que con el pulgar de su mano masajeaba su clítoris. Hizo ruido, emulando que bajaba las escaleras, pero no pudieron detenerse. Ella debía hacer acto de presencia.

-¡Qué hacen!

Leo propinó un fuerte envite que lo volvió a petrificar sobre el cuerpo de su abu. No podía parar de correrse, en tanto que Rocío había logrado tener en tiempo récord un orgasmo demoledor.

Su rostro reflejaba sorpresa y enojo, pero no por encontrarlos cometiendo incesto, sino porque deseaba ser parte de él. Su almeja estaba babeando, su panty se hallaba completamente mojada y las partes internas de sus muslos comenzaban a dejar deslizar por ellos los fluidos.

Tardaron un poco en recomponerse, de sólo percibir sus olores, pudieron percatarse del nuevo olor que se abría paso entre los ya existentes. Clara no podía ocultarlo, ya no quería ocultarlo, pero así como deseaba con todas sus fuerzas unirse a esa barbarie desesperante de amor filial, también la embargaba el miedo y la duda.

Leo se acercó a ella, la desprendió de su camiseta larga y delgada, le desabrochó el brassier y le bajó la panty hasta lanzarla por los aires. La recostó sobre la alfombra. Besó su vientre ya no tan plano, sobó esas hermosas tetas suaves como flanes y pasó varias veces su glande por sobre su monte de venus, dejando los fluidos de su abuela y de él sobre los pelos hirsutos de la majestuosa gruta que custodiaban.

Bajó el glande a la entrada, el meato de este toco el de ella antes de enfilarse completamente dentro del túnel que ya conocía muy bien.

-¡Espera!

-¿Qué sucede?

-El condón... póntelo. No podemos, no debemos.

-¿Por qué? ¿A que le temes? ¿Acaso crees que tengo algo?

-¿Y si me preñas? Sería algo espantoso.

-¿Acaso sería una carga? ¿Te pesaría igual que yo lo hice?

-¿Cómo?

-Lo sé. Cuando era pequeño... era una carga para ti. Te desesperaba que no podías volver a ser una adolescente normal, como tus demás amigas.

-No me refiero a eso, no te das cuenta de que sería algo que...

-Sí, lo sé. Sé perfectamente a lo que te refieres. Pero ten por seguro que yo no me voy a detener por eso, los querré igual. Aún si eso pasara, yo seguiría aquí con ustedes, cuidando de todos. Porque su vida no existiría de no ser por este acto, bien o mal, existiría. Y puede que ello conlleve un dilema ético. Pero para mí sólo es un acto de amor, entre ustedes y yo.

Porque más allá de esta lujuria incontenible, por esta atracción irrefrenable que me ha llevado a tener el coraje de llevar esto a la realidad. Existe un amor incontenible que es casi imposible que quepa dentro de este ser, siendo tan inmenso que tengo que hacerlas partícipes de él.

Leo no dejaba de entrar, de presionar, de embestir. El movimiento de sus caderas era lento, imperceptible, pero constante.

-Mira mami. ¿No te has dado cuenta? ¿No lo has sentido dentro de ti?

Estas tan ensimismada en el trabajo, en tus labores domésticas, que ni siquiera te has percatado de que llevas un hijo mío desde hace casi cuatro meses ya.

Siéntelo, está creciendo dentro de ti. Es parte de nosotros, es parte de este amor, de este deseo. Porque no importa como nazca. No será diferente de los demás. El que seamos madre e hijo no cambia nada, sólo aumenta un poco las posibilidades a las que todos estamos expuestos.

El mundo está tan contaminado, que ahora las posibilidades se han multiplicado para todos, cualquiera puede tener un hijo afectado de algo, todos tenemos algo. Nadie es perfecto, pero al menos, esta familia tiene algo que ninguna otra tiene. Por encima de cualquier problema que tengamos, nos queremos irremediablemente.

Nosotros nunca dejaremos de querernos, de amarnos, de procurarnos. Porque a final de cuentas: SOMOS UN SÓLO SER.

Hubo un momento en el que la abuela, tú y en gran parte yo, éramos un solo individuo, aun cuando ya éramos parte de un proyecto de vida individual. Nos encontrábamos ocupando un sólo espacio. Porque antes de que nacieras, mientras esperabas en el vientre de abu, yo ya estaba en tu interior, como un ovulo sí, pero ya existía, apenas, pero ya estábamos juntos.

Hemos compartido la vida desde hace muchos años y este es el momento en el que aun cuando ya ocupamos espacios diferentes, es ahora cuando volvemos a unificarnos en una sola entidad, ya no biológica, sino familiar, mental, amatoria.

Son de las pocas mujeres que pueden llegar a presumir que ustedes mismas hicieron literalmente a su propia familia. Este pene que está en tu interior es tuyo, tú lo fabricaste y me lo diste. Todo lo que es, todo lo que contiene lo hiciste y guardaste en este mismo lugar al que vuelve. Toda la leche que fabrico lo hago con los testículos que tú me otorgaste, todo es tuyo, nada es ajeno a ti, y si me dejas demostrártelo, siempre estaremos unidos.

-Yo no estoy segura. Tengo miedo de que...

-No te preocupes hija. Todos estamos aquí, no es necesario que te contengas, esta atracción no es más que el reclamo de la carne que se extraña.

Hasta que el tiempo disponga, seguiremos juntos.

-¡Síííí!

Continuará...

Reitero mi agradecimiento a todos los que me leen, a sus valoraciones tan preciadas y a su apoyo continuo.

Espero que sea de su agrado, el borrador ya estaba publicado desde ayer en mi blog, pero este es el que publico aquí, más no la versión final.

Muchas gracias a todos, estén pendientes de mis próximas publicaciones.

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