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Adictas al embarazo

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Clara es una mujer de 34 años, aproximadamente 1.67 de altura, esbelta de cuerpo, y muy ocupada con su trabajo. Es contadora pública al igual que su madre, con la cual vive aún a su edad junto con su hijo Leonardo (Leo), quien cursa la universidad.

Su hijo es un poco más alto que ella, fibrado de cuerpo sin exageraciones. Desde que Clara se quedó embarazada a muy temprana edad, su vida ha girado en torno a su hijo, la escuela y posteriormente a su trabajo. La reprimenda por parte de su madre Rocío, la había dejado traumatizada.

Y es que para Rocío, había tenido que dejar de lado todas sus aspiraciones cuando el patán que la había llevado a una fiesta de la universidad la embriagó hasta dejarla inconsciente y embarazada. Aun así, ella era una milf en toda regla, una mujer preciosa, aunque bastante recatada al vestir. Todavía seguía siendo fértil y bastante deseada por colegas y clientes, sin embargo su amarga experiencia la habían cerrado a la sexualidad.

Ellas siempre tenían que trasladarse de la pequeña comunidad en que vivían a la ciudad próxima en donde realmente desempeñaban su vida laboral, para después regresar a la apacible y modesta casa que rentaban desde hacía años.

La noche que inició todo, Clara apenas había terminado el trabajo que la tuvieron sin dormir los días pasados, fue a la cocina a prepararse un té, para después tratar de relajarse viendo su telenovela nocturna, la cual tenía muy abandonada.

Debido al cansancio acumulado y a la caliente y relajante bebida, terminó por dormirse en el sofá de tres plazas que se encontraba frente al televisor.

Su sueño de por sí era pesado por naturaleza, pero también por ésta última, despertó algo confusa y con muchas ganas de orinar. Se dirigió al baño en el segundo piso lo más aprisa que le permitía su cuerpo adormilado y deseoso de regresar a dormir.

Terminada la urgencia, se dirigió hacia su cuarto el cual se encontraba pasando el de su hijo Leo, y había abierto la puerta de su habitación, cuando un fuerte gemido la distrajo. Parecía provenir del cuarto de su madre al final del pasillo. No podía creerlo, después de tanto tiempo y sobre todo, de tanta disciplina de trabajo y recato, ella, su propia progenitora, para quien su existencia era un error que le había costado sus sueños, por fin le había valido todo y metido a un extraño a la casa.

Sería mentir si se dijera que el primer pensamiento que llegó a su mente fue el ruido que podría despertar a Leo, mismo que idolatraba la figura de su abu, como él siempre la llamaba. No. Lo primero que pensó fue en los fluidos que empezaban a depositarse en su panty, la cual resguardaba esa peluda y casi virgen panocha que ahora perfumaba todo el ambiente a su alrededor.

Se acercó sigilosamente, los gemidos iban en aumento y su nerviosismo aceleraba su corazón, lo cual era provocado por el espionaje improvisado de las correrías nocturnas de su madre. La luz del cuarto se filtraba por debajo de la puerta, además de no estar cerrada, lentamente la abrió un poco, sólo lo necesario para poder ver y escuchar mejor. Lo que oyó fue una bomba emocional que no se esperaba para nada.

-Ah, agh, ah, ayyy, síí, ¡sigue, por favor sigue! Ah, ayyy, ah, aughhh.

-¡Vamos abu! ¡Eso, así! Aprieta más abu, muévete más, sí. ¡Qué delicia!

-Ah, no tan rudo, agh, ten cuidado con el bebé, aaayyy.

El plas plas de sus carnes chocando se escuchaba como acompañamiento a los gemidos y bufidos de ambos. De pronto el golpeteo de los cuerpos se dejó de escuchar y Rocío le comenzó a reclamar.

-No te detengas, sigue por favor, ya casi llego.

-Lo siento, pero no has hecho ni dicho nada de lo que te ordené, te aprovechaste de lo rica que estás para que se me olvidara, por eso me voy abu.

-No...

-Entonces, ¿harás lo que te pedí?

Leo acercó su miembro a los labios de su abuela, evitando que pudiera haber cualquier tipo de roce entre ellos, volvió a pasarlo de nuevo, tratando ahora de que el sentido del olfato de Rocío aspirara el olor mezclado de ambos sexos expeliendo de ese instrumento de carne, dejando finalmente que lo saboreara un poco. Por fin acercó sus labios a los de ella, haciendo una finta de besarla y en su lugar lamió su mejilla en la parte que todavía no se manchaba de su corrido maquillaje que bajaba a causa del exceso de sudor y lágrimas derramadas, tal vez producto de la lloradera previa, precisamente había sido por fin desflorada de su culo virgen por su querido nieto.

Los labios de Rocío tremulaban, signo evidente de su indecisión, por último, él la incorporó para tenerla de pie mirándole fijamente a los ojos y sin que se diera cuenta, empujar sus caderas lo suficiente hasta rozar su glande de su verga por la pegajosa piel de su vagina bañada en fluidos.

-No hagas eso por favor, sólo sigue, yo, yo...

-Dilo o me iré, creo que no es como me prometiste, tendré que seguir con ya sabes quién.

-No, ya te dije que no te aproveches de ella, y más ahora que...

-Última oportunidad.

Leo introdujo sólo la punta, talló lentamente el glande en su entrada goteante y penetró sólo un poco más para que saboreara su segunda boca de lo que se estaba perdiendo, y obligarla a que cediera a su deseo y poseerla completamente. No sólo quería tener poder sobre su cuerpo, sino también sobre su mente y lo más importante, sobre su voluntad.

-Soy únicamente tuya y para siempre...

-Y, ¿qué más? (en susurro), ¿vas a seguir obligándome a usar esa cosa tan horrible de nuevo?

-No, ya nunca te obligaré a usarlo, siempre será a pelo.

-¿y te atreverás a utilizar algo que vaya contra mis deseos?

-Jamás. Nunca usaré de nuevo ningún método anticonceptivo, todos y cada uno de mis óvulos que aún posea se convertirán en nuestros futuros hijos... Por favor, sigue, ya no puedo más.

-Falta lo último, dime, ¿acaso te estoy obligando o lo haces por tu propia voluntad?

-Es mi deseo que así sea... ¡Ya por favor! (Leo negó con la cabeza, indicándole que faltaba lo más importante).

-Tú eres mi dueño, mi macho, mi nieto y el único cogedor que necesito.

-¿Era tan difícil?

-Yo... Yo...

No le dio tiempo a contestar, se introdujo en su interior abruptamente y levantándole su pierna izquierda, el ritmo de sus caderas era infernal al principio, para después levantarla totalmente en ancas. En tanto ella había aprovechado para atrapar a su hombre con brazos y piernas, convirtiéndose en una enredadera humana, evitando que se pudiera escapar. Pasaron a una lentitud pasmosa, pero con mayor profundidad en la penetración. Este ciclo de cambiar las velocidades de la cogida se repitió en varias ocasiones, deteniéndose apenas antes de que ella pudiera alcanzar el clímax en cada ocasión.

Volvió a detenerse en las profundidades de ella, sacándosela rápidamente. Rocío creyó que volvería a torturarla con lo mismo, sin embargo, no fue así. La sentó en la cama, con las piernas sobre el suelo y empujando su torso sobre el colchón, enterró su lengua en su intimidad, a veces ayudada por dientes y labios, la llevaba de nuevo a escalar el punto sin retorno del orgasmo para detenerse en seco. Rozaba de manera apenas perceptible con su pulgar el clítoris, desesperándola. Sentía esa sensación irritable de estar al filo de todo, quedándose en el limbo.

Iba a volver a protestar, pero antes de poder hacer sonido alguno, él la sujetó de los pies, levantándoselos en el aire para echar sus pantorrillas al hombro y detener el peso de sus piernas, para insertarse de nuevo en su caverna líquida. El vaivén demencial la hizo poner su mente en blanco, toda la existencia a su alrededor se desvanecía, únicamente existía el placer. Los gemidos se hicieron música, el plaf plaf de sus carnes indicaban el ritmo de su éxtasis. Volvió a detenerse una vez más y Rocío ya no lo soportaba.

-¡Por favor, ya no me hagas esto!

Leo colocó las piernas de su abu en su cintura, una a cada lado, se inclinó sobre su cuerpo y apoyándose sobre el colchón, agarró su teta y se la llevó a la boca, chupo con fruición, dobló su cuerpo lo necesario para reiniciar la cogedera y no soltar su presa de la boca. El reinicio fue un poco lento hasta que el ritmo fue tal que Rocío tenía que agarrarse de lo que fuera para que los embistes no la fueran alejando del alcance de esa tranca que tanto placer le brindaba y no se perdiera la profundidad con la que llegaba, ya que la aventaba de a poco cada vez que entraba en ella.

Ahora sí, su venida fue bestial, los sonidos guturales e ininteligibles parecían uno sólo, su garganta se desgarraba a causa del grito final que lanzó al sentir el potente chorretazo de esperma abriéndose paso por su cérvix y encontrar el espacio saturado de una incalculable cantidad de semen de esa noche y de los días pasados, y por supuesto, del embrión que crecía en esa cámara de lujuria.

Leo a pesar de sentir una sensibilidad pasmosa, se obligaba a seguir el mete y saca lo más posible, tratando de que las caderas sin control de su abu no lo sacaran de esa gruta que ya le pertenecía. Sin embargo, el descontrol de sus propias caderas, y la intensa explosión de sensaciones e hipersensibilidad, la llevaron a perder el contacto, sus glúteos y piernas ya no la obedecían, había algo en su interior más fuerte que le hacía perder toda respuesta motriz, el éxtasis era tal, que le hizo perder el conocimiento mientras lanzaba un chorro líquido por su concha.

Se derrumbó junto a ella, y a pesar de no estar consciente, varios de sus músculos tremolaban casi fantasmagóricamente.

Pasaron unos minutos y volvió en sí. Leo trataba de tocar su panocha encharcada, pero cada que lo intentaba instantáneamente su pelvis se contraía en un espasmo huyendo del contacto. Estaba hipersensible, babeaba un poco, y todo el maquillaje que se había aplicado se encontraba corrido en todo su rostro. Al ver las reacciones que tenía, no le quedó de otra que conformarse con caricias leves sobre sus erectos y también hipersensibles pezones, sobre su piel, sobre su rostro y cabello.

Afuera de la habitación, Clara estaba toda pegajosa de las piernas y panocha. Sus dedos se encontraban ahogados en flujo y su boca no podía detener la saliva que se le había escapado en su estruendosa venida. Fue una suerte que los sentidos de su madre e hijo se encontraran completamente obnubilados por su propia corrida y no escucharan el agudo chillido de ella, esfuerzo casi infructífero de querer ahogar un sonoro grito de su placentera acabada.

Se fue a su habitación graciosamente, pues caminaba todavía con las pantys en sus muslos, parecía que cada fuerza restante en su cuerpo se le iba en huir de la escena antes de ser descubierta.

Despertó a las nueve de la mañana, se oían voces provenientes de la planta baja, se levantó y vistió con una bata gruesa que utilizaba para el invierno. Se sentía sucia y pegajosa, pero sobre todo, a donde se dirigiera la seguía el olor inconfundible a concha, a hembra recién corrida.

Quiso meterse a bañar ates de bajar, pero el rechinar de la puerta del baño la delató. Inmediatamente la voz de su madre le pedía que bajara sin dilación.

-Clara, hija. ¿Ya terminaste las declaraciones de la señora Pérez y de la abarrotera?

-Sí mamá, están sobre la mesa del teléfono.

-No las veo, baja antes de que entres al baño, necesito que me las des porque ya me voy a la secretaría.

Para sus adentros, Clara recordaba las imágenes de la noche anterior, los sonidos y los olores embriagantes de sus sexos. En voz baja, casi entre dientes, enojada y temerosa de que pudieran descubrir su espionaje, se decía: “Que te las dé, bien que le diste las nalgas a mi niño y encima...”

Bajo lentamente, pero tuvo que apurarse ante la arenga de su madre que la apuraba en la puerta de salida.

Pasó por enfrente de Leonardo y se abocó en la búsqueda de los papeles. Sabía que los había dejado en esa mesa, pero tampoco los encontraba. No podía ser, todo su trabajo y el dinero del mes estaba en esos papeles. Recogió el largo cabello que le estorbaba en la cara al agacharse y ver si no se habían caído.

Fue a la pequeña sala y los encontró en el sofá. Los acomodó bien en sus respectivos folders y los entregó a su madre.

Roció salió apurada a la cochera, Leo se ofreció a abrir el portón de la cochera y salió tras ella. Clara se disponía a subir al baño y tomar un buen regaderazo, cuando le pareció escuchar un gemido casi apagado. Se acercó a la puerta y los vio, su niño tenía a su abu atrapada entre el auto y su cuerpo, le había levantado la falda de tubo que llevaba, dejando a la vista unas señoras bragas de encaje y transparencia, nada que ver con las pantaletas que en muchas ocasiones también le había tocado lavar de su madre. Leo metió la mano en la pendra e introdujo unos dedos en aquél chocho, un pequeño respingo delató su aún sensible coño.

-No, por favor no, todavía sigo muy alteradita. Mejor espera, no hagas que me vuelva a mojar, voy a ir oliendo feo.

-Al contrario abu, ojalá siempre pudiera oler tu perfume más natural.

Sacó los dedos apenas húmedos, los llevó a su boca y los pintados labios fueron humedecidos por sus caldos íntimos. Parecía brillo labial, lo cual no duró mucho, pues ella se los relamió enseguida, ya se había acostumbrado a saborear sus efluvios y empezaba a disfrutar de ello.

Se hincó enfrente de ella, besó su monte de venus y bajó la falda. Al levantarse aprovechó para asir la mano derecha de su abu y llevarla a su entrepierna.

-Trata de no tardarte abu, vamos a estar esperándote siempre así.

Leo llevaba una erección considerable, manejó la mano de su abuela para que no sólo la tocara, sino que recorriera toda su longitud, cerrara la palma alrededor del enhiesto falo y sopesara las grandes bolas recargadas de más leche.

Rocío se zafó y se subió al coche. Lo arrancó y salió en cuanto su nieto dejó abierto el portón por completo. Antes de enderezar el auto sobre el camino, con sus pupilas dilatadas y mordiéndose el labio inferior, volvió a echarle un vistazo a Leo y luego arrancó a toda prisa, como queriendo huir, para no bajarse a pecar en plena calle.

Clara volvió a mojarse, su instinto materno le recriminaba el estar cayendo en la lujuria, en el deseo, en el pecado. Se aterrorizó de pronto, se vio sola con él, deseaba que ya se fuera a la clase de las once en la universidad como lo arcaba su horario, pero aú faltaba tiempo. Corrió escaleras arriba antes de que su hijo terminara de cerrar el portón y se encerró en el baño, cerrando con seguro.

Estaba ya dentro de la bañera, esta era rodeada con una mampara semi transparente de color rosa, pero antes de poder abrirle al agua caliente, se espantó al llamado de la puerta. No podía ser otro que Leo.

-Mamá, perdona que te moleste, pero es que ya no puedo aguantar más, déjame entrar al baño, que me voy a hacer encima.

De repente los recuerdos se agolparon en su mente, lo primero que rememoró fue la primera vez que de pequeño llegó una noche a su cuarto porque se había hecho en la cama. La vez que había aprendido a ir al baño sólo y la vez que había prorrumpido en su cuarto para dormir esa noche con ella por miedo al monstruo de abajo de la cama.

Salió de su micro templo con el siguiente llamado a la puerta.

-Vamos mamá, por favor.

Salió de la bañera tan únicamente vestida con la panty, quitó el seguro y se metió rápido a la bañera, apenas tuvo tiempo de cerrar cuando por fin Leo entraba al baño. Por la mampara pudo ver como su hijo extraía su miembro al tiempo que ella abría la llave del agua, haciéndola lanzar un pequeño alarido del susto al sentir el frío del agua sobre su piel.

-¿Estás bien mamá?

-Sí, es sólo que está muy fría el agua.

Clara se quedó absorta en su pene, el agua se empezaba a calentar y fue cuando abrió el agua fría para atemperar y que se dio cuenta del olor, todo el baño apestaba a panocha materna. A una concha que había exudado fluidos al espiar como follaban sus propios madre e hijo, abuela y nieto.

-Como que huele raro mamá.

-¿Cómo a qué?

-No tengo idea.

-Ha de haber una fuga en la base del excusado, o tal vez se necesite purgar el desagüe.

-Eso debe ser.

Leonardo salió una vez se lavó las manos, en tanto Clara no podía apartar sus manos de su gruta, primero al tratar de opacar el olor lúbrico, y una vez fuera su hijo, porque la sensación de su piel le era necesaria, su mente había escaneado cada milímetro de la tranca de su hijo, su glande cabezón, el tronco grueso y algo largo, aunque debido a la mampara, sólo se había percatado de la silueta, más tuvo que reconstruir la imagen completa de lo visto en la madrugada. Las venas saltadas, el color violáceo del glande, los pelos hirsutos cubriendo esas bolas grandes y pesadas, seguramente ya se habría recargado, ya traía dentro toda esa leche con la que quería regar el interior más profundo de su útero.

No lo podía creer, su lubricidad le había ganado a su instinto de madre, aquella fuerza que era superior a cualquier otra en el universo, había perdido ante la real fuerza de la existencia, la lujuria, la fuerza originaria de la vida. Fue increpada por aquella madre en su interior, la cual estaba horrorizada, pero tal vez no tal vez sólo eran las últimas defensas antes de caer.

Trató de que predominara el agua fría para poder volver a su centro, a su vida de madre abnegada y buena, y lo estaba logrando, cuando de su interior sintió caer una plasta que resbalaba primero por sus labios vaginales, para deslizarse con el agua por sus muslos hasta llegar a sus pies y fugarse por la coladera. Se preguntó qué era eso. Irónicamente se respondió a sí misma, que muy posiblemente era el tapón de su olvidada castidad después de un hijo.

Tardó bastante bajo el agua, lo suficiente para quedarse sola en casa. Tras vestirse, fue a la cocina a prepararse el desayuno.

De la noche a la mañana, toda su vida había dado un cambio completo de trescientos sesenta grados. Se encontraba finalizando su desayuno, y entonces lo pudo sentir, el estómago lo sintió un poco revuelto, sintió unas agruras bastante fuertes y por último, no pudo detenerlo, todos sus alimentos regresaron de su estómago al piso.

Continuará...

Muchas gracias por llegar hasta aquí.

(9,24)