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Ángel de Florencia 3: Diosa de porcelana. Mi primera esclava

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Ha pasado ya algún tiempo desde que sané por completo.  La cicatriz es apenas perceptible, y ya no duele. No me quedan marcas. Últimamente se obsesiona mucho con que mi piel esté perfecta.

Mi pasado antes del accidente es un recuerdo borroso y lejano. Su presencia lo ha desterrado todo. Su piel blanca, su fuerza bestial, sus ojos, verdes y venenosos.

Mi hermano gemelo es un auténtico monstruo, y de una forma u otra, la gente lo percibe, lo siente bajo la máscara que es su rostro angelical y su cuerpo perfecto, sensual como el diablo.

Y yo... Yo no concibo más vida que la que él me ha devuelto. Allessandro ha nacido para ser amo y señor absoluto; donde yo me sumí en una depresión autodestructiva, él se alzó con furia, orgulloso y altivo, dispuesto a imponer su voluntad sobre todo y todos. Yo era de su exclusiva propiedad, el fin que justificó todos y cada uno de los medios. Volver por mí siempre fue el plan, y el accidente solo precipitó las cosas.

Un día, desperté al sentir sus dedos en mi espalda. Siempre duermo desnuda, sabiendo que mi cuerpo le tienta. Me enorgullezco de esos momentos en los que parece perder el control de la situación por un momento, donde lo único que existe soy yo, y su deseo y su hambre.

"Vístete. -Dijo- Hoy vamos a salir."

Elegí un vestido negro corto y con mucho vuelo, de tela fina y resbaladiza. Era uno de sus preferidos, muy suelto, lo dejaba todo muy a mano. Tenía curiosidad por saber dónde me llevaría. Elegí unos tacones de aguja bien altos; quería quedar lo más pareja posible con su altura y que mis piernas luciesen lo más apetitosas posible. Nos gusta jugar con nuestro increíble parecido en los lugares públicos. Vayamos donde vayamos la gente nos mira. Es gracioso.

Cogí un par de medias de liga de encaje listado, y un liguero minimalista con detalles florales. Decidí no ponerme braguitas, por si en algún momento, Allessandro me plantaba una mano en el culo. Se daría cuenta y no podría dejar de pensar en ello. O me levantaría la falda como por descuido un instante para torturar a un jovencito con cara de virgen. Sea cual fuere el resultado, sería divertido. Me maquillé con esmero.

Cuando salimos, un taxi nos esperaba ya en la puerta. Él le dio las instrucciones al conductor y se sentó detrás conmigo.

Ya se había dado cuenta de sobra que no llevaba nada debajo. Se pasó el largo camino manteniendo una conversación banal y distraída con el conductor, mientras yo fingía interés en mi teléfono, cada vez más mojada por la forma en que me tocaba bajo la falda.

El taxi nos dejó en la puerta de un hotel muy exclusivo del centro. Cruzamos el vestíbulo a paso ligero y tomamos el ascensor. Presionó el botón a la octava planta y las puertas se cerraron. Se me pegó por detrás y su mano derecha se abrió paso bajo mi falda, la izquierda por mi estómago, sobre el vestido. Estaba de un humor excelente.

-Estás perfecta, Bianca. -susurró- Tengo un regalo para tí. Han tardado más de lo que pensaba en dar con lo que ordené, pero confío en que te guste.

Me giré a mirarle y me zampó un buen beso, rozando apenas con los dedos allí abajo.

-Y el detalle de las bragas ha sido espectacular. Casi me dan ganas de cambiar el plan y follarte aquí dentro a siete pisos de altura.

A mí no me sonaba mal, pero me soltó tan tranquilo dejándome con las ganas, justo un momento antes de que las puertas se abrieran. Salimos al pasillo de la octava planta y llegamos a nuestro destino: una habitación enorme al final del pasillo.

Con un movimiento rápido, pasó la tarjeta por el lector y la puerta se abrió.

La habitación era realmente preciosa. La decoración era antigua y recargada, la alfombra gruesa y mullida. La cama era una maravilla adoselada, con gruesos postes de madera tallada y llena de almohadones. Y al oírle chascar los dedos, una joven vestida de doncella victoriana apareció desde una puerta lateral.

-Tenemos hasta una sirvienta?

-Tienes. Es tu regalo. Puedes hacer con ella lo que se te antoje. No va a negarse a nada -recalcó el nada con cierto énfasis-.

Cambió uno de los sillones de posición y se puso cómodo mientras yo miraba a la (mi) doncella sin dar crédito.

Era muy hermosa. Enormes ojos azules y un largo cabello castaño, sujeto con una diadema y la cofia. Unas formas voluptuosas y agraciadas bajo el uniforme de época. Nos miraba a los dos con esa expresión que conozco tan bien. Dos gemelos casi idénticos, pálidos, de pelo muy negro y ojos muy verdes. Debíamos resultarle tremendamente atractivos.

Su mirada encontró la mía, y agachó la cabeza. Parecía nerviosa, deseosa de agradar, con las manos cruzadas sobre el regazo. Me gustaba aquel rostro inocente, dispuesto a obedecer.

-Desnúdate -le ordené con el tono seco de mi hermano- fuera todo. No puedo ver bien mi juguete con tanta ropa.

Me quite los tacones y los dejé a un lado, y me senté (o más bien me dejé caer) en la mullida cama. Ella se desabotonó el vestido y dejó que bajase hasta el suelo, resbalando por su sedosa piel blanca, manteniendo la mirada baja.

Un cuerpo menudo y frágil, con unos pechos enormes y un bonito culo redondo. Era la imagen misma de la indefensión, sumisión completa, de la que despierta un hambre atroz. Deseaba someterla por la fuerza, morder esa piel preciosa y suave, hacerla gemir y retorcerse, jugar con ella, hacerla suplicar.

-Es toda tuya -susurró Allessandro desde su sillón, complacido por mi expresión- Diviértete.

Me gustaba mi regalo. Me sentía como un Allessandro en miniatura.

Decidí empezar por examinar su largo cabello castaño. A un gesto mío, se acercó a la cama. Me alcé lo justo para quitarle diadema y cofia a la vez, saboreando el ligero perfume que desprendía. Vainilla. Un aroma cálido, pegajoso y dulce. Toda ella olía como un pastelito.

Su larga melena llegaba hasta la mitad del trasero, tenía esa clase de pelo que podrías pasarte la vida trenzando, sólo por jugar con él. Se escurría de entre los dedos. Bajé las manos hasta su culo, tierno pero firme. Maravilloso al tacto.

Miré a mi hermano. Reclinado en el sillón, disfrutaba de lo que veía.

No estaba muy segura de lo que él esperaba ver, así que me centré en ella, mi frágil doncella. Su rostro era encantador, aún con los nervios. De su culo, mis manos ascendieron por sus caderas, por sus costillas, hasta sus enormes y redondeados pechos. Por el tacto, aquellas dos bellezas eran naturales.

No se movía, dócil y obediente.

Apoye la palma de mi mano entre sus pechos buscando el latido de su corazón, que traicionaba toda la calma que mostraba. Mantuve la mano allí y muy despacio, me acerqué a uno de sus pezones, lo justo para lamerlo un poco, y regodearme en cómo se le aceleraba el pulso.

Mi encantadora sirena tomó aire, y me miró con ojos brillantes y las mejillas arreboladas, casi en trance. Una de sus delicadas manos presionó la mía contra su corazón, que latía cada vez más fuerte.

Tras un par de vueltas con la lengua, presioné ligeramente con los dientes y ella soltó un pequeño gemido ahogado, realmente adorable.

Con la mano libre, bajé hasta sus muslos, notando como el mínimo roce la tensaba y la excitaba más aún.

-Bianca... -la voz de mi hermano me sacó de mis pensamientos, no lo había oído moverse, pero había sacado un maletín de alguna parte y lo estaba abriendo sobre la mesilla-

Hay de todo aquí, por si quieres probar.

El maletín estaba lleno de juguetes: grandes, pequeños, lisos, de formas extravagantes... Y había un rollo de cuerda trenzada y negra.

A mi orden, ella se arrodilló en la cama, y le até las dos manos juntas pasando la cuerda por una anilla de metal que había en el centro del dosel. Me saqué el vestido por la cabeza y me pegué a ella desde atrás. Con la mano izquierda estrujé su seno, Y la derecha bajó por su vientre, por su pubis. Empecé a masturbarla con un sólo dedo, muy lentamente sintiéndola temblar contra mí. Rozaba apenas su clítoris, aprovechando sus propios flujos, y ella trataba de respirar hondo y no hacer ruido, pero el corazón le iba a mil y sus pequeños gemidos me excitaban muchísimo. La incliné hacia delante y cogí uno de los juguetes del maletín, un potente vibrador a control remoto. Primero lo deslicé sin problema por su encantador conejito, estaba mojadísima. Se lo metí por detrás, y le arrojé el mando a Allessandro. Seguí jugando con su clítoris, y mi hermano activó el juguete, que empezó a zumbar dentro de su culo.

Mi sirena preciosa, con las manos atadas, se encogió sobre sí misma intentando resistir, hasta que la penetré con otro de los juguetes y lo encendí a plena potencia. Ahí se arqueó con violencia contra mí, gimiendo sin control con una voz deliciosa.

Tuvo un primer orgasmo repentino, saturada por ambos lados a la vez, mientras le mordía el cuello. Los aparatos eran tan potentes que podía sentirlos vibrar contra mi estómago.

Ella ardía. Su frente se perló de minúsculas gotitas de sudor, que resbalaron por su fino rostro y se deslizaron entre sus magníficos pechos. Los vibradores seguían activados, y ella se retorcía como una serpiente, aferrándose a sus ataduras. Me miró con los ojos acuosos, justo antes de correrse de nuevo, con un gritito agudo. Se le aflojó el cuerpo y se dejó caer a peso todo lo que le permitía la cuerda, sus redondos pechos brillantes de sudor subiendo y bajando al ritmo de su respiración entrecortada.

Bajo nosotras, un charco reluciente en las sábanas.

Allessandro disfrutaba del espectáculo, de lo mucho que me gustaba mi regalo. Le pedí que se uniese a nosotras, me apetecía mucho que me follase mientras mi sirena miraba.

Desactivé el vibrador para darle un respiro, y él hizo lo mismo.

Se quedó allí, maniatada, con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes, sofocada y sin resuello, mirándonos como si fuésemos un sueño. Y cuando le bajé los pantalones a mi hermano, abrió los ojos de par en par ante una verdadera visión de gloria.

Me coloqué frente a ella, a escasos centímetros de donde se había derrumbado, a gatas sobre la cama, ofreciéndole a mi hermano mi propio conejito, ávido y baboso. Jugar con mi sirena me había encendido muchísimo y Allessandro ya me traía caliente de casa. Sentirlo entrar, duro como una piedra, resbalándose dentro de mí fue tan increíble como el rostro de mi sirena, que nos miraba como a dos dioses del placer y de la carne.

Mi hermano me aferró por las caderas y embistió con fuerza, una vez, dos, tres... Ella nos miraba en silencio, con soñadora devoción. A la cuarta, regodeándome en el grosor de su durísima polla, conecté sin avisar los dos vibradores de mi sirena, que sorprendida por el nuevo ataque, se encogió de nuevo.

Allessandro soltó de un tirón el cabo que la mantenía sujeta al techo de la cama a la orden de "Complace a tu señora"

Mi esclava me miró un instante y asintió, arrastrándose debajo mía hasta quedar tumbada boca arriba con su cara entre mis piernas. Los vibradores seguían al tope y de vez en cuando, aspiraba fuerte o contenía un gemido. Su lengua, tierna y mojada, se abría paso hasta mi clítoris en el momento en que él y yo nos separábamos, y lamía y succionaba con delicadeza a la par que él me ensartaba sin piedad. Sus frágiles manos se enredaban en mis cabellos.

Perdí la noción de donde estaba, recibiendo desde atrás, oyéndola gemir a ella y jadear a mi hermano. Delante de mí podía ver el vibrador azul turquesa sobresaliendo de entre las piernas de mi sirena, y mas allá, la veía retorcer los pies, sus dedos cortos y redondos, las uñas lacadas con esmalte transparente.

Agarré el aparato con la mano derecha y le grité a Allessandro que me diese más fuerte, mientras me la follaba con el juguete.

Mis gritos y los de ella se mezclaron en el violento corcoveo de las embestidas de mi hermano, que nos marcaba el ritmo.

Ella se corrió debajo de mí con un gemido desgarrado. Allessandro se tensó y ensanchó dentro de mí, provocándome un orgasmo bestial, que se lo llevó a él también.

Para cuando se retiró, mi sirena se aferró a mis muslos, devorando la hirviente semilla que chorreaba de mi interior, sin dejar una sola gota.

Luego se quedó allí desmadejada como una marioneta desvalida, sin fuerzas ni para retirar los juguetes. Los apagué, pero los dejé donde estaban.

Allessandro me levantó en volandas, y los dos nos tumbamos en los almohadones, con ella a nuestros pies.

Mordisqueándome una oreja, mi hermano alargó un brazo para coger su teléfono, con el que envió una simple nota de voz:

-Que pase la siguiente.

La puerta se abrió y una auténtica muñeca gótica, blanca como la leche, entró a la estancia con paso firme, descalza. Bajo la primorosa bata de encajes que la cubría como un sudario negro, brillaban las cadenillas de plata.

Su pelo, largo hasta las rodillas, liso y brillante, negro como el azabache.

Los labios, del color de la sangre seca. Al ver el estado en que se encontraba su predecesora, sonrió con desprecio.

Si mi sirena era inocencia y devoción, esta hija de los cuervos llevaba la depravación escrita en la cara.

Se despojó de la bata, mostrándonos un cuerpo perfecto, cubierto de tatuajes rituales.

La noche no había hecho más que empezar.

Aquel día fui adorada como una diosa, y también fui venerada y temida como el mismo diablo.

Pero eso es otra historia, para otro día quizás.

-Por VenoMaliziA-

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