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Autobiografía sexual (Parte 5): ¿Embarazada yo?

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—¡Ah! ¡Uf! ¿Todo bien, Gus? —le cuestioné al mismo tiempo que saltaba despacio ensartada en su rica verga de espaldas a él.

—Sí, todo bien. ¡Ah!

—No estás fingiendo gemir, ¿cierto?

—No. Se siente muy bien, de verdad.

—Pero no lo estás disfrutando.

—Siéndote sincero, no.

Saqué su pene de mí y me acosté junto a él. No podía creer que haya aceptado que le enseñara a tener sexo con una mujer para convencer a su padre de que ya no es gay, pero no estaba dando buenos resultados. Para colmo, al día siguiente iba a venir su padre y nos iba a hacer pasar por la misma situación que la vez anterior.

—No puedo hacerlo. Perdóname —dijo empezando a llorar.

—No tengo nada que perdonarte.

—Muy seguramente mañana nos golpeará a los dos.

—¡Tengo una idea!

A Gustavo le encantó mi plan, sobre todo porque obtendría algo que atesoraría muchísimo y sin esperar más, me pasó el contacto de Facebook de su amado Adrián.

Por ende, tuve que encender mi celular después de tanto tiempo que lo había mantenido apagado. Imagínense ver más de sesenta mensajes y las más de quinientas notificaciones, sin faltar alrededor de trescientas solicitudes de amistad sin responder.

Eso no era lo importante. Tan pronto como entré a la red social, busqué el perfil de ese tal Adrián y le mandé solicitud. Sorprendentemente, la aceptó a los escasos dos minutos y él inició la conversación con un hola. Yo le seguí la plática y, como lo esperaba, comenzó a coquetearme y a entablar un "chat hot".

Pasamos rápido al intercambio de fotos y le cumplí mandándole una foto mía de mi cara, luego él me mandó una suya y sucesivamente llegamos a mandarnos fotos y videos íntimos que ya tenía almacenados en mi celular.

—Pídele unas cuantas fotos de su trasero, por favor —me dijo Gustavo.

Obedecí a mi buen amigo, pero, de pronto, Adrián me llamó para iniciar una videollamada y tuve que contestar, para lo cual me acosté y mostré mi cara en la cámara.

—Hola guapa.

—Hola —dije sonrojada.

—¿Para qué quieres fotos de mi trasero? —preguntó seriamente Adrián.

—Nada más. Quisiera ver tus nalgas, así como yo te enseñé las mías.

—De acuerdo. Solo porque compruebo que sí eres mujer. Lo que pasa es que he sido acosado por hombres que se hacen pasar por mujeres y temí que fuera a ser así otra vez.

—Descuida, soy mujer. ¿Acaso no crees que son naturales mis nenas? —dije seductivamente bajando mi brasier y enseñándole al descubierto mis tetas.

Enseguida, Adrián me pidió algo así como tener sexo por internet. Es decir, él se masturbaba mientras yo le mostraba mis pechos, mi culo y gemía diciéndole cosas guarras para provocar su eyaculación. Me quería reír de ver que Gustavo se estaba masturbando al escuchar la voz de Adrián y cuando Gustavo emitió un gemido terminé la videollamada con Adrián.

Volviendo al chat, Adrián me preguntó qué pasó y yo le respondí que mi papá me hablaba desde afuera de mi habitación y me disculpé por terminar la videollamada bruscamente. El chico aceptó mis disculpas y finalmente, me obsequió las fotos que le pedí de su trasero.

—El que lo ha acosado con perfiles falsos de mujeres he sido yo —confesó Gustavo y me eché en la cama a carcajadas—. Te agradezco haberlo hecho por mí.

Al día siguiente, nos dispusimos a llevar a cabo nuestro plan, temiendo que fuera a fallar. Para empezar, Gustavo y yo nos reunimos en su recámara y él comenzó a masturbarse viendo las fotos íntimas de Adrián, procurando llegar al punto de querer venirse pero sin hacerlo. Yo solo lo observaba acostada en la cama y afinaba mi oído para escuchar cualquier sonido.

De pronto, se oyó el arribo de un automóvil afuera de la casa y como parte del plan, comencé a azotar la suela de una sandalia contra el suelo para que pareciera el típico sonido de una cogida salvaje, a la vez que comencé a emitir gemidos fuertes y gritos de placer.

—Ahora sí, Gus. Jálatela hasta venirte —susurré.

Transcurrieron pocos minutos y no escuché el azote de la puerta principal, lo cual me asustó y comencé a apresurar a Gustavo, pues pensé que su papá llegaría sigilosamente a la habitación.

Afortunadamente, Gustavo se corrió segundos antes de que su papá entrara al cuarto y escondió su teléfono bajo una almohada al mismo tiempo que deslicé la sandalia por debajo de la cama. El señor Romanin llegó solo para verme acostada boca arriba y bañada con el semen de su hijo y a su hijo acostado también, exhausto y con la verga hinchada; él solo aplaudió.

—Se me adelantaron, pero me da gusto ver lo que sucedió aquí. Hijo, me tienes muy orgulloso. ¿Te acuerdas del viaje que me pediste a Miami y te prometí que irías? Te lo concederé con una estancia de dos semanas.

—¡Muchas gracias, papá! Y espero que hayas quedado convencido de que soy el hijo que deseaste tener.

—Perfecto. Ahora duerman juntos. Que descansen.

Después de que el señor Romanin saliera de la habitación, Gustavo y yo celebramos silenciosamente que el plan salió como esperábamos. Nos alegramos demasiado y, sin pena, dormimos juntos, luego de asearnos cada quien.

Transcurrió un mes. Gustavo empacó sus cosas para irse de vacaciones solo a Miami. Para ello me contó el secreto de su intención de ir allá.

—Es una ciudad que recibe con cariño a los homosexuales. Te contaré mis aventuras cuando regrese.

Le deseé un buen viaje. La casa se quedó para mí solita y lo disfruté como una jovencita loca, poniendo mi música favorita a alto volumen y viendo mis películas favoritas en la televisión hasta desvelarme.

Para mi desgracia, al siguiente día en la noche llegó el señor Romanin y me descubrió haciendo esos ridículos. Sin embargo, no se molestó, sino que me pagó mi quincena adelantada más lo que me había prometido y se dignó a servirme una copa de vino para que bebiéramos juntos y platicáramos de su heredad, sentados en la sala.

—Antes de llegar a un trato con la heredad, quiero que esta noche te acuestes conmigo.

—Si no lo hago, ¿no me dará mi parte de su heredad?

—Aun así lo haré, pero pensaría qué porcentaje darte. Si lo haces, te doy el 30% que acordamos.

—Solo será esta noche, ¿verdad?

—Sí, descuida. Solo esta noche. ¿Podemos ir comenzando aquí en la sala? Quiero que sea fantástico este momento y sé que pondrás de tu parte, pero como ya te habrás dado cuenta tardo mucho en eyacular y necesito dormir a mis horas.

—De acuerdo —dije riendo un poco—. No se preocupe, yo lo haré entrar en calor.

Sabía que de alguna forma estaba por prostituirme de nuevo, pero la oferta era magnífica y el señor Romanin no cogía nada mal para su edad de 62. Así que, motivada por el alcohol, comencé a bailarle de cerca. Me encorvé frente a él para que me observara el busto y puse mi mano en su entrepierna, sin dejar de mostrarle una sonrisa coqueta. Luego, me trepé de sus hombros para poner mi culo en sus muslos y moverme en círculos, suave y lento. Algo que no esperaba fue que el señor Romanin tomó mi cabeza y me besó la boca. El viejo no despegaba su boca de la mía y tuve que hacerlo yo para seguir moviéndome sobre sus muslos, pero ahora de espaldas. Después, comencé a azotarme contra su entrepierna con la ayuda de su mano tirando de mi cabello hasta que sentí una protuberancia en su pantalón. Rápidamente, me agaché, le quité su cinturón y bajé su pantalón junto con su bóxer para empezar a mamar su peluda pero gruesa polla. Entre masturbada y mamada que le hacía, el señor Romanin empujaba mi cabeza para que su verga entera se introdujera en mi boca, provocando que yo sintiera sensación de ahogo en algunas ocasiones.

—¿Quiere que me trague su polla? —dije consintiéndolo—. Mmmmm, la tiene bastante gruesa.

—Bríncame tantito antes de subir a la recámara.

De inmediato, me quité la ropa interior por debajo de mi atuendo de sirvienta y volví a treparme en sus hombros para ensartarme su verga de frente a él, ya que el viejo así lo quiso y no de espaldas, con la intención de besar nuevamente mi boca mientras cogíamos. No podía evitar emitir gemidos al mismo tiempo, me dejé llevar y lo estaba disfrutando.

Después, el señor Romanin me acostó sobre el sofá y siguió penetrándome sin olvidarse de besarme la boca. A los pocos minutos se detuvo y me invitó a subir a su recámara para seguirle ahí.

Hallados en su habitación, el señor Romanin continuó besándome la boca con tanta intensidad y bajó por mi cuello, se deshizo por completo de mi uniforme de sirvienta y me acostó boca arriba en la cama para reanudar la penetración acompañada de besos que cada vez más me sofocaban.

Luego de varios minutos en esa posición, el señor Romanin me pidió que me pusiera en cuatro y antes de meterme su pene, me hizo un oral muy rico en esa posición, sincronizando el uso de sus dedos al acariciar mi clítoris e introducirlos en mi vagina, provocando que llegara al borde del orgasmo. Después, se acomodó tras de mí y me introdujo su verga para follarme durísimo.

—¡Ay, sí! ¡Así me encanta! ¡Me coges bien duro, papi! ¡Qué rico!

El señor Romanin no se olvidó de darme nalgadas en el transcurso de la cogida y de vez en cuando, me tomaba del abdomen para enderezarme y besar mi boca repetidamente.

Su hora de dormir, que era a la medianoche, ya había pasado por mucho, eran las dos de la madrugada. Yo ya estaba cansada luego de haber tenido por lo menos ocho orgasmos, pero el señor Romanin aún resistía. Nos revolcamos en la cama todo ese rato y quedé arriba de él, así que debía aprovechar para saltarle como en trampolín y provocar que se corriera para acabar.

Lamentablemente, yo ya no tenía energía. Reposé mi cuerpo sobre el suyo y él no desaprovechó la oportunidad para besa una vez más mi boca. Eso sirvió como estímulo para que su pene se moviera por sí solo y que, en esa posición, me penetrara rápida y vigorosamente.

—¡Mmmmm qué rico la mueves!

—No puedo eyacular. ¿Ya te cansaste?

—Para nada —contesté por compromiso—. ¿Quiere que se la mame para que se corra en mi boca?

—No, linda —enunció y simultáneamente giró conmigo para tenerme debajo de él—. Me quiero venir dentro de tu vagina.

Como un joven de veinte años, el señor Romanin persistió follándome, pero, sin duda, necesitaba más excitación para poder llegar a su orgasmo.

—Dime cosas sucias, cariño.

—¡Hazme tuya, papito! ¡Mmmmm me fascina tu verga gorda! ¡Me quieres reventar el coño, ¿verdad?! ¡No pares, no pares! ¡Ah! ¡Me voy a correr otra vez! ¡Uffff! ¡Te gusta que me corra en tu polla, ¿verdad, papi?! ¡¿Te gusta?! ¡Uh! ¡Tssss! ¡Sí, así! ¡Duro, duro, duro! ¡Ahhhh! ¡Me estoy mojando mucho, mi amor! ¡Ahhhh! ¡Ay, qué rico me coges, corazón! ¡Me tienes bien caliente, mi vida!

—¡Ya me voy a venir, Patricia!

«¡Ah! Su semen está bien calientito, me llenó todita la concha... Espera un segundo, ¿me dijo Patricia?» fue lo que pensé luego de que me depositara sus chamacos.

—¿Quién es Patricia? —dije riéndome a carcajadas y llevando mis dedos a mi coño para tomar un poco de su leche y probarla en mi boca.

—Mi esposa que en paz descanse —respondió mientras vestía su pijama.

—¿Le recordé a su esposa?

—No, lo hice intencionalmente. ¿Acaso crees que Gustavo dejará de ser puto de la noche a la mañana? Debía tener un plan B y le saqué partido a lo sumisa que eres para hacer que valiera la pena el 30% que te daré de mi heredad. Ojalá te salga machito. Su nombre será Bernardo Romanin... Padilla, ¿cierto?

—Sí.

—Ponle un segundo nombre si quieres. Y ¡ay de ti si tomas medidas para evitar tenerlo! Estaré al pendiente de tu embarazo. Ahora vete a tu cuarto y descansa.

Tan pronto volví a mi cuarto, busqué entre mis pertenencias una pastilla de emergencia y por suerte, encontré un blíster con dos tabletas y me las tomé de inmediato. No sabía si había hecho bien, pero yo deseaba no estar embarazada. Por fortuna, a los pocos días presenté sangrado y me alivié de la preocupación, creía que se trataba de mi periodo menstrual adelantado.

No obstante, sabía que el señor Romanin me pediría una prueba de embarazo más adelante y al parecer lo evité, justo como me advirtió que no lo hiciera.

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