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Autobiografía sexual (Parte 7): El acosador

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Nunca en mi vida había experimentado tanta desesperación.  Calificaron de legal mi detención y ahora solo esperaba una audiencia de juicio en mi contra.

Transcurrieron dos días en esa fría celda preventiva donde me encontraba sola y custodiada por guardias mujeres. ¡Al menos quería ver a un policía hombre fuerte y apuesto! Entonces, se me hizo realidad y el siguiente turno de oficiales fue de un hombre y una mujer.

Mi necesidad de ser social me llevó a lanzarle piropos al guardia, pero se los merecía completamente. Era alto, corpulento, la forma de su cara era perfecta y sus ojos eran verdes, ¿cómo no comérselo con la sola mirada? Tristemente, en esos momentos no me prestó atención.

Sin embargo, poco rato después, su compañera lo dejó solo un momento para ir al sanitario y en cuanto ella salió, él pasó frente a mí y habló sin mirarme.

—Si me dieran un dólar por cada vez que una mujer me lanzó un piropo, hoy tendría casas en tres países diferentes y viviendo en una de ellas, en Alemania me imagino.

—Pues, tssss, ¿cómo no, papacito? —dije de manera pícara y derritiéndome sostenida de los barrotes.

—Y no exagero.

—No necesitas presumir lo que a simple vista se nota.

De pronto, el caballero se acercó a la reja, metió su brazo a través de ella y rodeó con él mi cintura. Mi reacción inmediata fue pegarme lo más que pude a la reja y su mano comenzó a acariciar mis glúteos.

—Hazme justicia —expresé con gemidos.

—Tengo ganas de ajusticiarte, mami —me siguió el juego con susurros.

—¿Si me dejo saldré caminando de aquí?

—Es probable —dijo apachurrando una de mis nalgas con su enorme mano.

—Prefiero que me lo asegures.

—Mi camarada se va a comer en una hora. En cuanto salga de aquí ya te quiero con el culo arrimado a la reja.

Poco a poco se alejó de mí y la guardia regresó, sin haber visto ni oído nada. Transcurrió una hora e hice tal cual el galán del oficial me pidió cuando su compañera salió a su hora de comida.

Pegué mi trasero desnudo a la fría reja y tan rápido e inesperado fue que escuché su pantalón caer. Escasos segundos le bastaron para estar en posición y dejarme ir su rica verga en mi concha, tomando mi trasero con sus manos.

—¡Ahhh! ¡No mames, qué rico! —expresé excitada y con voz un poco alta.

—Sé más silenciosa, ¿quieres?

Procuré bajar el volumen con el que gemía, pero su deliciosa polla me hacía sentir tan rico y tocaba cada rincón por dentro de lo excelente que se movía. Después, él fue aumentando la fuerza y rapidez con que me embestía, de modo que sus muslos y mis pompas chocaban duro contra los barrotes. Me era algo doloroso, pero aquella experiencia hardcore con Adrián me hizo sentir preparada para eso.

—¡Di mi nombre! —exclamó eufórico—. ¡Me llamo Ricardo!

—¡Ay, Ricardo! ¡Qué rico me coges, Ricardo!

Ya se escuchaba bastante ruido, pero era más fuerte el sonido de la reja azotándose que mis gritos y los de él. Para que nadie entrara por si se daba a sospechar tanto escándalo, me café de su verga y me hinqué para mamársela. Me lleve una sorpresa al verle el pito con forma de garfio largo. «Con razón me llegaba a todos los rincones» pensé y disfruté saboreando su enorme polla. Estoy segura de que le encantó cómo se la estaba afilando con la boca, tanto que tomó mi cabeza con su mano y la empujó hacia su abdomen, de forma que provocará que me ahogara.

—¿Acaso me quieres atravesar la faringe? —pregunté en tono de risa una vez que me recuperé del ahogamiento.

—Me encantaría baby, pero prefiero cavar más esa garganta para que te quede bien profunda.

—Ya me he comido vergas largas y gruesas, pero nunca una encorvada como la tuya.

—Mira no más qué experimentada me saliste. ¿Eres escort o algo por el estilo?

—No exactamente, pero sí he vendido mi cuerpo en ocasiones.

—Te harías rica si lo hicieras siempre.

Esas palabras y lo vivido anteriormente me motivaban mucho a hacerlo realidad y laborar como sexoservidora, pero primero tenía que salir libre de esa prisión, esperando que el favor de satisfacer los deseos sexuales de Ricardo fueran la solución.

—Ponte en cuatro —me ordenó y yo obedecí.

Ricardo se puso en cuclillas introduciendo sus rodillas y parte de sus muslos dentro de la celda y así me metió su rico pito. Esa posición le permitía sostenerse de los barrotes y tener agilidad para penetrarme con mucha fuerza y rapidez.

—¡Mmmm, Ricardo! ¡Me vas a hacer venir!

Llegué a un punto de excitación muy alto que comencé a gritar más y más hasta que me corrí con su verga dentro de mí. ¡Fue demasiado placentero! Pocos segundos después escuché sus expresiones de esas que los hombres hacen cuando están por eyacular.

—¡Voltéate!

Hice caso y giré mi cuerpo ciento ochenta grados para quedar de frente a su pinga y con tantito que se la frotó me echó demasiada leche en la boca. Fue tanta que me escurrió por la barbilla y con mis dedos la recogía para comérmela toda.

—Usa tu blusa para limpiar esos residuos de semen —me pidió mientras se volvía a vestir y así hice.

A los diez minutos volvió la guardia y mi día encerrada continuó, aunque con una sabrosa sensación de haber cogido muy pero muy rico.

Cayó la noche y me dormí, pero sorprendentemente me despertó Ricardo intentando quitarme el pantalón. Quise reaccionar quitándome de ahí, pero su brazo me sostuvo y su mano tapó mi boca.

—Mi compañera está dormida, hay que coger silenciosamente.

No sabía cómo es que quería que hiciéramos eso y solo esperaba que sí nos descubrían eso no tuviera consecuencias malas para mí.

No le costó mucho tiempo desnudarme sobre la cama de concreto en la que estaba acostada boca arriba. De pronto, sentí su pene frotando mis labios vaginales y mi clítoris tan rico que, a pesar de no tener tantas ganas de follar, me encantó y pedí que me lo metiera.

De repente, la sentí encajándose suavemente, lo cual se sintió mucho más rico que cuando la metía de un jalón. Tomé su mano y me llevé uno de sus dedos a mi boca y lo chupé por instinto de lo excitada que me puso su verga dentro de mí.

Ricardo mantuvo constante una velocidad lenta al follarme para no causar mucho ruido, pero eso resultaba muy excitante para mí y se evidenció cuando alcé mis piernas y rodeé su cuello con mis pies. En esa posición intenté columpiarme de su cuello para introducirme más su verga e incrementar la velocidad. En ese momento ya estaba urgida de embestidas rápidas y duras, pero el problema era que fueran tan ruidosas que fueran a despertar a su compañera.

Un rato después, Ricardo sacó su verga de mí, se sentó en el suelo, me pidió que me sentara en sus muslos con su polla dentro de mí y que no le diera sentones, sino que me moviera sin despegar mis glúteos de su pelvis.

Fue tan rica esa idea llevada a cabo. Su garfio me estimuló tanto por dentro que me corrí hasta tres veces en esa posición, utilizando su mano para tapar mi boca y haciendo un esfuerzo de mi parte por no emitir un gemido.

Ya llevábamos poco más de una hora cogiendo. Yo ya estaba muy temblorosa y algo agotada, pero Ricardo me pidió por último que folláramos de perrito y se lo cumplí. En esa posición tuve que ser yo quien se tapara la boca y por lo irresistible que era emitir algún gesto de disfrute me empiné tocando el suelo con mi rostro, aguantando gemir o gritar de lo sabroso que se sentía esa encorvada y gruesa verga entrando y saliendo despacio de mi vagina.

Cuando menos me lo esperé, Ricardo sacó su pene de mí y me echó su semen en las nalgas. Mi deseo de mamársela se hizo presente y me volteé para quitarle las rebabas de leche de su verga con mi lengua y meterla toda en mi boca para terminar esa encantadora madrugada de sexo en mi celda.

Ricardo salió como entró de mi celda, pero antes de que diera unos pasos, lo sujeté del pantalón. No obstante, no me esperé que su reacción fuera meter su mano por la reja y propinarme una cachetada.

—No te quieras pasar de lista. Tú vas a cumplir con lo que te ordene y no saldrás de aquí así tan gratis —me susurró con tono de molestia.

—Pero si yo solo quería llamarte para saber si me puedes prestar un poco de crema para la piel, es que siento muy irritadas mis nalgas por tanto coger en la tarde con los barrotes golpeándolas.

Me impresionó su reacción por esa simple acción mía. Pensé que él creyó que lo sujeté del pantalón para quitarle la llave con la que entró a mi celda y yo, en realidad, solo quería crema para mi piel.

Volví a dormir y desperté con la estruendosa voz de la oficial.

—¡Despierte, señorita Padilla! Usted está libre de cargos. Han pagado su fianza y puede irse.

No me creí esa noticia y ya estaba haciéndome a la idea de tener que soportar más días ahí encerrada y siendo sometida sexualmente por el galán de Ricardo. Hablando de él, cuando salí de mi celda no se encontraba porque estaba en la hora de su almuerzo y no pude despedirme de él.

Nadie de los oficiales ni del ministerio público me informó quién pagó mi fianza y al salir de ese separo, nadie estaba para llevarme a un lugar seguro.

Era temprano, así que podía vagar por las calles hasta encontrar el camino que me llevara a la casa del señor Romanin, quien hasta ese momento pensaba que fue quien pagó la fianza y se compadeció de mi.

Horas más tarde, luego de informarme sobre cómo llegar al fraccionamiento de la casa de señor Romanin, me encontré a escasos metros de dicha casa, pero vi de lejos que se encontraba acordonada y había policías resguardando el lugar. «¿Qué habrá ocurrido? ¿O seguirán investigando lo del robo?» pensaba con temor a acercarme más y que me vieran los oficiales y me detuvieran para ser involucrada nuevamente por robo como en la vez anterior, por lo que me di la vuelta y me alejé de ahí.

Pasaron las horas hasta caer el atardecer y yo caminaba sin rumbo. De hecho, estaba perdida, no sabía por dónde andaba y pensé en volver a la casa del señor Romanin. Cada vez se oscurecía más el cielo y yo andaba en medio de la nada, en una carretera y sentía como si alguien estuviera por ahí, siguiéndome o espiándome.

—¡Ya, por favor! ¿Quién está ahí? —dije molesta luego de tanto insistir preguntando lo mismo.

De pronto, las luces de un automóvil se vieron reflejadas sobre el asfalto y se quedaron estáticas. Giré hacia atrás y Vi a una mujer bajando del auto que se estacionó justo atrás de mí. Era mi mamá. Me abrazó fuerte y yo me conmoví, ambas lloramos ahí. Después, se acercó un señor, que era el que manejaba el coche y se trataba de Ignacio, alias "el lechero" para mí. Luego del emotivo instante subimos al carro y nos dirigimos a casa de Ignacio.

Para ese momento, mi mente no estaba en condiciones para hacer preguntas, sino que quería descansar física y mentalmente. De hecho, en el camino me iba durmiendo en el coche y al llegar a la casa de Ignacio, él me asignó la habitación donde dormiría, la misma donde cogimos aquella vez.

Toqué la cama de esa habitación y caí rendida. Solo traté de sentirme cómoda y cerré mis ojos para dormir. Sin embargo, durante la madrugada, me asustó Ignacio, quien ya estaba a lado de mí en la cama y yo pegué un grito.

—¡Cállate, mocosa! A ver si no viene tu mamá espantada por haberte oído gritar.

—¿Qué haces aquí?

—Quiero que me cumplas lo que me prometiste la vez pasada sobre coger tú y yo otra vez.

—¡Ah¡ ¿Cómo crees que ahorita? Es muy noche y estoy muy cansada. Además, no tengo a dónde ir, así que te pagaré con mi cuerpo el que me permitas vivir aquí.

—Ok, me parece bien.

—Oye, ¿cómo dieron conmigo en la carretera?

—Una persona desconocida llamó al celular de tu mamá y le dijo que te conoce y que te vio caminando por la carretera. Pensamos que esa persona estaba contigo porque se iba comunicando con tu mamá en el traslado, pero nos sacó de onda verte sola caminando.

—Qué extraño. Bueno, gracias por el favor de hospedarme en tu casa. Descansa. Mañana nos ponemos de acuerdo.

—Sí, descansa.

Luego de escuchar el porqué me encontraron Ignacio y mi mamá, pensé en esa sensación que tuve de alguien cerca mientras caminaba por la carretera. Sinceramente, dormí un poco asustada de tanto misterio que había.

Al siguiente día, me bañé y fui a la mesa para desayunar. Mi mamá volvía a ser esa esclava doméstica que fue con mi papá en su momento y era ella quien preparaba el desayuno.

—¿Todavía no está listo el desayunó? —entró Ignacio a la casa mostrando algo de enfado y azotando en la mesa el periódico local que compró.

«Mi mamá nunca va a dejar de ser una sumisa y es mejor que yo cambié eso en mí para no terminar como ella» era lo que pensaba seriamente al estar a la mesa y ver el periódico como con la mirada perdida.

Pero fui enfocando poco a poco la vista en el espectacular del diario: "Acribillan al señor Romanin en su casa".

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