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Aventuras y desventuras húmedas: Primera etapa (18)

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Mari esperaba en la parte delantera de la casa, apoyada en el coche al tiempo que con los ojos cerrados disfrutaba del calor que le producían los rayos de sol. Tenía muchas ganas de pasar el día con su hijo, desde que era pequeño no tenían un día para los dos, aunque tampoco recordaba hacer mucho por para solucionarlo. En cambio, con su hija sí que solía tener algún momento a solas, no obstante… tampoco muchas.

Tenía bien planeado el día, o al menos eso pensaba. “Primero subiremos al monte, donde está la torre, siempre la quiso ver. Después ir al lago, ¿llevo bañadores? Sí, sí… comer bocatas, estar allí tranquilos, si quiere tomamos algo en el pueblo y volver a casa, no está mal”.

La mujer seguía divagando con los ojos cerrados y sintiendo el calor de la mañana. Mientras que en otro lado de la casa, Carmen sacaba el miembro reproductor de su sobrino de la boca con un reguero de saliva más que notorio.

Pasaron los minutos sin que la mujer morena se diera cuenta, se encontraba tan a gusto que podría incluso dormirse. Un ruido hizo que abriera los ojos y vio cómo su hijo se despedía dentro de la casa con su tía, “qué bien se llevan, me encanta”. Los dos salieron de la casa y Carmen le acompañó hasta el coche, juntándose allí los tres.

—¿Ya te has duchado? —preguntó Mari a su hermana mientras Sergio rodeaba el coche para meterse dentro.

—No, ahora voy. Primero he ido a picar algo, tenía un poco de hambre, ya me conoces —Sergio escuchó aquello y cerró la puerta con rapidez.

—Bueno… —Mari se despidió con dos besos de Carmen— nos vemos luego.

—Pasarlo bien, os quiero.

—Y nosotros.

Madre e hijo montados en el coche, salieron por la puerta con dirección a la primera parada.

—Espero que nos lo pasemos bien, no es el súper plan…, pero presiento que te va a gustar —dijo su madre ya en carretera algo nerviosa. La felicidad la desbordaba y no entendía muy bien cuál era el motivo, al fin y al cabo era una tarde con su hijo, nada más.

—No tenemos por qué pasarlo mal.

—Ya… también tienes razón… ¿Te acuerdas de la vieja torre que está antes de entrar al pueblo?

—Claro, siempre me ha gustado…

—¿Te parece ir a verla? —cortó la mujer para sorprenderle.

—Por supuesto —sonrió mirando a la carretera— empezamos bien, mamá, muy bien.

Llegaron a su destino después de perderse una única vez, un buen logro al haber ido sin mapa, ni GPS. Aparcaron en un camino de pastoreo y tuvieron que andar un par de minutos hasta que encontraron la torre. Sergio de niño la admiraba al pasar y siempre que venían al pueblo, jugaban a ver quién la veía primero en el horizonte. Había olvidado por completo aquel pequeño juego que hacían todos los años, pero con el plan que había preparado su madre, lo recordó nítidamente. “Curioso cómo actúa el cerebro” pensó justo antes de llegar a ver la torre más cerca que nunca.

—Está muy vieja —dijo su madre al ver el deterioro.

—Se nota que no está cuidada —añadió Sergio y sacando su móvil le preguntó a Mari— ¿Foto?

—¿Conmigo?

—Podría pedirse a alguna cabra, si es que le apetece a alguna pasar por aquí…

—Qué tonto eres. —se rio ante el comentario y acercándose a su hijo añadió— Pero, ¿Luego me vas a poner subir a las redes sociales?

—No subo casi nada nunca, lo que tú prefieras.

—No, lo decía porque… —sintió como Sergio pasaba su brazo por su espalda y la agarraba con firmeza de la cintura, algo en su mente se desestabilizó y le descolocó. Sentir el roce de los dedos de su hijo aferrando con fuerza su cuerpo era algo que no solía pasar, le sorprendió que le gustase.

—¿Por qué, mamá?

—Lo siento, pensaba que había pisado algo…

Fingió mirar el suelo, por supuesto no había nada más que hierbajos y piedras. La poca costumbre a estar tan cerca le había sorprendido, pero más el tacto. Sentir sobre su blusa, el fuerte apretón de los dedos de su hijo, incluido el meñique el cual por su posición rozaba con su cadera, le hizo sentirse tan cómoda como extrañada.

Estaban tan pegados, sentía su mano, su brazo recorriendo su espalda, su cuerpo contra el suyo, la situación era la más normal para una madre y su hijo y eso… la puso de lo más feliz.

—Nada lo decía porque tu hermana siempre me dice, “mejor házmela a mi sola”.

—Laura es muy suya… es difícil de querer… —sacando el móvil y colocándolo en modo selfie para la foto— Sonríe, mamá.

—Tienes que llevarte mejor con ella —le añadió Mari para después de hacer la foto quitarle el móvil sin pedir permiso a su hijo—. A ver, déjame ver.

Estaba sacada desde una posición más elevada que ellos, ambos sonreían como dos personas felices y en el fondo la vieja torre les miraba en silencio. Sin embargo a la mujer algo no le gustó.

La instantánea en su conjunto era perfecta, pero algo para su mente no cuadraba, algo que quizá otra Mari sí que viera normal. No obstante la “Mari de casa”, la de siempre, no la de las vacaciones, hizo acto de presencia.

“Esa mano suya… ¿Está demasiado abajo para una madre? Parece que me va a tocar el culo. Mejor que no suba esto a internet…” y de seguido una voz en su interior le preguntó “¿Lo estás diciendo en serio?”.

—Sergio, ¿te importa hacernos otra? En esta no salgo muy bien. ¿Hacemos una para que la torre se vea mejor?

—A ver… —Sergio miró la foto y obviamente no veía ningún fallo— Si estás muy guapa, mamá, creo que ha quedado muy bien.

—Sí, pero… —Mari volvió a mirar el móvil, intentando buscar una excusa, no quería decirle que en esa posición casi parecía que le estaba “metiendo mano”, menudas palabras brotaban en su mente. Esa mano tan malvada para su mente casera, era más un efecto óptico que otra cosa. Por lo que mirando los botones de su blusa donde se mostraba una pequeñísima parte de su escote, encontró lo que buscaba— Es que mira. ¿Ves aquí? Se me ve un poco el canalillo.

—¡Por favor, mamá! Si no se ve nada, si vieras lo que hay ahora en internet, te asustarías.

—Ya, pero no sé, no me gusta mostrar nada. Venga, cariño, otra.

—Vale… a ver… —se puso de cuclillas y le hizo señas a su madre para que se pusiera a su espalda. Ella accedió colocando sus manos en los hombros del joven para no desequilibrarse. Apenas le rozaba, como si fuera a molestarle— mamá, abrázame anda, que parezca que me quieres.

—De verdad eres tonto ¡eh! —contestó riendo y pasó sus brazos por el cuello de su hijo, anudando sus manos a la altura del pecho.

La foto salió mejor que la anterior, estaban ambos sonrientes y esta vez no se veía nada que le pareciera “raro”. Solo un hijo con su madre, “El agarre de antes, tenía algo raro…”. No era que no le gustara, es más, había sentido cierto cosquilleo, uno muy similar a aquellos que notaba cuando un chico la sujetaba en la adolescencia. Los jóvenes del pueblo con brazos largos siempre tratando de tocar donde no debían, en aquellos tiempos le hacía gracia y ahora el brazo de su hijo lo veía “¿inapropiado?”.

—¿Te gusta más esta foto? —Aunque Sergio usaba un tono normal, su madre notaba la mofa— ¿Pasa tu certificado de calidad y censura?

—Sí, está mejor —dijo Mari añadiendo una mueca de burla a su rostro.

—Aunque se te ven las manos, no será demasiado sensual… —soltó el joven sin esconder su risa.

—De verdad, Sergio… —en otro momento quizá no hubiera aguantado la broma, pero en estas vacaciones le devolvió la sonrisa de forma boba.

—¿Subimos? —comenzó a andar hacia la torre.

—¿Cómo? ¿A la torre? Ni de broma vamos —a Mari esa edificación no le causaba ningún buen pálpito.

—Anda, ¿a qué hemos venido entonces? Qué no se diga, mamá.

—No, no, no, hijo. Si quieres sube tú que te espero, además que es ya algo tarde, deberíamos salir para el río y comer.

—¿Crees de verdad que es tarde o es una excusa? —ella movió la cabeza haciéndole entender que lo creía en verdad— Vale, lo que quieras. Pero seguro que nos hemos perdido unas vistas magníficas.

Volvieron a la carretera después de su primera parada y tras media hora en coche, llegaron al río. Apenas había alguna que otra persona, suerte que esa zona no era muy transitada… aparcaron de maravilla y bajaron la comida junto con las toallas.

Mari fue la que eligió un sitio cómodo entre la hierba, alejado de la gente, donde el sol pegaba con ganas, pero unos árboles obstaculizaban la luz, proporcionándoles una sombra de lo más agradable. La orilla del río les quedaba a varios pasos, la madre de Sergio no podía haber escogido un lugar mejor. Parecía el lugar perfecto, con sol, cercanía al agua y buen césped mullido, ni la compañía fallaba, Sergio no podía poner ni una pega.

El primero que se quedó únicamente en bañador fue Sergio. Con rapidez se quitó la camiseta, quedándose con el bañador que llevaba a modo de pantalón. Se sintió realmente reconfortado, el calor que hacía era asfixiante.

Se quedó tumbado en la toalla con los ojos puestos en su madre, sin ningún motivo en especial, simplemente sus ojos pararon en la figura más cercana. Las manos de Mari se movieron hasta los botones de su pantalón corto, se lo bajó con gracia hasta que topó con el tobillo y un ligero movimiento le hizo desprenderse de la prenda.

De pronto una curiosidad malsana entró dentro del joven, cuando su madre se desató el botón más inferior de la blusa. Pensó en quitar la vista, que aquello no era apropiado, sin embargo una cierta picazón en el cerebro le hizo quedarse quieto. El segundo botón fue el siguiente, y después otro, como si estuviera mirando algo prohibido… Sergio no quitó la vista.

Ni con toda la fuerza de voluntad podría haber apartado sus ojos. La curiosidad le estaba matando y su madre… parecía que lo estuviera haciendo a cámara lenta. Sus movimientos eran pausados, sus dedos no fallaban en ningún momento, eran tan gráciles y rápidos… Sergio no parpadeaba.

Su madre miraba al río, ajena que los ojos de su hijo mayor la miraban con descaro. El joven no sabía a qué venía aquello, mientras las manos de su madre subían por los botones, él se sentía más impaciente. La había visto en sujetador, también en bañador, no había nada nuevo, ¿por qué ahora quería… necesitaba verlo?

Por fin llegó al último. Pareció detenerse el tiempo, con ambas manos se separó la blusa de los hombros cayendo hasta dejar sus bíceps libres. El pecho salió a la luz y el vientre dio la bienvenida al sol. Sergio no quitó la vista, su madre estaba delgada, conocía ese cuerpo, recordó todas las veces que lo había visto, eran muchas.

No obstante aquella vez era diferente, una brisa azotó el cabello moreno de la mujer haciendo que su rostro quedara limpio, parecía que manaba luz propia. La blusa se deslizó por ambos brazos dejándola sola con el bikini, mostrando una figura delgada, pero de proporciones perfectas, el joven abrió la boca en señal de admiración.

No podía dejar de mirarla, el bikini le quedaba realmente bien. Era de un color amarillo, no muy llamativo, que se ceñía perfectamente como una segunda piel. El muchacho quiso querer quitar la vista, porque sus ojos no miraban como de costumbre, pero no pudo.

Lo primero que vio fue el busto de su madre, ese que sabía que tenía en buena cantidad, pero que nunca le había prestado atención. La parte de arriba del bikini dejaba un canalillo que no podría salir en ninguna foto de lo tentador que era. Bajó la mirada tratando de escapar del pecado, pero llegó a otro lugar del todo inapropiado para la forma de ver a su madre.

En su cintura un pequeño bikini se anudaba, de idéntico color a la parte de arriba. Escondía unos glúteos duros que eran visibles a más de la mitad de su volumen. Los ojos se le estaban secando por la pequeña brisa venida del río y debido a que no los había cerrado en un amplio lapso de tiempo. Parpadeo en una única ocasión perdiéndose tan deliciosa visión y sabiendo que ese trasero sería la envidia de muchas mujeres de su edad.

El joven pudo combatir su curiosidad dándose la vuelta en la toalla para dejar de mirar… admirar a su madre. Movió la cabeza para sacudirse una sensación que le nacía muy dentro y pensó “la entrada de Carmen en el baño me ha dejado secuelas”.

Queriendo normalizar una situación que se le había descontrolado a él solo, volvió a darse la vuelta para hablar a su madre que justo se acomodaba el bikini de la parte inferior.

—Mamá, —atendió aunque seguía colocándose el bañador. Sergio no podía evitar decírselo, la frase le picaba en la lengua y tenía que salir— si no te gustaba la foto de antes, ahora no nos sacamos ninguna ¿verdad?

Se sentó en la toalla, acomodándose para después buscar la crema de sol en su mochila. Todavía en silencio, cogió el bote de crema solar y comenzó a esparcirse el cremoso líquido por las manos.

—¿Por qué lo dices? —no recordaba la excusa que le dio con total claridad.

—Antes, se te veía un poco el canalillo y ahora, se te ve bastante más.

—Sergio… aquí no hay nadie, no estoy muy acostumbrada a mostrarme así… este bikini me lo compró tu tía. No pensaba que me quedaría tan… al aire.

—Por favor… —Sergio sacó una sonrisa sarcástica— ni que fueras con medio pezón fuera. A mi modo de ver, es un bikini muy normal.

—Bueno… son mis cosas y ya. No me juzgues que eres mi hijo —dijo ella con voz de madre para después colocarse boca abajo.

—Vale, vale… —dio por terminada la conversación, cerrando un poco los ojos para disfrutar del calor que le proporcionaba el sol.

Después de un cuarto de hora en silencio, Sergio decidió que era un gran momento para hablar de algo que le había rondado desde que habló con su tía. Una pregunta muy obvia apareció, ¿hace cuánto no tenían una charla sobre algo serio? No se acordaba, si es que alguna vez la habían tenido. Giró únicamente su cabeza permaneciendo tumbado mientras los rayos del sol que atravesaban las hojas de los árboles les proporcionaban una gran calidez.

Los ojos de su madre estaban abiertos, dos preciosos círculos azules que le estaban mirando cuando él se giró. Quizá lo sabía, quizá había leído esa sensación de querer expresar algo en su cuerpo. Por un segundo admiró los bellos ojos que su madre había dado en herencia a Laura y le dijo.

—Mamá, ¿te puedo preguntar algo? —asintió— respóndeme con sinceridad, si es que quieres contestar. ¿Tienes ganas de volver? —antes de que la mujer contestara, tomó de nuevo la palabra. De una forma sosegada y casi en susurros, volvió a hablar, parecía que compartieran un secreto— no lo digo por ver a papá y a Laura. Digo VOLVER, otra vez allí, lo mismo de siempre.

Mari se humedeció los labios al tiempo que pensaba si era un tema que pudiera tratar con su hijo. Recordando las palabras de su hermana, de cómo le había ayudado le observó por un segundo, se sentía tan bien a su lado. Su pequeño había crecido tanto… era un momento idóneo, se sentía de maravilla, en mucho tiempo no se había sentido de esa forma. El calor golpeaba su cuerpo que era sosegado con la leve brisa que brotaba del río, si cerraba los ojos podía notar como el viento la mecía como en una nube. “Podría dar una oportunidad a hablar con mi hijo”.

—Antes de contestarte a eso. Me ha contado Carmen… —su tono era bajo, igual que el de su hijo, apenas hablaban más alto que el ulular del viento. Sin quitar los ojos de este, sin importar quien más hubiera, en ese instante solo eran ellos dos— que has hablado con ella del tema de… Pedro. —asintió sin querer decir una palabra, ambos estaban demasiado cómodos— Me gustaría saber tu opinión.

—¿De ellos dos? Mi opinión es la de un chico de 21 años. No tengo vuestra experiencia… aun así —no sabía bien cómo encarar la pregunta, o sea que “se tiró” a la piscina— yo de ser la tía, no sé cómo actuaria. Mi punto de vista es que debe hacer lo que quiera, tiene que ser feliz, vida solo hay una… tiene que ver que es lo más beneficioso para ella, si seguir así, sabiendo que la engañan o cambiar. En mi caso, con esta edad claro esta… le devolvía la moneda…

—Hijo, que es tu tío… —replicó su madre casi sin voz.

—Lo sé, mamá, deja que me explique. La tía es una mujer de los pies a la cabeza, es guapa, lista, graciosa… se conserva de maravilla. —bien lo sabía, aunque no iban por ahí los tiros— Si en su vida marital aguanta al tío y sus deslices bien, pero… aquí está el dilema. Todavía tiene edad para disfrutar de esa parte de la vida, si se le presenta la oportunidad, y quiere… ¿Por qué no aprovecharla si eso la hace feliz?

—En la vida no solo está el… sexo, con los años lo entenderás mejor. —la palabra sexo salió con dificultad de su boca, no recordaba haberla usado antes delante de su hijo.

—Lo entiendo. Pero ponte en su lugar, papá te engaña y lo sabes, porque el tío por desgracia, la engaña seguro. Sabiendo que tu vida conyugal es un desastre desde hace años, de pronto, aparece una oportunidad de hacer algo… ya entiendes, ¿Qué harías? Se sincera. No te digo que empieces una nueva vida, solo que te puedes divertir sin que nadie lo sepa.

Las palabras de Sergio la estaban haciendo pensar. Tomó la pregunta literalmente, ¿qué haría ella? Dio un repaso rápido a los últimos años de matrimonio. No hizo falta pensar mucho para comprobar lo que ya sabía, su vida sexual no era para nada boyante y cada vez era peor, en eso se asemejaba a su hermana.

Entrados en los 40 el bajón había sido significativo, siempre le había buscado a Dani para el sexo, pero desde que cruzaron esa edad, había sido un punto y aparte. Había pasado de tener cerca de uno al mes o cada dos meses, a ser 2 o 3 al año. “¡Joder! Yo todavía me veo guapa y… fogosa” pensó con rapidez con cierta rabia, aunque de la misma se calmó sabiendo que ese no era su caso, su marido no la engañaba…

—No creo que pudiera —se quitó los pelos morenos del rostro sin dejar de mirar a su hijo con sus ojos azules. Siguió— si papá me engañara no sé… no me entra en la cabeza… no creo que ni se me ocurriría pensarlo. O sea no lo digo con dudas, no quiero que lo interpretes así, tu padre y yo no estamos mal.

—Mamá —le dijo cortante Sergio—, sé que no estáis mal, sin embargo, no hace falta tener más ojos que estos dos, para ver que vuestra relación ha pasado por mejores momentos.

Mari sintió una punzada en el pecho, una quemazón que solo podía provocar una cosa, la cruda realidad. Siguió mirando a Sergio, quizá por escuchar una rectificación… alguna palabra que le hiciera saber que era broma, pero no, aquello era verdad.

¿Por qué trataba de negárselo? La comodidad era absoluta, de su interior las palabras querían brotar, aunque le costaba demasiado. Pero ¿Qué pasaba con su hijo? Cuál era el motivo de que aquella mirada le atrajera tanto, le diera tanta seguridad, tanta tranquilidad. ¿Aquel tono de voz? La voz le parecía de lo más atrayente, un sedante en un mar de dudas, sintió las palabras de su hermana más cerca que nunca, era como hablar con un amigo. Seguía tumbada en una toalla, pero le parecía la cama más confortable y Sergio… no era un niño, su hijo se había convertido en un adulto hecho y derecho que trataba de ayudarla.

—Me gustaría ayudarte a estar más feliz… por eso te he hecho la pregunta sobre si querías volver.

Mari suspiró de manera profunda y se decidió que no estaría mal hablar con alguien tan cercano de sus problemas. Su hermana siempre estaba muy lejos, tener de confidente a su hijo no podía ser mala idea.

—¿Te parece bien si primero comemos y luego hablamos? —Sergio la sonrió, un gesto cálido, lleno de comprensión y ternura. Para acto seguido, mover sus labios en silencio y sin emitir sonido decirla “vale”.

Así lo hicieron. Los bocatas los engulleron en silencio, sin apenas mirarse, solo de vez en cuando sus miradas se cruzaban mientras saciaban su hambre con el lomo con queso que Mari había preparado. Cuando terminaron, se volvieron a tumbar y Sergio comentó que le habían salido riquísimos, en cambio su madre no reparó en eso.

Estaba pensando en lo que iba a pasar, comenzar una conversación sobre un tema que le era importante, tan serio que no se imaginaba que lo fuera a tratar con su hijo. Sin embargo, Sergio ya no era un niño, se había convertido en un hombre, un adulto. Le miró un instante pensando cómo no había notado ese crecimiento mental si le veía a diario, por un momento, sintió que tendría otro adulto en casa, que su niño se había ido.

—Cariño, ¿tu cómo me ves? Eres uno de los tres que me ve día a día.

—¿Sinceramente? Mal… —Sergio hablaba tumbado desde la toalla— Todos los días estás apática, falta de vida, algunas veces sonríes, pero es forzado, lo sé. Solo estos días he visto que tu rostro mostraba verdadera felicidad… creo que eres…

—¿Infeliz?

—Sí. —el joven sintió una punzada en el vientre, decirle eso a su madre le había dolido— Te expongo lo que veo yo día a día. Te levantas con una cara… se te ve cansada, pero no físicamente, sino mentalmente. Aunque parezca algo más externo, pero el que no te preocupes de tu aspecto, me hace ver que si no te quieres por dentro tampoco por fuera. —su madre le miraba intrigado, estaba dando en el clavo— Te duchas y con eso basta, apenas cuidas más tu apariencia. En casa tienes todo el día una coleta mal hecha, vistes ropas casi rotas, pareces… una mujer… mayor. Algunos días te pones camisetas mías o de papá para estar en casa, incluso para salir a la calle. No digo que necesites cierta ropa para estar bella, por ejemplo cuando lo hace Laura no llama la atención porque lo hace por comodidad. Pero en tu caso es diferente, es como si quieras verte mal a propósito…

—No tengo tiempo…

—Sé que no tienes ni un minuto. Pero mira, somos tres en casa, podemos ayudar… —pensó mejor— debemos colaborar, es nuestro cometido. Mírate estos días, por favor, —Sergio la miró de arriba y abajo. De no ser porque era su hijo, Mari lo tomaría como un descarado— has ido a un salón de belleza, tienes ropa más moderna y tu rostro brilla, incluso parece que tus ojos son más azules. Ahora, en casa de tu hermana, podrías ponerte una camiseta mía o revolcarte en lodo, que seguirías estando guapísima, pero todo eso viene porque estas bien por dentro. En cambio, si tuvieras el rostro y la desgana que tienes siempre en casa, seguirías… mal… espero que me entiendas…

—Sergio… —intentó detener las palabras de su hijo. La garganta se le había agarrotado y apretaba los labios para contener los sentimientos, incluso la rabia…, pero no hacia el joven, sino hacia ella misma.

Su hijo estaba acertando de lleno. Lo que le sucedía era una tristeza continua, una rutina diabólica que le había llevado a catalogar su vida como un infierno. Levantarse, hacer la casa, comprar, preparar la comida, limpiar… una vida monótona que no estaba hecha para ella. Se sentía vacía, asqueada, nada la hacía feliz, quizá también fuera su culpa, pero el bucle en el que había entrado la horrorizaba.

—Aquí es diferente, creo que es efecto de la tía. Te alegra la vida y… te pareces más a ella, menos cortada, más suelta, como si te importara bien poco lo que dijeran los demás. Te ves otra, mamá, las dos… cuando estáis juntas, os convertís en dos mujeres que bueno… perfectas. Unas personas que una adolescente como Laura debería tener como referencia. Resplandecéis tanto en lo anímico, como en lo físico… bueno, creo que me he explicado.

—Sí, cariño, te explicas bien.

La brisa venida del río sonó entre los árboles meciendo las hojas. Alguna no soportó el baile que el viento les proporcionaba y se deslizó en un gracioso movimiento hasta sus toallas. Mari seguía mirando sin parar a su primogénito, pero ninguno de los dos hablaba, su cuerpo le decía que ella era la que tenía que dar el paso y retomar la conversación. Sin embargo Sergio se adelantó.

—Mamá, ¿te sientes bien con ese bikini? —a Mari volvió a parecerle “rara” la pregunta. Si hubiera sigo cualquier otra persona, le hubiera vuelto a sonar descarado, pero era de su pequeño… aunque no tan pequeño.

—Sí, ¿Por qué?

—Porque te he visto con bañadores otras veces, cierto es que no tan “pequeño” digámoslo así. El caso es que lo llevas de otra forma, no con orgullo, pero creo que sabes que te ves muy bien y… no te escondes. No quiero que te enfades o te suene mal, pero creo que aquí te luces, te sientes más sexy, más cómoda, con más seguridad en ti misma…

—¿Me ves así? Como… a ver… ¿Wonder Woman? ¿Una mujer poderosa? —intentó calmar un poco la seriedad del tema con una broma, pero Sergio estaba lanzado.

—Mamá, aquí eres eso y más… —la vergüenza le invadía porque jamás le dijo tanta realidad a nadie— te lo vuelvo a decir, un referente para nosotros, sobre todo para tu hija. Me encanta la Mari que veo junto a Carmen. Sin ir más lejos, el primer día —una pequeña sonrisa apareció en el rostro del joven— después del salón de belleza, de ponerte aquellas ropas, antes de salir ¿sabes que vi? —ella le miró con mucha curiosidad. Sus palabras le provocaban una atención extrema— Vi en tu cara que sabías que ibas preciosa, que te sentías así… eso en casa jamás lo he visto.

—Gracias, cariño. —meditó las palabras de su hijo y le dio una contestación— Creo… que no has fallado en nada, nada de nada… impresionante. —se tumbó en la toalla mirando hacia las hojas que la cálida brisa seguía moviendo— Me he dejado mucho. Sé que no tengo tiempo, sin embargo, el tema de tener que prepararme también me da pereza. —resopló solo de pensarlo— Creo que el ir dejándome, el convertirme nada más que en una ama de casa… me ha llevado a una rutina que me mata. —sus ojos miraron al pasado, a una época de risas con su hermana y sonrió por primera vez en toda la conversación— De joven, un pelín más joven que tú, como Laura más o menos. Era muy alocada y también muy guapa ¡eh!… tan diferente a lo que ves ahora.

—He visto fotos tuyas de joven… y en la boda… mamá, parecías una princesa.

—Tus ojos de hijo… que no me ven de manera objetiva.

Más de una vez, Sergio lo había pensado mientras echaba un ojo a aquellas instantáneas, “realmente era guapa, muy guapa”. En algunas fotos de la juventud, en las que estaba con Carmen, se las veía de verdad como siempre fueron y debían seguir siendo, preciosas. En muchas instantáneas, hacían el tonto o reían a mandíbula abierta, con una felicidad inacabable. Sabía que no eran sus ojos los que le mentían, la prueba estaba con su tía, ella le parecía igual de guapa que su madre y no había duda de ello. Por lo menos no la tarde anterior.

Algo se prendió en su cabeza, algo que quizá su cerebro le estaba bloqueando o quería salvar esa última barrera que por temas de moralidad estaba cerrada a cal y canto. Pero en menos de una fracción de segundo, todas las preguntas posibles se resumieron en un conjunto de ideas que llevó a una única duda “¿Mari es guapa?”.

La pregunta no era la que se hace un hijo, una madre siempre es la más bella del mundo, sin embargo no era ese tipo de cuestión. Era más objetiva, hecha desde unos ojos que no veían a su madre, sino a una mujer adulta en bikini a menos de un escaso metro ¿podría contestar a tal pregunta? Sí.

No obstante algo se lo impidió, un límite que le dejaba su mente parada sin poder reaccionar. Había podido responder a una pregunta similar con su tía, pero este caso era diferente y no pudo hallar la respuesta. Aunque mejor dicho, su propio subconsciente no se lo permitió.

Aun así, mientras su madre le seguía mirando, con una mirada tierna llena de un amor verdadero, se atrevió a contestarla. Porque lo que le iba a decir era cierto, no la iba a mentir. Sus ojos de hijo la veían guapa, pero en ese momento, ¿de qué forma la miraba? La opinión de que su madre era guapa… salía de su parte de hombre, no de la de hijo.

—Aparte de tu hijo, también soy un hombre, mamá. Puede ser objetivo.

La mirada de uno quedó fija en los ojos del otro, un sentimiento de lo más incómodo, pero atrayente que ninguno se atrevía a romper.

Escuchar aquellas palabras, a Mari le hizo que el corazón se le parara. No era algo que un hijo le decía a su madre, no la frase en sí, sino el tono, la fuerza, la seguridad… era raro. Además, ¿Dónde la había escuchado? Rebuscó en su memoria. No tardó en acordarse de la conversación con su hermana mientras hacía de vientre, ¿no le había dicho algo similar? ¿Por qué ahora volvía a escuchar esas palabras?

El sol seguía calentándoles el cuerpo entre las sombras de los árboles, nadie se divisaba alrededor, estaban prácticamente solos, solos en una zona casi paradisiaca. Aquel remanso de paz al lado del río y cubierto de mullida hierba era como en un limbo donde nada importaba, nada más que esos ojos que se miraban el uno al otro.

Mari comenzó a sentir una incomodidad demasiado marcada en su cuerpo, no podía aguantar la mirada de su hijo, no parecía la mirada de un chico, se asemejaba… a algo que no lograba adivinar. Aunque cuando cerró los ojos apartando la vista, lo supo bien. Era la misma mirada que su marido tantas veces le había dedicado y que hacía años que no sentía, la mirada de un hombre que mira de verdad a una mujer.

Mari se levantó para evitar que Sergio se diera cuenta de que su cuerpo se había puesto a temblar. Los ojos de su hijo la habían hecho que un escalofrío recorriera su espalda teniendo que pensar en otras cosas. La sensación había sido tan extraña, que erguida mirando al agua solo quiso zambullirse y gritar. Lo había sentido, había notado la mirada en un hombre en su cuerpo, quizá no intencionada, pero aquellos no eran los ojos de su niño, estaba segura. No tenía dudas, Sergio era un hombre.

—¿Vamos al agua? —preguntó sin mirarle. Sonó a una orden, su hijo no contestó, solo se levantó.

La tensión era palpable e incómoda, Sergio podía ver como su madre estaba tensa y él, cada vez se sentía más extraño. Sin motivo aparente, recordó de forma involuntaria el momento en el que la desvistió en su habitación cuando llegó de fiesta. La vio con un sujetador nuevo magnífico, petición obviamente de su tía y unas braguitas a juego que también llevaban la misma firma. La recordaba despampanante, una mujer que no se parecía en nada a la Mari de casa, era más como Carmen… su tía Carmen…

Pero ¿qué había hecho su tía al salir de aquella habitación? le había visto la erección que portaba. Le preguntó si era por Mari o por otra, sabía muy bien por quien era. En aquel instante, saliendo del cuarto, podía responder con claridad que había surgido gracias a Carmen. Pero ahora… en el momento que caminaba junto a su madre hacia el agua, se volvió a preguntar con muchas dudas “¿Por quién era?”.

Se adentró en el agua con velocidad, estaba templada, pero le vino de maravilla para paliar el calor que amanecía como el sol en su interior. Su madre apenas le miraba y bajaba con calma por el camino empedrado, primero sus pies, después sus piernas, con lentitud fue metiendo el resto del cuerpo mientras su hijo la mirada de soslayo. Sergio estaba atenazado, no sabía que decir ni hacer, pensaba que podría estropear el día con un único movimiento… debía recobrar la normalidad de madre e hijo. Para no sentirse tan “raro”, por su mente aún adolescente y por supuesto, más que brillante… solo se le ocurrió una idea.

Se acercó a su madre que le miraba con dudas, sus ojos azules intentaban entrar en sus pensamientos, pero no podía, “¿Qué quiere?”. Los brazos de su hijo la rodearon con fuerza, los notaba en forma, como el resto de su cuerpo, pasarían muchos años hasta que saliera la típica “barriga cervecera”. Posó sus manos en sus hombros por inercia, como si estuviera levantándola en un baile acrobático, de nuevo sus ojos contactaron, ninguno sonreía, era una mirada que intentaba ver más allá.

La mujer estaba descolocada, no podía entender que iba a hacer su hijo. Estaba tan cerca que ambas pieles calientes por el sol y húmedas por el agua del río, hicieron contacto. Mari y Sergio estaban pegados. Los brazos le apretaron con más fuerza y su bikini rozó el pecho del joven, una pregunta explotó en su cabeza de nuevo “¿QUÉ QUIERE?”.

Mari por fin se dio cuenta de lo que su hijo tramaba cuando su cuerpo se alzó para después sumergirse bruscamente en el agua. El río estaba templado y la sacó del trance en el que llevaba introducida un largo rato. Salió rápido aspirando una bocanada de aire y echándose en un movimiento veloz todo su pelo moreno hacia atrás. Salpicó gotas de agua con los mechones de su cabellera y abrió sus preciosos ojos azules tanto como pudo para poder ver con claridad. El color de sus ojos se podía confundir con el agua.

—¡SERGIO! —clamó con un grito al cielo.

El joven no dijo nada, se quedó mirando a su madre, que tenía una mano en sus pechos sujetando la parte de arriba del bikini para comprobar que el golpe no lo hubiera movido. Todo en orden. Sergio vio como sus manos apretaban los senos contra su propio cuerpo, haciendo que el volumen de estos agrandara sin quererlo, se reprimió así mismo y alzó sus ojos al rostro mojado de su madre. No debía mirar más abajo.

La cara de la madre al ver a su hijo quieto dentro del agua y con el rostro de forma “boba”, le hizo sentir tal ternura que una sonrisa comenzó a salir de su boca. No pudo aguantarlo, aquella sonrisa desembocó en una carcajada a mandíbula abierta que no se detenía. Los dos comenzaron a reír como locos sin saber muy bien por qué.

Mari se acercó a su hijo todavía sonriendo, pero de manera más maliciosa, posó las manos en la cabeza de Sergio y devolviéndole la jugada, le introdujo con fuerza dentro del agua. Pasaron así varios minutos jugando como niños, como lo hacían cuando Sergio todavía no había cumplido los diez años.

La madre no recordaba pasárselo tan bien con tan poca cosa. Perdió la noción del tiempo mientras pasaban los minutos jugando, solo supo que salieron con los dedos arrugados y con un dolor agudo en el vientre de tanto reírse.

—¿Te parece que comencemos a recoger después de secarnos? —propuso Mari habiendo apartado a un lado el sentimiento tan incómodo de su cuerpo.

—Bien, he acabado algo cansado con esa pelea…

—¿Además de perder, te cansas?

—¡Oye! Yo no lo veo así —trató de hacerse el ofendido sin conseguirlo.

CONTINUARÁ

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Por fin en mi perfil tenéis mi Twitter donde iré subiendo más información.

Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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