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Aventuras y desventuras húmedas: Primera etapa: Fin
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Sergio se vistió y bajó con calma a desayunar. Su madre ya le había calentado la leche y tenía listo el cola-cao. Se sentó junto a ella después de darla un beso, como si nada hubiera pasado el día anterior, aunque al hijo algo le molestaba en su conciencia.

—He ido al baño y estaba allí la tía, se había ido a duchar a ese para no despertarte con el ruido. Por cierto, mamá —Sergio creía que debía una disculpa a su madre. Lo del día anterior había estado fuera de lugar y por mucho que hubiera sido el momento más extraño y lascivo de su vida, ella era su madre — ayer… no sé qué pasó. Supongo que estaba demasiado a gusto y…

—Tranquilo, cariño, no te preocupes, creo que es algo involuntario, a los hombres os puede pasar sin que sea apropósito, no le des más vueltas.

—Ya, pero con vosotras… que no sois unas cualquiera, sois mi familia.

—Nada, olvídalo, de verdad. Como si no hubiera pasado. Estate tranquilo, por mí no hay ningún problema, te lo digo en serio. —puso la mejor sonrisa de la que disponía, aunque poco convincente, seguía bastante inquieta— Tomate el desayuno anda.

Las palabras de Mari en parte eran ciertas, no sentía que su hijo hubiera hecho nada mal. Ellas se habían quitado los bikinis, y un hombre con esos cuerpos delante “no estamos nada mal… Carmen tiene razón. Le puede pasar a cualquiera ¿no?… seguro que sí”.

Al de pocos minutos escucharon ruido en las escaleras, era Carmen que bajaba aseada aunque todavía con fluidos de su sobrino en el interior. Dio dos besos a cada uno y cogió el café para prepararse una taza.

—Os tengo que dar una noticia. —los dos la miraron— Pedro viene hoy, llegará a Madrid esta mañana y coge un vuelo hacia aquí cuando pueda, a la tarde más o menos estará en casa.

Mari lo recibió como un jarro de agua fría, un golpe duro de realidad. Se encontraba tan a gusto con su hermana y con su hijo, que no tenía ninguna gana de que alguien se entrometiera y menos de volver a casa. Sin embargo, así era, su cuñado volvía y ella… “No pintamos nada aquí” pensó rápidamente, en su cabeza la “Mari de casa” que yacía amordazada se comenzaba a erguir. Por mucho que su hermana insistiese, la comodidad que sentía se iba a diluir como el azucarillo en el café de Carmen, “no quiero estar de prestado”.

—Entonces, será mejor que me…

—Cielo —cortó Carmen a su hermana—, sé lo que vas a decir, pero te puedes quedar sin ningún tipo de pega.

—Y tú sabes… —devolviéndole la sonrisa— que no quiero aprovecharme de tu hospitalidad, es momento de que estéis tranquilos tú y tu marido. Además puede que sea bueno para vosotros.

—No te aprovechas. Tu hermana te acoge con los brazos abiertos los días que quieras… quédate Mari… —la sonrisa se esfumó y casi sonaba a ruego. Aunque la hermana morena negó con la cabeza, su mentalidad comenzaba a transformarse en la habitual.

—Muchas gracias, cariño, de corazón. Pero prepararé mis cosas y marcho, de verdad, Carmen, no te sientas mal, me lo he pasado de maravilla, no te puedes hacer a la idea de lo que he disfruta. Pero también tengo que volver con mi marido y con mi hija. Ahora a la mañana me voy a comprar un billete de autobús.

Carmen sabía que no había vuelta atrás y no se iba a dedicar a discutir con su hermana las últimas horas que pasarían juntas. Por mucho que no compartiera su idea, la entendía.

—Te pago el autobús —levantó el dedo viendo que Mari iba a hablar y añadió— ni un pero o me enfado, te lo digo muy en serio. Tú me trajiste el coche, déjame compensarte pagándote el autobús al menos.

—Tía, no hace falta —saltó Sergio que se mantenía en silencio escuchando a las dos mujeres—. Mamá, podemos volver juntos en mi coche.

—¿Cómo? ¿No ibas a quedar con tus amigos?

—Sí, pero vendré en otro momento, o el año que viene. No pasa nada, así ahorro a la tía un dinero, a ti un viaje pesado y además… no sé… podemos seguir disfrutando de lo que me queda de vacaciones en casa.

—No, cariño, no… tú quédate y pásatelo bien, no vengas por mí.

Sergio que estaba junto a su madre, miró a su tía y esta le asintió sabiendo que estaba haciendo lo correcto. Iba a perder el tiempo precioso con Carmen, aunque ella lo entendía. Además que con Pedro en casa, poco podrían hacer, quizá si fueran a casa de la abuela y allí desatar su pasión, pero era algo arriesgado.

Sujetó la mano de su madre y mirándola a los mismos ojos azules que las dos mujeres heredaron, le dijo.

—También me lo paso bien contigo. Mira que no tengo veranos para volver, seguro que la tía quiere que vuelva cuanto antes —la miró con una sonrisa pícara y esta le contestó.

—Cuando quieras, tienes mi puerta abierta. — “la de casa y la de…” acabó pensando Carmen.

—Si lo dices en serio… y no te importa… acepto. Hacemos las maletas y marchamos.

Se levantó y dio un beso a su madre en la mejilla mientras esta lo recibía con los ojos cerrados. Suspiró siguiendo con la mirada como el joven se perdía por las escaleras y escuchó la voz de su hermana.

—Tienes un hijo… que no sé cómo calificarlo

—Ni yo.

Ambas le miraron como embelesadas y en unos segundos volvieron a charlar de cosas mundanas que tanto les apasionaban.

Pasaron la mañana entretenidas mientras hacían las maletas. La tía les preparó a ambos dos bocatas para el camino y ayudó a bajar las maletas hasta el coche. La despedida fue breve, unos besos y un abrazo entre hermanas más que largo. Aunque cuando Sergio cargaba la última maleta, su tía le comentó que entrara un momento, su madre asintió y se metió en el coche para esperarle.

Pasaron la puerta de casa y sin decir nada, llegaron a la cocina donde estaba el monedero de Carmen, de allí sacó cincuenta euros y se los acercó.

—Casi se me olvida, esto como siempre es para ti.

—Sabes que no me gusta cogerlos, tía.

—Quizá esta vez, te entienda… igual te sientes un poco prostituto… —de las últimas bromas que se hacían.

—Un poco… —le siguió la gracia.

—Toma. —Carmen acabó metiéndole el dinero en el bolsillo y después pasó sus manos rodeando el cuello del joven— Te voy a echar de menos.

—Y yo…

El joven rodeó su cadera con ambas manos. Carmen se levantó un poco sobre sus dedos del pie dejando su rostro a la par que el de su sobrino. Sin dejar de mirarse, juntaron con mucho amor sus labios dándose un beso sentido que sumó algo de pasión cuando sus leguas se despidieron.

Fue corto, pero intenso. Sergio sintió que el calor le recorría la entrepierna (como siempre) y Carmen tuvo que resoplar para airearse.

—Vamos, marcha ya que no respondo. —comentó Carmen mientras le empujaba a la salida. Y en el camino le añadió— Recuerda, coméntame que tal esta tu madre, y de vez en cuando, si quieres… podemos hablar de otras cosas. —acabó guiñándole el ojo mientras abría la puerta.

—Te mandaré también alguna foto… y ya me contarás si te da por escribir tu libro.

Ambos sonrieron y Sergio poco a poco se metió en la zona del conductor. Tanto él, cómo su madre despidieron a Carmen sacando la mano por la ventanilla, llenos de pena, hasta el punto que a Mari le resbaló una pequeña lágrima por la mejilla. Cuando se dio cuenta se la secó con rapidez. Sergio soportó las lágrimas y tragó sus sentimientos, era lo que solía hacer siempre, pero la pena de alejarse de su tía casi le podía.

El viaje resultó bastante corto, los kilómetros pasaban volando, habló más que nunca con su madre y los dos sintieron que aquella carretera se consumía a pasos agigantados. El momento de “Duelo por Carmen” pasó relativamente pronto. Al poco comenzaron a bromear sobre las pequeñas vacaciones que habían pasado, sobre un programa de televisión y diversas cosas… no paraban de hablar.

No tocaron temas comprometidos, Sergio no tenía el cuerpo y a Mari, simplemente ni se le pasó por la mente. Al abandonar la casa de su hermana, parecía que el recuerdo del jacuzzi había sido un sueño, algo extraño que reprodujo su cerebro mientras dormía. Solo una vez en todo el viaje lo rememoró como un suceso real.

Vio cómo su hijo se dirigía al baño en la gasolinera que habían parado y mientras le observaba con la mente en blanco, todo surgió pese a las barreras que le había puesto. La imagen de aquella “cosa”… poderosa… titánica… le atravesó surcando la cabeza haciendo que por su espalda un escalofrío la desestabilizase.

Casi al final del camino, Mari tuvo curiosidad. Habían hablado de ella, de sus inquietudes incluso de su relación con su marido, cada vez lo veía más surrealista. Sin embargo, de Sergio no habían hablado apenas y a su modo de ver, su hijo tenía cosas que contar.

—Cariño, —bajó la voz de la radio en señal de que quería conversar— ¿hablamos sobre Marta? —Sergio torció el rostro no era un tema que le gustase. Solo lo había hablado con Carmen y tratarlo así de sopetón, no era de su agrado— Sé que has hablado con tu tía, solo quería tratarlo por si te podía ayudar.

—Gracias, mamá, pero no puedes hacer nada. Bueno nadie puede, ni yo mismo.

—Solo lo decía por si te apetecía desahogarte —Mari se acomodó en el sillón, su trasero se comenzaba a dormir, menos mal que estaban cerca.

—Poco hay que contar, me dejó, por su… Ex. —todavía le molestaba. La seguía queriendo y aunque lo negara, le producía mucho dolor— No creo que le amase el tiempo que estuvo conmigo, pero es que no lo comprendo.

En aquel momento, algo en Sergio cambio, su mente no pareció darse cuenta de que estaba con su madre, sino con su amiga, la misma sensación que le sucedió con Carmen. No le había contado apenas nada en toda su vida, pero en ese instante, como decía su madre, se desahogó.

Y fue un gran desahogo. Contó a su madre que aún la amaba, que le seguía gustando aunque no quisiera, y que sin ser una relación de felicidad plena, juntos estuvieron muy bien. Le sorprendían sus propios sentimientos llegando a mencionar que su historia “parecía de telenovela mala de la tarde”.

—¡Vaya! Lo tenías todo bien dentro. —se sorprendió su madre cuando Sergio acabó el monólogo— Has hecho bien en soltarlo, es como un peso de encima ¿verdad? —asintió, resopló y sonrió— Encontraras a otra.

—Me cuesta, mamá… me cuesta. Soy bastante cortado para conocer chicas nuevas, no sé por qué… me gustaría ser más como mi hermana, creo que es más suelta para el tema social.

—Sí, Laura es más dicharachera, no digo que tú seas soso… —ambos se sonrieron, su madre bromeaba— Aunque no sé, desde que sale con estas chicas, me gusta menos…

—Mamá, está en la edad, la tengo que defender en ese aspecto y quizá en el único…

—Sergio —le reprochó la puntilla hacia su hermana—. Ya, pero que si fuman, que si beben…

—Mari, ya. Pareces una abuela —ella le golpeó el brazo— Laura esta ahora con las chicas “populares” y van a cumplir los dieciocho, seguramente algunas ya tengan la mayoría de edad.

—Con las macarras… —Sergio no aguantó la risa.

—Bueno, con las macarras… cuando iba al instituto era lo mismo. Son etapas creo yo, mis conocidos que eran “macarras” como dices, ahora son gente muy maja y agradable.

Era cierto que su hermana era insoportable desde hacía un tiempo, que también daba la sensación de que estaba ligado a su grupo de amigas. Habían pasado del parque, a salir de fiesta, estaban disfrutando de la novedad, él ya lo había probado y sabía de lo que hablaba. Hasta que cumplieran los veinte sería una locura, luego ya disminuiría.

Sergio lo conocía y su madre también, lo que pasaba era que esta no se acordaba de cuando era joven o no lo vivió tan fuerte. El muchacho recordó la conversación que mantuvieron en el río “quizá le faltó vivir eso… se casó muy joven”.

—Si vieras alguna de sus amigas… es que van casi desnudas, incluso en invierno, menos mal que Laura no es así.

—A ver, creo que necesitas alguna actualización… estamos en la época de Instagram y demás redes sociales. Lo de enseñar está a la orden del día, Laura la verdad que siempre ha vestido igual, podríamos decir… normal. No creo que eso vaya a cambiar, o sea que puedes estar tranquila, tu hijita no ira desnuda por la calle.

Los dos rieron y volvieron a guardar silencio, último desvío antes de entrar en su ciudad, en su casa. Los dos lo miraron con cierta nostalgia, no por volver a su casa, sino por volver a su realidad, a una realidad que no deseaban.

Sergio girando el volante y colándose por la salida hacia la ciudad, pensó en todo. Cada situación vivida tan intensa, tan pasional, tan sexual. Se sorprendió de haber perdido la noción del tiempo, sentía que una vida entera había corrido, pero en verdad fueron únicamente siete días desde que marcho con Carmen. “¡Qué locura de semana!” gritó su cabeza aminorando las marchas del coche.

Retornaban el punto de salida, una casilla donde esperaban que sus personalidades no volvieran atrás. Sobre todo Mari, que en silencio sujetaba con fuerza su pantalón arrugándolo entre sus dedos y sabiendo que el cambio que había sufrido no lo podría soportar. El proceso sufrido dentro de la casa de Carmen, que apenas llegaba a tres días completos, se desvanecería en otros tantos en su casa, lo sabía.

Lanzó el último vistazo a su hijo, a ese pequeño que había descubierto que era un hombre. Se sintió orgullosa por verle tan mayor, tan responsable, tan adulto. Sin embargo, algo más, había algo más en el que no podía vislumbrar y que esperaba que no desapareciera en la rutina casera.

Mari vio su casa a lo lejos mientras Sergio suspiraba y sentía pena por volver al hogar y separarse de su amada Carmen. La madre también la sintió, pero curiosamente, de su estancia en la casa de su hermana solo una imagen le vino a la mente. De todos los buenos momentos y las risas junto a Carmen, un único recuerdo de todos los que poblaban su memoria era el que primero se presentaba.

Se estremeció en el asiento moviendo la cabeza para mantener el control porque lo que su cerebro le recordaba era un bulto. Un montículo por el que circulaba agua y que una muy fina tela tapaba haciendo de segunda piel.

No se podía creer que aquel fuera el último recuerdo que le pasase por la cabeza antes de llegar a casa, pero así era. Cerró los ojos para sentirlo más nítido, antes de que quizá lo olvidase en aquellas cuatro paredes que eran su hogar. Su subconsciente no quería que el recuerdo se difuminase, lo quería retener por algún motivo que se le escapaba. Quería… quería recordar… el relieve que marcaba en el bañador… la polla de su hijo.

FIN PRIMERA ETAPA

———

Antes de nada, os quiero agradecer a todos haberme seguido en esta loca aventura, a los que habéis leído, comentado, puntuado y a los que llegarán. Cuando empecé jamás me hubiera esperado llegar a escribir tanto como he hecho, en verdad ha sido un logro que todavía no puedo creerme y sin vuestro apoyo no podría haber sido posible.

De momento la historia se tomará un parón, la vuelta la espero en uno o dos meses. El descanso se antoja necesario, ya que ha sido un ritmo frenético de escritura y con la cabeza dándole vueltas continuas a la historia. Aun así, trataré de traer de vez en cuando otras historias para no dejar la cuenta huérfana.

Volveré con más fuerza para afrontar una segunda etapa que ya está en mi cabeza, donde Sergio volverá junto a su madre a casa. Allí se encontrarán de nuevo con sus rutinas diarias y una vida aburrida lejos de la pequeña semana de ensueño que tuvieron. La temática aunque en su contexto global seguirá siendo de Amor filial y seguiré publicándolo en esta sección, pasará también por momentos cotidianos en la vida de un joven como Sergio.

Sin más que decir me despido hasta la próxima, un placer que me hayáis leído y espero volver a leernos pronto. Dejadme escrito que os pareció esta primera etapa en general y si os animáis, comentarme que esperáis de la segunda, os leeré y contestaré lo antes posible. Si queréis más información, en mi perfil tenéis mi Twitter, donde iré subiendo cuando pueda más información.

¡¡¡Saludos!!!

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Autor
LilithDuran
LilithDuran
Siempre tratando de hacer un hueco, para escribir y apasionarme con cada historia. Aquí encontrareis lujuriosas aventuras eróticas y en Amazon, podréis deleitaros con todos mis perversos libros. Disfrutad...

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