Salió más relajado de la ducha y con una sonrisa de oreja a oreja. Con el pijama puesto se acercó a la sala donde se encontraban sus padres. Divisó un rato una serie de la cual ni siquiera tenía conocimiento, pero que sus padres veían con atención y esperó a que el capítulo terminase.
—Mamá, ¿me podrías ayudar a hacer algo de cena? —le comentó el joven queriendo hablar con ella sobre la novedad de Marta.
Quería tener la confianza que poseía con su tía, una confianza más similar a amigos que a familiares, este sería un buen momento para comenzar a labrarla.
—¿Quieres que te ayude o que te la haga? —respondió Mari con una sonrisa irónica levantándose de al lado de su marido.
—Yo ayudo, ya verás.
No colaboró en nada. Apenas llegaron a la cocina, la mujer se puso a preparar unos sándwiches mientras el joven se sentaba en la mesa a esperar. Eso sí, mientras esta cogía los ingredientes, Sergio aprovechó el momento para empezar con lo que de verdad le interesaba.
—Tengo que contarte algo —no esperó a que su madre le preguntase. Lo soltó de una vez— Marta y yo, ya no estamos juntos.
—Vaya… ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —Mari se había girado al momento asomando en el rostro unas gotas de preocupación.
—Sí, sí, esta vez ha sido diferente. Creo que no somos del todo compatibles y lo hemos dejado como amigos… aunque bueno, ya sabes eso de amigos, quizá no volvamos a hablar en la vida. Pero puedo decir que esta vez, todo quedó bien.
—Pues si estás bien, me alegro, cariño. —la mujer siguió preparando la cena y desde su posición comentó— Sinceramente, creo que las segundas partes no son buenas. Cuando una pareja rompe es por algo y ese algo… es difícil que después cambie, incluso suele quedar resquemor.
—Me parece que es justamente lo que nos pasa.
—¿A ti te sigue gustando?
—Claro, y la sigo queriendo. Pero ha sido la mejor decisión que podíamos tomar. Lo hemos hablado en la universidad, se lo he comentado e incluso nos hemos despedido con un abrazo. Hemos vivido mucho juntos y eso siempre quedará para nosotros.
Mari que preparaba la cena de su hijo dándole la espalda, no pudo guardarse una sonrisa que le surgía desde su interior. No le gustaba aquella chica para su hijo, porque en verdad se había dado cuenta hacía poco, que ninguna le gustaba para él. ¿Entonces quién podría ser la indicada? Esperaba que en algún momento se casara y tuviera hijos, pero de momento, le gustaría que estuviera solo.
Por mucho que se quisiera engañar, sabía muy bien por qué prefería que su pequeño no tuviera pareja. Trataba de pensar que aquello era una idea disparatada fruto de una mente que cada día estaba más alocada, pero no lo era. “Ahora Sergio tendrá más tiempo… podríamos hacer más cosas juntos” pensó mientras ponía la lechuga sobre el pan de molde.
La idea de tener planes con Sergio le hacía estar más feliz que… ¿Junto a su marido? Tristemente, era así. El día del cine había sido tan perfecto que esperaba otra invitación por su parte, sabía que en época de exámenes no sucedería, pero ya habían terminado, “ojalá tenga un plan para los dos”.
Sergio seguía hablando de la relación rota con Marta, sin embargo su madre surcaba pensamientos del todo inapropiados sin escucharle. Últimamente se cuidaba más, vestía algo mejor, sin ropas rotas o camisetas usadas de sus hijos. Todo aquello era por quererse más o ¿por alguien más…? La segunda opción era la más acertada y en el fondo lo sabía.
Durante este último mes había estado pensando más en sexo, algo que tiempo atrás apenas le hacía perder uno o dos minutos al día. Desde la visita a su hermana un pequeño picor interno había regresado a su cuerpo y sobre todo desde las fiestas navideñas se acrecentó. Logró con éxito par de orgasmos en unas relaciones algo… pobres… con su marido durante todo enero. Misionero y ella arriba, no pasaron de ahí. Pero al menos, y casi con la primera introducción, consiguió un clímax muy satisfactorio, quizá por la poca falta de coitos o quizá porque llevaba una temporada más… caliente de lo normal.
Mientras ponía unas lonchas de jamón cocido, recordó la última relación sexual con Dani. Había sido un día en el que su hija no estaba y por la tarde Sergio había ido a un examen. Ella le había puesto bastante pasión, sin embargo su marido apenas aportó… estaba cansado. Era normal que estuviera así, tenía mucho trabajo y se deslomaba, pero siempre era lo mismo.
Lo más difícil de asimilar para ella había sido el precoito. Todo aquel día se había levantado con un pensamiento en la cabeza. Quizá lo habría soñado o simplemente su mente le había traído una conversación con su hermana donde hablaban de un miembro sexual… el de Sergio.
Las imágenes vividas aquel día hace tanto tiempo en el que le vio masturbarse la habían machacado toda la mañana. Veía a la perfección los dedos aferrar la carne mientras venas repletas de sangre bordeaban el tremendo tronco. Era una imagen que nunca le había agradado, salvo ese día, en el que pensarlo le llevaba por un camino de… placer.
Siguió recordando aquella situación mientras colocaba el queso y su hijo parloteaba a la par que ella contestaba con síes sin tener en cuenta lo que dijera. El miembro gordo y grande de su pequeño la había perseguido incluso a la tarde y no pudo reprimirse las ganas de convencer a su marido para hacer algo. Por supuesto lo hicieron, y aunque ambos llegaron al orgasmo, Mari se sentía vacía, como si todavía necesitase más.
Aquella noche mientras su marido dormía, la inquietud le había asaltado. No podía dormir, el picor en su entrepierna era desmedido y un pensamiento bloqueado, tiraba abajo toda restricción impuesta. Miró si su marido dormía profundamente, por supuesto que lo hacía, los ronquidos eran demasiado sonoros como para estar despierto.
Una mano traviesa pasó la goma de su pijama nuevo y llegó a una zona la cual últimamente se cuidaba mucho más, incluso ese día la había depilado casi al ras. No se reconocía, era otra Mari, una… más joven.
La noche cuando salieron del cine, era cierto que acabó por masturbarse, pero aunque Sergio tuvo mucho que ver, logró aislarlo de su mente. Sin embargo ese día le era imposible, todo el tiempo aquella imagen de su hijo con un pene de lo más erecto masturbándose la había avasallado. Incluso le volvió a la mente como en casa de su tía estando los tres en el jacuzzi, salió con una erección más propia de un caballo.
No se reprimió, por primera vez en su vida dio rienda suelta a la lujuria que la aprisionaba, “total, es mi cabeza” se convencía mientras los dedos se movían en torno a su clítoris. Se imaginó que entraba en la habitación, que apagaba el ordenador a su hijo y se sentaba ella en sus piernas terminándole el trabajo.
Sus dedos veloces lo hacían tan bien que al de un minuto no tuvo que pensar más… todo fluyó entre sus piernas. Sus pulmones explotaban mientras reprimía un grito contra el cojín y trataba de respirar lo más lentamente posible para no despertar a su marido.
¡Qué bien se lo había pasado! Y cogiendo el bote de mayonesa escuchó que Sergio seguía hablándola, aunque sin saber por dónde iba, perdió el hilo… como para no. Aunque lo que no perdió fue el recuerdo de tal precioso orgasmo y de cómo, después de completarlo, se imaginó diferentes situaciones con Sergio.
Posturas que hacía mucho que no probaba. Posturas que quedaron años atrás olvidadas, incluso… sexo oral… ¿Hacía cuánto que no practicaba el sexo oral? No lo sabía. Le encanta, le gustaba mucho hacérselo a su marido y cuando ella lo recibía… ¡Qué placer!
El bote de mayonesa seguía en sus manos, apuntando a ambos trozos de pan del sándwich, al tiempo que pensaba en el sexo oral que tanto añoraba. Solo se imaginaba una cosa mientras sus manos rodeaban el cilindro que había entre sus dedos.
Dirigiendo el chorro que se avecinaba y queriendo apretar con ganas para que aquel fluido blanco saliera le dio palabras a sus pensamientos “el pene de Sergio”. “¿Por qué esta locura?” meditó mientras trataba de que aquel bote se convirtiera en un miembro de piel suave, músculos duros y con una magnitud considerable.
—¿Mamá?
La voz de Sergio la llegó a asustar. El volumen de su voz se elevó demasiado sorprendiéndola y haciéndola temblar por un momento mientras sus manos apretaban aquella mayonesa sin control.
—¿Me estás escuchando?
—Sí, cariño… Bueno es que me acaba de venir algo a la mente… lo siento.
Mari miró a su hijo con una sonrisa nerviosa pensando que sus ideas descabelladas podían ser leídas por su primogénito. Pero para nada iba a ser así, Sergio sabía lo ocupada que estaba siempre su madre, era lógico que algunas veces no escuchase.
La mujer volvió la vista al sándwich, el chorro había sido potente… abundante… fijando sus ojos azules en el pan, solo le venía una cosa a la cabeza “Sergio…”. “Me estoy volviendo totalmente loca” se gritaba mientras su cabeza seguía imaginando que aquella crema tan abundante era de una persona y… ¿Por qué no?… se lo daba a ella.
—¿Quieres este sándwich? Quizá puse demasiada mayonesa —le preguntó Mari.
—No, si la mayonesa le da un toque más sabroso. —la madre se lo acercó a la mesa— Muchas gracias, mamá. Tiene una pinta deliciosa.
—Sí que la tiene —contestó Mari sin saber por qué o por quién lo decía.
La mujer se sentó a su lado, frotándose los ojos para después hacer lo mismo con sus sienes. No le dolía nada, solo quería sacar fuera esos pensamientos inadecuados y hablar tranquilamente con su hijo.
—Cariño, —Sergio no respondió con la boca llena— he estado mirando lo del trabajo que te comenté. A papá le ha costado decir que sí, dice que no hace falta, pero yo creo que sí y bueno, tú también tienes que saberlo, quiero escuchar tu opinión.
El joven masticaba con ansia, tenía bastante hambre, pero los oídos estaban puestos en su madre, aquella información le había causado cierta intriga.
—¿Sabes quién es Mariví? Creo que tiene un hijo de tu edad, más o menos, se llama… ¿David puede ser?
—Sí —dijo después de tragar un gran trozo—. Sé quién es, pero no le conozco, tiene par de años más que yo, o quizá alguno más.
—Pues hablé con ella del tema, sin más, salió la conversación. Me comentó que su madre hacía un mes que había fallecido y que ahora estaba sola en la tienda de ropa. Me dejó caer que si quería podía empezar con ella, un sueldo bajo y pocas horas, para ir aprendiendo. Luego ya iría a más. No sé, me da algo de miedo, más que nada por hacer algo nuevo, pero creo que vendría bien para la casa y para mí.
—Por mí, adelante. —Mari no se esperaba ninguna otra respuesta de su hijo— Aunque sabes que si hace falta vuelvo al cine, no tendría problema.
—No, hijo. Si vuelves a trabajar que sea para tener dinero para tus gastos, ya te lo dije.
Mari alargó la mano y cogió la de su hijo mientras tragaba la bola que se le había hecho en la boca.
—Sabía que me apoyarías, gracias.
La mano de la mujer apretó con fuerza a su hijo como queriendo llegar a más, a decir alguna cosa más o a querer pasar un límite. Sin embargo, dejó de apretar y fue a retirarla cuando de pronto, Sergio se la agarró entrelazando los dedos.
—A mí todo lo que hagas, si es bien para bien, me parece correcto, mamá. —sus miradas se cruzaron con fuerza y ambos quedaron con los ojos fijos en el otro— Si quieres trabajar, trabaja. Incluso si es lejos y hace falta que te vaya a buscar iré, o coge mi coche, no me importa.
—Eres un cielo… Te quiero.
Sergio sonrió de felicidad al escuchar que cada vez su madre soltaba más frases cariñosas, aquello le hacía sentirse de maravilla, el día no podía mejorar.
—Por cierto, tenemos que repetir lo de ir al cine, ¿no te parece?
—¡Por supuesto! —al pensar en esa opción a Mari le brillaron los ojos.
Con el sándwich terminado, Sergio se levantó de la mesa dejando a su madre sentada en la silla de al lado. Esta se colocó correctamente el cabello detrás de la oreja y se entristeció un poco, quería decirle que se quedara un rato a su lado, pero debido a sus pensamientos reales, no lo veía decoroso.
—Voy a mi habitación. —Sergio colocó ambas manos en los hombros de su madre y con un lento movimiento, besó la mejilla caliente de Mari— Yo también te quiero.
Aquello último lo había dicho en su oído y la piel se le erizó por todo el cuerpo. Notar el aire caliente que desprendía por sus labios era demasiado y mientras su hijo marchaba, ella suspiraba con ganas.
En la habitación el joven no perdió ni un segundo. Se le había ocurrido algo mientras hablaba con su madre, algo de lo que tenía muchísimas ganas. Encendió la pantalla del móvil y marcó un número que se comenzaba a saber de memoria. No le hacía falta ni mirar la agenda, aunque allí lo tenía guardado como Tía Carmen.
—¿Cariño? —respondió la mujer al otro lado del teléfono.
—¿Qué tal esta mi tía favorita?
—Pues sorprendida de que me llames a estas horas y además así de pronto, ¿no habrá pasado algo? —siempre que le iba a llamar su sobrino, Carmen solía tener al menos un mensaje avisándola.
—No, tranquila, todo está bien. Solo te llamaba para contarte algo.
—Pues dispara, pequeño, justo iba a ponerme a cenar.
—Acabo de terminar los exámenes, además creo que voy a aprobar todas.
—¡Qué bien! —la voz de Carmen se notaba realmente feliz— Como me alegro, es que eres muy listo. ¿Ahora puedes descansar un poco o vuelves a tener clase?
—Pues tengo un par de semanas de vacaciones y por eso te llamaba. —Sergio calló para notar la reacción de su tía.
—No entiendo. ¿Qué quieres, cariño?
—He pensado y todo esto si te parece bien… me gustaría ir a visitarte —la última palabra sonó como debía sonar… escondiendo lo que en verdad tramaba.
Por un momento el móvil se quedó en silencio, ni de un lado, ni del otro sonaba ni siquiera una respiración. Carmen se había quedado helada, completamente paralizada, no porque le viniera mal, si no por las ganas que nacían dentro de ella porque eso sucediera.
—¿Tía? —comentó Sergio al no escuchar nada.
—Estoy aquí…
—¿Te parece mal?
—Si un día esa proposición me parece mal, te doy permiso para que me mates.
—Pues te diré que me he asustado un poco, pensaba que igual estaba el tío por ahí o algo.
—No, tranquilo, cariño. Pero vaya que me has pillado así de pronto y una no es de piedra.
—Mi idea es ir un día, bueno, dormir donde la abuela y eso…
—¿Te parece buena idea venir el viernes? Así pasamos juntos el viernes y el sábado si quieres puedes marchar, lo único no sé si podré dormir contigo.
—Por mi perfecto, no tengo ningún otro plan. —rio maliciosamente al otro lado del teléfono.
—Menuda alegría me acabas de dar… no lo sabes bien. Me acuerdo mucho de ti, bueno, de algunos momentos más que otros y de unas partes más que otras.
El tono de voz de la mujer había mutado, ya no estaba tan alegre, sino que Sergio recordó que ese sonido lo usaba para ciertas ocasiones en la que ambos estaban unidos, muy unidos.
—Yo cada día lo recuerdo… y el otro día pensé en algo. Una pena haber desaprovechado el hotel donde paramos a dormir.
—Ya te digo… —Carmen recordando lo bien que lo pasaba con su sobrino. Empezó a calentarse— aquella ducha, era bien grande. ¿Te hubiera gustado ponerme contra aquel mármol?
—Mucho… aunque lo hice luego en tu casa. —la mano libre de Sergio comenzaba a apretar su miembro mientras Carmen a kilómetros de allí pasaba una mano por su entrepierna.
—Tengo que bajar, que me espera Pedro para cenar.
—Bueno, pues ya concretaremos entonces…
—No, no. ¿Quién te ha dicho que cuelgues? —escuchando aquello, Sergio pudo imaginarse la sonrisa pícara en el rostro de su tía. Como le gustaba— Vete hablándome que voy bajando… ¿Quieres algo especial?
—¿Cómo?
—¿Alguna ropa, alguna cosa…? No sé —escuchó unos pasos y una voz de fondo—. Es Isabel que acaba de llamar… la mujer del panadero, ¿sabes?
—Pues algo que realce tu fantástico cuerpo, que ya sabes cómo me encanta. Lo demás lo dejo en tu mano, porque vas a estar igual de preciosa con cualquier cosa.
—Vale, eso sin problema —decía Carmen ya al lado de su marido—. Por cierto, ¿este año tienes calabacín o pepino?
—Lo tengo ahora mismo en mi mano, está enorme, tiene unas ganas de saludarte.
—¡Qué bien! —sonando con total normalidad mientras su cuerpo ardía— Y ¿te han traído huevos de corral?
—Vaya si tengo… —Sergio estaba de lo más caliente, sacó su miembro del pantalón del pijama con una erección y vio sus genitales bien llenos— si los vieras ahora, están repletos.
—¿Ah, sí? Pues mira, hazme el favor y guárdalos para mí, ¿bien?
—¿Hasta el viernes? Imposible, tía… es mucho tiempo, me van a doler.
—¡Que sí anda! Mira que a Pedro le encantan, guárdalo y te lo pago el mismo viernes, venga, Isabel.
—Mierda. Vale… como me pones. Te amo, tía…, pero lo de no tocarme lo voy a incumplir, solo una vez. Ahora mismo.
Carmen sintió un latigazo de placer en su entrepierna al escuchar que su sobrino se iba a masturbar con ella al teléfono. Miró con el rabillo del ojo a su marido que degustaba la tortilla que ella misma había preparado ajeno a lo que sucedía al otro lado del móvil.
—¿Qué ha pasado con el Manolo entonces? —fue lo único que se le ocurrió preguntar, para no estar pegada al móvil en silencio y sin excusas.
—Le ha pasado que la tiene muy dura —contestaba su sobrino con la respiración agitada—. Que se la está moviendo arriba y abajo pensando en su tía favorita, en su cuerpo, en su cara… Dios, no puede ser.
—¿O sea que ya llegó?
Pedro la echó una mirada para saber que le había pasado al hombre. Le alzó la palma en el aire para que esperase y escuchar lo que su sobrino le tenía que decir.
—Me corro, joder. ¡Qué rápido…! Va, va, va… Tíaaaaaa —estiró la “a” hasta el límite de su voz quedando después en un jadeo contante.
Carmen esperaba al otro lado con impaciencia y un rostro enrojecido hasta el extremo que gracias a que solo tenían una luz encendida, su marido no podía vislumbrar.
—Tendrías que ver la de leche que tengo.
—Bueno pues ya me contaras más no te preocupes. Si te parece bien, te dejo que voy a cenar. ¿Vale, Isabel?
—Vale… —decía al otro lado del teléfono un Sergio atorado y con la mano llena de sus propios líquidos— Voy… voy a limpiarme, piensa en mí esta noche y las que viene.
—Lo haré, seguro —dijo con una falsa sonrisa que ocultaba su erotismo.
—Tengo muchas ganas de follarte… —acabó por decirle su sobrino.
—Y yo, y yo. Bueno —con un tono cordial que apenas podía mantener— saludos y ya nos veremos, que tengo muchas ganas.
Colgó sin esperar más respuesta mientras a kilómetros de distancia su sobrino se limpiaba y se metía en la cama de la misma, agotado por tal placer y con un hormigueo constante en sus genitales.
Carmen dejaba el móvil en la mesa de la sala ausente por completo. Miraba la televisión al lado de su marido, notando a la vez como en su entrepierna algo caliente salía de su interior.
—¿Qué quería? —le dijo su marido con la boca llena.
—Nada, tonterías, nada importante la verdad. Quizá quedemos el viernes para pasar la tarde, ya veré.
—Bueno, vete sin problemas, yo me parece que estaré trabajando hasta tarde.
Ella asintió con una sonrisa mientras por dentro pensaba “y tanto que voy a ir… no sabes lo bien que me van a follar”.
CONTINUARÁ
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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.