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Aventuras y desventuras húmedas. Tercera Etapa (6)

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Mari se miró por última vez en el espejo del baño. Su pelo estaba recogido en una pequeña goma con una coleta de la cual alguna gota rebelde todavía se deslizaba. El camisón nuevo se había pegado a su piel como una capa de seda y le dejaba al aire tanto los brazos como los hombros y… un ligero escote que le parecía perfecto.

No llevaba sujetador, no le encontraba el sentido, nunca dormía con él y ponérselo ahora era una estupidez. Lo que si se decidió a llevar fue una pequeña braga de seda de color rosado totalmente nueva, estrenada para esta ocasión como el camisón.

Estaba perfecta y maravillosa, sentía que manaba luz propia, Sergio no podría resistirse a nada, estaba más que claro… aunque tampoco se le pasaría por la cabeza negarse a tal manjar. Salió por la puerta con una sonrisa al contemplar lo verdaderamente bella que era y vio cómo su hijo, estaba tumbado ya en su lado de la cama dándola la espalda.

“Querrá esconder esa cosa…” pensó mientras caminaba hacia su lado de la cama. “No lo llames cosa, llámalo por su nombre” le dijo una voz en su interior. “¿Cuál es?” rápidamente su mente gritó en un aullido “POLLA”.

Sentada sobre el mullido edredón, al escuchar tal afirmación, no dudo, ni siquiera recapacitó sobre que su hijo estaba a metro y medio. Bajó una mano deslizándola por su camisón y apretó con fuerza lo que había entre sus piernas. Su braga nueva se mojó de nuevo, como lo había hecho la anterior, “otra que va a lavar…”.

—¿Apagamos la tele? —le sugirió sin que se mirasen.

—Bien.

—¿Podrías también cerrar las cortinas?

El joven se levantó, siempre dando la espalda a su madre para que no viera la completa erección que poseía. Corrió las cortinas hasta que no pudiera penetrar ni un resquicio de luz. Entendía lo que su madre buscaba, la completa intimidad, ni una luz, ni un ruido, solo ellos… incluso… ni ellos, solo sus sombras, así… sería más fácil.

Volvió a la cama, gozó del dulce tacto de las sabanas sobre su piel casi desnuda y al final, escuchó el pequeño sonido plástico del interruptor que anunciaba lo inevitable, la luz se había ido. Mari apagó la lámpara de su lado de la cama, quedando totalmente a oscuras y únicamente con el sonido de sus agitadas respiraciones.

Cada uno se tumbó en su lado, dando la espalda a su compañero de hotel, esperando que alguno diera el primer paso. Sin embargo, el tiempo comenzó a pasar. Los dos se mantuvieron quietos en los lados de la cama, sin moverse, sin casi respirar. El primer paso, el que rompería todo, les era imposible de dar.

Sergio por mucho que lo hubiera dado con su tía, ahora se sentía atenazado sabiendo que la que estaba a algo más de un metro de él, era su madre. La mujer que le había traído al mundo y a la que ahora casi podría decir que amaba.

Con Mari el sentimiento era similar, anhelaba el abrazo de su hijo, sentir su calor, su piel su… todo. Sin embargo no se podía dar la vuelta, con respirar de una manera más o menos normal le era suficiente.

Eran ya cerca de las doce que ambos seguían totalmente congelados, solo unas partes de su cuerpo están ardiendo como en una hoguera. A Sergio todavía no le había bajado la erección monstruosa que se le puso al ver a su madre en la ducha y por parte de Mari, sus bragas comenzaban a mojarse demasiado.

No había vuelta atrás, Sergio apretó los puños concienciándose de lo que iba a hacer, tenía la certeza de que saldría bien, por lo que ¿por qué perder el tiempo? No lo entendía. Quizá la duda, el pequeño porcentaje de error le ahuyentaba, al final, fallar en un cortejo era asumible, pero no cuando se trataba de su madre.

De pronto una sirena le alertó, quizá los bomberos, la ambulancia o la policía que venía a detenerle por tanto pensamiento incestuoso. No sabía quiénes podían ser, pero le daba lo mismo, a los pocos segundos, en la oscura noche madrileña, aquella sirena siguió su camino, ajena a que en aquella habitación, Sergio se movió.

Se dio la vuelta, al menos era un paso. En la casi perpetua oscuridad, veía la mitad de la espalda desnuda de su madre, con la coleta bien hecha y una mancha de humedad en la almohada. Movió ligeramente su cuerpo, como si no quisiera despertarla, aunque en verdad sabía que estaba despierta, lo podía sentir.

Mari notó que la cama se movía, su agudizado oído debido a la falta de vista le hizo escuchar como su hijo a su espalda se acercaba. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, era el momento y las primeras dudas de todo el viaje se posaron en su mente “¿qué estoy haciendo?”.

Debatió con su cabeza tantas cosas que apenas se percató de que a los minutos, Sergio se había vuelto a mover. Lo hacía despacio, como un iceberg, lento pero con un objetivo concreto. De nuevo escuchó como la cama se movía y cerró los ojos para tomar la última elección, “¿sí o no?”.

Para el joven el paso del tiempo era contradictorio, parecía que no transcurriera en ningún momento y que estuvieran encerrados en otra dimensión paralela. Sin embargo, a la vez que su pensamiento discurría por ese camino, sabía que los minutos corrían veloces en su contra y que si no hacía nada quizá nunca más podría.

Otro movimiento con su cuerpo. Por fin había atravesado la mitad de la cama y podía notar como el edredón se movía en cada respiración de su madre. Los ojos se les habían acostumbrado a la oscuridad y las pocas luces indispensables como la de emergencia en la puerta o el piloto rojo de la televisión les daban algo de claridad.

La sombra que era su compañera de cuarto estaba ahí, a nada, tan cerca y a la vez tan lejos. Por una vez, el joven aplacó todos los pensamientos que fluían por su mente, detuvo aquella autopista de ideas y simplemente la dejó en blanco. Por su cabeza no pasaba nada, solo veía con unos ojos bien abiertos como su mano derecha se había alejado de su cuerpo.

Estaba a medio camino, apenas la había alejado levemente de su costado que ya estaba a centímetros de su madre, la cual seguía mirando a la pared con los ojos bien abiertos. Mari notaba algo, una cosa que se estaba acercando, como si poseyera un nuevo sentido que le avisara de una presencia.

Todavía su cabeza estaba dándole vueltas a la pregunta que se había hecho, ¿qué elección tomaría? Sí o no. Aunque pronto lo decidiría con mucha claridad, porque pese a que la mayoría de los argumentos de su mente racional eran contrarios, tenía muy claro lo que diría al final. Cuando notó la mano de su hijo posarse en su cintura… su interior gritó “SÍÍÍÍ”.

Sergio había dado un paso gigante, todavía estaba tocando la tela del camisón, pero la piel de su madre ya estaba bajo la palma de su mano. Mari no se movió, ni siquiera hizo un leve gesto de sorpresa. Tenía todos los músculos en tensión, esperando que aquello sucediera y cuando ocurrió se sintió relajada.

La situación vista desde fuera podría ser normal. Podría ser que el joven, sin querer hubiera ido reptando hasta el lugar donde estaba su madre, solamente para buscar compañía en una cama ajena. Sin embargo, la realidad era muy diferente, ambos corazones latían a ritmo de Rock and Roll, en una sinfonía dura y acelerada, pendientes de cuál sería la siguiente nota.

Mari sintió que era su turno, su hijo suficiente había hecho con acercarse hasta donde ella y tocarla, era su momento de actuar. Se acomodó un poco en la cama, retrocediendo con su cuerpo hasta el punto que sintió en su nuca el aliento caliente de su hijo. Respiraba con fuerza y rapidez, estaba agitado, aunque la palabra que buscaba Mari y que le definía mejor era otra, “no está agitado, está cachondo”.

Por primera vez la espalda de la madre se juntó al pecho de su hijo. El calor ya les envolvía, juntos en aquella cama parecía que hubieran descendido al mismo infierno. Sin embargo todavía les quedaba mucho por bajar.

Sergio no quería detener aquello, impulsado por el valor que reunió para acercarse a su madre, movió con lentitud su cadera, esperando no romper nada con lo que tenía abajo. Las nalgas de Mari lo sintieron dos segundos después, primero un leve contacto como si un dedo le tocara el culo. Al siguiente instante supo que en realidad lo que palpaba su posadera derecha no era un dedo, sino… la polla de su hijo.

Un pene que ya comenzaba a conocer bien, cruzaba su nalga de lado a lado, dejándola sentir como su longitud y anchura la tocaban. Aspiró con fuerza según aquella herramienta la tocó, incluso tuvo que morderse el labio para que un gemido no escapara. Estaba un poco perdida, no sabía qué hacer ahora, aunque ¿por qué pensarlo tanto? Lo mejor sería dejarse llevar.

Mientras Mari debatía que debía o no debía hacer, Sergio parecía estar más dispuesto a todo. Vio que la mujer no ponía pegas al pequeño roce de su pene erecto en el trasero, por lo que a riesgo de que le diera un mal por soltar la cintura de su madre, sacó la mano de allí. Pero con una intención muy clara, en el silencio de la habitación y con las insignificantes luces que les daban la poca visibilidad, metió su mano dentro del calzoncillo. Maniobró colocando de forma más adecuada su sable queriendo que una cosa más concreta sucediera.

La mano volvió a su lugar, la cual la mujer la recibió de mil amores, sin embargo algo le gustó mucho más. Lo que la encantó fue sentir como el pene de Sergio, bien colocado, ahora se acoplaba a la ranura entra ambas nalgas. Esta vez no pudo contenerse, Mari gimió lo más bajito que pudo, sin embargo con todo aquel silencio aquello se sintió como un grito.

La fiesta había comenzado, sentir atravesar su culo aquella tremenda escopeta no la podía hacer cambiar de opinión, se decidiría a disfrutar. Rápidamente movió su mano en busca de la de su hijo, la cogió en su cintura y se la llevó a su vientre enlazando los dedos y apretándola.

Ambos se pegaron más, sintiendo no solo el miembro viril de su hijo, sino la totalidad de su cuerpo. El aire que respiraba el joven le golpeaba en su pelo y un escalofrío incontrolable la recorría cada poro de su piel. Estaba poseída, la barrera había sido quebrada, el muro que sostenía la cordura había sido derribado de un golpe del poderoso miembro de Sergio, y ahora, Mari quería avanzar. La mujer estaba atorada, no recordaba haber estado tan “…cachonda…” en su vida.

El camisón se le había levantado, bien lo sabían ambos, ya que la prenda íntima de Sergio, donde guardaba su aparato, tocó la piel de la mujer. El joven seguía en esa posición esperando saber cuál era el siguiente movimiento. Se debatían varias cosas en su mente y lo que acabó venciendo fue mover su cadera dando pequeños golpes en el trasero de Mari, sin embargo no le dio tiempo a ponerlo en marcha.

La ropa interior de la mujer estaba al aire y una pequeñísima parte de su vientre también. Mari volvió a apretar con fuerza los dedos sobre la mano de Sergio, el cual no reaccionó, no hacía falta, ella llevaría el mando.

Introdujo con calma la mano por dentro de su camisón, el roce de la piel de su vientre con los suaves dedos de su hijo le hizo que se le pusiera la piel de gallina. Con aquel leve movimiento el camisón subió un poco más, llegando a vérsele el ombligo si estuvieran rodeados de una claridad normal.

Sergio intuía que aquella mano traviesa le llevaría por un viaje magnífico hacia los perfectos pechos de su madre. Sin embargo, muy cerca de ellos, cuando creía que los podía tocar si estiraba las falanges, Mari se detuvo.

Sus planes no eran los que su hijo imaginaba. La mujer solo quería elevar su camisón para que no la molestase, se lo hubiera quitado, pero cuantos menos movimientos mejor. Su objetivo se encontraba más abajo de lo que el muchacho se creía y hacia allí comenzó a mover ambas manos.

Al notar su brazo descender hacia lo inevitable no se lo podía creer, el joven estaba perdiendo el sentido de la realidad, apenas veía, solo podía notar el supremo calor que ambos emanaban.

Mari llegó a su destino, deteniéndose justo en la goma que guardaba su preciado tesoro rasurado. La nueva ropa interior que se compró para la ocasión y que en tan poco tiempo había empapado, estaba a milímetros de los diez dedos. No se lo pensó, era la última barrera, la última frontera de lo socialmente aceptado. Hasta ahora, podría calificarse la situación de rara… muy rara, pero si se movía, todo aquello quedaría en una anécdota y lo más importante sucedería a continuación. Así lo hizo.

Ambas manos se introdujeron por la goma de la braga. A Sergio el corazón se le detuvo, el calor que salía de aquel lugar era indescriptible y apenas podía pensar en otra cosa que no fuera lo evidente, su madre le estaba llevando su mano a la vagina.

Los primeros dedos hicieron el tan ansiado contacto, Mari con los ojos cerrados sintió dos dedos recorriendo sus labios vaginales, luego tres… después toda la palma encima de su divino sexo. El viscoso fluido que salía desde hacía varias horas llenó la mano de Sergio, el cual hizo sentir a su madre todo el placer que guardaba presionando el pene contra ambas nalgas.

Lo inmoral empezó, todo fue roto en un instante y cualquier pensamiento negativo hacia lo que cometían se desechó a un lado. No era momento de pensar, de decidir la repercusión de sus actos, simplemente era… EL MOMENTO.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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