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Aventuras y desventuras húmedas. Tercera etapa (9)

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A la mañana, Sergio se levantó totalmente repuesto del cansancio acumulado. El sueño había sido reparador y pensar que tenía clases en la universidad por primera vez le animaba. El caso era pasar el menor tiempo posible en casa, todo el tiempo que trascurriera fuera por el momento era una victoria, por lo que la sonrisa no se le iba del rostro.

Escuchó a su madre como siempre en la cocina, preparando los desayunos para todos, pero debía de hacer una parada. Corrió al baño, vaciando su vejiga y dejando correr todo lo que sobraba en su cuerpo aunque con un segundo objetivo. La erección mañanera había sido particularmente fuerte y en su mano, colocándola en dirección al retrete, se veía imponente.

El truco de mear para bajarla, no sirvió y bajo el pantalón de pijama el bulto era enorme, llegaba a ser ridículo andar así por casa. Aprovechó la soledad del baño para darse una ducha y disminuir el volumen de sangre, o al menos esperar a que se le bajara sola.

Así lo hizo. Metiéndose bajo el agua, directamente en el chorro todavía tibio, logrando que su pene diera un salto al notar el contraste de temperatura. Sin embargo no sirvió de mucho y su férreo miembro siguió tan duro como el palo mayor de una fragata.

No quedaba otra, no tenía muchas ganas de ir con esa erección a desayunar, por lo que tiró por la vía fácil. Agarró su miembro y pasó por su cabeza varias mujeres que habían pasado por su vida. No obstante, no tardó en caer en lo evidente, Marta no era una opción, porque otras la mejoraban. El exotismo de Alicia podía ser, pero la tía Carmen… era otro nivel. Sin embargo, una última superaba a todas, quizá no en belleza, aunque era preciosa, sino que el morbo de lo prohibido la hacía estar la primera de la lista.

El recuerdo de la noche con Mari apareció muy presente delante de los ojos del joven. Comenzó con pequeños movimientos mientras se imaginaba que su madre estaba allí mismo, dándole la espalda con el trasero bien levantado, lanzándole una mirada felina requiriendo la penetración. De nuevo la embestía con poderosos golpes al tiempo que ella rogaba por más y más y…

Sergio acabó. Cuatro movimientos y una pequeña película mental de unos cuantos fragmentos le hicieron comenzar a contraerse como una anguila. Los chorros salieron disparados con fuerza al plato de la ducha, dejándole con un jadeo perpetuo y un corazón subido en la garganta.

—Madre mía… —se rio de su curioso comentario— nunca mejor dicho.

Con esto el joven se quedó mucho mejor, más relajado e incluso con una sonrisa algo alelada que instauró de forma perpetúa toda esa mañana. Se dio el lujo de despedirse con un beso de su hermana, la cual no rechistó como bien lo hubiera hecho meses atrás, y con otro… a su madre.

A esta última le pilló totalmente desprevenida y abrió los ojos sintiendo el contacto caliente de los labios de su hijo. Mientras decía adiós le miró por el rabillo del ojo, pensando en que por fin estaría algo más relajada.

Así fue. Cuando todos marcharon, lo primero que hizo no fue recoger, ni colgar la ropa de la lavadora, ni nada. Lo que más le apeteció fue ir al sofá, tumbarse, quitarse las zapatillas de casa lanzándolas al aire y ver un poco la tele.

Después de unos veinte minutos de absoluta relajación con el cuerpo sin ninguna tensión en dos días, algo la sacó de su pequeño letargo, produciéndola una sacudida en el cuerpo. El teléfono vibró dentro de su bolsillo, no tenía ni idea de quién podía ser y hasta que no miró la pantalla estaba totalmente desconcertada.

—¿Mariví?

—Mari, ¿qué tal estás?

Era la mujer que tenía la tienda de ropa. Con el viaje de su hijo se había olvidado completamente y eso que solo había sido un día.

—¿Te pillo bien?

—Sí, sí, tranquila, que justo me has cogido recogiendo la sala. —no quería decirla que estaba vagueando en el sofá, no sabía cómo lo vería la que probablemente sería su nueva “jefa”.

—Vale, cielo, perfecto. Solo te llamaba para confirmarte lo que hablamos. Pasé el viernes por mi asesoría y ya tienen todo listo, si quieres, el lunes que viene empiezas. Tenemos que firmar el contrato y eso todavía, por eso esta semana descansa.

—¡Qué bien, Mariví! —tenía bastantes ganas de empezar a trabajar y salir de su rutina. Aunque seguramente el trabajo… la haría caer en otra ¿no?

—Nada más, Mari. Nos vemos en la tienda el lunes, ven para eso de las diez, con calma que es el primer día. Lo único… pues ven con alguna ropa mona y un poco retocada, tampoco mucho, no sé si me explico.

—Entiendo. —tampoco lo entendía muy bien, pero que más le daba ¡iba a trabajar!

—Nos vemos entonces, besos para la familia.

—Lo mismo.

Mari colgó el móvil con una sonrisa nerviosa. Era de lo que más ganas tenía en el mundo y por fin le tocaba el momento de llevar con su esfuerzo dinero a casa. Se encontraba pletórica y con los nervios a flor de piel, solo pensaba en que llegase el lunes siguiente para ir a la tienda. Aunque todavía debía arreglar una cosa… Sergio.

Quizá debido a la exaltación por el trabajo, Mari se puso a recoger como loca. Guiada por unas fuerzas que nunca tenía por las mañanas, dio la vuelta a todos los cajones de la casa y los volvió a ordenar. No podía parar, si lo hacía, su mente no dejaba de dar vueltas en torno a dos asuntos, que como dos estrellas, atraían su atención. El trabajo y su hijo.

La felicidad le hizo ver esta segunda de otra manera, hablaría con Sergio, estaba claro, pero su tono de negación absoluta se había relajado. Le diría que aquello fue una locura, que no se podía repetir, pero que estuvo de maravilla.

Mientras el tiempo transcurría y ella seguía limpiando como loca, la idea de volver a repetirlo le picaba como una aguja. Tal vez su diablillo interno o quizá su entrepierna que últimamente estaba más ardiente que de costumbre, le hizo meditar una y otra vez la situación y acabar por decir “no lo buscaré. Pero si me insiste…”.

Negó con la cabeza mientras llevaba en la mano la braga que usó en el hotel. Estaba llena de fluidos secos que Sergio depositó en su interior y aunque le dio pena, la arrojó a la basura. Estaban para tirar, no se podían volver a usar.

Retomó su tarea, con aquella sonrisa que no sabía muy bien de donde venía, si del tema del trabajo, o de la conversación con su hijo. Entró en la habitación de este, era la última estancia en limpiar y comenzó con tantas ganas como con las demás.

Abrió su armario, estaba tan desordenado como de costumbre y se puso manos a la obra. Cada momento que se detenía era un instante que permitía que su cabeza funcionase. Sin embargo por mucho que se lo negase y tratase de evadirse ordenando ropa, su mente la seguía llevando a la misma habitación de hotel en plena penumbra.

Se había olvidado de la conversación que tendría que tener con su hijo, incluso su reciente puesto de trabajo. Estando de rodillas abriendo el primer cajón del armario recordando únicamente el momento íntimo con Sergio. Había sido tan intenso, tan placentero, por mucho que trababa de recordar un momento así con Dani, no lo encontraba. Si alguna vez habían tenido uno tan intenso, hubiera sido al comienzo de la relación, en los últimos quince años estaba claro que no.

Siguió con el segundo cajón, notando como las sensaciones de asco hacia sí misma por haber mantenido relaciones sexuales con su hijo iban desapareciendo. Llegó a la conclusión, mientras sacaba y metía pantalones, que quizá tenía algo que ver su estado “caliente”. Podría ser que mientras más necesitada de sexo estuviera, viera con mejores ojos aquella… “¿lo puedo llamar relación?” pensó mientras decidía en qué punto estaban ahora.

Abrió el último cajón, el que estaba a ras de suelo y en el que el joven guardaba cosas varias que apenas usaba. Algunas prendas eran más bien recuerdos, su camiseta con la que jugó a futbol o incluso el kimono cuando hizo karate en la escuela.

—Si esto ya no le vale…

Mari negaba con la cabeza mientras sacaba esas ropas tan antiguas y que seguramente su hijo guardaría allí a modo de trofeo. Sacó de allí el kimono, de un color blanquecino casi impoluto por las pocas veces que lo empleó. Lo dejó reposando al lado de sus piernas… porque… había visto algo que le llamó mucho más la atención.

En el fondo del cajón observó una pequeña porción de tela. Era de un color rojo muy intenso que no sabía qué podía ser. Estiró la mano hasta casi tocar la parte trasera del cajón y allí, bajo otro montón de camisetas viejas tiró de la pequeña prenda.

Esta emergió a la luz, sacando con ella otras dos prendas que a Mari no le importaron. La puso delante de su rostro y con sus ojos azules mostrando una increíble sorpresa, escudriñó lo que tenía colgado de dos de sus dedos.

—¿Por qué…? —no entendía que hacía eso ahí— ¿Por qué mi hijo tiene guardado un sujetador?

****

Los preciosos ojos de la mujer estaban fijos en la prenda que colgaba de su mano. Se mecía lentamente en el aire, como un péndulo que la hipnotizaba. Sin embargo, no estaba para nada abstraída, su mirada era tan penetrante porque estaba meditando de donde había salido el sujetador.

Lo bajó para cogerlo con ambas manos. Estiró los lados de la lencería roja y la dejó delante de sus narices. La primera impresión que tuvo era que aquella tela era de buena calidad.

—Esto no creo que sea de Marta —recordó la imagen de la ex de su hijo y se reafirmó— No. No tenía tanto pecho.

No casaba aquel sujetador con ninguna de las mujeres con las que Sergio había estado y que al menos Mari tenía conocimiento. Una idea le pasó por la cabeza, quizá fuera suyo y Sergio se lo hubiera robado para cosas… de adolescentes.

Cerró los ojos y soltó una ligera carcajada que trató de pausar. Se imaginaba a su hijo con cierta parte de su cuerpo totalmente erecta y con aquella prenda en una mano masturbándose sin cesar.

—Eso… no creo… es de depravados —volvió a reír— aun así, este no es mío…

Diciendo eso en voz alta, un rayo de clarividencia surcó su mente haciendo que el cuello se le moviera y su rostro quedara fijo en un punto. Sin mirar a nada, solo al infinito torció el rostro mientras nadaba en sus recuerdos y su sonrisa se diluía.

—Tengo… uno… —miró de nuevo el sujetador tan bonito que tenía entre las manos— que es igual…

Se puso de pie, impulsada por una fuerza que no sabía que tenía. Corrió por el pasillo, haciendo resonar sus pies con fuerza contra la vieja madera hasta llegar a su habitación. No podía ser cierto lo que se le había ocurrido, era del todo imposible.

Se lanzó al cesto de la ropa sucia y después de tirar el sujetador rojo a la cama, comenzó a meter las manos entre las prendas que esperaban a ser lavadas. Varias saltaron por los aires, lo que buscaba Mari parecía estar en el fondo y allí fue a buscarlo. Al final lo vio, una copa de un sujetador de color azul celeste yacía en el fondo.

Estiró el brazo, teniendo que equilibrarse con un pie debido a la profundidad. Lo sacó de una sentada, tirando también una braga que poco le importaba donde cayera.

Su mente estaba cavilando todo tipo de posibilidades mientras una se alzaba en lo alto. Con paso lento, observando ambas prendas se acercó a la cama donde había dejado el sujetador rojo. Su corazón iba despacio, muy despacio…, pero el retumbar de cada latido parecía hacer vibrar las paredes.

Colocó el azul al lado del rojo, ambos completamente estirados en misma sincronía. Miró una vez, dos, tres… repitió en silencio un giro de cuello como un juez de tenis. No había duda, aquellos sujetadores si no estaba errada… eran iguales.

Sabía muy bien quien le había comprado ese sujetador, recordaba perfectamente el día en el que fue con su hermana de compras. Ella se rehusó, no le gustaban los buenos pechos que le dejaban aquella prenda, sin embargo, Carmen insistió tanto que acabaron comprándose el mismo. Rojo para Carmen, azul para ella.

Se llevó una mano a la boca, tratando de buscar otra posibilidad que entrara mejor en aquella situación. Aunque lo más acertado seria pensar que Sergio había robado un sujetador a su tía a modo de fetiche. No obstante su mente le decía que no.

Lo bien que se llevaban… la confianza que tenían… aquellos dos no tenían una relación perfecta por los pelos. Mari recordó cada imagen de complicidad, pero ahora añadiéndole un toque perverso que en esa época le resultaría impensable. Esa idea la hizo tener que sentarse en la cama.

Su respiración se agitó, no había otra, si su hijo pudo tener relaciones sexuales con ella, que era su madre, ¿por qué no con su tía? Al fin y al cabo era una consanguinidad menor. Y si… ¿Lo habían hecho?

Se tapó el rostro con ambas manos. La idea era una locura, una verdadera demencia que a cada milésima se iba apropiando de la mente racional de la mujer como un parasito. Las lágrimas querían aflorar y Mari no sabía muy bien por qué. Primero debería comprobar lo sucedido, pero… ¿Por qué lloraba? Lo pensó fríamente, o al menos trató de hacerlo, estaba demasiado caliente.

El joven parecía que era un degenerado, copulando con su familia sin parar, incluso Mari pensó en si podría haber hecho algo más con otra, lo dudaba, aunque no con mucha fuerza. No era solo a ella, sino también a su tía, y lo peor de todo es que ella, al parecer… había sido el segundo plato.

Las lágrimas ya fluían por las mejillas dejando un rastro húmedo y salado. No lo podía admitir, porque aunque hubieran cruzado una línea infranqueable ella todavía no lo tenía del todo asimilado, por lo que era más complicado entender lo que pensaba.

Sin embargo no era muy complicado de averiguar. Mari siempre fue competitiva hasta la médula y ahora… era la segunda. Sumado a todo el amor que desprendía hacia su hijo, inconscientemente se sentía traicionada y dolida, como si ambos fueran pareja. Muy dentro de su alma, aunque se escudase en lo degenerado que era Sergio, sentía la decepción por la deslealtad.

Ella había sido la segunda, eso era cierto. Aun así, notaba que le había dado todo a su pequeño, por él había traspasado la última frontera y ahora, se daba cuenta de que para Sergio no habría sido nada especial, solo… una más.

Lloró. Lloró como nunca lo había hecho. Pensando en que su hijo estaba al borde de ser un monstruo sin asumir que sus sentimientos hacia el joven eran del todo desproporcionados. Si Dani hubiera cometido un pecado similar, quizá… se lo hubiera tomado mejor.

En una mañana pasó de estar nerviosa y relativamente feliz, a estar completamente desolada. Cayó en el llanto más profundo, incluso teniendo que meterse en la ducha por la única razón de no seguir viendo lágrimas sobre su rostro. Trató de convencerse de que no era posible, de que eran tía y sobrino, no obstante el mejor argumento contra esa idea era ella misma. Madre e hijo habían tenido un desenlace similar al que se imaginaba, no tenía excusas, había pasado, punto.

Sin embargo, le quedó el último rayo de esperanza, una última comprobación antes de asegurar que todo fuera un incesto de locura. Debía echar un vistazo al móvil de Sergio, si salía alguna conversación estaría claro que pasaba algo, si no, seguramente habría sido su alocada mente. Total solo estaba la prueba del sujetador, nada más, debía indagar no se podía dejar llevar por las primeras impresiones.

Era el último obstáculo que ponía a su cordura, después de eso ya no le quedarían más razones que aceptar lo evidente y mientras esperaba en la sala a que llegará su familia se decía.

—No puede ser, mi Sergio no puede ser así.

Solo pudo controlarse cuando su hija llegó a casa, siendo en segundo lugar Dani y por último, pero más a la tarde, su hijo… al que no pudo mirar a la cara.

El joven no le dio importancia, sabía que su madre estaba tomando una decisión muy importante y seguro estaba hecho un lío. Habían tenido relaciones, algo que estaba totalmente fuera de lugar, sin embargo, él se lo había tomado con filosofía, diciendo que al final solo era sexo, no hacían daño a nadie. Aunque bueno… eso último estaría por ver, porque a su hermana y a su padre seguro que no les hacía mucha gracia.

—Sergio —le abordó su madre desde la puerta de la sala— vete ahora a ducharte que voy a poner una lavadora.

Su voz sonaba más dura que de costumbre y mucho más fría que en cualquier otro momento que el joven recordase. Se levantó sin rechistar, siguiendo a su padre que hacía lo mismo recogiendo la cena que le tocaba llevar a trabajar.

—Cariño, marcho —soltó Dani dando un beso a su mujer—. En tres horas estaré aquí, es solo un apoyo, nada más.

—Estaré ya en la cama —el tono hacia su marido no era tan frío, aunque se podía sentir que algo no iba bien.

Sergio marchó al baño, pasando por la habitación de su hermana, que aún no había vuelto del paseo nocturno con sus amigas al que había salido. Pensó en Alicia con rapidez “¿qué será de ella?” para olvidarla con la misma velocidad con la que apareció por su mente.

El plan de Mari empezaba a surtir efecto. Su marido se había marchado y ya podía escuchar el sonido del agua correr por el cuerpo de su hijo. Fue corriendo a la sala, no había un minuto que perder. El móvil de su hijo seguía en la mesa al lado de ambos sofás, no solía meterlo en el baño cuando se duchaba, la humedad ya le había estropeado un teléfono en el pasado. La madre eso lo sabía y… también sabía que la contraseña para desbloquear el móvil era el cumpleaños de su hijo.

—¿Qué madre serías si no te lo supieras? —se dijo en voz baja. Aunque no tardó en responderse con otra pregunta— ¿Qué clase de madre soy que me follo a mi hijo?

El móvil se encendió y en la pantalla salieron los iconos de las aplicaciones. Mari con algo de lentitud miró donde se hallaba el WhatsApp, su plan era mirar esa aplicación y si no funcionaba no sabía que más espiar, no era muy dada a la tecnología.

Esperaba encontrar alguna respuesta, aunque… si no lo lograba… mejor para ella, lo dejaría correr y ya. Pasó los dedos hasta que encontró el icono verde y con un pulgar tembloroso presionó la pantalla haciendo que las conversaciones saltaran.

Su corazón estaba en un puño, una mano invisible se lo presionaba hasta el punto del paro cardiaco. Una pequeña gota de sudor frío debido a la tensión y al mal cuerpo le cruzó cerca de la patilla para caer hasta su cuello.

Las primeras conversaciones que se mostraban no tenían nada de peligro, la gran mayoría eran de amigos. La que le llamó de primeras la atención fue una que ponía “tata”. Se imaginó que era de Laura y por un mal presentimiento la abrió con cuidado. Se sentía mal por espiar una conversación de su hija, pero era un riesgo que necesitaba correr.

Revisó los mensajes y no vio nada que la preocupase, era una conversación entre hermanos de lo más normal “ahora se llevan muy bien”, se sintió aliviada. Aunque su cabeza no la dejaba de decir que cuidado… quizá su hijo quisiera algo más.

Agitó su mente para sacar de allí ese presentimiento, quizá se precipitó con el joven y solamente era un cúmulo de casualidades que la habían hecho pensar algo que no era. “¿Tal vez sea por celos?” le preguntó su conciencia. Ocultó la verdad y negó en rotundidad. Se mentía con ganas.

Movió el dedo hacia abajo, buscando más conversaciones y justo después de las primeras vio lo que estaba investigando “Tía Carmen”. Al verlo fue la primera vez que sintió miedo… un miedo real. A la mente le vino una vez que siguió a su marido por la calle, había estado algo ausente y despistado. Era el comienzo de la época de poco sexo y Mari estuvo casi en la certeza que Dani podía tener algo, obviamente no era así, solo estaba preparando la fiesta de cumpleaños de su mujer. Qué vergüenza sintió al enterarse, menos mal que eso no lo sabía nadie.

Aquella vez se sintió fatal y esperaba que esta vez fuera similar, sin embargo, cuando abrió la conversación se acabaron las dudas. Leyó los primeros mensajes, subiendo lentamente cada vez que terminaba uno para seguir en el siguiente. La conversación era más o menos corta, Sergio había borrado hasta antes de partir al pueblo para tener aquel último encuentro.

Mari respiraba acelerada, apenas pestañeaba y la pierna apoyada en el suelo no cesaba de moverse en un ritmo frenético. El corazón le retumbaba en el pecho como los golpes de un tambor, no podía estar más conmocionada, lo que leía no tenía ni pies, ni cabeza, parecían dos amantes.

—Lo son.

Dijo en un hilo de voz sacando cierta tensión acumulada. De pronto escuchó como el grifo de la ducha cesaba y al borde de un ataque de nervios apagó el móvil saliéndose de la aplicación de mensajería.

No había conseguido leer todo, pero aquellos mensajes no dejaban lugar a la duda, su hermana y su hijo habían quedado… para follar. Las palabras le resultaban surrealistas, pero era cierto, Sergio no había ido a ninguna casa con sus amigos, había quedado con su tía “PARA FOLLAR” volvió a gritar su mente.

Para empezar la mintió con lo de sus amigas, para ir a… “Follar con su tía” le volvió a decir su mente. Estaba atorada con la cabeza distribuyendo sin parar imágenes de Carmen y su hijo en todas las posiciones posibles. No podía soportarlo, mientras su pequeño se secaba todo el cuerpo en el baño, ella se agarró la cabeza, la puso contra sus rodillas y gritó.

—¡BASTA!

Las imágenes pararon al momento, pero el sentimiento de dolor, de traición de… asco hacia todo, no se desvaneció. Se levantó esperando que su hijo no la hubiera escuchado y fue a su habitación. Allí recogió el sujetador rojo de su hermana que tenía guardado y lo volvió a mirar, pensando en que bien lo tendría que haber hecho Sergio “esto es un puto premio… un trofeo”.

Escuchó la puerta del baño abrirse, su hijo volvía a su cuarto con el cuerpo parcialmente mojado. La rabia de Mari era desmedida, quería ir a donde él y… partirle la cara como nunca lo hubo hecho antes. Sin embargo recapacitó por un momento, ya se pondría furiosa en el momento oportuno, debería plantarle cara de forma más taimada. O al menos… esa era su intención.

—Sergio —dijo con un tono serio al abrir la puerta.

El joven se dio la vuelta con únicamente el pantalón y calzoncillo puesto, la cabeza aún estaba húmeda con cada pelo hacia un lado. De no haber estado en una situación de extrema ira, a Mari le podría haber parecido gracioso.

—Dime.

El joven algo tranquilo esperaba la conversación por lo ocurrido en el hotel de Madrid. Incluso había pensado alguna contestación dependiendo por donde fuera la charla, tenía un objetivo, quería que todo volviera a la normalidad y si podía ser… que se repitiera.

Su madre sin embargo, no le contestó nada, solamente le lanzó algo que no llegó hasta donde estaba, quedándose a medio camino entre los dos. El joven sintió una punzada en el pecho cuando lo vio tocar el suelo, era el sujetador que Carmen le regaló después del último coito.

Mantuvo la serenidad, al menos por fuera, no estaba preparado para algo como eso, no obstante lo miró con frialdad tratando de no mostrar ningún sentimiento. No como su madre que a cada milésima que pasaba ante la pasividad de su pequeño, sus ojos se le inyectaban más en sangre.

—No vas a decir nada —Mari no podía contener su genio.

—¿Qué quieres que diga? No sé para qué me tiras el sujetador —trató de parecer lo más desconcertado posible.

—¿Piensas que es mío? —apretó los labios queriendo calmar su cuerpo, era imposible. Con su pijama largo y algo desgastado podría parecer una madre buena e inofensiva, sin embargo en aquel momento era el mismo demonio.

—Supongo… —Sergio alzó los hombros como si la cosa no fuera con él.

—Yo sé de quién es… —levantó una mano señalando a su hijo— dime ahora mismo de quien es, quiero oírlo.

—No lo sé.

—¡QUE ME LO DIGAS!

El grito retumbó en toda la casa, incluso llamando la atención de par de vecinos que no sabían de donde podría venir tal alarido.

Sergio dio un paso hacia atrás, como si las vibraciones de tal bramido le hubieran hecho retroceder. Sintió verdadero pánico, porque aquella situación no se podía encarar de ninguna forma. Su madre tenía el pecho inquieto, se movía de arriba y abajo con rapidez mientras sus aletas nasales respiraban todo el aire que podían. Sin embargo no era lo que más asustaba a su hijo. Más miedo le daban los dientes blancos y perfectos que enseñaba tras unos labios que poseían un gesto de ira. Y encima de ellos… unos ojos siempre preciosos que ahora solo rezumaban odio.

El joven no dijo nada, ni aunque quisiera podría haber abierto la boca, porque aquello solo traería más problemas. Miró a su madre, después el sujetador y… volvió a mirar a su madre esperando por lo siguiente que le dijera, tenía miedo, verdadero miedo.

—¿A dónde fuiste el fin de semana pasado? —Sergio no se atrevió a contestar, aunque su madre disminuyó el volumen— Dímelo, ¿dónde fuiste?

La mujer llevada por la ira dio un paso adelante. La visión de que aquella batalla la tenía ganada la hacía sentirse envalentonada, nada la podría parar. No sabía que pasaría cuando todo acabase, pero su ira en ese momento era infinita.

Dio otros dos pasos, rebasando el lugar donde estaba el sujetador tan bonito de su hermana y llegando donde su hijo se mantenía de pie con piernas temblorosas. Había dado otro paso hacia atrás, topando el trasero con la mesa del escritorio, no tenía escapatoria y las manos le habían comenzado a sudar. Aunque eso era lo de menos, la fiera que tenía en frente y tiempo atrás había sido su madre, era en verdad lo que le aterraba.

—¿Quieres que te lo diga yo? ¿Quieres que tu madre te diga lo que hiciste?

Sergio no contestaba y en su mente trataba de buscar un motivo a porque lo sabía, solo había uno… su móvil, no había más. Era imposible que Carmen se hubiera ido de la lengua.

—Vamos, ¿lo quieres, verdad? —Mari estaba a centímetros del torso desnudo de su hijo— Te la follaste, ¿a qué sí? Te la follaste bien follada. —Sergio solo miraba, atenazado por las palabras de su madre, abrió la boca levemente.

—Mamá…

—¡Ni se te ocurra llamarme, mamá, puto degenerado! —no gritó tanto como antes, pero incluso la ira le hizo sacar unos pocos esputos por la boca.

—Mari, déjame que…

—¿Qué? ¿Qué me lo expliques? ¿Quieres que escuche como mi hijo se folla a su tía? No, gracias, no me interesa. Solo quiero saber por qué eres un degenerado, ¿por qué te has follado a tu propia tía? —Sergio abrió la boca— ¡CÁLLATE! ¡No quiero saberlo, joder!

Mari se dio la vuelta para no volver a mirar a su hijo. Pensar en que Carmen y él habían estado retozando le ponía la piel de gallina, una sensación de asquerosidad la envolvía, pero también otra… la de ser traicionada.

—Y luego… me dejé llevar. —Mari recordó el momento en que su hijo la masturbaba bajo el pijama— Desgraciado… no contento con su tía, luego… después de ella… yo.

Una lágrima corrió por el rostro de la mujer, otra más que habría que sumar al innumerable agua que ya soltó a la mañana. Sergio notó el subir y bajar de la espalda de su madre, estaba llorando, lo sabía. Al momento escuchó el primer sollozo y dio un paso para quedar detrás de ella. Se atrevió a hablar.

—Lo siento… no quería que acabara así…

—No hables. Ni una palabra. No quiero que estés en esta casa.

—¿Cómo?

—Quiero que te largues de aquí —le dijo su madre con toda la autoridad que tenía, mientras sentía a su hijo a su espalda.

—Pero… ¿Qué? ¿Qué dices, mamá? ¿A dónde me voy a ir?

—No es mi problema, no quiero que estés en mi casa. No te quiero volver a ver… No sé qué me paso, pero no puedo arrepentirme más de algo que de lo que pasó en Madrid.

—¡¿Qué vas a dejar a tu hijo en la calle?! —Sergio se estaba poniendo nervioso, en verdad no sabía cómo arreglar aquello.

—Dile a la puta de Carmen si quiere acogerte, a mí no me importa.

—Mari, y ¿qué le digo a Laura, o a papá? —no sabía por qué camino tirar.

—Mañana mismo haces la maleta y les dices que te quieres independizar. —se dio la vuelta y volvió a mirar a su hijo a los ojos. Los preciosos ojos azules estaban vidriosos y con infinitas venas rojas que parecían hilos.

—No pienso irme.

—¡Te irás, punto! —los ojos de Mari estallaban en una ira acumulada— Te dejo que digas lo que te plazca, si no diré lo que hiciste con tu tía.

—Omitiendo lo nuestro, ¿verdad?

Mari se volvió a dar la vuelta completamente y le encaró con ganas, ambos estaban piel con piel como dos días atrás, pero los sentimientos eran muy diferentes.

—¡Eso jamás pasó! Un error que no me perdonaré en la vida.

—No lo dices en serio. —Sergio se sentía humillado, no quería escuchar aquello, porque sabía que no era verdad— Te encantó.

—No vuelvas a mencionar eso, ¡te lo advierto! Nunca pasó, es lo peor que me ha pasado en la vida.

Mari se dio la vuelta y anduvo con pasos fuertes y rápidos hasta la puerta. Estaba de lo más furiosa y quería dar por terminada la conversación, sin embargo, la estúpida adolescencia de Sergio hizo acto de presencia.

—¡Celosa!

—¡¿Cómo dices?!

La cabeza de Mari se giró en un brusco movimiento haciendo que todos sus pelos se movieran con agresividad al tiempo que sus ojos mataban a su hijo.

—Eres una celosa. Hasta que no te has enterado de lo de Carmen, lo de Madrid te encantó, igual que a mí.

Recorrió los pasos andados y volvió enfrente de su hijo, encarando al joven que ahora portaba un rostro soberbio que Mari no reconocía.

—Lo siento, Mari —su mente caliente por la rabia no podía soportar ser tratado así por su madre, él también quería repartir estopa. No se podía quedar callado…— Siento que te joda que haya estado con Carmen primero y que hayas sido la segunda, pero no estés celosa…

El viento se cortó en un rápido movimiento. Un sonido silbante pasó al lado de Sergio y en un abrir y cerrar de ojos sintió un dolor punzante en la zona siniestra del rostro. Su madre le cruzó la cara con ganas y rabia, apretando sus labios al tiempo que su brazo se alzaba y con la mano abierta impactaba en la cara.

Sergio giró la cabeza por el golpe y un zumbido le anegó el oído izquierdo. Abrió y cerró los ojos al momento para centrarse donde estaba, un poco más y le noquea con semejante tortazo.

De pronto un tintineo de llaves sonó en la puerta y la mujer corrió hasta el final de la habitación, para dedicarle una última mirada asesina y deletrearle con los labios.

—Última noche en esta casa.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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