El día se levantó soleado y caluroso, un día típico de verano. Sergio se desperezó como pudo y deshaciéndose del nudo con el que las sabanas le retenían, consiguió levantarse de la cama. Anduvo como un muerto en vida recorriendo el pasillo, escuchando como en la sala su hermana veía la televisión tirada en el sofá y su madre desayunaba tranquilamente en la cocina. Se sentó a su lado con un saludo más que seco por su parte, no está para nadie cuando se levanta y aún no ha desayunado, eso acentúa su mal carácter. Tal comportamiento que más de una vez le reprocha su padre, pero a estas alturas, no va a cambiar.
Su madre le insta a que se duche, que en un rato va a llegar su tía y tiene que estar respetable. Él se queja, puesto que, “qué más da como le vea su tía”, si al fin y al cabo son familia, si alguien le tiene que ver con los pelos tiesos y en ropa interior, es ella. La mañana es igual que otra cualquiera, discute un poco con su hermana por el dominio del mando, pero al final cuando su padre asoma la cabeza, acaba dando la victoria para su hermana. Con 18 años aún esta consentida y Sergio con cinco años más de experiencia en la vida, todavía no es capaz de aprender que siempre pierde contra ella, más cuando esta su padre.
Al final de la mañana su madre consigue que vaya a la ducha no sin varias insistencias. Aunque el joven entra a regañadientes, la ducha no le sienta mal, ya que allí se desfoga y se da un pequeño placer mañanero. Hacía ya más de medio año que no tenía ninguna relación sexual, esas cosas pesas, se podría decir que literalmente. Bajo los chorros de la ducha, se puso a divagar llegando a su mente como la que había sido su novia. Le había dejado por su ex… cada vez que lo pensaba lo veía más ridículo. Después de tres años juntos, y 4 años sin verlo, ni saber nada de ese tipo, va y vuelven, “SERÁ PU…”
Un golpe en la puerta le saca de sus pensamientos, es su hermana que quiere ir al baño y le dice explícitamente que se deje de pajear. “Maldita niñata” se dice, últimamente la odia demasiado, menos mal que en pocos días se iba a ir al pueblo a ver a sus amigos y olvidarse un poco de su rutina diaria. Esperaba pillarse unas buenas borracheras para sacar de su mente a su ex y de paso, si podía ligar algo, bienvenido sea.
Su hermana entró de sopetón sin esperar a que terminara cuando todavía se estaba atando la toalla a la cintura. Le intentó hacer una broma algo subida de tono muy de adolescentes, sin otra intención que acercar posturas.
—¿Me quieres ver desnudo?
Solo pensaba en sacarle una sonrisa, pero ella puso su cara de asco. “Típica cara de mujer” dirían sus amigos, un rostro al que le habían puesto un nombre y todo “cara de oler mierda”
—Déjame y marcha. —por no seguir discutiendo salió y acabó de vestirse en su habitación.
Esperó dentro de su cuarto a que la mañana pasara hasta que le avisaran de que la comida estaba servida. Comió rápido, mientras su padre y su hermana hablaban de que planes harían estas semanas. Se sintió un poco aislado, no paraban de hablar de lo que harían, mientras su madre tenía la mirada perdida pensando en a saber qué.
Sergio muchas veces pensaba, que sé imaginaría otra vida en la que fuera más feliz. Aunque aquello no era ahora su prioridad, él tenía sus planes, su madre no le había puesto pegas a que fuera a la casa de su abuela, ya que desde hacía unos años se encontraba vacía.
“Lástima que ella no este” pensó mientras terminaba de lavar su plato. Por parte de su madre solo le quedaba su tía como familia, que jamás se opondría a que fuera, era su sobrino favorito, o eso decía siempre. También estaban sus primas mayores, aunque la lejanía dificultaba el trato.
Se fue a su habitación despidiéndose de los demás, recibiendo unos saludos secos de cuello y tumbándose en cama para mirar el móvil. Por curiosidad puso el Facebook de su tía, a la cual vería en una hora como mucho. Venía a hacer una pequeña visita, ya que su marido se había ido a Noruega, o Suecia, o un país así, muy en el norte. Su madre se lo contó dos días atrás, pero ni se acordaba, “tema de negocios… creo…”.
Abrió las fotos y observó cómo su tía Carmen se rodeaba de gente bien vestida y con buen porte. Eran fiestas para gente de “bien” como le decía su madre, eso quería decir gente que tenía dinero, entonces “¿nosotros somos gente de mal?”
Su madre y su tía eran tan diferentes y a la vez, tan iguales, se parecían bastante en aspecto. Sobre todo los ojos, tenían unos preciosos ojos de un azul muy intenso casi como el agua del océano, que por desgracia, él no heredó. Aunque la petarda de su hermana sí, parecía solo destinado a mujeres.
La diferencia de aspecto radicaba en que su tía se había cuidado toda la vida. Tuvo a sus hijas siendo todavía bastante joven, ya que acertó con el hombre correcto, un chico que en el momento propicio heredó los negocios familiares una vez su padre falleció. Sí que llegó a trabajar como maestra, pero dado el poder adquisitivo que tenía su marido (su tío) lo dejó, algo que a Sergio desde su visión adolescente le parecía de lo más lógico. Sin embargo, su madre no lo veía así, decía que una mujer tenía que trabajar, ser autosuficiente, pero se quedaba sin palabras cuando su hijo le contestaba “que trabajar está muy bien, pero no trabajar esta mejor”.
Escuchó el timbre del portero, supo que su tía había llegado. Se levantó y se adecentó para hacer feliz a su madre. Al de nada, su tía entró por la puerta, con el pelo rubio hasta los hombros y bien cuidado, tenía un alisado perfecto de peluquería.
Todavía siendo tres años mayor que su madre, su rostro tenía menos arrugas, apenas se podía apreciar alguna, y eso que su madre no es que pareciera una vieja. Todo lo contrario, también aparentaba menos edad de la que en realidad tenía. Llevaba una chaqueta de color rosa que cubría una camisa blanca, con un fular del color de la chaqueta a juego y unos pantalones blancos del mismo color que la camisa. Todo parecía de buena tela y como no… caro.
Saludó con efusividad sin perder su porte elegante, aunque siempre a Sergio le trataba con especial cariño, había tenido dos hijas (sus dos primas mayores) que ya volaron del nido. Él era su único sobrino y además, era su madrina, vamos que tenía el pack completo.
Le dio dos besos más que sonoros y un abrazo que el chico devolvió. Siempre le había gustado su tía, por mucho que sus padres dijeran que se había vuelto “una estirada”. A Sergio le encantaba, solía hacer bromas y se reía con ella, no notaba para nada esas cosas que decían sus padres, siempre creyó que aquello se debía a unos pocos celos.
Se separó después de unos segundos abrazados, Sergio no pudo reparar en que siempre que su tía le abrazaba, era muy diferente a los abrazos con otras mujeres. Ella tenía un busto considerable y aquello le encantaba notarlo. Sentir aquel par de senos sobre su cuerpo era una debilidad para el muchacho.
Apenas pudo sacar una pequeña sonrisa y responder a su tía que todo le iba muy bien, ya que tan rápido como entró, las dos hermanas marcharon a la cocina. Esta vez, el joven decidió acompañarlas, las preparó un café mientras ellas hablaban sobre que Pedro (su tío), se había ido a Suecia (al final era Suecia, no estaba desencaminado Sergio) a terminar una compra de una empresa.
Perdió el hilo de la conversación y siguió preparando el café para ambas. Se fijó en como el paso del tiempo las había cambiado, había visto fotos de las dos cuando tenían su edad y eran realmente guapas, como siempre decía su madre, “rebeldes para la época”. Ambas habían estudiado para la docencia, su madre encontró sitio lejos y Carmen hizo vida con su marido en el pueblo.
Una tenía el pelo moreno atado malamente con un coletero y la otra exhibía su melena rubia de peluquería. La cara de su madre denotaba cansancio, una mezcla de palidez y la sombra de unas inamovibles ojeras, mientras la otra tenía un tono dorado, seguramente de tomar el sol en su jardín. El tiempo no parecía hacer meya en Carmen, como mucho algunas marcas de expresión.
Su tía se había quitado la chaqueta y se le podían ver los pliegues de la piel en la parte de los codos, “algún síntoma de que es mayor” pensó Sergio. Aunque a su madre también se le notaban. No parecían que tuvieran casi la misma edad, Carmen daba la sensación de que había intercambiado la edad con su madre, incluso restado algún año más.
Sergio se sentó con ellas y tras varias preguntas le comentó a su tía que iría en una semana hacia su pueblo, que lo iba a pasar en casa de la abuela y quedaría con los amigos. Ella le dijo que si quería se podía quedar con ella y con Pedro, que no tenía ningún problema. Pero su madre se adelantó a negarle ese asilo para que no se preocupasen por él. Es verdad que tenía en mente salir y desfasar un poco, por lo que no le pareció tan mal no quedarse con Carmen, así no la molestaría.
Su tía tenía pensado solo quedarse unos pocos días, no le gustaba abusar de la hospitalidad, en eso se parecía a su hermana. Por lo que en tres días volvería a coger su coche y adentrarse en la carretera, algo que le sorprendió al joven, nunca la había visto conducir.
Los días pasaron y Sergio, con Carmen en casa, se sentía mejor. No tenía que pelear con su hermana, casi todo el rato conversaba con su tía, le apasionaba escucharla. Sí que tenía un toque y maneras, que en alguna chica de su edad diría que es “pija”, “repipi” u otro apelativo similar, pero por lo demás, le parecía muy similar a su madre.
El problema para Carmen comenzó cuando llego el día de la vuelta a casa, bajaron a despedirla, tenía el coche aparcado en la calle, un coche marca mercedes que parecía un barco, lujoso y seguramente “caro”. Trató de arrancarlo mientras la miraban expectantes, pero nada, no consiguió moverlo. Llamó a la grúa y en el taller la dijeron, que les faltaba una pieza para reparar la avería, que la tenían que pedir. Sergio no entendió bien, puesto que su padre intentaba explicárselo, sin embargo no tenía ni idea de coches, aunque su padre tampoco tenía mucha más.
Por lo que Carmen tenía un problema para marcharse, debía esperar a que reparasen el dichoso coche, pero la cosa era que igual tardaban una semana, “cosas de estar en agosto”. Ella se puso de mala leche como era normal. Se quería ir, no por no estar con su familia, sino por estar en su casa y esperar a su marido. ¿Quién no querría estar allí?, Sergio había estado casi todos los veranos y le parecía una mansión.
Por lo que mientras estaban todos en la cocina escuchando la voz de la tía casi ladrando, haciendo aspavientos y diciendo que cogería un taxi, el chaval saltó de improviso, sin pensar muy bien sus palabras.
—Si quieres te llevo yo.
Todos le miraron y un silencio extraño recorrió la cocina, como si aquello no lo tuviera que haber dicho y después, su madre le respondió que no dijera tonterías. Se sintió algo molesto, no entendía esas expresiones.
—¿Por qué no?
Si se iba a ir en 3 días, que más le daba irse ese mismo día… simplemente disfrutaría más de las vacaciones y ya. Su tía tomó la palabra al tiempo que los otros miraban al joven.
—No hace falta, muchas gracias cielo, pero me cojo un taxi.
Sergio, cabezón (como su madre), dijo que nada, que estaba decidido que para qué iba a gastar tanto dinero en un taxi, “si conmigo le sale gratis”. Su madre intentó ponerse del lado de su hermana, pero el chico sentenció diciendo que haría la maleta y se iban.
Para su cerebro racional, era lo lógico, no entendía por qué no querrían que lo hiciera. Aquella misma tarde bajaron al coche, el sol ya comenzaba a descender y aunque sus padres le decían que esperase a mañana, él decía que así su tía estaría en casa cuanto antes.
Se despidió casi sin mirar atrás, como si en cualquier momento le fueran a denegar el viaje. Pero cuando apretó el acelerador, se dio cuenta de que ya estaba en carretera, con la sensación de emprender más que un viaje.
CONTINUARÁ…
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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.