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Aventuras y desventuras húmedas: Segunda etapa (13)

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Los exámenes fueron transcurriendo y debido al casi enfermizo estudio, Sergio los fue sacando poco a poco. De momento de los tres que salió nota, todos los aprobó. Se lo estaba tomando muy en serio, era su último año y quería acabar la universidad cuanto antes, pensaba que trabajar sería mejor que aquello, pobre iluso.

En su plan personal estaba aprobar las ocho asignaturas a las que se iba a presentar y dejar para el segundo cuatrimestre las cinco últimas. Si todo salía como esperaba a finales de julio sería un chico con un título universitario.

Apenas salía de su habitación, el único tiempo que dedicaba fuera del estudio era por un lado, a comer y por otro lado, a sus necesidades básicas. El único ocio que se permitía, si es que a eso le podemos llamar ocio, era alguna que otra masturbación entre tema y tema, según su pensamiento aquello le hacía estudiar con más ganas.

De su mente al fin consiguió apartar a Alicia. La joven no le volvió a hablar desde que le mandó los mensajes delante de su hermana, no tenía ni idea si cumplió su amenaza de contárselo a Marta, pero le daba lo mismo. Lo único que tenía en mente eran los libros, cierto es que su novia o más bien su exnovia le revoloteaba en la cabeza, pero no con tanta vehemencia.

Llevaban tiempo sin hablar y aquello estaba más muerto que vivo, sin embargo el joven no estaba contento, necesitaba dar carpetazo a esa situación para avanzar. Pensó que llamarla sería buena opción, aunque hablar por el móvil le resultaba frío, lo ideal sería quedar y charlar. No obstante el tema de estar en el mes de exámenes era un gran escollo. En esa época sabía que Marta se concentraba mucho y no estaba para nadie, pasaba de molestarla.

Con ese peso en su cabeza, consiguió llegar sano y salvo al sprint final de los exámenes. Solo le quedaban dos y de los seis restantes, ya había aprobado cinco. Estaba entusiasmado, al día siguiente iría al séptimo y el lunes, al tan ansiado último examen.

Salió aquella tarde-noche de la mazmorra en que se había convertido su cuarto y la aireó como le recomendaba su madre, aunque él no lo notaba, allí dentro olía a guarida de oso. Rebosaba felicidad, todo el día había estado con la mirada fija en los apuntes y estaba seguro de que pasaría el examen, es más, si se daban las preguntas idóneas sacaría buena nota. Llegó a la cocina en busca de algún que otro trozo de comida que llevarse a la boca, desde la mañana no había probado bocado y las tripas le rugían como un demonio.

Sus pintas eran curiosas, la bata puesta, su barba sin cortar de una semana y con un pijama que tenía alguna que otra mancha de dudosa procedencia. Salvo por aquel día, el ritmo que se daba al placer individual había aumentado hasta cinco diarias, si no eran seis.

—Dichosos los ojos que te ven —le saltó su madre.

—¿Qué haces?

Mari estaba arrodillada en el suelo limpiando una mancha que el joven desconocía su origen. Tenía puestos los guantes amarillos para fregar que se encuentran en casi todas las casas del país y pasaba un paño por el suelo para quitar el líquido.

—Se me ha caído el café, ¿no lo has escuchado? Se me ha reventado la taza contra el suelo.

Sergio negó con la cabeza porque cuando estudiaba con una buena concentración ya podía pasar un camión por su puerta que no sentía ni una leve vibración. Se agachó con un papel y trató de ayudar a su madre a limpiar el estropicio. La mancha era considerable y unas manos extras no le vendrían mal, sin embargo haría algo más que limpiar.

Mari le dijo algo a Sergio, pero este al levantar la cabeza lo olvidó. Los dos estaban con las rodillas en el suelo y se podría decir si hacemos un símil sexual, que estaban cara a cara los dos en la postura del perrito. Todo muy normal e inocente, salvo que cuando el joven levantó los ojos para mirar a su madre, vio un hueco entre la camiseta y el cuerpo de esta.

Los ojos se le salieron de las órbitas al contemplar como dentro de aquella camiseta, dos senos sumamente preciosos y perfectos se movían al ritmo de la limpieza… SIN SUJETADOR. Sergio se quedó sin respiración, en un momento de lo más estándar y casual, había comprobado que por dejado de la bata rosa y la camiseta blanca que llevaba su madre, no tenía ropa interior.

Trató de volver al mundo de los vivos, pero los pezones algo marrones de su progenitora le llamaban como un canto de sirena. Su cuerpo pareció accionar el botón de emergencia y tembló de tal forma que todo su ser hizo un extraño baile, al menos así consiguió dejar de mirar.

—¿Pasa algo, Sergio?

El rostro de Mari estaba contraído en una mueca de duda, ya que la cara de su hijo era un poema. Los ojos parecían que estaban perdidos, la boca estaba medio abierta y con aquella barba y los pelos alborotados parecía que estuviera volviéndose loco. Aquel temblor no había hecho otra cosa que preocupar a la mujer, pensando que quizá tanto estudio, sin moverse y comiendo poco le habría hecho enfermar, que equivocada estaba.

—Sí —fue un balbuceó similar a cuando dormía— mierda… es que… un tema, mamá.

—¡¿Pero qué dices, hijo?!

El cerebro del joven se activó a duras penas como el motor de su viejo coche y sacando los ojos de los pechos de su madre la miró a sus intensos ojos azules. No sabía que era peor, cayó por el profundo mar que contenían esas cuencas oculares y Mari, algo asombrada por lo raro que estaba su hijo, chasqueó los dedos en su cara.

—Mierda, mamá, que se me ha olvidado un tema… o sea que no lo he estudiado. Tengo que ir a repasarlo que… eso… se me ha ido la cabeza.

—Ah… vale… —le había sorprendido tanto la actitud del joven.

Sergio se levantó algo apresurado y quitó la vista de su preciosa madre enfocándose simplemente en la fría baldosa. Fue a atravesar el umbral de la puerta cuando la voz de Mari hizo que se detuviera.

—Cariño…

Se dio la vuelta volviendo a mirar a sus bellos ojos que le tenían embelesado desde hacía tiempo. Aunque poco duró, ya que Mari seguía en la misma posición en la que los perros caminan y desde donde estaba, aunque de mala manera, todavía podía atisbar la forma de sus senos.

—Date una ducha, que pareces un vagabundo.

—Sí, mamá, ahora mismo.

No pensó ni tan siquiera la respuesta, obedeció lo que su madre decía sin rechistar y si le hubiera dicho que se tirase por el balcón, lo habría hecho. Sin embargo una petición mucho más extravagante surcó la mente de Sergio mientras se dirigía a la ducha. Era del todo inapropiada, incluso más que la barrera quebrantada con su tía Carmen. No obstante, tuvo que observar la imagen que su cerebro le proyectaba, muy a su pesar la visualizó a la perfección.

Mari ajena a la mirada lujuriosa que su hijo le había lanzado a sus pechos, siguió en sus quehaceres sin darle mayor importancia de la que creía mientras hablaba con ella misma.

—Se le va a quemar el cerebro de tanto estudiar.

Aunque no se debía a eso el comportamiento tan peculiar. Una pena que no hubiera sabido por qué actuaba así su hijo, porque de saberlo, seguramente… le hubiera gustado.

Mientras su madre se preparaba otro café en la cocina, Sergio ya estaba dentro de la ducha notando como el agua se calentaba sobre su cuerpo. Se había introducido dentro para rebajar esa sensación de placer que le llegaba hasta sus genitales y se los cosquilleaba sin parar.

Llevaba tiempo sin darse una alegría (al menos para el ritmo que llevaba, tal vez unas horas), pero aquello no era suficiente excusa para estar como estaba. Volvió a mirar hacia abajo, dejando que el agua tibia le golpease su entrepierna de forma dolorosa, pero no había manera, la erección de caballo que tenía no disminuía.

Cerró los ojos, pero en vez de aparecer la letra de sus apuntes, de nuevo la dichosa imagen, una instantánea que se propagaba y se reproducía como una enfermedad en su cabeza. Utilizó varias armas para evadirla, pensó en Marta sin mucho resultado, también tiró del cuerpo de Alicia y de lo bien que lo pasaron juntos. Sin embargo nada resultaba, cada vez que pensaba en algo con una mujer, volvía a aparecer en su mente algo… que se comenzaba a volver una película.

Se frotó los ojos con fuerza y comenzó a repasar los apuntes de manera mental, quería meter como fuera otra información que no fuera su madre. No había manera, el agua se había calentado y en su cuerpo cada vez sentía mayor comodidad. Sobre todo en una zona que no cedía ni un centímetro a su erección.

Sacó la artillería pesada, recordando momentos con Carmen, su primera vez, el momento en el baño, la gran tarde que pasaron…, pero de pronto otro recuerdo se solapó. Él mismo, metido con ambas mujeres en el jacuzzi, ellas sin sujetador y “el pobre” con una erección muy similar a esta. Era imposible, cada momento que trataba de evadirse su madre aparecía, pero ¿por qué ahora?

Desde hacía un tiempo habían cambiado, estas fiestas de Navidad, con el viaje al cine y toda su gran relación, habían hecho aflorar una nueva sensación. Sintió algo especial, una conexión que tenían ambos y que Sergio creía que su madre también notaba. No había duda de que algo extraño, o mejor dicho, alejado de la normalidad ocurría y ahora, esos pensamientos le gritaban que no ocultase la realidad.

Miró hacia abajo, a su gran miembro duro, venoso y lleno de sangre que se asemejaba a un bate de béisbol. En casa jamás lo había tenido así, solo en momentos muy especiales, y decidió, que lo mejor sería desfogar para que todo desapareciera.

Cogió jabón y se lo vertió en la mano, queriendo una lubricación extra para sentir el preciado momento. Apretó bien fuerte su tronco con los cinco dedos y comenzó a retraer la piel dejando que un capullo morado saliera a saludar. Estaba pletórico, hasta el punto que una vez el glande salió, la piel apenas volvía a su lugar.

Movió arriba y abajo, pensando en el cuerpo de su tía, ella le ayudaría a quitar de en medio la vista de Mari. El placer llegaba, tan rápido que no se lo podía creer. Los pechos de su tía, su rostro, su trasero, todo se aunaba para que al final el jugo maravilloso escapara y él se librara de esos pensamientos tan poco adecuados.

Estaba a punto, muy cerca del clímax. Sin embargo, la imagen volvió. Mari apareció como un rayo fulminante y su mano soltó un pene que rebotó con fuerza con su propio peso pareciendo que iba a desprenderse del cuerpo. De nuevo su madre aparecía en la escena suplantando a Carmen.

—Pero… ¿Qué pasa? —se dijo en voz baja mientras el agua le golpeaba el rostro.

Su mente se lo gritaba, pero él se negaba a aceptarlo, parecía que aquellas suposiciones eran más ciertas de lo que creía y lo dijo en voz alta para poder dar forma a la realidad que yacía en su cerebro.

—¿Mi madre me pone?

Nada ni nadie contestó, solo el agua siguió golpeado la ducha envolviéndole con un vaho que amenazaba con colapsar el baño. Allí se quedó Sergio, pensativo, con el pene chocando contra la fría pared y consiguiendo que su volumen decreciera un poco.

Se detuvo en el empeño de satisfacer su ardor sexual, ya que en todo momento la mujer con la que se daba placer cambiaba a su progenitora. Cierta moralidad le impedía acabar con aquello, dar unos cuantos movimientos más y terminar con todos sus líquidos esparcidos en la ducha.

Nadie lo sabría, nunca se enterarían, pero en su cabeza rondaba “eso no lo puedo hacer”. Su tía al fin y al cabo era eso… su tía, pero su madre, eran palabras mayores. Quizá la tensión que notaba solo era surgida por él, cada vez creía más que era una imaginación suya provocada por el esfuerzo de los libros.

Salió y se secó con el pensamiento de que había sido un desliz, un pequeño fallo de una mente enferma por lo cachondo que estaba. Aunque mientras se afeitaba y se adecentaba un poco, tenía que reprimir la fuerte convicción de creer que su madre pensaba igual que él.

Acabó derrotado en la cama, sin cruzarse con nadie logró esconder la erección que no le bajaba ni a golpes. Se quedó mirando al techo, con la alarma puesta para el día siguiente y con la mente en blanco. El sueño le podía, sin embargo no quería dormir, quería dar rienda suelta a la dichosa película que se había formado en su cerebro. Aunque al final cedió a lo sensato, cerró los ojos y se dejó llevar al mundo de los sueños, eso sí, con una erección monstruosa.

Sin embargo, cuando estaba entrado en la fase del sueño, en la que no reconoces lo real de lo irreal, su madre volvió a aparecer y con suma inconsciencia se agarró su pene con fuerza para dormir plácidamente. El sueño… sería más que suculento.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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