Nuevos relatos publicados: 14

Aventuras y desventuras húmedas: Tercera etapa (1)

  • 17
  • 19.914
  • 9,71 (24 Val.)
  • 2

Dani introdujo la maleta de Mari en el viejo coche de su hijo. Cabía de maravilla, solamente irían a pasar una noche fuera. Llevaban lo imprescindible, aunque la mujer había metido algún que otro modelito para no ir con lo justo.

La noche del viernes al sábado para nada la durmió bien, aunque mejor quedaría decir que llevaba intranquila desde que habló con su hijo el fin de semana. Había estado pensando en este día cada minuto. Todo el rato dándole vueltas y esperando con ansias que por fin llegase. No tenía muy claro que quería, o directamente que podría pasar, pero la idea de estar a solas con Sergio… fuera de casa… la volvía loca.

Durante aquellos días que transcurrieron, tanto Mari, como Sergio, apenas cruzaron unas cuantas palabras. La tensión entre ellos era ciertamente densa e incluso la pequeña de la familia llegó a preguntar ese mismo jueves a su madre si la pasaba algo. Obviamente la mujer tuvo que echar balones fuera y comentarle algo muy de mujer, estaba en aquellos días del mes y no se encontraba con ánimos. Mentira.

Entre madre e hijo solo hablaron para lo indispensable. El domingo Sergio le había explicado con gran nerviosismo su plan, que básicamente consistía en ir el sábado, ver el musical, dormir en el hotel y volver para el domingo. Se había encargado de todo, contándole a su madre que había adquirido las entradas y reservado el hotel en casa de su amigo Pablo.

Una pequeña mentira piadosa, porque cuando realmente las adquirió fue después de varios coitos con su amada Carmen. Incluso le prestó un poco de dinero para que no le doliera tanto la cartera. De esa manera la tía sintió que se limpiaba un poco la conciencia después de tener unas cuantas relaciones sexuales con el hijo de su hermana.

Estaban preparados para marchar, eran todavía las diez de la mañana y al joven le vino a la memoria el momento que embarcaba con su tía hacia el pueblo. No había pasado mucho tiempo, apenas medio año, pero aquella aventura quedaba tan lejana, como un recuerdo de otra vida.

Dani y Laura se mantuvieron en la acera mientras Sergio se metía en el lado del conductor. Mari se despidió de su marido con un abrazo, uno más fuerte de lo habitual, como si quisiera disculparse por algo que todavía no había sucedido, salvo en su mente. Después pasó donde su hija, a la cual comió literalmente a besos mientras esta se quejaba con cierta pereza.

—¡Venga, mamá! —logró decir Laura mientras su madre la acosaba— Que no te vas a otro país, solo vais a Madrid y un día. Mañana ya te veo.

—Pero siempre me da pena despedirme de vosotros.

—Tienes que aprender de Sergio, cariño —dijo Dani con una media sonrisa irónica—. Mira que rápido pasa de nosotros.

El joven bajó la ventanilla, dejando que un poco de aire frío entrase en el coche. El día se había levantado totalmente despejado, pero a mediados de febrero aquel tiempo era el habitual.

—Os quiero mucho, os voy a echar de menos —soltó el joven con la sonrisa más bromista y amplia en su rostro.

—Es que eres bobo, tato —Laura se rio y se acercó a su padre mientras Mari daba la vuelta al coche.

La puerta del copiloto se abrió y Sergio se sintió nervioso al instante. Su madre entraba en el mismo habitáculo que él, estaban tan cerca en un espacio tan pequeño. Todos aquellos días había tratado de estar más o menos sereno, pero le era imposible, cada vez que estaban en el mismo lugar, su vientre colapsaba queriendo expresar demasiadas cosas.

Los dos se miraron en silencio, mientras la puerta de metal golpeaba para cerrarse con cierto ruido que vislumbraba antigüedad. Sus ojos conectaron, como no lo habían hecho en toda la semana, la gran espera por estar juntos por fin era realidad. Ambos querían ese momento, deseaban estar en esa situación y cuando el joven pisase el acelerador todas las ganas se volverían ciertas.

Dos golpes en el cristal les sacaron de sus pensamientos y de la mirada tan penetrante que se lanzaban. Al otro lado del cristal Dani y Laura se despedían con efusividad batiendo las manos de un lado a otro. La pareja dentro del coche sonrió con ganas e hicieron lo mismo despidiéndose de su hogar, al menos por una noche.

Sergio introdujo la llave en la ranura, giró para que hiciera contacto y en un instante el coche comenzó a rugir de mala manera, pero arrancó, su vehículo nunca le fallaba. Se dispuso a lanzarse a la carretera, iban a salir del hogar, de esas cuatro paredes que no les dejaban ser como realmente querían ser, o al menos… demostrar lo que sentían.

Con calma el joven fue girando el cuello, viendo en primera instancia el pantalón vaquero ajustado que llevaba su madre, últimamente iba un poco más a la moda, incluso se le veían los tobillos. Sin ningún tipo de vergüenza siguió elevando la visión, recorriendo los centímetros del cuerpo de su progenitora sin que nadie se lo impidiese.

Se había vestido con una chamarra gorda para combatir el frío durante el viaje, algo que el joven maldijo por no poder disfrutar de toda la carne posible durante el trayecto. Sin embargo cuando se detuvo una milésima de segundo en la silueta que formaban los pechos, los vio amplios y grandes. Podía ser que la camiseta pegada que llevaba su madre le jugara una mala pasada, pero si no se equivocaba, Mari se había puesto un sujetador que elevaba lo que la genética le había regalado.

Acabó el muchacho de alzar los ojos donde el rostro de la mujer se hallaba. No la encontró despistada o mirando al infinito, sino que los ojos azules como el mar le estaban mirando. Seguramente había visto todo el escrutinio de su cuerpo, cada mirada buscando su piel la había notado como el fuego. Si el joven se hubiera fijado, podría haberse dado cuenta de que su pecho subía y bajaba por lo acelerada que estaba.

Ambos volvieron a cruzar miradas, unas miradas tiernas, de amor maternal, no obstante algo más escondían, una pasión de la que al parecer los dos eran conscientes. Aun así les faltaba algo, el pequeño empujón que rompiera el muro, el último martillazo que tirase abajo la pared y les dejara dar rienda suelta… a todo.

Sergio movió los labios, estaban secos. Los tuvo que mojar con su lengua y después tragar saliva para que su tono de voz no se entrecortase a la mitad. Primero salió el aire caliente antes de pronunciar ninguna palabra, Mari lo sintió, estaban tan cerca que podía notar incluso su alma.

—¿Tienes ganas de ir?

La mujer por supuesto que tenía, rebosaba de ganas por marcharse y llegar a un destino que le fuera ajeno. Sentir que estaba en otro mundo, que aquella no era su verdadera realidad y… sumergirse en ese cosmos diferente junto a su hijo.

Debía contenerse, al menos no mostrar su cara más ansiosa, más desesperada por sentir el secretismo que podría esconder la capital del país. En una ciudad tan poblada, sabía que ella sería otra persona y estaría en completo anonimato junto a su… junto a Sergio.

—Vámonos.

Fue un susurro, casi un suspiro que salió entre sus dientes dando una orden que podría asemejarse a un silbido. Sergio lo entendió, supo que quería decir con aquella única palabra. Estaba tan nervioso como deseoso de pasar aquel día con su madre.

****

—¿Te acuerdas de lo que te comenté sobre empezar a trabajar?

Llevaban una hora en silencio de las tres que debería durar el trayecto. Mari aunque aguantaba con mucho estoicismo lo tensionada que estaba, supo que si no hablaban de algo, se volvería loca. Sergio al menos tenía la conducción para entretenerse, pero ella había consumido toda su imaginación, que además solo tenía un único protagonista.

El joven sin mirar a su madre, le asintió con ganas para que le viera y conociera su respuesta. Tenía la garganta echa un amasijo de nudos de marinero, apenas podía articular palabra y a cada poco daba sorbos a la segunda botella de agua, la primera la consumió a los diez minutos.

—Volví a hablar con Mariví, la mujer que te comenté que tenía la tienda de ropa. Fue el mismo sábado que te fuiste a casa de tu amigo, pues me la encontré. —Mari por primera vez sentía que hablar la relajaba— Coincidí con ella en la pescadería, estábamos en la cola esperando y empezando a hablar así de todo, pues me interesé a ver qué tal le iba la tienda. —Sergio la prestaba atención aunque prefería mirar a la carretera— Y la mujer seguía muy agobiada, al final está sola y su hijo por lo que me dijo la ayuda en lo que puede, pero tampoco tiene mucho tiempo. Por lo que mira, le pregunté si la oferta de trabajo continuaba en pie, me dijo que por supuesto y le contesté que encantadísima de trabajar. Quedamos en que haría todo el papeleo y que después de una semana me llamaba, supongo que ya para empezar. En resumen —prefería no resumir nada y no parar de hablar— que igual la semana que viene comienzo a trabajar. ¿Cómo lo ves, cariño?

—Me parece fabuloso, mamá. ¿Queda muy lejos o está cerca?

—Un poco fuera del barrio. Llego andando en algo más de cinco minutos. ¡Una maravilla!

—¿Con muchas ganas? —las preguntas se sucedían por la tensión que ambos tenían de quedarse en silencio.

—Sí. Aunque… estoy un poco nerviosa, creo que es inevitable. —lo estaba, pero con esa excusa, daría una razón a estar así junto a su hijo— Será por empezar algo nuevo y además que nunca he trabajado de ello.

—Al final será lo mismo que haces en casa, doblar ropa.

Mari sabiendo que era una broma, le lanzó una mirada de enfado que el joven no vio al estar centrado en la carretera. Como tampoco vio la mano que se alzaba y le golpeaba en la nuca con cierta fuerza. El chico se quejó mientras sonreía tontamente. La colleja la tenía más que merecida.

—Lo siento —estiró la letra “e” como un niño pequeño.

La mujer negó con la cabeza, su hijo era muy bueno aunque a veces se pasaba de bromista. Aun así, aquel leve toque en la nuca había sido el primer roce que tuvieron en el viaje y Mari comenzó a imaginarse que podría haber otros más adelante.

Desde que le llamó el sábado anterior, se había estado negando a imaginarse situaciones más íntimas con su hijo, pero ahora, fuera del hogar, era como estar en la casa de Carmen. En un hotel a kilómetros de su marido y de su hija, sería todo diferente. Sabía que allí todo iba a cambiar, al menos por un día, tendría una… cita con su hijo, no había cosa que más deseara.

—El miércoles me salió la última nota —comentó Sergio sacando a su madre de una mente que empezaba a imaginar perversiones—. Todo aprobado, no me lo puedo creer estoy como en una nube.

—¡Enhorabuena, cariño! ¿Ahora que te queda?

—Cinco asignaturas y se acabó. ¡Por fin! Tengo ganas de trabajar y dejar de estudiar, ya solo unos cuatro o cinco meses me separan de ello.

—Me alegro mucho, cielo. Te lo mereces, has estudiado muchísimo —Mari se dio cuenta de que con ello cerraba el tema y volvía el silencio. Su cerebro carburó para buscar otro motivo de conversación— Por cierto, ¿te ha costado mucho el hotel?

—Esas cosas no se preguntan, mamá. Es una invitación, o mejor dicho un regalo. —por primera vez, viró su cuello para mirar a su progenitora con una sonrisa y añadió— Sí, fue caro.

—¿Me dejarás invitarte al menos a cenar o a comer? —por un instante a Mari se le pasó un flash por la cabeza. Le había dado totalmente la vuelta a esa frase y los dos estaban en una cama… comiéndose el uno al otro.

—Si no me equivoco, la comida, la cena y el desayuno están incluidos. Podrías pagar las entradas, pero… ya están cogidas. Lo único que te queda es disfrutar, mamá, todo es poco para ti. Te lo mereces.

Mari miró por la ventanilla, mientras se llevaba la mano a la boca. Una risa nerviosa quería escapar de entre sus labios, pero la supo contener con mucha fuerza. Cada vez que su hijo le regalaba los oídos con una de sus bonitas frases se ponía roja como una colegiala, esta era una de esas ocasiones.

—Lo único que solo había habitaciones con una cama, me refiero a que no había separadas, no sé si eso te importará. Por las fotos que vi eran todas las habitaciones así. Pero bueno, las camas son enormes.

Mari había visto las fotos de la habitación, era una cama bastante grande, más que la que compartía con su marido, pero donde seguramente en una noche movida… por el sueño… se podrían encontrar. Lo que la mujer no sabía, era que junto a Carmen el joven había estado mirando hoteles y había decidido aquel a propósito. Parecía un lugar hecho para ir en pareja, aunque había habitaciones adyacentes para familias, la gran mayoría eran habitaciones con una única cama.

Lo escogió sin dudar, sobre todo cuando su tía le comentó que le prestaría cierta parte del dinero, total a ella le sobraba o eso le dijo. Miró la foto de la cama por un largo rato mientras ambos seguían en la habitación de los abuelos. Si Carmen le hubiera estado mirando en ese momento hubiera visto el leve temblor en su espalda, puesto que se había imaginado yaciendo allí con su madre.

—No importa. —Mari lo prefería así— ¿Qué más da? Total es una única noche, además, no será que no hemos dormido veces juntos…

Ambos sonrieron con timidez, porque pensaban lo mismo. A Sergio la viva imagen de aquel maravilloso sueño que tuvo días atrás le vino a la mente, pero esta vez, en vez de la cocina de su casa, era en la cama de aquel hotel. Un leve picor le atravesó la entrepierna, dando pie a que su pene comenzara a engordar a mitad del viaje.

Mari no estaba muy lejos de todo aquello. Cada vez que le venía ese calor nacido en sus intestinos, varias imágenes acudían a su mente y la primera, siempre era el bulto que vio en el jacuzzi de Carmen. Todo aquel poder embutido en una pequeña tela que con el paso del tiempo, llegó a odiar. Pero también le pasaba por su atorada mente, cuando le pilló en plena masturbación. Su imaginación con el paso del tiempo hizo que deformara un poco la realidad, dándole mayor longitud al terrible coloso que su hijo sostenía e incluso terminando mientras ella miraba escondida. Obviaba la gratificante masturbación que se provocó mientras su marido dormía a su lado, porque aquello fue un desliz… su conciencia se reía al oírlo.

La mujer apretó las piernas y con la mano derecha de forma discreta se oprimió la sien para mantenerse cuerda. Sentía una punzada en el cráneo, una que ya iba conociendo sobre todo esta última semana, en la que se dio cuenta cuál era el detonante.

Su mente todavía era reacia a dar rienda suelta a las perversiones que se imaginaba en su cabeza. De momento el muro de moralidad impuesto por toda persona seguía en pie, aunque en el caso de Mari estaba a punto de desmoronarse. Cada vez que se imaginaba ciertas situaciones con su hijo, era un martillazo a aquella última barrera que le hacía retumbar el cerebro. Solamente la vez de la masturbación había conseguido superarla, pero aquello era imaginación… ahora lo que su mente tramaba eran planes reales.

El silencio les volvió a envolver. Dentro del coche la tensión se podía palpar, ni la música de la radio relajaba el ambiente entre dos amantes que no sabían que lo eran. Sus sentimientos eran demasiado poderosos para mantenerlos dentro del cuerpo, tenían que expresarlos, si seguían así se morirían de las ganas.

Sergio carraspeó, advirtiendo a su madre de que iba a hablar y así ambos pensarían en otra cosa que no fueran en el compañero de viaje que tenían al lado.

—Creo que ya estamos a la mitad del camino.

—Eso está bien.

La voz de Mari apenas era más elevada que la canción que sonaba en la radio. Aquellos golpes en su cabeza cada vez eran más fuertes y a cada metro que recorría el coche sabía que estaba cercano a romper ese dichoso muro.

Ambos por instinto giraron sus cuellos. Un sexto sentido les llamó a hacerlo, tenían muchas ganas de mirarse a los ojos. Mari quería ver la expresión de amor y deseo que su hijo le había lanzado y Sergio, aquellos ojos azules centelleantes que tanta pasión describían.

En un momento, apenas una porción de segundo, los dos vieron las intenciones del otro, sabedores de a que se dirigían. La boca del lobo era su destino, un lugar donde perder la cabeza mientras ardían entre las sabanas. ¿Sería posible?

—Tengo… muchas ganas de llegar. —Mari lo pudo escuchar porque leyó el movimiento de los labios, apenas había sido un susurro nacido en el alma de su hijo.

—Y yo.

Solo dos palabras que se desprendieron de sus labios dejando un sabor a placer que jamás se había imaginado. Sacó una lengua veloz para humedecérselos y quizá para mantener ese gozo que tan inesperadamente había aparecido en el interior de su cuerpo.

Quitó de nuevo la vista de su hijo mientras este hacia lo mismo, les iba a costar dar el último paso, pero estaban seguros de que sucedería, era ese día o nunca. Mari cerró los ojos, suspirando hacia la ventanilla y haciendo que un pequeño vaho se mostrara. Colocó su dolorida cabeza contra el frío cristal, se debía relajar un poco, su sexo se había animado y no era lugar para ello.

—Voy a tratar de dormir un poco, cariño.

La respuesta afirmativa de su hijo apenas la escuchó, porque con los ojos cerrados, ya escuchaba como el muro de su mente caía de forma pesada creando un estruendo en su cuerpo. Sus piernas se apretaron la una contra la otra con disimulo, rozando sus labios vaginales para provocarse cierto placer y a la vez, contener el volcán que rugía por explotar.

Su cerebro había abierto la puerta de su imaginación, dejando que su erotismo, sus ganas e incluso su salvajismo dieran rienda suelta. Trató de dejarlo para más tarde, pero con los ojos cerrados mientras el coche traqueteaba en la carretera, su mente carburó como si poseyera varios motores.

Volvía el recuerdo de su hijo, aquella pillada infraganti mientras veía porno en su ordenador. Igual que la otra vez su mente imaginaba y volaba por lugares prohibidos esta vez sin ninguna restricción. Entraba en la habitación, no se escondía cobardemente a observar como su hijo manejaba solo la tremenda herramienta.

Sus pasos eran decididos e incluso en su proyección mental, la joven Mari era la que entraba en el cuarto de Sergio. Aquella muchacha de cabello moreno y con el mar apresado en sus ojos que producía miles de sensaciones.

Apagaba la pantalla de la computadora ante la sorpresa de su hijo que no podía dejar de movérsela viendo a una Mari de apenas dieciocho años desnuda frente a él. La veía como todos aquellos chicos del pueblo, una mujer de bandera cercana a la diosa de la belleza. Pero no estaba para que su hijo la contemplara, sino que esta vez, la divinidad se arrodillaba ante un mortal para… hacerle una gran mamada.

CONTINUARÁ

-------------

En mi perfil tenéis mi Twitter para que podáis seguirme y tener más información.

Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

(9,71)