Mari comenzó a trabajar la semana después de lo que ella denominaba “el incidente”. El tortazo a su hijo le había dolido en el alma, cada vez sentía más dolor en su mano como represalia del golpe que dio. Sin embargo, su mente se paraba más en el posible error que había cometido.
Lo que hizo su hijo le parecía grave, tener relaciones sexuales con su tía era del todo inapropiado. Pero en el fondo tenía otro sentimiento que le dolía más. Aquella semana que empezó a trabajar, disponía de tiempo para pensar entre cliente y cliente. Estaba claro que el golpe fue desmedido y quizá el castigo de sacarlo de casa así de primeras era del todo desproporcionado. Pero es que Mari se sentía traicionada, su mente dejó a un lado la idea de que su hijo era un degenerado, porque entonces ¿qué era ella?
Había… hecho “algo” que casi no podía admitir, la palabra sexo no surcaba por su mente y follar… muchísimo menos. Ese “algo”… estuvo bien, no lo iba a negar, incluso las dos o tres veces que lo recordó antes de dormir hizo que su piel se erizase, sin embargo, era algo que debía olvidar.
El trabajo le daba la posibilidad de pensar mucho menos, aunque el sentimiento de culpa seguía allí, a ratos incluso olvidaba que su hijo ya no vivía con ella. La gran mayoría de su pesar se centraba en ella misma.
Recordando el momento, en el primer instante, su cuerpo le pidió echar a su hijo de casa y lo hizo. Sin embargo no pudo con lo segundo, hablar con su hermana e insultarla como bien quería. Pero ¿por qué no? En el fondo sabía que habían actuado de la misma forma. Por momentos lo asumía con más naturalidad.
Sentada en la mesa de la cocina, después de cenar, siempre dedicaba un rato de forma involuntaria a darle vueltas a todo de nuevo. Incluso de vez en cuando salía de su mente la opción de pedir disculpas, pero rápido se volvía a esconder, era Sergio el que debía disculparse, ella… era… la segunda.
—Mamá, —Mari se dio la vuelta asustada, pensando que su hijo podría estar allí. Era Laura— ¿qué tal estás?
—Bien, hija. Un poco cansada, esto de trabajar agota.
—Sí, debe ser agotador… casualmente… vengo a lavar yo misma lo que queda de la cena. Nada de que lo hagas tú sola. —su madre se rio. Laura dejó correr el agua hasta que estuvo caliente y comenzó— Ayer hablé con Sergio, dice que está contento, que la residencia de estudiantes es cómoda.
“¡Qué alivio!” desde que se fue, su madre no sabía que sería de él, su corazón siempre estaba agarrotado pensando en donde pasaría las noches.
—Sí, ya me dijo. —mintió.
—Me da pena que no este, fue todo tan repentino, no me había dicho nada de que se quisiera ir.
—Los chicos, cariño… —Mari no sabía muy bien por donde salir— Son impredecibles, ya los irás descubriendo.
—Pero, podría volver, me gustaría que estuviera aquí. —la mujer sintió una punzada ardiente en el corazón. Logró mantenerse serena.
—Lo decidió él, mi vida, tenemos que respetar su decisión. —menos mal que estaba de espaldas a su hija, si no le hubiera notado la marca de la mentira en su rostro.
—Podríamos… no sé… igual si le insistimos vuelve. Tal vez es por algo que le ha pasado algo.
—Laura —dijo en un tono neutro, pero que sonó a autoritario—, es lo que ha querido. No le ha pasado nada, está bien. Solamente querrá soledad.
—Vale… —el tono parecía duro. A Laura no le gustó, pero lo aceptó, seguramente su madre también le echaría de menos— Voy a cama, ya está todo limpio.
—Gracias, cariño. Descansa.
Laura se alejó hacia su cuarto, dejando a su madre sola mientras terminaba de comer una manzana y una pequeña lágrima solitaria le asomaba por el rostro. Estaba mejor trabajando que en casa, no podía soportar el dolor que sentía, expulsó a su hijo de su hogar, pero… tenía una razón, ¿no?
Mientras la mujer se limpiaba aquella lágrima rebelde que brotó hasta su mejilla derecha, Laura como todas las noches hablaba con su hermano por mensajes. Era la forma de estar unidos pese a la lejanía y como de costumbre, ella le comentaba como estaba su madre… “Algo decaída”.
Después de un rato de preguntas y risas por parte de ambos, Sergio tuvo que cortarla. Llevaba instalado una semana en su nueva habitación cuando de pronto, llamaron a la puerta, esperaba que no fuera el conserje ni nadie encargado de asegurar que Marco Gutiérrez siguiera allí. Por si acaso, cogió la fotocopia del DNI que siempre llevaba en la cartera. Mandó un mensaje a su hermana.
—Luego hablamos, te quiero, tata. —sin darle tiempo a leer la contestación se levantó.
—Te quiero, tato.
Se acercó a la puerta despacio, queriendo no hacer ruido como si aquello fuera a hacer que la persona tras la entrada fuera más o menos amable. De nuevo otro golpe, sonó metálico y frío, algo que le extraño de sobremanera y abrió con dudas, sin muchas ganas de saber que producía ese ruido.
—Mira que el cuarto es pequeño para tardar tanto en abrir…
La figura de una mujer menuda, con el cabello corto, de color negro y puntas azuladas se erigía en la puerta. Unas gafas se alzaban sobre una pequeña nariz rodeada de pecas casi invisibles que rodeaban unos ojos verdes deslumbrantes. Se veían mucho más lindos sin el rojo de la otra vez. Lo único que cambiaba esta vez en la muchacha, era que Carolina, veía vestida.
—Tú.
—¡Yo! Te venía agradecer lo del otro día. —mostrándole ocho latas de cervezas, Sergio torció el rostro al verlas— Esto a los tíos os mola ¿no?
—Lo de hace una semana dirás.
—Bueno, no te pongas exquisito, la cosa es que he venido, y mira… —agitaba las latas delante de su cara con gesto cómico— Birras… ¿Te gustan?
—Supongo.
—Oye, —miró de nuevo el número trece de la entrada— ahora que pienso… antes vivía aquí el fumado ese… como… como era…
—Marco.
—¡Ese, ese! Parecía buen chaval, pero, joder… todos los días en la luna, creo que se le quemó el cerebro. —aspiró un poco con su pequeña nariz haciendo que las gafas cuadradas se le movieran— Todavía huele a marihuana.
—Trato de que el olor se largue, aunque cuesta.
—Una vez me dijo que se quedaba hasta final de curso, vamos tampoco era que hablase mucho con él, pero bueno, era un poco raro. —el joven se rio en su mente, pensando que opinaría Carolina de sí misma.
—Sí, es una larga historia. —Sergio estaba cansado y no le apetecía mucho conversar.
—Pues no tengo un plan mejor. ¿Me la cuentas?
—¿Cómo? A ver, no sé, es una frase hecha, no pensaba que…
—Bueno pues me la cuentas, así nos entretenemos. —Carol entró en la habitación sin ningún permiso, pasando al lado del joven que seguía agarrado a la puerta— No te pienses que estoy ligando ¡eh! Aquí poco se puede hacer.
—No, no lo había… —la joven le cortó de pronto.
—Además, no me voy liando con el primer tío que me arregla la ducha. —Carolina se sentó de golpe con su liviano cuerpo en la cama.
—¡Guau! Chica… —soltó Sergio sin contenerse. Carol le observó intrigada— Eres muy… dios… ¿Estás siempre a tope? ¿Desayunas Red Bull o qué pasa?
—Noooo… —estiró la palabra mientras se reía y negaba con las manos— Solo cocaína. —a Sergio apenas le dio tiempo a pillar la broma— ¡No, hombre! Soy así… no sé. ¡Anda! Cierra la puerta y vamos a tomarnos las cervezas. —Sergio seguía sorprendido, pero la hizo caso y después de cerrar la puerta se encaminó hacia la cama— No te creerías que eran todas para ti.
Carol abrió dos latas y le pasó una a su “nuevo amigo”. El joven aunque algo dubitativo por toda la energía que desprendía la joven se sentó a su lado. Con la tele encendida creyó que los momentos de silencio se harían más llevaderos, aunque estaba más que equivocado… con Carol no había momentos de silencio.
—¿Qué tal la uni? —le preguntó recostándose y dando un trago largo a la lata.
—Bien, siempre me ha ido bien la verdad. Estoy al día de asignaturas y espero acabar este cuatrimestre.
—¿Estás en cuarto curso? —Sergio asintió mientras bebía, la cerveza entró de maravilla, estaba fresca— Yo en tercero, o sea entiendo que me sacas un año. —el joven alzó los hombros, también lo suponía— En mi caso siempre se me ha dado bien, el estudio es lo mío, aunque estos meses he dado un bajón, pero bueno algo puntual.
—Entiendo. —copió a la joven y se recostó en la cama, reposando su cabeza en un cojín del mismo modo que Carolina— ¿Llevas mucho tiempo en la residencia?
—Desde que vine a la universidad, tres años ya.
—¿Y tienes tan pocas nociones de fontanería? —Sergio sacó una sonrisa, esperaba que ella también lo hiciera. No sabes nunca por donde te va a salir un desconocido y menos Carolina.
—El Bedel/fontanero/albañil y demás, es el que suele venir a inspeccionar las habitaciones. —Carol notó que Sergio se erguía sorprendido sobre sus antebrazos— ¿Esa cara? ¡Bah! Tranquilo, suele venir a finales del primer cuatrimestre, o sea que ya pasó por aquí. En mi caso, tuvo que venir por noviembre porque la persiana se rompió. No me mires así, yo no hice nada, fue sola, estaba durmiendo y bamba, menudo susto.
—Y oye, ¿hay algo que hacer por aquí? Me refiero, no sé… fiestas o… no se me ocurre otra cosa, supongo que será de lo poco que se hace.
—¿Aquí dentro? ¡Ni de broma! Si te pillan, a la calle. Puede que hayas venido pensando que esto es una hermandad de Estados Unidos, pero olvídate, es más aburrido que cualquier otra cosa. Sí, tienes libertad, pero hasta ahí… lo demás es un coñazo, y si tienes vecinos aburridos mucho más.
—Supongo que tú no eres una vecina aburrida.
—Te traigo cerveza… ¿Tú qué crees? —Ambos rieron juntos por primera vez— Entonces, ¿qué haces aquí?
—Eso me ha sonado como si estuviera en una cárcel. —dio otro gran sorbo a la cerveza viendo que la muchacha hacía lo mismo— Bueno, nada… supongo que no importa que lo diga —pensó que contar que tenía ciertos problemas con su familia, no le haría mal. La chica era prácticamente una desconocía, pero parecía de confianza. Además, tampoco daría detalles— Problemas en casa. No quiero decir que tenga una familia conflictiva ni eso, pero ya chocaba con mis padres, vi la oportunidad y elegí esta opción.
—No soy quién para juzgarte, o sea que si elegiste esa opción será porque es buena para ti. Y entonces… ¿Cómo fue que el fumado de Marco se largó y ahora estas tú? Pillar una de estas habitaciones así de rápido es complicado.
—Sencillo, se iba a ir de vuelta a casa y por no hacer miles de papeles, estoy aquí en su nombre, como si no se hubiera ido, le pagué la parte proporcional y fin.
—¡Coño! Pues le tenía yo por un colgao, pero ha sabido aprovechar la situación. No digo que te haya timado ¡eh! Habéis hecho un buen trato. Solo que me sorprende, se le veía más bien poco espabilado.
Carol se levantó de la cama y abrió otra lata dejando la suya en el escritorio. Volvió a sacar otra de los círculos de plásticos donde estaban aprisionadas y se la cedió a Sergio. Le enseñó la suya que todavía no había terminado, pero a la chica le dio lo mismo. Se colocó mejor las gafas, dejándose caer pesadamente en la cama y recostándose de nuevo.
—La cosa, Sergio, que ahora estás atado. Porque como te portes mal, le mando un email al comité y te ponen de patitas en la calle a la voz de ya. No sé si lo sabes, pero te tengo cogido por las pelotas. —usó un tono que el joven ya empezaba a conocer. Sus bromas siempre iban aderezadas de ese punto sarcástico que a Sergio, quizá también por las cervezas, le iba gustando.
—Me joderías una pasta. —sonrió tímidamente y dio un trago acabando la cerveza vieja y cogiendo la nueva— ¿Tú por qué decidiste venir aquí?
—También es sencillo, y mucho más que lo tuyo. Vivo a media hora de aquí en coche, podría ir y venir, pero mira, mis padres tienen dinero y esto es menos engorroso. Fin.
—¿Echas de menos tu casa?
—A veces…
Por un momento el silencio se hizo presente, era la primera vez que Carol se quedaba sin habla y eso a Sergio le sorprendió, “parece que sí que se le agota la pila”. Levantó su cuerpo con la cerveza en el interior, no le había afectado aunque la sangre ya comenzaba a correr con prisa por su cuerpo. Miró a la joven que seguía tirada en la cama observando el techo aunque tras sus gafas se podía sentir que no prestaba atención a nada.
—¿Sabes jugar a la consola?
—¿Qué si sé? ¿Estás de broma? —Carol pareció activarse como si tuviera un resorte en su espalda.
—¿Quieres que te machaque un poco? —señaló la tele del cuarto donde una videoconsola reposaba esperando que la usasen.
—¡Estás muerto!
Los juegos se fueron sucediendo mientras aporreaban los mandos entre gritos, empujones y tragos de cerveza. Por un momento a Sergio se le fue todo de la cabeza, su malestar, la relación con su madre, la partida de casa… todo. Solo estaba allí, en una habitación, junto a una joven que acababa de conocer mientras se bebía unas cervezas y se lo pasaba de maravilla.
Echó un vistazo por un momento mientras Carol se mofaba de la aplastante victoria a la que le había sometido y vio sus ojos, estaba feliz, lo sintió. Por algún extraño motivo sus ojos brillaban con luz propia, ajenos a la luz que manaba la bombilla del techo, desprendían una luz de mil soles. Eran dos páramos verdes donde perderse, donde descansar, aunque por algún motivo, sintió que eso era novedad. Hasta ese momento, los había visto rojos y apagados, sin embargo ahora vivían con fuerza, como un fuego descontrolado.
Terminaron tarde, cerca de las once y con las ocho latas de cervezas totalmente acabadas. Sergio acompañó a la puerta a su nueva amiga y ella se paró en el umbral antes de despedirse.
—Pues estuvo bien, tenemos que repetirlo.
—¿No te perderás de camino a casa? Puedo esperar hasta que entres, tengo tiempo. —Carol se rio de forma estridente, el alcohol la afectó en la última lata y a Sergio… en la tercera.
—Creo que eres un poco tonto… solo un poco ¡eh! —añadió ella saliendo al pasillo— Otro día nos vemos.
Carol se despidió con la mano, caminando despacio por la moqueta del pasillo en dirección a la puerta 16. Sergio le echó un vistazo con su personalidad ardiente que solía salirle cuando bebía. La chica no estaba nada mal, tenía un cuerpo delgado y de rostro era bonita. No era una belleza espectacular, lo que más llamaba la atención de ella, al menos para el joven, era su personalidad. Algo arrolladora y al principio llegando a ser desquiciante, pero pasando un rato largo en intimidad se había convertido en alguien muy entretenida.
Se vio en un momento cómplice, lo habían pasado bien y podía ser un buen instante para preguntar por algo que le había hecho pensar desde el momento que la vio. En realidad no era una buena oportunidad, por muy bien que se lo hubieran pasado, apenas estuvieron dos ratos juntos. De todos modos, Sergio se lanzó.
—Carolina, —ella se dio la vuelta. Separando con su mano el pelo que se le quedó en el rostro y dejándolo detrás de la oreja para que le llegara hasta casi los hombros— te veo una chica superfeliz. ¿Te puedo hacer una pregunta sin que te moleste?
—¡Horror, Sergio! Si me dices eso, claro que me va a molestar —ella sonrió ante lo evidente que era su argumento.
—El otro día, cuando salvé tu bañera, —Carol sonrió. Cuando estaba algo borracha sonreía muchísimo— vi algo que me chocó y… entendería que no me lo contaras, porque apenas nos conocemos. Pero en este rato que hemos estado me da la sensación de que eso no va contigo y por eso necesito preguntártelo. El otro día… ¿Por qué llorabas?
La expresión de Carolina cambió por completo, abrió los ojos con una sorpresa máxima y sus labios se tornaron serios. No se hubiera esperado eso jamás, incluso antes una petición sexual que eso.
—Yo… no… no estaba llorando… era… era el champú.
—Recuerdo que no tenías la cabeza mojada.
Rio al tiempo que negaba con la cabeza y andaba hacia su puerta. Abrió esta y miró desde la corta distancia a su nuevo amigo, volviendo a reírse con cierta ironía.
—Eres muy observador, señor fontanero… Mucho.
Se metió en su cuarto sin nada más que decir, dejando a un Sergio dubitativo, no solo por saber si había estado llorando o no, sino por si la pregunta le hubiera molestado. Se imaginaba que sí, aunque con esta chica no se podía estar en lo cierto con nada.
****
El bolígrafo de Sergio recorría el papel, dejando marcada la tinta azul en los deberes encargados para el seminario. Sin embargo, su mente se hallaba muy lejos de aquel folio… bueno no tan lejos, solo a dos puertas de distancia.
Pasó únicamente una semana desde que le preguntó a su nueva amiga por los ojos tristes que portaba cuando se conocieron. Tal vez no eran muchos días, pero en la residencia de estudiantes el tiempo pasaba despacio.
No había mucho que hacer, solo estudiar y acudir a clases. Aquel lugar, como bien le dijo Carol, no era un hervidero de fiestas lujuriosas que se podría haber imaginado. Con tanta película estadounidense en la cabeza sobre fraternidades con letras griegas, se podría haber esperado otra cosa, de haber tenido tiempo para pensarlo. Sin embargo, era todo lo contrario… muy aburrido.
Durante esos días, estuvo dándole vueltas a la conversación con su amiga. En verdad ya podía tratar a Carol como tal, pese a tener un inicio algo abrupto por la forma tan directa de la joven, sintió que conectaron.
La había tomado cierta simpatía y afecto, la joven tenía algo que le llamaba la atención, no tanto en el plano amoroso o sexual, era otra cosa. “Quizá esto sea tener una amiga…” pensaba mientras giraba su bolígrafo en los dedos y miraba a una ventana cerrada con nulas vistas.
Meditaba sobre si la había herido. Esperaba no haber reavivado unos recuerdos que la lastimaron hasta tal punto de hacerla llorar. Se sintió mal, por primera vez en la vida, pensó que tenía remediar la situación con una chica que no era su novia. En el pasado, obviamente tuvo amigas, pero nunca le había surgido un sentimiento tan fuerte de empatía hacia ninguna.
Abrió la nevera y cogió un pack de ocho cervezas que compró el día anterior con idea de que el sentimiento de culpa pudiera aflorar, sería su pase de bienvenida, o eso esperaba. Eran cerca de las nueve de la noche y estaba claro que Carol estaría en su habitación, los planes de la residencia siempre eran dentro de las cuatro paredes.
Levantó sus nudillos, sujetando en la otra mano las frías latas. Dos golpes contundentes fueron suficientes.
—¿Quién es? —se escuchó al otro lado una voz medio adormilada.
—Soy Sergio. —un saltó y después unos pasos por dentro de la habitación. Se abrió la puerta descubriendo a una Carol en pijama y con el pelo enmarañado.
—Me has pillado en la cama.
—Venía a devolverte esto. —mostrando las latas en el aire— Aunque si es mal momento…
—¡Trae eso aquí! —se las arrebató y volvió a su cama. Mirando a Sergio que aún seguía en la puerta le añadió— Si no vas a entrar cierra la puerta.
El joven pasó con calma, como si fuera la primera vez que lo hacía y el nerviosismo le invadiera. Aunque aquel pequeño temblor que tenía en todo el cuerpo se debía a que sería la primera vez que preguntaba a una “amiga” por sus sentimientos. Lo había hecho sobre todo con su tía, pero aparte de ella, no era partidario de hablar de ese tipo de cosas, ni siquiera con sus verdaderos amigos.
—¿Qué tal, Carol? —ella no respondió, lo vio como un formalismo— He venido para preguntarte una cosa.
La joven le miró con los ojos abiertos, prestando toda la atención a su nuevo amigo y sabiendo por donde irían los tiros.
—¿Estás mal por lo que te pregunté el otro día? —preguntó sin titubeos— Como no nos hemos visto y eso… —a Sergio le costó un mundo soltarlo, pero una vez que las palabras fluyeron, pareció tan sencillo…
—¿Estás pidiéndome perdón, por preguntarme si había llorado? —el muchacho alzó los hombros— Y me traes cervezas… la verdad que tienes que ser muy popular entre las chicas.
—Pues si te soy sincero… no mucho. —nunca lo había sido, esta era la época que más sexo y amor había tenido con diferencia en su corta existencia.
—Pues a mí con esto me ganas. —abrió dos latas, una para cada uno— O sea que, ¿vienes a pedir perdón por preguntarme eso? —asintió— ¿Cómo pensabas que me podía ofender algo así?
—No sé… —no tenía ni idea, era lo que sentía, llámalo presentimiento…
—Si me preguntaste algo, era porque te preocupaste por mí, ¿no? Pues me da que es casi como un halago, es imposible que me enfade. ¡¿Quién coño se enfadaría por eso?!
Levantó la cerveza en alto y Sergio entendió rápido que buscaba brindar con él. Chocaron las latas y alguna gota salió mojando un poco la cama, los dos se sonrieron.
—Dale un trago, que no me las voy a beber todas. Eso sí, no creas que por unas cervezas te voy a contar lo que me pasaba, con admitirlo ya te tienes que quedar satisfecho.
—Es un comienzo. —ambos rieron mientras se miraban y escuchaban de fondo la televisión. Comprendieron simultáneamente que se llevaban a las mil maravillas.
Carol volvió la vista a la nada, mordiéndose nerviosa el labio, pensando que quizá… algún día se lo podría contar. Su mente le preguntaba “¿por qué no? Es majo”, pero ella todavía rehusaba, la confianza es algo que hay que labrar y ella… tenía malas experiencias confiando en la gente.
—Quizá… otro día… —acabó diciendo en un tono más serio de lo normal.
—No pasa nada, solo que ahora me tienes que pagar las cervezas. ¿No hay problema, verdad?
Carol se giró y le dio un leve golpe en el brazo a su amigo, ambos se volvieron a reír en la intimidad que daban aquellas cuatro paredes. Con la primera cerveza acabada y algo de chispa alcohólica en su cuerpo, Sergio se levantó a dar un paseo por las paredes para cotillear con descaro. Aprovecho que Carol estaba en el servicio.
—¿Te gusta el manga? —preguntó según escuchó como se abría la puerta.
—Sí, los comics en general. —anduvo hasta el estante donde observaba Sergio. Miró los que tenía y le comentó— No tengo el dinero que me gustaría para comprarme todos los que quiero.
—Cuando trabajes y tengas tu vida “adulta”.
—Quién sabe. ¿A ti te gustan?
—Sé muy poco, apenas vi cuando era pequeño lo típico, Naruto, Dragon Ball, Los caballeros del zodiaco y poco más.
—¿Quieres llevarte uno? —Carol nunca había dejado uno de sus mangas, ni siquiera a sus parejas. Incluso ella misma se sorprendió de sus rápidas palabras. Igual estaba un poco borracha.
—Gracias, pero ahora no podría leerlo, con los dichosos seminarios… Estoy un poco hasta arriba.
—Más adelante si quieres. Ahora… —pasó las manos por ellos y cogió el último que había en la balda— me faltan dos para terminar con esta serie. Tengo que mirar por internet a ver si los encuentro.
Volvieron a sentarse con la primera cerveza ya terminada y Sergio se recostó en la cama como bien había hecho la chica en la suya.
—¿Los fines de semana qué haces?
—Depende —respondió Carolina tumbándose del mismo modo—. Algunos vuelvo a casa, otros me da pereza y me quedo. Aunque esto sea muy aburrido, me da pereza salir, luego estoy todo el día en la habitación y me arrepiento. —alzó los hombros sabiendo que era una contradicción, pero así era ella— Aquí pocos se quedan… el viernes casi todos emigran como los pájaros.
—Sí, lo mismo me dijo Javi. Le comenté para salir o algo, pero nada, se marcha siempre, una pena.
—Si te vas a quedar y te aburres, pues ya sabes dónde…
De pronto algo la cortó, su móvil empezó a zumbar encima de la mesa. Con cierta pereza se levantó de la cama y cogió el parpadeante teléfono. Se colocó las gafas de ver y miró lo que la luz la indicaba, la estaban llamando. Girándose con rapidez miró el rostro de su amigo.
—Sergio, podemos seguir otro día. —señaló el móvil— Es importante. Lo siento, tengo que coger.
—Claro, claro.
Se levantó con algo de pereza, pero caminó hasta la salida con algo de premura, la cara de su nueva amiga le instaba a ello, la llamada parecía demasiado importante. Al cuarto tono puso un pie en la salida y escuchó como una voz dulce y acaramelada respondió al teléfono.
—Hola. —muy bajito estiró la última vocal, Sergio apenas podía escucharla en tan poca distancia.
Levantó su mano para decir adiós y Carol casi habiéndose olvidado de él, le lanzó unos cuantos besos con sus manos mientras se despedía nerviosa y con rapidez, sin dejar de sonreír.
Obviamente, Sergio se imaginó quien podría ser, aunque no era de su incumbencia, seguramente su familia o tal vez alguien más íntimo. Sin embargo lo que si meditó fue acerca de esos comics que tenía en su balda, quizá sería una buena iniciación en su relación de amistad ayudarla a comprar los que le faltaban.
Solo conocía a una persona que supiera de comics japoneses y lugares donde se vendían. Cogió el teléfono en su habitación, mientras Carol seguía pegada al móvil hablando con otra chica, Sergio llamó a su hermana.
—¡Tato! ¿Qué tal estás? A ver cuando vienes que tengo ganas de verte.
—Y yo, hermanita querida. Aunque de momento complicado, pero puedes venir aquí cuando quieras.
—Lo tomo en cuenta… igual un día que quiera salir y no dormir en casa…
—No me metas en tus complots de borracheras…
Ambos rieron contentos con su nueva relación que parecía nunca acabar. Una maravilla.
—Te llamaba por una cosa, tata. ¿Tú conoces un buen sitio para ir a comprar mangas?
—¿Mangas? ¿Tú? No te he visto con ninguno en mi vida, ¿es que hay…?
—Es para un amigo, no empieces. —ambos rieron tras los teléfonos. Sergio prefería encubrir la verdad para no dar mil explicaciones, al final Carol solo era su amiga y eso daría pie a errores. Conocía a Laura.
—Aquí en el pueblo hay una librería muy buena y está especializada. El primero que compré lo hice allí y ahora… es un no parar.
—¿Me puedes pasar la dirección?
—Claro, cuando te cuelgue te mando. No está muy lejos de casa, a cinco minutos o así de donde trabaja ahora mamá.
La punzada la sintió dura en el estómago, Sergio con su nueva vida y sobre todo con la irrupción de Carolina, se olvidó completamente de su progenitora y también de su grave problema. Pero este seguía allí, no se había ido, su madre y él todavía no se habían vuelto a hablar y por supuesto, así seguiría siendo hasta que alguno de los dos diera el primer paso. Esto último a Sergio le parecía imposible.
La curiosidad le pudo, quería saber algo de ella, aunque fuera lo más pequeño y su hermana sería una buena espía en la casa.
—¿Qué tal está? —no pudo reprimir un tono seco.
—Bien, habla mucho del nuevo trabajo, todo el rato comentando lo bien que está. Aunque… —no hacía falta insistir, Laura se lo iba a contar— creo que está triste. Ella intenta sonreír y que todo esté bien, pero noto que desde que te fuiste tiene una cara más tristona. No quiero que te sientas mal, si has querido marcharte tendrás tus razones. Podrías venir un día o algo… Sí, sé que estás muy liado y que necesitas espacio, ya me lo has dicho, pero…
—Laura, cariño. —a la joven le encantaba que su hermano la volviera a tratar con esos apelativos dulces— Dentro de poco nos veremos, ya verás. Lo de mamá es solo una etapa, tema del nido vacío y así. Son solo unos meses y volveré a tocarte las narices, te lo prometo.
—Eso espero, me gusta tenerte en casa.
Esperó un momento porque la garganta se le había agarrotado. Las palabras de su hermana le habían llegado al corazón, un músculo ya tocado por saber cómo estaba su madre. Deseaba mandarla un mensaje, llamarla, pero no podía, todavía estaba tan fresco que tenía que dejar correr el agua.
Tragó saliva o eso intentó, ya que debido a la cerveza y a esa sensación tan mala producida por la conversación, estaba seco.
—Dentro de poco… lo juro.
—Tomo la palabra, tato.
—Te quiero mucho.
—Y yo.
A Sergio una pequeña gota salada se le comenzó a formar en el lagrimal de su ojo derecho, pero con nuevos pensamientos acerca de sus deberes, consiguió disiparla. No era momento de sentir lástima, debía centrarse en sus estudios, aunque… debía darse cuenta de que lo más importante era su vida.
CONTINUARÁ
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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.