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Aventuras y desventuras húmedas. Tercera etapa (15)

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La semana transcurrió ajetreada, el jueves Sergio tenía que hacer un parcial y apenas salió del cuarto para lo básico. Incluso denegó en repetidas ocasiones la entrada a Carolina que le incitaba a beber con varias latas de cerveza.

Por lo menos, estar tan centrado en los estudios le hizo olvidarse de todo lo demás. Sobre todo de algo que le comenzó a picar en sus partes más nobles. La visión de su madre le volvió a activar una zona que llevaba tiempo en hibernación, incluso le llegó a crear una leve erección después de estar con Carol. ¡Alucinante!

Aquello no volvió a pasar dentro de su cuarto, obviamente, tuvo que masturbarse para concentrarse al cien por cien. No obstante no lo hizo pensando en su amiga, aquella erección era una mera anécdota. En quien si volvía a pensar era en Mari.

Al verla todo se había revuelto en su interior, con su vestido ceñido, iluminada por el sol mientras un suave viento mecía su cabello moreno. La imagen le parecía artística, al menos en su cerebro, y con ella tuvo par de masturbaciones que terminaron de forma más que satisfactoria.

Volvía a las andadas, aunque pensaba poco en ella… volvía a hacerlo. Suspiró profundamente delante de los libros, estaba cansado, se centraba tanto en estudiar para poder evadirse de todo que a las noches incluso tenía que engullir una pastilla para el dolor de cabeza. Todo era un sobreesfuerzo y por una sencilla razón, no volver a pensar en su madre de forma sexual.

Pero no se lo podía negar, era obvio que le seguía atrayendo. La amaba como era normal, era su madre, la amaría por siempre, sin embargo la malsana sensación de querer yacer con ella no desaparecía, sino que aumentaba. Lo sentía casi como un deber, algo que el cuerpo le rogaba, la última petición del reo antes de cruzar el pasillo rumbo a la silla eléctrica.

El móvil sonó en la oscuridad de su habitación, solo el flexo alumbraba los libros y afuera el pasillo estaba en silencio. Su paz solo había sido interrumpida media hora atrás por una intensa Carol que le quería sacar de la habitación casi a la fuerza para que se ventilara. Entendía que llevaba mucho tiempo estudiando y después del parcial no tendría excusas, debería dejar fluir sus pensamientos.

Miró el móvil, riéndose al pensar que podría ser Carolina, pero ella no tenía aún su teléfono, “curioso, no necesitamos llamarnos”, era cierto, se veían cuando querían. Pero el pulso se le paró, hacía mucho que no hablaba con cierta persona y de pronto en la pantalla, allí estaba la notificación de mensaje. Tía Carmen.

—¿Qué tal estás, cariño?

En sí el mensaje no era raro, la última vez que hablaron fue sobre si le había llegado el dinero y si todo estaba correcto. Sin embargo, que ese mensaje le llegara al mismo momento en que estaba pensando en su madre, no le dio un buen pálpito.

—Bien, justo me has pillado estudiando. Tengo un parcial esta semana.

—Ánimo y a pelarse esos codos, tienes que sacar buena nota.

—Lo intentaré. —acabó por mandarle un icono a modo de beso y esperó, sabía que había algo más.

—Cielo, este fin de semana, voy a estar allí.

La información llegó de pronto, sin anestesia, haciendo que Sergio recibiera un golpe de dura realidad. Sabía a lo que venía su tía y no era precisamente a estar con él. Después de la conversación que tuvieron sobre Mari, Carmen se había quedado tocada, era obvio, todo fue su culpa. En verdad, de ambos, si uno de los dos no hubiera querido, no hubieran tenido la relación sexual, pero al ser la adulta se echó toda la responsabilidad sobre sus hombros.

—¿Cómo? ¿Eso por qué?

Sergio quizá preguntó por retrasar lo inevitable, por dar el último soplo de aire sin que su cuerpo le temblara. Pensar en que las dos mujeres se pusieran frente a frente para hablar le producía pavor… y menos mal que nunca se imaginaba estando cerca, si no le daría un infarto.

—Tengo que arreglar las cosas, he esperado demasiado y Mari no me llama, tengo que ir y que todo salga.

—No sé si es lo adecuado. —podría haber seguido escribiendo, pero Carmen era más rápida, la fricción de sus dedos contra la pantalla creaba fuego.

—Así será. Ella y yo… hemos cometido el mismo error, ambas hicimos contigo cosas que no deberíamos hacer. Sé que su mente no estará ahora mismo muy estable, no es fácil de asumir y menos los sentimientos que afloraron hacia ti. Más que arreglar el enfado que tiene contigo, creo que debo ayudarla a entender la situación.

—Te entiendo, tía. ¿Cuándo vas a venir?

—El sábado a la mañana salgo, no me voy a quedar más de lo necesario, vuelvo a la noche y paro en un hotel a dormir.

Lo que quería escribir le costó un mundo y sabía que de estar hablando cara a cara, no se lo hubiera preguntado. Lo sentía inadecuado y quizá algo fuera de lugar para la situación que estaban pasando, sin embargo sus dedos se movieron por la pantalla buscando las letras adecuadas.

—¿Nos veremos? —Carmen tardó en contestar.

—Como mujer responsable y sensata te diré que no.

Sergio agachó la cabeza, era evidente, no podían volverse a encontrar después de lo vivido con su madre. Su relación prohibida le había costado que le echaran de su propio hogar y conllevó que Carmen se gastara un dinero en él.

—Aunque, me gustaría ver la habitación que te estoy pagando. —Sergio lo leyó con su típico tono bromista. La segunda parte, ya no le sonó tan a broma— Quiero verte, quiero estar contigo, necesitamos hablar y lo correcto será pasar página.

—Estaré todo el día aquí. —le mandó su ubicación— Da igual que no avises o que vengas en mitad de la noche, te estaré esperando.

—Lo sé.

Dejó caer el móvil en la mesa, con sentimientos mezclados en su interior sin saber ni lo que sentía. Pensó que la espera se haría agónica, un tiempo eterno hasta que las dos mujeres se vieran cara a cara. No podía ni vislumbrar que pasaría, las posibilidades eran infinitas, desde acabar enemistadas para siempre, a volver a ser uña y carne. Rezaba por lo último con todas sus fuerzas.

Pero casi en un parpadeo llegó el fin de semana. Con el parcial superado, se despidió el viernes a la tarde de Carol, que a modo de broma mostrando un rostro fingiendo molestia le dijo que le debía una semana. Antes de marcharse dejó su sello inconfundible añadiéndole que abriera las ventanas. “Chico, huele a paja que no veas”.

La cerró rápidamente la puerta para no volver a escucharla. Aunque Carol siempre estuviera de broma, esta vez, era verdad. Nada más se fue abrió las ventanas, porque además, al día siguiente esperaba visita y… quería tener el cuarto adecentado.

Con el sábado llegaron los nervios y las ganas de ver a su tía se acrecentaron. Mientras Sergio pensaba si debía comprar algo de picoteo para recibirla, Carmen salía de la autopista al pueblo de su hermana.

Aparcó el coche relativamente cerca, sin poder evitar acordarse de la última vez y como el vehículo se estropeó. “Aunque me llevé una recompensa” se dijo a sí misma rememorando el viaje con su sobrino.

Anduvo por la calle, eran cerca de las dos de la tarde y el sol calentaba un poco la acera pese al intento del día de mantenerse frío. Antes de vislumbrar el edificio de su hermana, cogió el teléfono y buscó en la agenda el móvil de uno de los componentes de la casa para que no la recibieran con tanta sorpresa. Laura.

—¿Tía?

—Has acertado. —sonrió tras el móvil, estaba nerviosa.

—¿Qué tal estás? Hacía mucho que no hablábamos.

—Demasiado, mi vida, desde que os visité en agosto no nos vemos, ya ha pasado más de medio año. ¿Ya tienes a tu merced a miles de muchachos?

—¡Tía! —Carmen escuchó la risa juvenil de su sobrina que tanto se parecía a la de su hermana— No, todavía no.

—Cuando tú lo desees, cielo. —las dos rieron a menos de un kilómetro de distancia y la tía añadió— Mi vida, ¿está tu madre en casa?

—Pues sí, ha venido hace un rato de trabajar. ¿No te ha cogido el móvil?

—No la he llamado. La cosa es que estoy a unos cuantos metros de vuestra casa y os quería dar una sorpresa.

—¡¿No será cierto?! —Laura se alegró al saber que vería a su tía, era la única que tenía.

—Por supuesto, ahora nos vemos, princesa. Pero, no le digas nada a tu madre. Que sea una sorpresa ¿okey?

—Callada como una muerta. Hasta ahora, tía.

—Hasta ahora, cariño.

Carmen notó el peso de su cuerpo en unos tobillos que flaqueaban. Al colgar el teléfono se sintió pesada, como si toda la tensión se generase en ese mismo instante y las ganas de hacer frente a la situación se evaporasen.

“Menudo momento para dudar, justo en la puerta de su casa” pensó mirando el timbre del telefonillo electrónico que había en el portal. Se frotó las manos, los nervios se las dejaban frías. Aprovechó que sacaba una valentía momentánea, y al tiempo que cerraba los ojos, pulsó el botón.

Apenas fueron cuatro segundos de espera que se le hicieron interminables. De no haber hablado con Laura unos minutos antes, estaba segura de que se hubiera largado corriendo sin poder afrontar la situación. Porque no era algo fácil de lidiar, iba a hablar con su hermana, que había echado a su hijo de casa por tener relaciones con su tía. Menos mal que tenía la baza ganadora que le contó Sergio, Mari había actuado de la misma forma.

La puerta aulló con el sonido estridente y característico de la cerradura abriéndose automáticamente. El portal se veía como una cueva oscura, la boca de un lobo hambriento dispuesta a devorarla. Pero, ¿por qué tanto temor? Era evidente que el nerviosismo se iba a apoderar de ella, no iban a hablar del tiempo, sino de sexo incestuoso, aun así, ¿tanto miedo?

Decidió subir las escaleras, era un tercer piso y se veía con fuerzas, para algo hacía deporte la mayoría de los días. Además, que el ascensor no le inspiraba confianza, temía que se estropeara en mitad de la subida y se tuviera que quedar encerrada fastidiando el momento sorpresa. Todo tonterías, pero mientras subía las escaleras con el corazón asomando por la garganta, las sintió muy reales.

La puerta se alzaba como una muralla, solo era madera y partes metálicas en el interior. Sin embargo ella la veía como el último paso, el gran obstáculo antes de… de… ¿Qué? Tocó el timbre.

Los pasos se escucharon al otro lado, no iban con prisa, eran calmados y el ritmo era conocido, Mari se acercaba. En los pocos segundos a Carmen le dio tiempo a pensar en lo curioso que podía ser el cerebro humano, llegando a conocer a una persona solamente por el sonido de sus pasos o su ritmo al caminar. No sabía ni que pensar, cualquier cosa era buena, pero las llaves sonaron detrás de la cerradura y su cerebro se puso en blanco.

“Finge. Que no te vea nerviosa” el labio le tembló, pero sacó su mejor sonrisa. Su gesto denotaba cierta arrogancia, tenía que sentir que ella no tenía la culpa, porque ambas eran culpables, sí… ese tenía que ser el plan. La puerta por fin se abrió.

—¡¿Carmen?!

Por un momento ambas mujeres se quedaron petrificadas la una frente a la otra. La boca de la madre de Sergio estaba abierta dibujando un círculo de perplejidad absoluta. Carmen, pretendía mantener la facha de felicidad que trataba de mostrar, aunque le era complicado, no sabía muy bien que decir. Los segundos pasaban, la sorpresa inicial se diluyó, pero ninguna de las dos dijo nada. Carmen tuvo que dar el paso.

—No he venido hasta aquí, para quedarme en el felpudo. —su sonrisa le advirtió a Mari que estaba bromeando y la dejó pasar. Aunque esta última seguía sin creerse que su hermana estuviera allí.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo no me has avisado?

Mari estaba totalmente colapsada por la sorpresa, el objetivo de su hermana se había cumplido, estaba descolocada. Caminaron por el pasillo hasta la cocina, mientras de su habitación salía Laura que corrió hasta donde su tía a abrazarla.

—¡Esta niña ya se ha hecho una mujercita! Y… ¡Menuda mujer! —le sacó los colores a la joven que se ruborizaba avergonzada— Tienes una hija preciosa.

—Tía… —únicamente le salió decir a la joven que no sabía dónde meterse.

—Tú y yo tenemos que hablar, que cada día te haces más mayor.

Carmen miró a su hermana que seguía con los ojos vacíos, mirando a la nada sin creerse lo que estaba pasando. La mujer se dio cuenta de esto y mientras Laura le decía lo contenta que estaba de verla comenzó a rebuscar en el bolso.

—Mi vida, en nada vas a cumplir dieciocho años. Tu tía no se olvida de tu cumple, —sacó su monedero y rebuscó entre los billetes— he venido preparada.

—Pero… —Laura observó el dinero que le tendía Carmen y la volvió a mirar a esos ojos tan parecidos a los suyos— Tía… esto es mucho.

—¡Calla! —cogió la muñeca de su sobrina y la alzó dejando sobre la palma los cuatro billetes de cincuenta euros— Ahora mismo, vete a comparte lo que te dé la gana y luego vienes a enseñármelo. Que solo vengo de visita rápida, a la noche vuelvo para casa.

—Vale, pero…

—No quiero oírte, Laura. —se puso a su espalda y a empujones la fue llevando a la salida mientras la joven se reía. Se puso las zapatillas y abrió la puerta— Recuerda que luego me enseñas todo, dieciocho años no se cumplen todos los días. Cómprate lo que quieras.

—¡Gracias, tía! ¡Te quiero mucho! Luego nos vemos, mamá.

A Laura la sonrisa no se le borraba del rostro y menos pensando en una chaqueta que tenía en mente y dos libros que les había echado el ojo par de semanas atrás.

—Seguro que ahora me quieres mucho más —soltó en una pequeña broma irónica la mayor de las hermanas.

Laura se despidió con la mano, metiéndose en el ascensor mientras Carmen cerraba la puerta con la mejor de sus sonrisas. Mari a su espalda aún seguía algo perpleja sin creer que su hermana estuviera allí y apenas se dio cuenta cuando su hija se despidió, solo movió la cabeza de forma involuntaria.

El sonido de la puerta pareció una losa pesaba que cerraba la única escapatoria de ambas. El pestillo se cerró con fuerza, tanta que a Carmen por un momento el corazón se le detuvo, pero comenzó a latir con potencia cuando con voluntad se giró encarando a una Mari que seguía en shock.

La boca la tenía pastosa, sus manos se humedecían del sudor y el frío la atenazaba los pies. No había estado más intranquila en toda su vida, notaba como la comida le subía y le bajaba por su estómago como si de una atracción de feria se tratase. Sin embargo, debía echarle valor, ella lo había provocado, debía arreglarlo.

Dio un paso al frente, colocándose justo delante de la su hermana. Tan iguales y a la vez tan distintas, mirándose con esos preciosos ojos. Mientras que una mostraba duda acerca de lo que pasaba, Carmen cambió su rictus mostrando por primera vez confianza. Puso en su mirada determinación y arrojo, destensó sus cuerdas vocales y con toda su voluntad abrió la boca.

—Mari, tenemos que hablar.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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