Cuando en la distancia, la puerta de la que siempre había sido su casa se cerró, Sergio sintió un escalofrío profundo en la residencia de estudiantes. Sintió que un insecto le subía por la espalda a toda prisa hasta llegarle al cuello y morderle con fuerza. Su cuello se movió por instinto, girando en círculos, logrando que algún hueso crepitara.
—¡Qué escalofrío más tonto!
Carmen y Mari quedaron mirándose mientras la frase retumbaba en los oídos de esta última. Ya comprendía por qué estaba allí su hermana, entendía muy bien a que había venido solamente por un día.
Recordó la imagen del sujetador, de su hijo guardándolo de forma furtiva y de cómo su hermana le montaba en la casa tan amplia que tenía. Se dio la vuelta sin mediar palabra, la ira la envolvía y no quería gritarla todo lo que pensaba. Casi corrió en un paso acelerado hasta la cocina, donde entró pensando que todo era un mal sueño y no se tendría que enfrentar a esa situación.
Carmen se adentró en la cocina que le dio la sensación de haberse convertido en un cuadrilátero a expensas de que la campana sonara y comenzara la lucha. Sin embargo la mujer no tenía ganas ni de discutir, ni de pelear, lo iba a solucionar rápido y directo.
—¿Cómo pudiste? —dijo a Carmen realmente enfadada con los ojos entornados— ¡¿Cómo coño pudiste?!
Mari por momentos encendía más su cuerpo, Carmen estaba allí delante, era el motivo de que su hijo no estuviera en casa, de que no… estuviera a su lado. Toda la frustración que tenía, nacida de sus propios actos, los podría descargar en la que podía ser la culpable de todo.
La mujer morena, que en este tiempo se comenzó a cuidar y había rejuvenecido varios años, cogió aire para soltar toda su ira de golpe. La camiseta de pijama que le quedaba algo pequeña marcó los dos duros senos que todavía tenía bajo la tela, con dos leves protuberancias por ambos pezones.
Echó la cabeza hacia atrás, quería dar la sensación de que su cuello soltaba un latigazo a la vez que empezaba a hablar. Su pelo moreno que se había dejado crecer, llegaba ondulante como las olas hasta la mitad de su espalda.
Carmen notó el buen cambió que dio su hermana nada más entrar por la puerta, pero ahora con esa ira que parecía portar, no quería que la bella Mari que observaba, se convirtiera en La Bestia.
Alzó la palma de su mano antes de que Mari dijera nada. Esta última contuvo el aliento y abrió sus ojos azules tanto como pudo, pensando en ese instante “¿Encima me va a decir algo? ¡Cómo se atreve!”.
—Ni lo intentes. —Mari se puso echa un basilisco y ya no es que solo fuera a gritar de todo, incluso echaría espuma por la boca. Carmen no cambió el rictus, con su as en la manga ahora se sentía segura. Lo soltó sin anestesia— Sé lo que pasó en Madrid.
Aquella frase fue una punzada para Mari sintiera todo su cuerpo desinflarse como el globo de un chiquillo. Toda su ira, la rabia… lo que tenía para soltar contra su hermana cayó por su propio peso, alejándose por las cañerías como la suciedad en la ducha.
—¿Qué? ¿Qué… pasó?
Trató de disparar la última bala, pero la voz la tembló y ni ella se creyó a sí misma al preguntarla. Carmen mantuvo el silencio, sentándose en una de las sillas como si estuvieran hablando del tiempo. Mari se tapó los ojos con una mano y la subió después a la frente, apartándose los pelos sueltos que caían hacia su rostro.
La lengua salió seca de su boca. Se dio la vuelta y rellenó un vaso de agua a la velocidad del rayo, el líquido pasó por su garganta casi sin tocar la boca. Necesitaba ese trago, aunque igual mejor de algo más fuerte.
—No hagamos una telenovela absurda de esto. Lo sé, tú lo sabes, sentémonos y hablemos. Tratemos de ser dos mujeres civilizadas.
—Niño de los cojones, bocazas… ¿Para qué dice nada? Según le pille lo voy a matar.
La hermana morena mascullaba en frente del fregadero con las manos apretando el mármol de la encimera. De no haber terminado de beber, con aquella ira que ahora se conducía hacia Sergio, habría conseguido romper el vaso.
Después de unos segundos tratando de calmar un cuerpo que solo pensaba en lo mal que actuó su hijo al contarlo, se dio la vuelta. Enfiló hacia la mesa donde su hermana la esperaba sentada y separando la silla más alejada, ella hizo lo mismo.
La cara que portaba Mari, a Carmen le pareció graciosa. Tenía el entrecejo bien marcado y los labios contraídos, apretándose el uno contra el otro dejando una línea blanquecina finísima. Le recordaba a tiempos antiguos, a eras pasadas donde ellas eran jóvenes y Carmen se había quedado con la galleta más grande. La sonrió sin poder evitarlo, su hermana pequeña y tozuda seguía allí delante y pese a tener que hablar de un tema tan serio, a la tía Carmen, no se lo pareció.
—¿De qué te ríes?
—De ti. —Mari apretó a un más su gesto y por un momento Carmen pensó que le saldría humo por las orejas, una pena que no llegara a pasar— No me pongas esa cara. Solo me hace gracia pensar en todo lo que me ibas a soltar, sabiendo que tú estás en las mismas.
—¡No es lo mismo! —Mari quitó la vista de su hermana—Yo… —pensó en decir, soy su madre, pero… eso… ¿No agravaba más las cosas? Se calló. Cuando vio que Carmen iba a decir algo, seguramente para hacerla ver que tenía razón se le ocurrió soltar— ¡Tú fuiste primero!
—Si te duele, lo siento en el alma, Mari. —se puso seria, borrando la sonrisa del rostro— No sé ni cómo pasó, ni en que estaba pensando para hacer algo así, pero ocurrió. Estuve atacada cuando Sergio me dijo que te habías enterado, un poco más y me da un infarto.
—El sujetador…
—Sí —Carmen la cortó, no sabía lo que iba a decir, pero prefería hablar ella—. Me lo afanó después del encuentro. Lo sentí gracioso cuando me lo contó, pero ahora veo que no fue la mejor idea del mundo. —“lo siento, Sergio, pero tengo que mentir para allanar el camino”.
Mari se volvió a levantar, incapaz de que su mente asimilase esa conversación. Poco a poco se iban adentrando en el tema principal y estaba claro que en algún momento saldría a la luz de forma más concreta que ella… tuvo sexo con su hijo.
—Juro por nuestros padres, que lo que se hable aquí jamás volveré a repetirlo a nadie, ni contigo, ni con Sergio, nada. —Carmen lo dijo en tono solemne, como si Mari fuera jueza.
—Joder, Carmen… no tenías que haber venido.
—No querías que viniera para no enfrentarte a lo que pasó, ¿verdad? —Mari lanzó una mira penetrante, como si su hermana la estuviera juzgando. Estaba equivocada— Lo comprendo. No sé ni cómo he podido conducir hasta aquí, las piernas me temblaban y las manos me sudaban a mares. Todavía no entiendo como no me he estrellado, iba más nerviosa que en los partos de mis hijas. —Carmen se rio, aunque su hermana no lo hizo— Estaba cagada de miedo. Venía pensando en qué decir, qué hacer, como actuar y no tenía ni idea. Si no le hubiera sacado a Sergio lo vuestro no habría venido.
—No digas eso.
—¿Cuál?
—No le llames, “lo vuestro”.
—No tengo otra manera mejor para nombrarlo, las demás son inapropiadas. —ambas se miraron y por un momento sintió la tristeza en los ojos de Mari— Pero ¿qué palabra no es inapropiada para una situación así?
—¿De qué tenemos que hablar, Carmen? ¿De qué? ¿De nuestra experiencia? ¿De por qué lo hicimos? Esto es una tontería. Cuando me he serenado un poco, ¿sabes lo que deseaba? Gritarte, insultarte y echarte la culpa de todo, de absolutamente todo. Creía que así mi conciencia se limpiaría, me libraría del pesar que tengo encima.
—¿Te sientes mal por lo que pasó?
El silencio recorrió la casa. Los coches en la calle atravesaban la carretera mientras el sol calentaba lo justo. Dentro de la cocina, unos rastros del astro rey iluminaban la estancia después de escapar de las esponjosas nubes
—¿Mari? —incidió Carmen al no encontrar respuesta.
—¡Claro que me arrepiento! ¿Es que tú no?
—No.
El rostro de la madre de Sergio se quedó petrificado. Una respuesta tan real, tan sincera y tan fuera de lo correcto, no se la esperaba. Tenía los oídos listos para escuchar que ella también se arrepentía, y seguir una conversación plagada de remordimientos, nada más. Pero no iba a ser así.
—Me arrepiento del daño que te haya podido causar, pero creo que no soy culpable. Sergio y yo tuvimos un día… especial, no sé cómo llamarlo para que no te moleste. No hubo más que eso —“si algún día esta lista y receptiva, sabrá lo demás”. Hoy no era el día de sincerarse por completo— Pero… del momento, del cómo, de los sentimientos… arrepentimiento ninguno. Y de… ¿La traición a Pedro? Lo digo así para que suene aún más dramático, pero… lo mismo, ningún remordimiento.
—¡Dios, Carmen…!
Se levantó de su asiento, dirigiéndose donde sabía que tenía Dani sus botellas más personales y abrió el armarito. Mari sacó una botella donde nadaba la mitad de un contenido marrón de cuarenta grados de alcohol.
Cogió un vaso de encima del fregadero y también aprovechó con el que había bebido agua. Dejó caer el líquido que se estrellaba contra el cristal y ambos recipientes los llenó hasta la mitad. Los llevó a la mesa con poco cuidado, derramando alguna que otra gota sobre el mantel impermeable, su hermana le agradeció el trago.
—Vamos a necesitar de esto. —echó un vistazo a la botella que seguía en la encimera y añadió— Quizá más. —metieron en sus cuerpos una buena cantidad a la vez y cuando el esófago le quemó, Mari dijo en voz alta— ¡Qué asco!
Carmen se rio, tosiendo levemente debido a lo fuerte que estaba aquel whisky escocés. Sonrió tontamente con la mirada perdida en el vaso, recapacitando sobre todo lo ocurrido en aquella semana que Sergio estuvo en su casa. “En verdad, ¡fue una puta locura!”.
—Si tienes dudas, Mari, pregunta lo que quieras. No te quiero esconder nada. —lo iba a hacer sin ninguna duda. Le sorprendió la rapidez con la que contestó su hermana pequeña.
—¿Fue solo una vez? —asintió— ¿Premeditado?
—Improvisado. —las dos bebieron otro buen trago, dejando ambos vasos por la mitad.
—Me duele hablar de ello.
—¿Te duele hablar de lo tuyo, o de lo mío? —su hermana entendió la pregunta a la perfección. Lo que no sabía era si debía ser sincera. Sentía lo mismo que si Carmen se hubiera beneficiado a Dani antes que ella, ni más, ni menos. Resopló fuertemente antes de contestar.
—¡La Virgen! De lo tuyo, Carmen, lo tuyo sí que me jode. Es alucinante, ¿cómo puede ser? ¿Quieres que te diga la verdad? Te la digo. Sentí que me quitaban lo mío, sé que cuando tus hijas se fueron de casa sentiste que te las arrebataban, un sentimiento de madre que no podemos evitar. Pero en este caso fue de celos, de… ¡Putos celos! Me habías quitado a mi hijo y me puse como una fiera. Sentí que me había usado, que solo… solo… solo… —Mari comenzó a notar una presión en el pecho y los ojos se le humedecieron— ¡Qué solo quería FOLLARME!
La palabra sonó fuerte, no tanto en volumen, pero si en intensidad. Carmen echó la cabeza para atrás y dio un sorbo a su vaso. No dudo ni por un segundo en levantarse, ni se podía imaginar el flujo de sentimientos que discurría por la cabeza de su hermana. En su caso era muy diferente, por mucho que fuera su sobrino, había un abismo entre una madre y una tía, Mari debía centrar su mente.
Llegó hasta donde ella. Su hermana miraba a la mesa con una tensión increíble por no llorar. No obstante la primera lágrima cayó pesada, la bronca a su hijo, los gritos, la ira, echarle de casa, su lejanía… todo se mezcló en su corazón. Logrando que después de la primera, las siguientes lágrimas fluyeran.
Sus puños se cerraron, los labios contraídos querían dejar de llorar. El daño en su corazón era profundo y las uñas clavadas en la palma de su mano no le hacían olvidarlo. Sentía una desazón en el pecho que le parecía incurable, ya no le importaba que Sergio hubiera tenido una relación con su tía, aquello era lo de menos. Lo que deseaba era tenerle cerca, tocarle, abrazarle, sentirle… sí, en parte tenía una tensión sexual no resuelta con el joven, pero por otro lado… quería volver a ser madre de sus dos pequeños.
De pronto sintió calor, un ligero roce en su espalda con un pelo que le cosquilleaba la mejilla. Los brazos de su hermana la estaban rodeando, una Carmen a la que había llegado a odiar por celos, por únicamente celos. Su hermana había tenido sexo con su hijo, pero ¿qué había hecho ella?
Ambas habían pecado, comieron del fruto prohibido y ella… devoró todo el árbol. Carmen tenía mucha menos culpa que ella, ¿cómo culparla? Mari comenzaba a comprenderlo.
Las manos de Carmen se unieron en el pecho acelerado de su hermana, subían y bajaban sus senos atorados por una inquietud en su interior que no cesaba. Sin embargo, con el abrazo de su hermana, con aquellos brazos rodeándola y proporcionándole una calidez casi maternal, su ansiedad tampoco aumentó.
—No pasa nada, tranquila.
La voz de su hermana le recordó a la casa de sus padres. Un susurro venido del pasado en noches que la joven Mari lloraba por cualquier desgracia que con ojos de adulta veían como nimiedades. Siempre había estado allí para ayudarla y ahora, cerca de la cincuentena, seguía a su lado.
Abrió sus manos, con la marca de sus uñas bien nítida en su palma y agarró las manos de su hermana que seguían colgadas de su pecho. El beso que Carmen le dio en la mejilla la reconfortó, relajando un poco su corazón y sabiendo que todo tenía arreglo. El pasado es inamovible, pero el futuro está por escribir.
—Perdóname, Mari.
A Carmen una pequeña lágrima le brotó, no era mucho de llorar, pero ver a su hermana pequeña tan compungida pudo con ella. Para la mujer siempre había sido la enana de la familia, la jovencita que llegaba con las rodillas peladas de tanto jugar y que siempre tenía que merendar a su lado.
—No, no. Yo lo siento, creo que hice una montaña demasiado grande.
—Tenías tus motivos. Yo no sé ni cómo hubiera actuado, me hubiera vuelto loca. —de ambas bocas brotaba un aliento caliente aderezado de whisky— Me armé de valor para hablar contigo, sabía que lo necesitabas, pero no me atrevía. Si te apetece hablarlo o contarme algo… lo que sea, te escucho.
Carmen se separó de su hermana, caminando con lentitud de nuevo a su silla, pero sin dejar de mirar a Mari que por lo menos parecía más tranquila.
—No creo que pueda. De esa noche… lo recuerdo todo. Fue a oscuras, tal vez eso me movió a dar el último paso, al no ver quién era… —las palabras le resultaban tan extrañas…
—¿Recuerdas cada detalle? —Mari asintió y se limpió los rastros de agua por su rostro.
—Hace poco me parece que vi a Sergio mientras estaba en la tienda. Creía que lo tenía olvidado, o al menos aparcado en un rincón de mi mente, pero me volvió todo, lo reviví como si volviera a ese cuarto.
—Ha pasado mucho tiempo desde que se fue…
—No. —posó unos ojos todavía húmedos en los de su hermana— No digas que se fue… le eché de casa.
El silencio volvió a ser completo. Entre ambas no se escuchaba nada, solo la respiración más acompasada de Mari que volvía a tener el corazón más tranquilo, aunque no descansado.
—Deberíais hablarlo, o al menos sentaros en la misma habitación.
—Me es tan complicado, creo que ya es una vergüenza absoluta, no sabría explicarlo. Primero me… bueno, lo hicimos, estuvo dentro de mí… y segundo le largué de casa. Me costaría mirarle a la cara.
—Nadie tiene la culpa, Mari. —movió los dedos por el borde del vaso, aún seguía húmedo— Como mucho la culpable fui yo por empezar todo esto, nadie más. Sé que te sientes mal por lo que hiciste, fue un arrebato de celos y nada más, te entiendo a la perfección.
Era cierto que la idea de que Sergio se acostara con otras mujeres Carmen la tenía muy clara, aun así, sentía en el interior, una picazón nacida en el vientre que era imposible de detener. Los celos son así, por mucho que no quieras que estén, siempre aparecen.
—Carmen, —Mari se limpió la nariz con la manga del pijama— ¿está bien?
—Sí… —su hermana no la miraba, apenas podía hablar sobre que su hijo no estuviera en casa— Por lo que me ha dicho, está en la universidad de maravilla. No te preocupes, que corro con todos los gastos.
—Mierda… —Mari con las manos tapándose el rostro, se sintió más hundida.
—No pasa nada. Entiéndelo como mi modo de compensar todo.
Mari se levantó de la silla, cogiendo ambos vasos vacíos y llevándolos al fregadero. Apoyó las manos en la encimera, donde unos minutos atrás sentía tanta furia, ahora solo notaba desesperación. Sin embargo una luz se vislumbraba a lo lejos, debía arreglarlo con su hijo, no por nada en especial, solo… para volver a ser una madre.
—No sé qué hacer… como hacerlo…
—Mari, —Carmen se levantó y fue hasta donde la mujer. En la misma encimera posó su mano y entrelazó los dedos con los de su hermana— cuando puedas y estés preparada, háblalo con él. Decidir juntos que todo aquello pasó y ya. Pensar y hablar de qué queréis que pase en el futuro. Tener un sitio íntimo, sin miradas, solo vosotros y hablad.
La mano de la mujer morena apretó la otra, sintiéndose de nuevo tan cerca como en aquellas pequeñas vacaciones. Mari sabía a qué se refería su hermana y estaba convencida de que la conversación se sucedería, sin embargo necesitaba tiempo.
—Por mi parte —su hermana le cortó la meditación— cuando vuelva a casa, nada volverá a suceder, ¿me entiendes?
No hacía falta decir que no volvería a tener relaciones con Sergio, aquello debía acabar, por el bien de la familia y ambas mujeres se abrazaron en un momento especial y totalmente improvisado.
—De momento, vamos a dejarlo… —sugirió Carmen— ya retomaremos el tema, suficiente carga. Cuéntame que tal en ese nuevo trabajo tuyo.
Ambas mujeres volvieron a la mesa, comenzando Mari a detallar con ilusión cada momento de su trabajo. No había olvidado su anterior conversación, pero prefería dejarla aparcada, su cuerpo había soportado ya demasiadas sensaciones.
El tintineo de llaves las alteró, se habían tomado demasiado tiempo conversando o Laura había hecho todo demasiado deprisa. Levantándose con velocidad, Carmen guardó la botella de alcohol en el armarito de donde la sacó su hermana, tampoco había que dar pistas de que se habían desahogado.
Las mujeres recibieron con una sonrisa a la pequeña de la familia que venía con varias bolsas bien aferradas a las manos. Durante más de una hora las tres mujeres estuvieron en la sala mirando las cosas y hablando sobre las nuevas prendas de ropa y libros que se leían los jóvenes de hoy en día.
El tiempo corrió como loco y al final, Carmen tuvo que marchar. La tarde se le hizo más que breve y se desanimó por su sobrina, apenas pasaban tiempo juntas y estaban disfrutando tanto. Pero tenía que ir a ver a su otro sobrino, tenía que ser justa con los dos. Se despidió de su hermana con un largo abrazo que incluso a Laura le pareció excesivo. Ambas derramaron alguna que otra lágrima mientras se prometían estar en contacto, lo estarían, eso estaba claro.
La mujer condujo más ligera, incluso parecía que el coche se deslizase por la carretera sin tocar el asfalto, se había quitado un gran peso de encima y ahora tocaba despedirse de su sobrino.
Tardó en aparcar, era cierto lo que le dijo Sergio, el aparcamiento por esa zona se pagaba a precio de oro. No obstante al final consiguió un hueco a cinco minutos de la residencia. Por el camino le hizo gracia ver un coche viejo, de color rojo y desgastado. Pasó a su lado, mirando en el interior para comprobar sus suposiciones.
No se equivocaba, el coche de Sergio estaba allí paciente, esperando a ser conducido por su dueño. Pasó la mano por la carrocería manchándosela sin que le preocupara. Acarició la parte superior de la puerta con dulzura como a un bebe recién nacido, aquel coche le traía buenos recuerdos… muy buenos. Un viaje que jamás olvidaría comenzó allí, dentro de los gastados sillones con su sobrino al volante.
Bajó su cabeza y por mera inercia de su cuerpo, donde la palma de su mano había limpiado levemente la suciedad, posó sus labios dándole un tierno beso. No le importaba que alguien la mirase, solo quería demostrar su amor a la máquina que lo empezó todo.
Cuatro minutos después estaba subiendo por un ascensor que le dejaría en el cuarto piso. Estaba nerviosa, hacía un tiempo que no veía a Sergio, casi un mes… para ella demasiado.
Tocó la puerta donde había un gastado número trece. Escuchó unos pasos que venían de dentro, Sergio la iba a abrir, lo sabía de sobra y sin embargo, cuando el picaporte giró, se puso muy nerviosa.
CONTINUARÁ
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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.