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Aventuras y desventuras húmedas. Tercera etapa (18)

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En la terraza del hotel, Carmen se tomó un café de buena mañana mientras observaba las vistas. Prefería no pensar en la tarde anterior, aún tenía ciertos espasmos en las piernas y la conducción se le había hecho un infierno.

Sorbiendo el poco café que quedaba, pensó en la gran despedida. Nada de alardes, nada de gritos, solo amor, el que tenía hacia su sobrino y que siempre conservaría. Con una mueca de felicidad se despidió del recepcionista, devolviéndole las llaves y sonriendo al salir en busca del coche. Una cosa era que no volviera a pasar, pero en su mente, se reproduciría tantas veces como quisiera. Como esa misma noche por ejemplo, en una cama muy similar a la que compartieron, un sueño muy vivido la hizo ensuciar las sabanas hasta el punto de tener que cambiarlas en mitad de la noche.

Sí, había sido una gran aventura, pero debía terminar, “todo tiene un final” se dijo mientras el coche arrancaba de buena gana y ronroneaba con fuerza. Eran todavía las diez y ya estaba lista para volver a su casa, con los deberes hechos e incluso con ciertas ganas de ver a su marido, parecía que las cosas iban de maravilla.

Para Sergio las cosas iban algo diferentes… porque no es agradable que te despierten y menos con unos fuertes golpes en tu puerta. Abrió un ojo despertando a medias después de un sueño profundo que no recordaba bien… ojalá lo recordase. Al otro lado de la puerta, una voz muy conocida le llamaba.

—Sergio, no me digas que estás dormido. ¡Vamos! Que he llegado antes.

El joven no esperaba a Carolina tan pronto, mejor dicho no la esperaba. La muchacha solía llegar a las tardes, después de que su padre la dejara en la puerta de la residencia. Sin embargo, allí estaba, a las diez de la mañana según el móvil del joven.

Se levantó sin saber muy bien a que vendría esa visita y Carol… tampoco lo sabía muy bien. Se había despertado muy temprano, casi a las ocho de la mañana. Había tenido una conversación bastante normal con la chica que debía ser su novia, pero que todavía tenía novio. Las charlas con Paola eran de extremos, maravillosas algunos días, y otros, del todo anodinas, el sábado tocó una de las últimas.

Sin embargo, el domingo no se levantó con ganas de ver a “su chica”, sino con ganas de estar con el nuevo amigo que había conseguido en la universidad. Un sentimiento desconocido le nació en el interior y durante una hora estuvo pensando en Sergio, hasta que no aguantó más y le dijo a su padre que marcharan.

Ahora se encontraba allí, despertando a un joven que conocía de hace un mes y con el que había congeniado de maravilla, no obstante una duda surgía mientras aporreaba la puerta. “Solo es amistad… o ¿no?” No le conocía de mucho más, sí que tenía constancias de cómo era y su personalidad, pero… nada más y… a eso venía.

La puerta se abrió. Sergio, que más parecía un zombi mal hecho sacado de una película de serie B, apareció enfrente. Carol entró como un vendaval, llegando hasta la mitad del cuarto y girándose en el acto. Le sacó la lengua a su amigo y puso la peor cara que pudo.

—¡La leche! Pero que mal huele aquí… parece la guarida del oso, abre un poco las ventanas. —olisqueó el fuerte olor y algo le resultó familiar— ¿Has follado?

—No, Carol, no he follado. —debía mentir, aunque cada vez sentía que aquella chica incluso se merecía… “Esa” verdad.

—Pues te tienes que pajear como una verdadera bestia. Sergio, eres un guarro.

—Pero si no me he… —Sergio se frotó los ojos a través de los parpados cerrados. Hablar con Carol a veces era como discutir con una pared, que además te golpeaba. Se resignó— Es complicado aguantarte sin desayunar.

—Fácil solución, hace un día de maravilla, vamos a dar una vuelta. Te invito a desayunar y si te portas bien quizá te compre una piruleta.

—Dios… Eres cargante… —el joven se adentró en el cuarto junto a su amiga— ¿Dejas que me dé una ducha?

—No te dejo… Es que te obligo. Debes ducharte, si no a poco te voy a invitar. —se fue dando saltitos como una colegiala y antes de cerrar la puerta le dijo— En cinco minutos te vengo a buscar.

—¿Cómo que cinco minutos? ¿Qué te crees que soy Superman?

Los pasos de Carolina se escuchaban rítmicamente por el pasillo, seguía dando saltitos hasta su puerta mientras una voz casi en eco canturreó.

—¡En seis!

Carol le dio el beneplácito de llamarle a los diez minutos y en quince estaban ya a las puertas de la residencia yendo hacia el coche. Sergio había dejado todo sin hacer, pero que más le daba, por mucho que se quejase de su nueva amiga, le encantaba estar con ella.

—¿A dónde vamos? —el coche arrancó a la primera, quizá por la experiencia, pero Sergio había dejado a un lado el miedo a que le dejara tirado.

—A la playa. —el joven miró con mucha duda— Sí, suelo ir cuando es verano, pero en invierno cuando no hay apenas gente me gusta pasear.

—Pues a la playa entonces.

En el trayecto, Carolina prácticamente monopolizó la conversación, hablando a su amigo como el viernes se había cogido una cogorza de campeonato y todavía tenía algunas secuelas. Había salido con tres amigas a darlo todo y ¡vaya si lo había dado…!

Con una botella de agua en mano, comprada en el expendedor de un bar, ambos entraron descalzos en la arena. El día era soleado, pero obviamente todavía no era caluroso. Alguna que otra nube opacaba muy de vez en cuando el sol, momento que la temperatura bajaba considerablemente. Si a eso le añadimos un viento que soplaba incesante desde el mar, la caminata no debería ser muy reconfortante, sin embargo… lo era.

Carolina volvió con una cosa en mente, quería que Sergio se le sincerara como había hecho ella. No por nada en particular, ni por un cotilleo insano, ni por estar “en paz”, sino porque creía que el muchacho en verdad lo necesitaba.

Decidida y quizá movida por una última porción del Ron barato consumido la noche del viernes y que quedaba en su cuerpo, se dispuso a indagar.

—Hoy te toca sincerarte, Sergio.

Este la miró con un gesto bastante común, porque se lo esperaba, le había dicho que otro día hablarían de ello y estaba claro que el paseo por la playa era propicio para ello. Se dio su tiempo, ordenando sus ideas y recuerdos, y quizá vetando ciertas situaciones del todo inapropiadas para contarlas, aunque después se preguntó si en verdad lo eran.

—Mejor vayamos a esa duna, así nos sentamos. —comenzaron a virar el rumbo, dirigiéndose a las dunas entre el amplio aparcamiento y la playa— Antes de nada, ¿qué tal con Paola, habéis hablado o algo?

—Meh… —fue similar a un ruido inconexo de un bebe con sus primeras palabras— Hemos hablado… hay días buenos y días menos buenos. Hasta que no se aclare lo de su novio, supongo que seguirá así.

Sergio no quiso meterse más en el tema, Carol no se veía receptiva, lo notaba en su tono de voz, “la conozco mucho…” pensó a la par que se sorprendía.

Llegaron a la cima de una duna rodeada por hierba alta y dura que se mecía con dificultad pese al fuerte viento. Los dos se sentaron, compartiendo un estrecho espacio que les hacía tener ambos cuerpos pegados el uno al otro. No les importaba, además así se proporcionarían un calor extra y el viento no cortaría sus conversaciones.

—Podría contarlo todo directo y resumido. —Sergio robó la botella de agua a Carol antes de que se pudiera quejar y dio un buen trago. Se la devolvió por la mitad, necesitaba tener la garganta clara, se venía un monólogo— Aunque para entenderme creo que tienes que oír la historia desde el principio.

—No me lo digas tan serio que me voy a asustar —le respondió en broma, pero cuando la miró, le hizo entender el poder de la historia que escucharía de su boca.

—Es algo… ¿Grave? ¿Raro? Lo podrás denominar como a ti te plazca, pero la verdad que no es algo “inusual”.

—Pero…

—Carol, solo te quiero pedir una cosa, júzgame al final de todo y escúchame, por favor. —quiso meter un comentario jocoso para destensar el rostro de la chica. Bajo sus gafas parecía comenzar a preocuparse— Sé que es complicado que estés callada, pero inténtalo.

Ella le dio un pequeño golpe en la pierna y se apretó más a él, si es que eso era posible, ya estaban demasiado pegados. El aire dio un fuerte soplo y su cabello moreno con toques azules en las puntas voló hacia atrás oscilando en el viento. Sergio vio su rostro, fino y bonito, adornado con unas cuantas pecas en el puente de su pequeña nariz, justo por debajo de donde las gafas se mantenían. La vio como era, bella.

—Érase una vez… —Carol soltó una risotada y Sergio la sonrió. Que cerca estaban… ya no solo en lo físico, también en lo mental— Ahora en serio, todo empieza en agosto del año pasado. Era un día normal como cualquier otro, solo que ese día, mi tía Carmen, vino a casa…

Las palabras comenzaron a salir de su boca, pausadas y en su justa medida. Sergio no era de largas exposiciones, es más, no le gustaba mucho salir a la pizarra, ni en el instituto, ni en la universidad. Sin embargo, esta vez, con la mirada puesta en el romper de las olas y el sonido del viento que les envolvía se sintió cómodo.

Por primera vez contaba lo sucedido. Toda la historia. Empezó por el viaje, la primera parada en el hotel, sus primeras impresiones sobre lo que se cocinaba dentro de su cuerpo. La caravana, el pantano, la visión de su tía… todo.

Carol no podía parar de escucharle, su voz a poca distancia le hacía sentir que no había nada más alrededor. Apenas podía escuchar las olas, solo estaban ellos, el mundo no existía. La historia le comenzó a intrigar de una forma increíble, no quería dejar de escucharla porque le parecía impresionante. En las palabras de Sergio se notaban los sentimientos que experimentaba mientras hablaba con su tía y tomaban juntos el sol.

El joven habló claro, sin dejar a un lado las cosas mucho más personales como las erecciones o las ganas de yacer con Carmen. “Le voy a contar que mi tía y yo lo hicimos, ¿qué más da que le diga que estaba empalmado?” Su argumento era más que sólido.

La narración se aceleró no tanto en la voz de Sergio sino en los sentimientos y la energía que manaba de su interior. Carol podía sentir el calor en el momento que llegó a la puerta de su tía y como se había olvidado que su madre yacía borracha a metros de distancia. Apretó las piernas cuando le contó el primer encuentro. No le miraba, no podía, solo observaba las olas romper una y otra vez mientras unas nubes muy a lo lejos llegaban con ganas de guerra.

Seguía apretando con fuerza ambas piernas, no estaba escuchando una confesión sexual que le pudiera contar una amiga cualquier día “pues el otro día me tiré a mi novio…”. No, esto era otra cosa, Carol notaba cada palabra atravesándola, como la expresión oral la llevaba a aquella casa viendo nítidamente lo sucedido. Incluso se podía decir que estaba dentro de la acción.

En el momento que le comentó que había dejado a su madre con una amiga para ir donde su tía y que estaba sola, el corazón se le aceleró. Sabía lo que venía y esperó la narración en silencio como llevaba haciendo todo el tiempo.

Como le contó el encuentro tan íntimo con su tía, fue alucinante. Parecía sentir el calor que ambos manaban y como se compenetraban a la perfección. Quizá fuera solo exageración en las palabras de Sergio, pero Carolina empezó a pensar que nunca había tenido un coito similar.

Bebió un poco de agua, necesitaba calmar un cuerpo que por extraño que pareciera, tenía algo meciéndose en su interior. No sabía lo que era, ni siquiera podía entenderlo, al menos de momento.

Pasó la botella a Sergio, que hizo una breve parada para volver a hidratarse. Cerró la botella y la dejó a sus pies, bien metida la base en la arena para que el viento no pudiera llevársela. Siguió con el día que pasó junto a su madre, obviando por primera vez los sentimientos que brotaron hacia ella.

“Eso mejor en otro capítulo…” se dijo escondiendo una sonrisa que luchaba por escapar. Siguió con la despedida y la tristeza de volver, nada más había que añadir de ese periplo, solo que tenían ganas de volverse a ver y después de los exámenes sucedió.

—¿Volvisteis…? —a Carol la garganta se le había secado y sonó ronca. Carraspeó para aclararse, pero Sergio se adelantó.

—Sí, esta vez fue más… salvaje… acabamos rompiendo el cabecero de la cama. —no lo decía con orgullo, ni vergüenza, solo como parte informativa, similar a todo lo demás— Después mi madre encontró un sujetador y… fin. Se enfadó y me echó de casa, no tengo más que contar. Aunque creo que fue suficiente, incluso me pica un poco la garganta, no había hablado tanto y tan seguido en mi vida.

La joven sacó el móvil y vio que había trascurrido cerca de una hora desde la última vez que lo miró. El joven habría estado hablando más de cuarenta minutos seguro, llenando la conversación de tantos sentimientos que a Carol se le amontonaban en el cuerpo.

—¡Acojonante! —se le escapó en un susurro. Estaba alucinando— Lo que no comprendo es a tu madre. Es normal que se enfade, pero echarte de casa a si a las bravas, me parece excesivo.

—No quiero que me trates como a un degenerado… aunque si piensas que lo soy y no queréis hablarme lo entenderé…

—¡¿Qué dices?! —cortó con suma rapidez— ¡Qué vas a ser un degenerado! Es raro, muy raro… es la primera vez que oigo una relación así. Entiendo que se pueda dar… o bueno, puedo llegar a imaginarlo, pero… tus palabras me dicen que fue algo más. —Sergio la miró, ella le correspondió— Era más amor que sexo, eso es lo que creo.

—Gracias y… obviamente, espero que esto no salga de aquí, ni a tu mejor amiga, ni nada.

—No, no, no. —repitió con efusividad— ¡Jamás, Sergio! ¡Lo juro!

—Te creo. Confío en ti.

—Creo que debemos ir yendo. —las nubes amenazaban tormenta, Sergio pensaba lo mismo.

—¿Quieres irte a la residencia? —el joven se imaginaba que necesitaría un tiempo para volver a pensar que no era un bicho raro.

—¿Ya? No. Todavía no te he invitado a desayunar y se hace tarde… ¿Te invito a comer?

La sonrisa al muchacho le apareció brillante. Había estado serio en toda su narración, sin hacer ni una mueca mientras recordaba con vivacidad lo ocurrido. Miró al horizonte, pensando en que Carol sí que era una amiga de verdad.

—Vale, pero si yo pago mi parte.

—¡Entonces no te estoy invitando, tonto!

Ambos rieron por la espontaneidad de la joven que volvió la vista al mar, observando las olas rompiendo con violencia contra la arena. Era una imagen de la fuerza de la naturaleza y ella sintió que la reconfortaba. Apoyándose en el hombro del joven preguntó.

—¿Somos amigos? ¿Amigos de verdad?

—Creo que sí.

Se levantaron con una sonrisa sincera en sus rostros, caminando por la ruta más directa hacia el coche, aunque la joven lo hacía algo incómoda. Con la historia que había escuchado, sintió todo lo que Sergio transmitió, sobre todo sus momentos más íntimos. Se notó tan cómoda, tan… tan… como nunca, no le sorprendió notar al caminar como sus bragas se pegaban a su piel de lo húmedas que estaban.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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